Sábado por la mañana en el campo de los Cebolletas. En el vestuario, Champignon da los últimos consejos a sus jugadores:

—Pongamos en práctica lo que hemos estudiado esta semana y estoy seguro de que disputaremos un buen partido. Dani estará en la portería, Sara jugará en el centro de la defensa, entre Becan y João, que estarán más retrasados que normalmente. Por delante de la línea de los tres zagueros jugarán los gemelos. Pavel e Ígor, acordaos de que su número 2 suele subir a atacar y dispara muy duro: tratad de cerrarle el paso. Si nos dejan espacios intentaremos atacar a contrapié pero, al ser uno menos, tratemos sobre todo de conservar el balón con pases cortos, para no cansarnos y obligarles a correr. ¿De acuerdo? En los saques de esquina, juguemos la baza de Dani, como hemos ensayado esta semana. Estas son las recomendaciones tácticas, es decir, las menos importantes, ahora paso a las cosas serias. —El cocinero-entrenador abraza a todos con la mirada, sonríe y añade—: Para hacer que un plato sea bueno lo que cuenta son los ingredientes, no el número de cucharadas. Aunque los Diablos Rojos tuvieran mil jugadores más que nosotros, a mí me bastaría con seis Cebolletas para construir el mejor equipo del mundo. ¡Sed una flor, amigos, y divertíos!

Augusto ata con orgullo el brazalete de capitán al brazo de Sara.

El equipo de los Cebolletas, alentados por las palabras de su entrenador, «chocan la cebolla» y entran al terreno de juego a calentar entre los aplausos de los espectadores.

Tomi está sentado entre Lara y Fidu.

—¿A qué hora tienes que estar en el Bernabéu? —le pregunta el portero.

—A las doce —responde Tomi—. Miro el primer tiempo aquí y luego me voy con mi padre al estadio.

—¿Habéis visto a nuestro amiguito? —farfulla Lara.

Se refiere a Pedro, que está sentado en las gradas con sus compañeros de los Tiburones Azules.

—No le hagas ni caso —sugiere Fidu.

Hasta la mitad del primer tiempo, los Cebolletas logran aplicar la estrategia de Champignon: mantienen la posesión del balón y rompen el ritmo de los Diablos, que tienen muchos problemas para ver puerta. Y Dani está a punto de dar una sorpresa… Como han practicado toda la semana, atraviesa todo el campo y penetra en el área tras un córner sacado por Becan, mientras Sara se queda para proteger la portería de los Cebolletas.

Dani salta más alto que nadie y golpea perfectamente la pelota con la frente, pero esta choca contra el travesaño. Tomi, que estaba a punto de ponerse a gritar, se vuelve a sentar. Fidu se tapa desesperado la cara con las manos.

Hasta que llega el gol del temido número 2, que se deshace de Pavel, cruza hacia la derecha como una exhalación y dispara un tiro diagonal perfecto, que entra por el ángulo inferior.

Los Cebolletas se desmoralizan y Dani tiene que recoger del fondo de la red otros dos balones: una bonita falta lanzada por el número 10 a la escuadra y un disparo desde el borde del área del número 8. El primer tiempo acaba 0-3.

Lara está a punto de levantarse para cantarle las cuarenta a Pedro, que está gritando con sus compañeros de equipo: «¡Diablos! ¡Diablos!», pero Fidu la retiene:

—Si ve que te enfadas se pondrá todavía más contento. Haz como yo, ignóralo.

En cambio, Tomi no puede soportar la cara de alegría de Pedro mientras canta «¡Diablos! ¡Diablos!» y la expresión de tristeza y cansancio de sus excompañeros, que han encajado tres goles a pesar de haber luchado como tigres, porque eran seis contra siete.

Pero se esfuerza por disimular su rabia. Se pone en pie y se despide de sus amigos:

—Tengo que salir pitando. Nos vemos más tarde, a la salida del Bernabéu.

Gaston Champignon ha comprado entradas para el derbi para todo el equipo.

El excapitán de los Cebolletas llega a su casa a paso de carga.

—¿Estás listo? —le pregunta su padre.

—Llamo por teléfono y ya estoy —responde Tomi, entrando en la cocina como un vendaval.

Poco después, el delantero se despide de Lucía, su madre, con un beso y baja en ascensor con Armando, su padre.

Desde que se ha despedido de sus amigos, Tomi no ha logrado sacarse de la cabeza la expresión triunfal de Pedro y la desmoralización de sus antiguos colegas. Hasta tal punto que se convence definitivamente de que también esta vez los peces de colores del Retiro le han dado un sabio consejo.

—¡Párate, papá! —exclama delante de la parroquia de San Antonio de la Florida.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Armando, al tiempo que frena.

—Nada —responde Tomi con una sonrisa—. ¡El Bernabéu está aquí! Luego te lo explico…

El delantero centro salta del coche y sale pitando al vestuario, que está vacío. El segundo tiempo acaba de empezar.

Se desviste en un pispás, reconoce la bolsa que devolvió Pedro, que está en un rincón, se pone las medias, los calzones y, por último, ¡su camiseta con el número 9! La camiseta que lleva una cebolla sobre el pecho.

Va al baño a mirarse al espejo y sonríe: tiene la sensación de haber vuelto a casa después de un largo viaje. Un viaje maravilloso, sin duda, ¡pero no hay nada tan hermoso como la casa de uno!

Abre su bolsa del Real Madrid, saca las botas de fútbol y se va corriendo al banquillo, donde pregunta a Gaston Champignon:

—¿Puedo entrar, míster?

Al cocinero, por la sorpresa y la emoción, se le cae el cucharón de madera, que choca contra la cazuela. El gato suelta un maullido de protesta.

—¡Será un placer, amigo mío! —responde Gaston Champignon abrazando a la Cebolleta recuperada.

En tribuna, Lara se pone en pie y señala un punto del campo con el dedo:

—¡Mirad, es Tomi!

Los tambores de Carlos vuelven a hacerse oír, Fidu guía el coro de cánticos a favor de los Cebolletas.

De la cara de Pedro desaparece de repente la sonrisa que ha lucido todo el partido.

El árbitro levanta el brazo y Tomi entra en el terreno de juego entre un fragor de aplausos.

—Yo subiré al ataque; vosotros quedaos como estáis —ordena el delantero a sus compañeros—: alineación 3-2-1, como un árbol de Navidad. ¡Ánimo, que esto todavía no se ha acabado!

Becan le guiña el ojo a João:

—Ahora nos toca divertirnos a nosotros.

João corre a recoger la bola al fondo de la red y la lleva al medio del campo, para no perder tiempo.

Los Diablos Rojos se parapetan en su área para intentar defender la ventaja.

Su entrenador no para de vociferar:

—¡El 9! ¡El 9! ¡Marcad al 9!

Cada vez que Tomi recupera el balón, tiene la sensación de estar jugando a pelota cazadora y de que todos los adversarios desplegados sobre el campo tratan de capturarlo.

Sara le cede la pelota y Tomi decide hacer lo mismo que con Julio: echa a correr hacia el centro del campo y luego vira repentinamente hacia la izquierda, perseguido por medio equipo. De pronto se detiene y, sin mirar, tira la pelota hacia la derecha, donde Becan, completamente solo, no tiene ningún problema para batir al portero: ¡2-3!

El empate llega de un saque de falta, que Tomi dispara como le ha enseñado Dudú. Un tiro seco, inmovilizando el pie justo después de que golpee al balón, que adquiere así un efecto especial.

El portero de los Diablos ve que se le viene encima un bólido que serpentea en el aire y se le cuela entre los brazos, justo entre su cabeza y el larguero: ¡3-3!

Fidu salta de alegría en las gradas y aporrea con su mano izquierda el tambor de Carlos. Lara disfruta mirando la cara de Pedro que, cada vez que marcan los Cebolletas, pone una mueca de dolor, como si estuviera tumbado en el sillón del dentista.

Tomi es el primer sorprendido ante la facilidad y la perfección con que le salen todas las jugadas que intenta. Comprende que el mérito es de los entrenamientos de Julián y de que desde el principio del campeonato regional ha jugado contra defensores de primera. En su debut contra el Rayo Vallecano sufrió bastante, pero luego mejoró partido tras partido. Y ahora que ha vuelto a jugar contra rivales de menor nivel, todo le parece mucho más fácil.

—¡El 9! ¡El 9! ¡Marcad al 9! —sigue aullando el entrenador de los Diablos, que se ha quedado afónico—. ¡Esto se ha acabado! ¡Ánimo, que se ha acabado!

Tomi detiene la pelota con el muslo. Se da cuenta de que el árbitro, que se encuentra a su lado, está hinchando los carrillos para tocar su silbato e indicar el final del partido.

—¡Árbitro! —le grita.

En lugar de silbar, este levanta la mirada y ve a Tomi inclinar ligeramente el cuerpo para coordinarse y disparar desde el centro del campo. Todos se quedan mirando con la boca abierta la parábola que describe su disparo, que corta el cielo en dos como un arco iris.

El portero, asustado, retrocede a toda la velocidad de que es capaz, pero el balón cae en picado a su espalda y entra en la meta: ¡4-3!

Y entonces el árbitro deshincha sus carrillos y pita para indicar el final del partido.

Fidu y todos los hinchas de los Cebolletas invaden el campo para felicitar a Tomi.

Champignon y Augusto se abrazan en el banquillo.

Lara ve a Pedro alejarse en silencio y le da un manotazo en el hombro:

—¿Has visto cómo se usa el número 9?

—De todas formas, todavía estáis a tres puntos de los Diablos Rojos —rebate el delantero de los Tiburones Azules— y tenéis por delante al Dinamo. Estoy seguro de que no llegaréis nunca a la final.

—Ya veremos —responde la gemela—. Ahora que tenemos un delantero de verdad, será más fácil…

Bajo la ducha, Tomi y sus compañeros cantan a voz en grito:

—¡Cebolletas, oé, oé, oé! ¡Sois mejores que Pelé!

Gaston Champignon les pide que se den prisa:

—¡Rápido, chicos, o nos perderemos el derbi!

—Yo creo que ya me lo he perdido… —replica Tomi sonriendo, pero con un poco de amargura—. A estas alturas ya no podré entrar.

—Lo verás al lado nuestro —dice el cocinero—. La entrada que había comprado para Pedro será para ti.

A Tomi se le ilumina la cara de alegría y «choca la cebolla» con Dani.

Poco después, los Cebolletas al completo toman asiento en la primera platea del estadio Santiago Bernabéu.

Los chicos de Julián y los del Atlético de Madrid saltan al terreno de juego.

Tomi hace una especie de retransmisión deportiva para los Cebolletas, contándoles algo curioso sobre cada uno de los jugadores del Real Madrid que tocan el balón.

Dudú marca un gol de lo más celebrado, después de superar a un defensor con un espectacular sombrero con los talones.

—¡Esa finta se la he enseñado yo! —exclama Tomi con orgullo.

El gol norte ondea las banderas blancas en honor a Dudú.

«Habrían podido ondear también para mí», piensa el delantero centro de los Cebolletas, pero ya sin añoranza. Es feliz.

Por la noche, todos los Cebolletas y sus familias se encuentran para cenar en el Pétalos a la Cazuela.

Gaston Champignon ha instalado una pantalla gigante para seguir el programa de los Lumbreras.

Una vez más, Nico ha eliminado a todos sus rivales con brillantez.

—¡Nuestro pequeño genio madrileño entrará ahora en la cabina para intentar ganarse el derecho a participar en la gran final de Año Nuevo, en la que se nombrará al Lumbrera de España! —anuncia el presentador—. ¡Hemos llegado al «Tres en Raya Decisivo»!

Después de los aplausos y la música de rigor, las luces del estudio se atenúan.

Nico, de lo más concentrado, con una elegante corbata amarilla, se pone los cascos y escucha las preguntas.

El presentador explica:

—En un minuto tendrás que decirme en la desembocadura de qué río se halla la ciudad marroquí de Rabat; los siete países fronterizos de Malí y la capital de Madagascar. ¡Adelante el cronómetro!

—¡La capital de Madagascar se la sabe! —estalla de alegría Fidu.

—Sí, pero las otras dos son durísimas… —se lamenta Sara—. ¡Ni siquiera las saben los profesores!

En la pantalla aparece la manecilla del cronómetro. Ya han pasado treinta segundos. Luego se ve el rostro concentrado de Nico, que abre los ojos y responde:

—El río de Rabat es el Bu Regreg. Los siete países limítrofes de Malí son Senegal, Mauritania, Argelia, Níger, Burkina Faso, Costa de Marfil y Guinea.

—¡Perfecto! —grita contento el presentador—. Dime la capital de Madagascar y habrás llegado a la gran final de Año Nuevo.

—¡Yononoarribo! —contesta Nico, que se corrige enseguida—: ¡Antananarivo!

El presentador mira perplejo a un lado y luego declara:

—Lo siento, solo puedo tener en cuenta la primera respuesta, que es equivocada.

En el estudio y el Pétalos a la Cazuela resuena un «¡Ooohhh!» de decepción.

Fidu, abatido, se tapa la cara con las manos:

—Tú no no arribas a la final, amigo mío…