De lo de vivir de mi padre, nada, decía. Todo lo contrario: le tengo que pagar hasta los dos o tres litros de vino que se bebe cada mañana. Aunque nadie piense que yo no quiero a mi padre, pues lo que nunca he negado es que no he tenido otro mejor y sólo por eso lo quiero tanto que si me diesen a escoger entre mi padre y un jamón de pata negra de ocho kilos, de esos que salen de un cochino que sólo ha comido bellotas, seguramente me quedaría con mi padre. O si me diesen a escoger entre mi viejo y la Marta Sánchez, sin duda me quedaría con la cantante, y no porque no lo quiera: mi padre fue quien me enseñó que en la vida hay que aprovechar las oportunidades (además, él también se hubiese quedado con la Marta Sánchez).
Lo quiero tanto que cada año por el día del Padre le regalo lo mismo: nada. Ni una mísera corbata, ni un maldito bote de colonia, ni una mierda de pluma, nada. No hay regalo en el mundo que esté a la altura de lo que se merece mi padre; por eso, nunca le llevé un presente. Ni un presente, ni un pasado, ni un futuro, nada, no le he llegado a regalar ni siquiera cigarrillos.
Aunque tampoco le hizo falta, pues siempre ha sido un gorrón de mucho cuidado (nunca me dijo que fumar era malo para la salud, porque de esa forma, si yo fumaba, él no tenía que comprar tabaco).
Mi padre, que fue quien me enseñó que trabajar era malo y lo hizo como se enseñan las cosas a los niños: dando ejemplo y no doblando la espalda en su vida.
Cada vez que mi madre me regañaba, él se metía por medio y empezaba a darme hostias hasta que me caía al suelo para después decirme que lo había hecho para que mi madre dejase de reñirme.
De todas formas, son más los recuerdos positivos que tengo de cuando era un niño que los negativos; por eso y después de este corto homenaje que he dedicado a mi viejo (corto, por un lado, pero demasiado largo para lo que se merece), sigo insistiendo en que me encantaría ser un chaval y, de esa forma, pegarme la vida padre.
Sinceramente, me da lo mismo hacerme un hombre hecho y derecho: prefiero ser un hombre hecho y tumbado, aunque lo que realmente soy es un desecho ni bien hecho ni derecho.
De todas formas, lo importante es participar, como decía Torrebruno que en paz descanse, y yo no sólo participo, sino que soy partícipe, aunque nunca supe de qué. Sólo sé que soy un hombre, a no ser que perdiera mi virilidad alguna de esas noches que uno termina acostándose con su mejor amigo, con una borrachera antológica. Pero que quede claro que si por culpa del alcohol y las salidas nocturnas perdí la hombría fue sin conocimiento de causa, y nunca por negligencia o vicio, pues, como acabo de decir, mental y sexualmente me considero un hombre, un hombre mal hecho y poco derecho, de los de antes, de los que tienen el pecho como una alfombra de pelos y escupen en la calle.
Y seguro que ustedes están notando cierto tono irónico a la hora de hablar de este tema. Es cierto, pues estoy ya cansado de que en televisión, en los periódicos y revistas, y en las vallas publicitarias cada vez se afemine más la imagen del macho ibérico español.
Si usted lo que quiere es anunciar una colonia para mariquitas, pues ponga a un mariquita anunciándola, pero si lo que quiere es que los hombres compren su colonia, una de dos: o el anuncio lo protagoniza una tía de ésas cuyo culo ningún varón olvida en quince años o lo hace el típico tío duro que vive en el desierto, con la barbita de tres días y con más polvo en la ropa que la chaqueta de un escayolista.
O para que todos me entiendan: como todavía quedamos hombres en el mundo (aunque cada vez menos), que se nos respete como tales.
Lo que ocurre es que basta con hablar de un tema como éste para que te tache de machista hasta la mujer de la limpieza; por eso, lo único que nos queda a los hombres es agachar la cabeza y meter el rabo entre las patas, pues con sólo abrir la boca ya tenemos encima a todas las asociaciones feministas.
De todas formas, lo que nunca voy a hacer es dejar de decir lo que pienso y os mentiría si no dijese que los anuncios que más me gustan son ésos en los que salen tías en pelotas: todavía recuerdo cuando me enamoré perdidamente de la chica del spot publicitario del desodorante Fa.