8. OPERACIÓN LEJÍA

LOBO CAMBIA SU NOMBRE EN CLAVE

Los acontecimientos políticos se precipitan y Mikel Lejarza, que ya es un espía experto y sabe moverse en diferentes campos, comienza a tener problemas con sus superiores, que casi siempre son militares de carrera. Así pues, sufre en sus propias carnes la máxima de que no sólo hay enemigos en el bando contrario. Sus éxitos y su libertad de movimientos provocan envidias y recelos entre los compañeros de los distintos servicios. No hay motivos aparentes, pues Mikel sigue jugándose la vida en las operaciones antiterroristas, mientras otros permanecen en la retaguardia. Su elevado grado de información molesta a algunos de sus jefes, que siguen conservando el perfil del típico funcionario burocratizado. Conforme transcurre el tiempo, el agente Lejarza se convierte en un ejemplo negativo para sus superiores. A todo ello, hay que sumar la personalidad individualista de Mikel. No busca la confrontación profesional, pero hace lo que le da la gana. Para él, el libro de estilo de los espías españoles es un código escrito para ser transgredido.

Y en esta situación el SECED decide que Lejarza Eguía debe cambiar de aires. Sus jefes lo mandan a la isla de Fuerteventura, en Canarias. Le dan veinticinco mil pesetas, un billete de avión y la consigna de que tiene que alistarse en la Legión. Lejarza firma un contrato de cinco años de permanencia en el cuerpo militar más duro del Ejército español.

Una vez en Fuerteventura, Mikel recibe la información a cuentagotas. En la primera fase de la nueva misión, según sus jefes, sólo precisa saber que va a ser legionario, que tiene que enrolarse en ese cuerpo especial del Ejército y que debe hacer algunos amigos para después utilizarlos en la segunda fase de la operación.

En Fuerteventura el agente secreto se instala en el barrio de las prostitutas. Allí alquila una casita que le proporciona libertad de movimientos cada vez que sale del cuartel. De esa forma, contacta y se relaciona con sus superiores.

Lobo, nombre en clave que el SECED utiliza durante el tiempo de su infiltración en ETA, ha pasado a formar parte de los archivos de los servicios secretos. Ahora los estudiosos del nuevo caso le buscan otro alias: Pizarro.

El nombre en clave de Pizarro es una idea de Agustín Tejedor, jefe de operaciones especiales del SECED. El nuevo alias surge de la siguiente manera: el equipo está reunido en la cafetería de la primera planta del hotel Cuzco de Madrid, que durante un tiempo fue un punto de encuentro entre agentes, cuando Agustín Tejedor comenta que hay que cambiarle el nombre de guerra a Lejarza. Para él, la clave Lobo está quemada. De repente, advierte que el salón donde se encuentran se llama «Pizarro» y dice: «Decidido: Mikel, a partir de ahora te llamarás Pizarro».

Junto a Tejedor y Mikel, hay otros tres hombres de la plana mayor de los servicios secretos, pero Lobo sólo conoce a su jefe, Agustín. Éste sigue hablando:

«¿Por qué no? Desde ahora te llamarás Pizarro y, en las siguientes operaciones, jugaremos con nombres de conquistadores, Colón, Cortés, etc.».

Mikel, que a partir de ese momento adopta el nombre de una cafetería, solicita al SECED un destino en el extranjero. Si ese destino coincide con París, mucho mejor, porque así estará más cerca de Maribel. Pero la capital francesa, como el resto de las capitales europeas, tiene muchos pretendientes, y de mayor rango militar que él. Finalmente consigue un destino fuera de la Península, pero en Canarias.

Pizarro inicia así una nueva etapa en Fuerteventura, donde comienza a marcar el paso en el destacamento que la Legión tiene en aquella isla. Entretanto, en la Península las tramas negras siguen sembrando el terror: el 25 de enero de 1977, un grupo de ultraderechistas entra en el despacho laboralista que Comisiones Obreras tiene en la calle Atocha de Madrid y se lía a tiros contra los abogados que participan en una reunión sobre la huelga del transporte. Mueren cinco personas y se produce tal consternación que hasta el cardenal-arzobispo de Madrid, monseñor Enrique Tarancón, condena el atentado con una nota oficial.

Poco después, el 11 de febrero, la Guardia Civil libera a Antonio María de Oriol y Urquijo, que permanecía secuestrado por los GRAPO desde hacía dos meses. El profesor Tierno Galván, entonces líder del Partido Socialista Popular (PSP), hace unas declaraciones al respecto: «Este secuestro me resulta difícil atribuirlo a una izquierda responsable e impregnada de convicciones».

La propia Policía llega a sospechar que el presidente del Consejo de Estado puede haber estado en manos de un grupo de extrema derecha liderado por el neofascista italiano Steffano Della Chiaie, que había estado envuelto en los sucesos de Montejurra-76. [61]

Pizarro está perfectamente integrado en los lejías, denominación que se da popularmente a los soldados de la Legión. Traba gran amistad con Henry, un francés que había llegado hasta Fuerteventura huyendo de una turbia historia que había tenido en Marsella, y con un melillense de origen judío, apellidado Salama.

En sus primeros días de estancia en la Legión, Pizarro sufre en sus propias carnes el «saco de castigo», que los lejías llaman el hacho. Consiste en un saco lleno de piedras o arena, de unos veinticinco kilos, que le colocan a uno en la espalda y con él hay que ir a todas partes. Como pesa una barbaridad, el soldado castigado termina arrastrándose por el suelo. No obstante, Mikel tiene claro que pocas veces más le van a colocar el saco en la espalda.

Pizarro, que ha firmado por cinco años en la Legión, sólo va a cumplir tres meses. El plan orquestado desde Madrid, denominado Operación Lejía, supera las dos primeras fases: introducción y contacto. Ahora llega la tercera: deserción. Y para ejecutarla, Mikel embauca y engaña a Henry y Salama. De noche abandonan el cuartel de Fuerteventura. Todo el equipaje que llevan los desertores es un macuto con tres prendas civiles para poder cambiarse y no llamar la atención entre la población con su ropa verde de faena. También tienen algún dinero para los imprevistos que vayan surgiendo en la aventura que les espera.

El trío de desertores llega hasta el puerto de Las Palmas el 28 de marzo, un día después del accidente del aeropuerto de los Rodeos, en Tenerife, donde chocan dos aviones Jumbo, uno de la Pan Am y otro de KLM. En la catástrofe fallecen calcinados 562 pasajeros y logran salvarse setenta. La confusión y tensión es total y los tres lejías aprovechan el momento para salir de Canarias con la ayuda de un barco de pesca, a cuyo patrón le pagan quince mil pesetas cada uno. El pesquero pone rumbo hacia la costa marroquí, adonde llegan al día siguiente.

CUBILLO, PRINCIPAL OBJETIVO

Los tres desembarcan en una playa de Tan-Tan, muy cerca de la frontera con el ya ex Sahara español. Desde allí, según las órdenes recibidas, parten hacia territorio argelino, donde tienen que solicitar asilo político. Son desertores del Ejército español.

Los compañeros de Pizarro son aguerridos soldados que conocen el territorio y la dureza del desierto. Los dos han vivido en Marruecos y Argelia durante su juventud y dominan el español, el francés y algo de árabe. Llevan más de dos años en la Legión y se consideran muy listos, pero no tienen idea de que ahora son dos simples peones de un tablero de ajedrez donde se está jugando una partida muy complicada y sofisticada.

La verdadera misión de Pizarro consiste en introducirse en Argelia como refugiado político para, una vez en Argel, contactar con los círculos políticos del canario Antonio Cubillo, el dirigente del MPAIAC (Movimiento para la Autodeterminación y la Independencia del Archipiélago Canario). Cubillo vive exiliado en la capital argelina y, con el apoyo económico y político del Gobierno del país magrebí, transmite sus consignas de independencia a través de las ondas de Radio Argel.

Una vez en territorio marroquí, Pizarro, en compañía de Henry y Salama, tiene que llegar hasta Argelia sin ningún tipo de ayuda ni cobertura del servicio. Atraviesan Marruecos, unos quinientos kilómetros, con la ayuda de un ciudadano marroquí al que entregan una fuerte suma de dinero. Este los conduce en una especie de furgoneta destartalada hasta cerca de Tindouf, ya en territorio argelino. Allí, repiten la operación y otro magrebí los lleva hasta Figuig, a medio camino de Argel y junto a la frontera marroquí. Tardan cuatro días y tres noches en llegar a Figuig donde, como había previsto el plan del SECED, los policías argelinos los detienen.

La detención de Pizarro por parte de los argelinos es una de las piezas fundamentales dentro de la Operación Lejía. Es la única forma, teórica y práctica, de poder llegar hasta el objetivo: Antonio Cubillo.

Pero los acontecimientos se tuercen. Pizarro, Henry y Salama son encerrados individualmente en tres chabolas construidas con adobe. Argelia, que es independiente desde 1962, es un Estado socialista con partido único que mantiene fuertes enfrentamientos fronterizos con su vecino, Marruecos. De vez en cuando, los marroquíes realizan incursiones aéreas en territorio argelino. Da la casualidad que uno de los bombardeos coincide con la detención de los tres desertores. A consecuencia de la acción de las tropas marroquíes, las calles de Figuig se convierten en un hervidero de gente que va de un lado a otro.

De repente, se produce un tumulto junto al lugar en que están encerrados los desertores y se escuchan varios disparos. Por un momento los legionarios creen erróneamente que vienen por ellos. No se lo piensan dos veces y se escapan.

Mikel está confuso. No sabe cómo reaccionar frente a esa situación imprevista. Cree que ha llegado su final. Lo que no habían podido hacer los berezis de ETA, van a lograrlo ahora unos desarrapados. Piensa que va a morir, pero no está por esa labor. Así que aprovecha un descuido de los centinelas, trepa hasta lo alto de la cárcel, que no tiene techo, y desde arriba se abalanza sobre el guardia que custodia la entrada. Le propina un golpe de kárate en la columna y cae fulminado al suelo. Lo zarandea, pero no reacciona. Está muerto.

Pizarro no mira hacia atrás para saber dónde están sus compinches de deserción. Sólo piensa en él, y sirviéndose de la ametralladora que sustrae al guardia de la prisión, roba una furgoneta y se dirige de nuevo hacía Marruecos, cuya frontera está a unos diez kilómetros. Con un muerto a sus espaldas ya no tiene nada que hacer en Argelia. Cruza Marruecos y emprende el camino de vuelta por el mismo lugar que ha venido.

Pizarro no vuelve a ver más a sus compañeros de fuga, Henry y Salama. No sabe qué suerte les ha deparado (también logran escapar en medio de la confusión, pero hacia otro destino).

Una vez en territorio marroquí, Mikel Lejarza, alias Pizarro, llega hasta la localidad de Bouarfa. Y allí vuelta a empezar: Agadir, Sidi-Ifni, Guelmine y Tan-Tan. Tarda una semana en llegar al puerto de Tan-Tan y no tiene un céntimo. Se ve obligado a pagar su viaje de vuelta a Las Palmas con una cadena de oro y lo poco de valor que lleva encima. Un barco pesquero lo traslada a Gran Canaria. La aventura dura, desde que deserta en Fuerteventura, unos veinticinco días.

Al llegar a la isla de Gran Canaria, desde el mismo puerto pesquero, Mikel contacta con la estación del SECED en Las Palmas. Sus compañeros le facilitan alojamiento, dinero, ropa y un billete para que regrese a Madrid, donde lo esperan sus jefes.

Cuando Pizarro aterriza en el aeropuerto de Barajas, el PCE ya está legalizado y han vuelto del exilio Rafael Alberti, Dolores Ibárruri, la Pasionaria, Victoria Kent, directora de prisiones durante la República, y el lehendakari vasco Jesús María de Leizaola.

La Operación Lejía fracasa, pero los propósitos de un sector de los servicios secretos siguen en pie: eliminar físicamente a Antonio Cubillo, dirigente del MPAIAC, que todas las noches desde Radio Argel lanza sus proclamas de independencia para el archipiélago canario.

LOS SERVICIOS ARGELINOS ESTABAN INFORMADOS

Un año más tarde, el 5 de abril, los hombres del SECED vuelven a intentarlo. En esta ocasión consiguen llegar hasta el dirigente del MPAIAC a través de José Luis Espinosa, un antiguo dirigente del sindicato UGT y ex militante del PSOE, que trabaja de infiltrado para el comisario Roberto Conesa, jefe de la Brigada Central de Información de la Policía.

Espinosa contrata en Francia a dos mercenarios, Juan Antonio Alfonso González y José Luis Cortés Rodríguez, antiguos militantes del FRAP, para atentar contra Antonio Cubillo en Argel. El atentado se produce el 5 de abril de 1978 a las 20.30 horas, junto a la residencia de Cubillo en Argel. El ex paracaidista Alfonso González asesta al dirigente canario una puñalada en el vientre con un cuchillo de pesca submarina y después lo remata por la espalda. Cubillo salva milagrosamente la vida y queda parapléjico de cintura para abajo. Los autores materiales son detenidos en Argelia y Espinosa logra huir a España.

En agosto de 1990 el diario El País publica una información en la que se afirma que Argelia pudo haber evitado el atentado a Cubillo: «Seis horas antes de cometerse el atentado y desde la embajada de aquel país en Madrid, un agente de sus servicios secretos envió un télex al Gobierno argelino, pero la información no llegó a tiempo al presidente, Huari Bumedian, y el propio ministro de Exteriores, Buteflika, se lamentó después de la descoordinación de sus servicios».

Junto a esta información, y en la misma crónica del periódico, aparece otra en la que indirectamente se hace referencia a la Operación Lejía: «No era la primera vez que la vida de Cubillo corría peligro. Un año antes otro télex similar sí surtió efecto y el comando que pretendía matarle no pudo localizarle en su escondite. Era un grupo de legionarios que se desplazó a Argelia para eliminarme, declaró el independentista canario. Al segundo intento, el 5 de abril de 1978, dos matones dejaban herido de muerte al incómodo abogado tinerfeño, exiliado desde hace quince años en Argelia».

La crónica del periodista canario Carmelo Martín está escrita después de la sentencia que la Audiencia Nacional dicta en julio de 1990 contra el espía José Luis Espinosa, a quien

condena a veinte años de reclusión menor como inductor del asesinato frustrado contra Antonio Cubillo. En la misma sentencia se recoge que el tribunal ordena una investigación inmediata sobre la responsabilidad en el atentado de los servicios secretos de la policía española del gobierno de UCD, presidido por Adolfo Suárez y cuyo ministro de Interior es Rodolfo Martín Villa. Se da la circunstancia de que el ponente del tribunal sentenciador es el magistrado Javier Gómez de Liaño.

Es decir, que el propio Cubillo [62] y los servicios secretos argelinos confirman la existencia de otra operación contra el dirigente canario un año antes y a cargo de un comando de legionarios. Lo que no sabían los argelinos, Cubillo y la Audiencia Nacional es que ese grupo de mercenarios estaba dirigido por Mikel Lejarza Eguía, el hombre que desmanteló en 1975 a ETA-pm y que la acción recibió el nombre de Operación Lejía. [63]

A pesar del fracaso de la acción contra el líder del MPAIAC, Mikel Lejarza, según criterio del servicio, merece unas buenas vacaciones, por lo que se retira a su casa de Torrelodones, en Madrid. Desde allí, y con la compañía de su amiga Maribel, va a vivir los nuevos acontecimientos que se avecinan para España:

ETA secuestra y asesina a José Ybarra (8 de mayo-22 de junio); la Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista), una organización de extrema derecha, atenta y mata al empresario catalán José María Bulto (9 de mayo); el 27 de mayo donjuán de Borbón y Battenberg, padre del Rey, renuncia a todos los derechos que tenía sobre la Corona; y por último, el 15 de junio de 1977, se celebran las elecciones generales.

La actividad de esa mano negra que está presente durante los primeros años de la transición es total y sigue creando inestabilidad. Parece como si todos los grupos de extrema derecha y extrema izquierda se hubieran puesto de acuerdo para que la transición no se consume.

Lobo. Un topo en las entrañas de ETA
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