Ha empezado la semana grande. El sábado por la tarde, Tomi jugará contra los chicos del Atlético de Madrid en el Bernabéu, antes del verdadero derbi de primera división, y todos los Cebolletas lo presenciarán desde las gradas. Después se retransmitirá la semifinal del Concurso de los Lumbreras, en el que el protagonista será Nico. El domingo por la mañana, los Cebolletas se enfrentarán a los Diablos Rojos, que encabezan la clasificación, y por la tarde, el delantero del Real Madrid y los Cebolletas asistirán a la función de danza de Eva en la piscina.

Gaston Champignon ha reunido a su equipo en el Pétalos a la Cazuela, como hace siempre que quiere comunicarles algo importante. También ha ido Tomi. Solo faltan Pedro y los gemelos.

Como siempre, el cocinero-entrenador ha dispuesto sobre la mesa sus deliciosos merengues a las rosas. Pero, aparte de Fidu, que solo tiene ojos para el postre, los demás parecen más interesados por los resultados de la cuarta jornada del campeonato.

—Los Diablos Rojos han vuelto a ganar y ya tienen el doble de puntos que nosotros: 12 a 6… —comenta João.

—El Dinamo Azul también nos ha adelantado —observa Sara.

—Sí, pero solo por un punto —añade Becan—. Los ha frenado el Rosa Shocking. Menos mal…

—Hay que agradecérselo a Kasi, que ha jugado a las mil maravillas —dice Tomi.

Todos se dan la vuelta para mirarlo.

—¿Has visto el partido? —le pregunta Fidu.

—No —responde el excapitán, un poco cortado—, pero si el Dinamo no ha ganado, imagino que Kasi habrá hecho grandes paradas…

—¡Que se fastidie ese ciervo! —exclama Lara—. ¡Así aprenderá a dejar de tomarnos el pelo después de cada gol!

—Me parece que esta vez Vicente no se ha divertido para nada. Se ha hecho daño en una rodilla y ha tenido que salir del campo como un ciervo cojo… —añade Tomi, riendo.

—¿Y tú cómo lo sabes? —insiste en preguntar Fidu, nervioso.

—Me lo ha contado Kasi —explica el delantero.

Todos levantan la vista de la hoja donde están escritos los resultados.

—Me ha telefoneado para comunicarme el resultado del partido —continúa Tomi, extendiendo los brazos—. Ha sido un detalle por su parte. ¡Y no tiene nada de extraño!

—Si no tiene nada de extraño, ¿no te molestará que le digamos a Eva que Kasi, además de asistir a tus entrenamientos, te llama a casa? —pregunta Sara con una risita.

—Bueno, mejor que no… —farfulla Tomi.

Los Cebolletas sueltan el trapo y se abalanzan sobre sus merengues.

Gaston Champignon levanta su cucharón de madera para llamar la atención:

—Queridos chicos, os he reunido aquí para deleitaros con mi especialidad, pero también para deciros una cosa: el silencio que ha reinado en el Cebojet durante el viaje de regreso del domingo no me ha gustado. Hemos perdido y es normal que estemos decepcionados, pero tengo la sensación de que nos preocupa demasiado la clasificación. El domingo nos espera un encuentro importante y lo prepararemos con mucho cuidado pero, si por casualidad perdiéramos, ¡no será el fin del mundo! Lo peor que puede pasar es que este año no juguemos la gran final. Paciencia y resignación. Nos divertiremos igualmente entrenando y enfrentándonos a otros colegas todos los domingos hasta que llegue la primavera. Para los Cebolletas, la diversión y la amistad siempre han sido más importantes que la clasificación. Pero si para alguno de vosotros ya no es así, que lo diga ahora mismo.

Los chicos se miran entre sí. Nadie abre la boca, hasta que interviene Nico:

—Ganen o pierdan, ¡los Cebolletas serán siempre los Cebolletas!

—¿Somos pétalos sueltos o una flor? —pregunta el cocinero.

—¡Una flor! —contestan a coro los chicos.

—Porque quien se divierte… —empieza Champignon.

—¡Siempre gana! —aúllan los Cebolletas.

Superbe! —exclama Monsieur Champignon, atusándose el bigote por el lado derecho.

Nico se sienta y descubre que Fidu se ha tragado su merengue:

—¡Ladrón! —exclama el número 10.

—Me ha preocupado mucho que el postre se enfriara mientras pronunciabas tu discurso… —se justifica el portero.

Los demás Cebolletas se acaban sus merengues entre carcajadas y luego se levantan de la mesa.

—Nos vemos mañana en el campo para entrenar —dice Champignon en guisa de despedida—. El domingo no podremos contar con Fidu ni con Lara, que ha sido descalificada por un partido, pero volverán Pavel e Ígor. Están curados y es una buena noticia.

—Yo también estoy curado, míster —interviene Fidu—. ¡El domingo podré jugar!

Sin previo aviso, el cocinero coge un plato y se lo lanza al portero.

Fidu, sorprendido, lo aferra con la mano izquierda.

—¿Por qué no has usado las dos manos? —le pregunta el cocinero.

—Porque todavía me duele un poquito la derecha… —admite el número 1.

Así que Fidu no podrá colocarse entre los palos en el encuentro contra los Diablos Rojos.

En el vestuario de los chicos del Real Madrid cunde una gran excitación.

Se acerca el gran día del derbi y Julián les ha traído una noticia más sabrosa que un merengue a las rosas: después del partido contra los chicos del Atlético de Madrid, ¡Tomi y sus compañeros harán de recogepelotas! ¡Seguirán el derbi de los grandes campeones desde el borde del campo!

—Ya veréis qué espectáculo —dice Dudú, que ya lo ha hecho más de una vez.

—¡Espero no desmayarme de la emoción si el balón sale por mi lado y se lo tengo que devolver a ese genio de Ronaldo! —suspira Julio.

—Yo, en cambio, espero no desmayarme de miedo si tengo que devolvérselo a Marcelo… —comenta Juan.

Sus colegas sueltan una carcajada.

—Marcelo lucha como un jabato en el terreno de juego, pero fuera es un tipo de lo más simpático. Yo lo he conocido —explica Tomi, quien les cuenta la visita de Marcelo y Alves al Pétalos a la Cazuela.

Julián saca a los chicos del vestuario. Ya ha preparado el campo para un gran partido de balón prisionero. Ha dividido un rectángulo en dos: en cada mitad se colocan un portero y cinco jugadores; un equipo lleva el peto blanco y el otro, azul. Dos atacantes, con el balón y un peto blanco, se ponen fuera del rectángulo, de la parte de los azules, y tratan de alcanzarles disparando con el pie.

Dos delanteros de azul intentan hacer lo mismo en el campo contrario.

Los jugadores que han recibido un balonazo quedan prisioneros. Pero si un portero logra blocar la pelota y mantenerla dentro de su rectángulo, el que ha disparado se queda prisionero.

El ejercicio entrena la puntería de los atacantes y los reflejos de los chicos, que deben esquivar el balón o capturarlo. Pero, sobre todo, es un juego de lo más divertido, porque el balón rebota en el rectángulo como en un flipper y, cada vez que se apoderan de él, los chicos lo celebran con gritos y abrazos.

Iván sale del rectángulo.

Tomi también está entre las presas. Julio se da cuenta de que está distraído. Le apunta y le alcanza de lleno en las posaderas. El delantero estaba pensando en otras cosas: en el Bernabéu, en la ocasión de jugar en un estadio maravilloso, delante de millares de personas, dos horas antes del gran derbi entre el Real y el Atlético. Luego le han venido a la mente los Cebolletas, que ya han perdido casi el campeonato por culpa de Pedro, el número 9 que ocupa su puesto.

Y esa idea ha sido más dolorosa que el balonazo en el culo.

Gaston Champignon está saliendo del Pétalos a la Cazuela para ir a dirigir el entrenamiento de los Cebolletas. En la puerta se encuentra a Charli, el padre de Pedro.

—Lo siento, pero el restaurante está cerrado —dice el cocinero.

—No he venido a comer —responde Charli—, sino para devolverle la bolsa y la ropa de Pedro. Mi hijo se ha dado cuenta de que se equivocó y quiere volver a jugar con los Tiburones Azules.

—Me parecía que se estaba adaptando bien —replica Champignon sorprendido, mientras se atusa el extremo izquierdo del bigote.

—Sí, a lo mejor al principio se divirtió, pero al final lo más divertido es ganar —explica el entrenador de los Tiburones—. Y a Pedro no le gusta estar en un equipo que pierde aposta, jugando con uno menos… Estoy de acuerdo con él. Es inútil desperdiciar el tiempo entrenando si luego los domingos se regalan los partidos a los adversarios.

—Mire, Charli, cuando se presentó su hijo lo acogimos con los brazos abiertos —responde el cocineroentrenador—. Le dimos la camiseta número 9, de nuestro excapitán. Nadie le ha exigido jamás que metiera goles o hiciera entrenamientos agotadores. Lo único que tenía que hacer era respetar nuestras reglas. Por ejemplo: en el campo solo se queda con la camiseta de los Cebolletas el que respeta el reglamento y a los adversarios. Yo creo que a Pedro le habría venido muy bien pasar una temporada entera con nosotros…

—En cambio, ganará el campeonato con los Tiburones Azules —le interrumpe bruscamente Charli—. Ahí está la bolsa. Saludos. No puedo quedar con usted para la final, porque este año seguro que no llegan tan lejos…

—No importa —concluye Champignon—, tarde o temprano nos volveremos a encontrar en el terreno de juego.

Luego coge la bolsa con las cosas de Pedro y se encamina hacia la parroquia de San Antonio de la Florida.

Los chicos ya están en el vestuario, incluidos Pavel e Ígor.

El cocinero entra, les saluda y les anuncia:

—Tengo dos cosas importantes que deciros. La primera es que Pedro no volverá a jugar con nosotros. Ha decidido volver con los Tiburones Azules.

Lara se pone en pie de un salto y grita:

—¡Mi abuelo tenía razón: una manzana no puede convertirse en una pera! ¡Me gustaría saber quién votó a favor de que lo aceptáramos en el equipo!

—¡Yo no! —exclama Sara.

Pero Champignon interviene enseguida:

—Creo que te equivocas, Lara. Yo admiro a los que le han querido dar una oportunidad a Pedro y estoy seguro de que ha aprendido algo de nosotros. Pero es perfectamente libre de cambiar de idea y tenemos que respetar su decisión.

—¡Pero el domingo solo seremos siete! —se lamenta João.

—No será la primera vez —rebate el cocinero—. Ya nos las apañaremos. Pavel e Ígor han reposado unas semanas y correrán por cuatro…

—¿Y la segunda noticia? —pregunta Dani.

—El domingo los Diablos Rojos se tienen que ir de excursión con su parroquia —responde el cocinero—, de modo que el partido se ha adelantado al sábado por la mañana.

Nico pone unos ojos como platos y exclama enseguida:

—¡Pero si el sábado yo estaré en Barcelona para la retransmisión del Concurso de los Lumbreras!

—Muy fácil, no vayas —interviene Lara.

—¿Cómo que no vaya? —protesta el número 10—. ¡Los de la tele me matan!

—¿Serías capaz de dejarnos en cuadro para el encuentro con los Diablos Rojos? —insiste la gemela, furiosa.

—¡Si no te hubieran expulsado seríais siete, sin contarme a mí! —rebate Nico.

—¡Pero tú eres el capitán, y un verdadero capitán no huye del barco que zozobra! —estalla Lara.

Nico agacha la cabeza. Sabe que en el fondo la chica tiene razón.

—¡Basta! —ordena el cocinero-entrenador—. ¡No quiero que os peléis! Nico irá a Barcelona y nosotros lo seguiremos delante del televisor. Y ahora salgamos a entrenar. Hoy practicaremos mucho los pases. Contra los Diablos Rojos tendremos un jugador menos, así que será muy importante mantener la posesión del balón.

Los Cebolletas salen en silencio. Nadie tiene ganas de bromear.

A todos la final del campeonato les parece ya una meta inalcanzable.

—¡Tomi, preguntan por ti al teléfono! —le avisa su madre.

—¿Quién es, la rubia o la morena? —bromea Armando.

—Qué gracioso… —responde el delantero mientras coge el auricular.

Es Eva, que le cuenta el accidente de Vicente:

—¡Le han enyesado la rodilla, no puede meterse en el agua y a lo mejor no puede ir a la función!

—Lo sabía, y lo siento mucho —contesta Tomi.

—¿Y cómo lo has sabido? —pregunta la bailarina.

—¿Que cómo lo he sabido? Es que… un amigo siguió el último partido del Dinamo y vio el accidente —masculla el delantero centro, intentando escoger bien sus palabras.

—Hoy la señora Sofía decidirá qué hacemos. ¿Me acompañas a la piscina? —pregunta Eva.

—Me encantaría, pero mañana tengo un examen y he de estudiar un montón —murmura Tomi—. Llámame esta noche para contarme qué ha pasado.

Tomi le acaba de contar una mentira.

Esta tarde no tiene que estudiar tanto, sino que quiere ir al Retiro, porque tiene la cabeza llena de ideas confusas y necesita pedir consejo a sus amigos los peces de colores.

Acaba de hacerles la primera pregunta, después de desmigajar sobre el agua un mendrugo de pan, cuando oye una voz a su espalda:

—¡Tomi!

Quien le llama es Kasi, que llega a su lado volando sobre su monopatín.

—¿Qué haces aquí? —pregunta el delantero a la portera del Rosa Shocking.

—He pasado por tu parroquia para saludarte y Fidu me ha dicho que te encontraría aquí —contesta Kasi.

Tomi mira los ojos de la chica, que le parecen verdes y tranquilos como un lago de montaña.

—Yo vengo a menudo a este parque porque es perfecto para patinar —dice la portera—. Mira…

Kasi echa a rodar, levanta la tabla y aterriza con las ruedas sobre un banco, lo recorre y salta al suelo, siempre en perfecto equilibrio sobre su monopatín.

—¡Maravilloso! —aplaude Tomi.

—¡Te aseguro que es de lo más fácil, prueba tú también! —le anima Kasi, desmontando de su tabla.

—¿Estás de broma? —sonríe Tomi—. No lo conseguiré en la vida…

—Vamos, concédeme un capricho… —insiste Kasi.

El excapitán de los Cebolletas se sube al monopatín con mucho cuidado, se acerca al banco, salta y trata de golpear la parte posterior de la tabla para que se eleve, pero se tropieza y cae rodando al suelo.

Kasi se echa a reír.

—¿Mañana tienes examen de monopatín? —pregunta una chica que se ha detenido con su bicicleta.

—¡Eva! —exclama Tomi, arrodillado por tierra—. ¿Qué haces aquí?

—La señora Sofía ha anulado el ensayo y he venido a dar una vuelta en bici —responde la bailarina.

—¿Conoces a Kasi? —pregunta Tomi, levantándose cohibido.

—¿La besucona? La he visto en el periódico. Adiós —contesta Eva, antes de alejarse pedaleando.

—Tu amiga dice cosas un poco raras —comenta Kasi, perpleja.

Tomi tiene ahora una nueva pregunta para los peces de colores: ¿cómo va a conseguir hacer las paces con Eva esta vez?