Me reí tan fuerte que la leche me salió por la nariz
Me sentía tan culpable que decidí que había llegado el momento de pasar más tiempo con Mel. Como al día siguiente, viernes por la noche, Dan tenía un bolo en Northampton que le haría pasar la noche fuera, invité a Mel al piso, donde estaríamos solos. Limpié y ordené todo antes de que llegara y casi me pongo a cocinar, pero lo pensé mejor y al final me decidí por encargar comida china.
Nos bebimos un par de botellas de vino, comimos gambas en salsa de soja, vimos la tele y charlamos sobre cosas sin importancia. Mel se echó en el sofá dejando la cabeza en mi regazo y, mientas le acariciaba el cabello de la nuca con las yemas de los dedos, me di cuenta de repente que esta escena íntima y doméstica podría ser una instantánea de cómo serían las cosas en el futuro. «Esto es bonito -pensé-, es… cómodo.» Entonces me vino a la cabeza que aunque me gustaba la comodidad, mi necesidad de ser honesto con Mel era aún mayor.
Aunque habían pasado unas veinticuatro horas de mi encuentro con Alexa, aún me sentía culpable. Aunque existía la posibilidad de que Mel, tras contarle lo sucedido, comprendiera que no tenía importancia, me veía forzado a aceptar que mi cosilla sin importancia corría el riesgo de parecerle a ella algo monstruosamente importante. Gravísimo. Capital. Pero aun así sentía la necesidad de confesárselo todo.
Hasta ese momento de mi vida, había tratado con Mel sobre la base de que ojos que no ven, corazón que no siente, y sin demasiados problemas me las había arreglado para reunir una bonita colección de, por así decirlo, esqueletos en el armario. No se agitaban demasiado y no me daban ningún problema en absoluto, pero desde la Proposición Mel había conseguido implantar en mí algo parecido a una conciencia y ahora no podía estar tranquilo. Me preguntaba si habría llegado la hora de sacar todos esos cadáveres del armario. Unos cuantos me vinieron al pensamiento inmediatamente y, mientras Mel echaba una cabezada, los saqué del almacén de mi cabeza y les eché un vistazo, exclusivamente para mi propio recreo.
El cadáver de transición
Hubo un breve período de transición de dos semanas entre que corté con mi última novia y comencé a salir con Mel. No lo considero un cadáver especialmente importante, porque su existencia se debe por completo al hecho de que soy un desastre con respecto a cortar con mis novias. Se llamaba Amanda. También se dedicaba a la comedia y la conocí en el festival de Edimburgo. Como ella vivía en Manchester solo nos veíamos los fines de semana, lo que me venía muy bien porque, aunque era divertida, desde luego no tenía fusta de novia formal.
Cuando llegó el momento, intenté decirle que entre nosotros todo había acabado de la única manera que pude: no la llamaba por teléfono y me mostraba huraño y hosco cada vez que ella venía a visitarme a Londres. Pero ella creyó que me estaba mostrando enigmático. Incluso le dije «Mira, Amanda, lo siento, pero se ha acabado. Estoy saliendo con otra persona». Y solo me sirvió para ser todavía más atractivo a sus ojos, al estilo de «es un reto».
Al final tuve que recurrir a las habilidades de Dan para cortar. Por supuesto, eso fue un error. Un gran error. Amanda se presentó un día en mi viejo piso de Wood Green y Dan, que la había visto desde la ventana, abrió la puerta con los ojos empapados de agua del grifo. Sirviéndose de sus mejores recursos como actor, gimoteó:
- ¡Amanda! ¿No lo sabes? Duffy murió la semana pasada en un accidente terrible. Había unos obreros reparando el ayuntamiento de Lambeth y cuando Duffy pasó por debajo le cayó encima un pedazo de pared y lo mató. Instantáneamente.
Ella le creyó, como le hubiera creído cualquiera (¿quién iba a inventarse una cosa así?), e incluso insistió en ir al funeral, pero Dan le dijo que era solo para familiares muy cercanos.
Debería haber sido perfecto. Yo habría quedado inmortalizado en la memoria de Amanda como el Novio Difícil Muerto. Habría olvidado todas las cosas malas de mí y se acordaría solo de las buenas. Pero, desgraciadamente, voy y me encuentro con ella tres semanas después en un club de Hoxton Square donde había ido con Mel a tomar una copa. Amanda no me dijo ni una sola palabra, pero su amenazante mirada lo dijo todo.
Mel se dio cuenta inmediatamente del odio en los ojos de Amanda y me preguntó quién era, así que le dije lo primero que se me pasó por la cabeza:
- Es una tía que me acosa. A veces nos pasa a los cómicos.
En mi defensa por la superposición de novias, debo decir que no lo considero como infidelidad porque en realidad estuve todo el rato tratando de Hacer Lo Correcto.
El cadáver desnudo
El año pasado le dije una verdad a medias a Mel cuando le conté que iría con Dan al Prince Charles a ver una reposición de Asesino implacable, cuando en realidad nos fuimos al Rising Moon, un bar de topless del West End. Todo fue idea de Dan. Se había obsesionado con un artículo que había leído en una revista para hombres, «101 cosas que debes hacer antes de cumplir los treinta». De las 101, Dan descubrió encantado que ya había hecho noventa y dos. De las que quedaban, dos eran ilegales, otra decidió que era inmoral y con sus limitados recursos financieros no estaba en situación de embarcarse en ninguna de las que quedaban excepto en la de ir a un bar de lapdancing. Los dos coincidimos en que esos bares eran tanto moralmente reprensibles como ridiculamente caros, así que transigimos y acordamos ir a un bar de topless.
Ninguno de los dos habíamos estado antes en un lugar como ese y una vez dentro no sabíamos qué hacer. Nos sentamos en una mesa en el rincón más oscuro del local y nos quedamos sentados durante horas hablando lo mínimo, fingiendo que todo aquello no estaba pasando en realidad. Al final una joven vestida solo con un tanga, generosamente dotada en la zona pectoral, se acercó a nosotros a tomarnos nota. Avergonzado como nunca en mi vida, fui incapaz de mirarle los pechos y como estaba demasiado apenado para mirarla a los ojos me pasé toda la conversación mirándole la nariz. Nuestra camarera en topless tenía más o menos nuestra edad. De hecho me recordaba a una compañera de universidad que se llamaba Karen Braithwaite. Tenía el mismo pelo rubio y la misma frente abultada que Karen, pero un cuerpo mucho más bonito, aunque técnicamente yo jamás había visto a Karen Braithwaite en tanga. Pensé en preguntarle si era Karen, pero enseguida se me ocurrió que si realmente era la misma persona este no sería el momento adecuado para que nos pusiéramos a hablar de los viejos tiempos. Pedí dos cervezas y ella desapareció, así que Dan y yo nos pusimos a mirar la sala.
El bar estaba lleno de solitarios hombres de negocios, tíos gordos tatuados con sus colegas gordos tatuados y grupos de tíos jóvenes decididos a pasar una noche de solo para hombres. Este deprimente panorama me devolvió la cordura al darme cuenta de tres cosas:
1. Era deprimente descubrir que podía tener algo en común con esa gente.
2. Nunca me había sentido tan incómodo en mi vida.
3. Nada de eso me producía algún tipo de placer.
Mientras Dan y yo sorbíamos nuestras cervezas en silencio, pensé en qué demonios hacíamos allí y traté de recordar la última vez que había pensado en alguien que no fuera Mel. Y no pude recordarlo. Fue un momento clave para mí. Como si me hubieran servido el sentido de la vida en bandeja. Mel era todo lo que yo quería.
El cadáver del carnicero artístico
Hace unos dos años y medio Mel y yo rompimos. Pasábamos una época muy mala, así que ella decidió cortar. Yo tuve una depresión monumental y durante una actuación conocí a una chica que confundió mi melancolía con sensibilidad. Supongo que teníamos bastante en común: los dos odiábamos nuestros trabajos (ella trabajaba en una carnicería, pero por la noche pintaba cuadros abstractos en su estudio de Clerkenwell) y a los dos nos habían dejado hacía muy poco. Traté de desanimarla hablándole de lo maravillosa que era mi ex novia, pero ella me dijo:
- No podíais ir tan en serio si ni siquiera estabais viviendo juntos.
Yo no tenía respuesta para eso. Le dije que no quería que pasara nada y también le dije que de ningún modo quería una relación: podíamos ser amigos y nada más.
Una tarde quedamos para tomar una copa al acabar el trabajo. Ella trató de besarme y falló. Más tarde fui yo el que traté de besarla y también fallé. Entonces, en algún momento alrededor de la medianoche, los dos intentamos besarnos y lo conseguimos y acabé pasando la noche en su casa. No sé por qué lo hice. Ni tan solo me gustaba. Y especialmente no sé por qué le dejé un mensaje al día siguiente en el contestador preguntándole si le gustaría ir al cine. Sentimiento de culpa, supongo. Pensaba que le debía algo. Pero fuera lo que fuese lo que yo le debía, obviamente ella no lo quería, porque nunca devolvió la llamada.
Mel y yo volvimos juntos una semana más tarde.
Fin de los cadáveres.
- ¿Hay alguien ahí?
Al oír la voz de Mel sacudí la cabeza para librarme de las telarañas de mis recuerdos. Había estado reflexionando sobre mis esqueletos con tanta intensidad que no me había dado cuenta de que se había despertado de su siesta. Ahora me estaba mirando intensamente y probablemente llevaba así un buen rato.
- ¿En qué estabas pensando? -me preguntó con curiosidad.
- Oh, en nada -dije, quitándole importancia-. ¿Qué hacen por la tele?
Mel se sentó y me abrazó, apretándose contra mí.
- No me digas que «nada», Benjamín Duffy. ¿En qué estabas pensando? Vamos, puedo adivinar cuando algo no va bien.
Era verdad. Mel era capaz de adivinar mis pensamientos, aparentemente incluso estando dormida. Mi rememoración de los esqueletos debía de haber alertado a su cuerpo dormido sobre los problemas que pasaban por mi mente. Resistirme sería inútil.
- Dime -exigió finalmente.
Deliberé sobre su petición y decidí no complacerla. Llevábamos juntos cuatro años. Teníamos planeado casarnos. Ahora no era el momento adecuado para que nos comenzáramos a explicar la Verdad.
- De verdad que no es nada -probé a decir-. Estoy bien.
- Dímelo -intentó engatusarme, mirándome fijamente.
Revisé mi postura. En realidad no le estaba dando la menor oportunidad. Era injusto actuar como si ella fuera una masa de irracionalidad con patas que solo esperaba una excusa para explotar.
Respiré hondo.
- ¿Sabes que ayer noche hice un bolo?
- Me dijiste que había ido muy bien.
- Sí, sí, fue bien. Es solo que… bueno, después apareció esta chica… bueno, mujer, supongo… la que es amiga de Mark, la que necesita un cómico para su programa de televisión… bueno, ella… estaba allí. Resulta que es presentadora en la televisión.
- ¿Ah, sí? -dijo Mel inquisidoramente-. ¿Qué quería?
- Dijo que le había gustado mi actuación y me invitó a una audición para el programa de televisión en el que trabaja.
- ¿Y?
Sopesé en mi cabeza ese «y» de Mel. Hubiera sido mucho más sencillo si no hubiera habido lugar para un «y». Yo no quería que esta se convirtiera en una de esas situaciones en las que cinco minutos más tarde estaría deseando haber escogido la opción «tema peligroso: no tocar». Pero quería ser honesto con Mel. De hecho, sentía el impulso irresistible de ser honesto.
- Bueno, no estoy seguro si solo son imaginaciones mías, pero creo que esa chica estuvo flirteando conmigo.
- ¿Flirteando contigo?
- Y me pidió que saliéramos -espeté.
- ¿Y?
- Y nada -dije con confianza. Estaba orgulloso de mí mismo. Había resistido el envite.
- ¿Y por qué me estás contando todo esto?
- Por nada.
- Pero nunca me cuentas nada si no te lo saco con tenazas. ¿Qué tiene tan especial esta mujer? Aparte del hecho de salir en la televisión, claro.
- Nada -dije, tratando de disimular la preocupación que estaba trepando por mi voz bajo el disfraz de indiferencia masculina-. No tiene nada especial. Solo estaba hablando por hablar.
- ¿Por qué le gustas? Apenas te conoce.
- No lo sé.
- ¿Le hablaste de mí?
- Sí -asentí también con la cabeza.
- ¿Y por qué te pidió para salir?
- Ni idea -dije, encogiéndome inocentemente de hombros.
__¿La hiciste reír?
__No… sí… un poco.
__¿Cuántas veces?
- No me acuerdo.
- ¿Y es guapa?
Aquí tenía que actuar con extrema cautela. Demasiado atractiva y Mel se sentiría celosa. Demasiado fea y Mel pensaría que estaba mintiendo para ocultar que era la chica más caliente de la tele.
- Normal, en realidad. Estaba bien, supongo, si te gusta ese tipo de mujer.
- No pudo haber sido tan sosa si me estás hablando de ella ahora. Te sientes culpable, Duffy. ¿Qué más me estás ocultando?
- Nada -me tambaleaba. Estaba solo a unos segundos de confesar lo que fuera para evitar que continuase esta tortura-. ¡Solo hablaba por hablar! -protesté-. Estaba diciéndote todas esas cosas que pasan en mi vida que luego te quejas que nunca te cuento. Pero si vas a acusarme de cosas cada vez que te cuente lo que he estado haciendo no vamos a llegar muy lejos, ¿verdad?
Mel comenzó a reírse salvajemente.
- ¡Santo Dios! ¡Solo te estoy tomando el pelo, Duff! Lo sé todo sobre Alexa. Es una carta marcada, puedes estar seguro.
- ¿Lo sabes?
- Todo -dijo, reclinándose sobre el borde del sofá y removiendo el interior de su bolso-. A pesar de todo, te has olvidado un pequeño detalle.
- ¿Qué? -dije yo, a la defensiva.
- ¡Que es la chica más caliente de la tele! -dijo, blandiendo la revista para hombres en la que salían las fotos de Alexa-. Por lo visto te describió como «mono al estilo de niño-pequeño-perdido», pero le dijiste que no porque estarías en casa conmigo, tu novia, lo que, debo añadir, era la respuesta correcta.
- ¿Cómo sabes todo eso? -dije, intentando desesperadamente no mostrar ni asomo de alegría al saber que una persona tan fabulosamente preciosa como Alexa decía que yo era «mono».
Mel me dio un beso en la mejilla y se rió.
- ¡Yo lo veo todo! -se carcajeó-. La pura verdad es que Alexa llamó a Mark y luego Mark llamó a Julie y luego Julie me llamó un milisegundo después, probablemente añadiendo algo de su cosecha a la historia para hacerla más atractiva.
- ¿Así que yo no le gustaba?
- Oh, sí, sí le gustabas -dijo Mel de manera cómplice-. Julie no hubiera embellecido la historia con ese detalle precisamente
- Si lo sabías desde el principio, ¿por qué me has hecho pasar por todo esto?
- Llevo esperando toda la tarde a que me lo digas. Si tardas un poco más, reviento. -Examinó con detalle a la Alexa bidimensional que salía en la revista-. Reconozco que tiene una cara bonita y un buen par de melones, ¡pero tiene los dientes mal, su trasero es mucho más grande que el mío y la lencería verde no le sienta nada bien! -Se hizo un ovillo de la risa-. ¡La chica más caliente de la tele ha tratado de ligarse a mi novio! -Seguía ahogándose entre carcajadas, incapaz de recuperar la compostura-. Me gusta la idea de tener que luchar por ti. Te hace más… no sé… interesante. -Me besó y añadió-: Casi hace que parezcas sexy.
- ¿Casi?
- Casi -ronroneó.
- ¿Entonces, no estás enfadada?
- Por supuesto que no. Confío en ti plenamente.
La abracé y la besé con pasión. Al mirar sobre su hombro volvi a ponerme a pensar en los otros esqueletos en mi armario mental, pero decidí guardarlos para otra ocasión.
Más tarde, por la noche, aún seguía tumbado en el sofá con la tele encendida de fondo y con Mel tendida a mi lado con los ojos cerrados. Susurré su nombre para ver si estaba dormida. No lo estaba.
Abrió los ojos.
- Puedes darte la vuelta y ver Frasier -dijo, bostezando.
- No, no es eso -dije con tranquilidad-. Aún no lo entiendo. ¿Cómo es que Mark tenía una cinta con una de mis actuaciones para darle a Alexa?
- Yo se la di -confesó Mel tímidamente-. Sabía que tú acabarías por no enviarla. Lo siento, Duff. Soy una vieja metomentodo.
- No seas tonta -dije-. Tienes toda la razón: debería haber enviado esa cinta hace siglos. A veces no sé qué es lo que funciona mal en mí.
- Solo te entra un poco de miedo, eso es todo -me dio un beso medio dormida-. Quiero hacer todo lo posible para ayudarte. Crees que doy por seguro lo que haces, pero no es así. Sé que a veces crees que pienso que no eres gracioso, pero sí lo eres. Me haces reír todo el tiempo, aunque no siempre lo pretendas. Solo prométeme que cuando seamos viejos y arrugados me seguías haciendo reír hasta que la leche se me salga por la nariz.
La miré, intrigado.
- No te acuerdas, ¿verdad? El pasado verano. Estábamos en mi piso y me sentía muy deprimida por el trabajo. Estabas haciendo todo lo posible por animarme, pero no funcionaba porque yo estaba siendo una vieja cascarrabias, y luego, justo cuando yo estaba bebiendo un vaso de leche comenzaste a subir y bajar del sofá como un chimpancé mientras cantabas «New York, New York». Me reí tan fuerte que la leche me salió por la nariz.
- Lo intentaré -hice una pausa-. Mel, gracias por… ya sabes… por todo lo que has hecho por mí -las palabras me fallaban.
- No me des las gracias -sonrió-, ¡solo cómprame ese Ferrari
