Y ahora va, y saca un libro
No, si tenía que pasar. Tenía que acabar así. Si no podía ser de otra manera, si me imita hasta en eso. En fin… ¡¡Que le haga un prólogo!! Yo, que soy el biógrafo no oficial de los Mojinos ¿Cómo? ¿No leísteis mis libros de La Jungla? Pues son casi una bio de Mojinos, porque la historia de estos locos, la mía y la de La Jungla (que en los últimos años es lo mismo) han ido de la mano, en lo bueno (que ha sido mucho) y en lo malo (que aunque poco también ha habido).
En la vida de uno circulan personas a patadas, pero sólo unas pocas dejan huellas, por pequeña que sean. Y algunas son tan especiales que cuando les miramos a los ojos u oímos su voz uno no puede evitar sentirse feliz porque las relaciona con alguno de los momentos más bonitos de su vida. Eso me pasa con alguna gente, alguna privada (por ello ni los nombro) y otra pública, como José Antonio Abellán o este pedazo de cabrón que ayudé salir de Telefónica justo para que no pillara las stock options de Vilallonga.
Resumir en un par de folios lo que ha sido mi vida al lado de este mamón es imposible porque habiendo escrito dos libros coprotagonizados por él no he tenido suficiente para decirlo todo, lo que se puede contar y lo que no, y —lo que es más importante— lo que me hace sentir más allá de una sonrisa o una canción.
Miguel Ángel es para mí un montón de cosas:
Un ladrón de tabaco: creo que por él dejé de fumar, me desequilibró la economía familiar a base de cigarritos.
Un orgullo profesional: aunque el mérito fuera de Abellán, ligar mi nombre al éxito más insólito del rock español es un placer y una medalla que no merezco pero luzco con orgullo.
Un confesor: por qué no decirlo, hay pocos amigos como él, más que por lo que dice por lo bien que escucha (y eso que le gusta hablar).
Fiel: ni en los peores momentos (él y yo sabemos cuales) dudamos el uno del otro.
Promotor de pecados capitales: no penséis mal, el pecado no es de carne, es de envidia, envidia por su rapidez mental, envidia por su capacidad de decir mucho en pocas palabras, envidia por su gracia eterna, envidia por decir los tacos más graciosos, envidia por su arte, envidia por todo… menos por su pelo y por su cara.
Pero me jode, sí. Me jode que los medios de comunicación y la intelectualidad progre de este país no se haya dado cuenta que este hombre lleva años haciendo lo que ahora llaman Stand Comedy. Del mismo modo que defiendo los artistas compositores por encima de los otros, defiendo que Miguel Ángel Rodríguez es el monologuista más grande de este país puesto que nadie interpreta mejor que él y a la vez nadie lo escribe mejor. Éste es un genio, éste es el que merece un programa de tele, una serie, un espectáculo de teatro y una película.
Si la vida es justa el tiempo pondrá las cosas en su sitio. Miguel Ángel Rodríguez es lo más grande que ha habido en el espectáculo español desde Tip y Coll. Mordaz, escatológico cuando toca y sentimental como pocos, punzante y certero, gracioso e inteligente. Porque lo grande es hacer reír cuando toca llorar y después de reír hacer pensar. Ese es Miguel Ángel Rodríguez, y no hay otro como él.
Estas líneas que vas a leer son tan sólo un apunte de lo que hay en la cabeza de este genio, que me demostró que además de grande es humano en cada uno de sus pasos. Honrado, amigo, marido, padre, cantante, poeta, narrador, monologuista, gracioso. De tan cercano hace olvidar lo que es: un fuera de serie. Alguien tan especial que hasta su colonia es graciosa (aunque huela como el otro). A pesar de todo lo que ha hecho, lo que más me ilusiona es lo que le queda por hacer, y lo que a mí me queda por reír y lo orgulloso que estoy de que —de vez en cuando— haya tenido algo que ver en el desarrollo de este genio.
Te quiero, aunque ya no te dé tabaco.
Jordi Casoliva, director de Cadena 100