Como aquel tío en Atrapado en el tiempo

Jenny y Lisa, dos amigas de la universidad de Meena, se ofrecieron para llevarnos a Dan y a mí en coche hasta el banquete. En el coche me preguntaron de qué la conocíamos y yo mentí y les dije que solíamos vivir en el piso encima del de Meena cuando ella vivía en Muswell Hill. Dan no estaba hablando de nada, y aunque yo intentaba compensar su parquedad soltando sin parar todo tipo de completas chorradas, pronto fue obvio para ellas que él estaba comportándose de un modo muy raro.

Cuando una inocente pregunta a Dan sobre lo que hacía para ganarse la vida fue recibida con absoluto silencio, la situación le molestó tanto a Lisa que hizo el siguiente comentario:

- No sé cuál es tu problema -le dijo a Dan cuando el coche frenó en un semáforo-, pero no hay ninguna necesidad de ser tan desagradable. La última vez que miré la lista de precios, los modales eran gratis.

Sin pausa para pensar, Dan abrió la puerta del coche y salió, dando un portazo tras de sí.

- Esto… ¿quieres que pare? -dijo Jenny, dirigiéndose agitadamente a mí, a punto de poner el intermitente. Ahora ya teníamos una larga fila de coches a ambos lados.

- No quería molestarle -se disculpó Lisa-. Es solo que estaba siendo tan raro. ¿No crees que deberías ir tras él?

- No -dije tranquilamente mientras miraba a Dan deambular entre las filas de coches hasta llegar al otro lado de la carretera-. No, no creo que deba ir tras él y no, no creo que debas parar.

Las dos me miraron como si estuvieran presenciando la peor traición de la amistad jamás cometida. Pero, en ese momento Dan no necesitaba ni mi opinión ni mi simpatía ni mi consuelo que es lo que estas dos desconocidas querían que le ofreciera. Lo que Dan necesitaba era estar solo.

- No os preocupéis por él -les expliqué-. Simplemente ha tenido un día un poco raro. Eso es todo.

El Rolls-Royce blanco que había llevado a la novia y el novio desde el juzgado al banquete en el hotel Piermont estaba rodeado por una banda de niños. Estaban señalando al chófer y gritándole al unísono «¡Chitty Chitty Bang Bang!». Ya llevaban haciéndolo unos cinco minutos y por la mirada que tenía el conductor, le habían llevado al punto en que estaba sopesando si valía la pena perder su trabajo para disfrutar la simple satisfacción de decirle a toda aquella panda que se fueran a la mierda. Los invitados paseaban por el jardín del hotel bebiendo refrescos, hablando con parientes y amigos a los que hacía siglos que no veían y, en general, preguntándose qué sería lo que vendría a continuación. Mientras tanto, un equipo profesional de fotógrafos de boda iba moviendo a Paul, Meena y sus familiares más cercanos por las instalaciones del hotel para poder darle luego a la pareja la correspondiente serie de fotos cursis.

Nada más llegar, Jenny y Lisa me habían dejado para mezclarse con el resto de los invitados. Me quedé solo en el vestíbulo del hotel y me entretuve observando la hiedra que, a modo de decoración, algún aficionado a la jardinería había hecho crecer alrededor de los marcos de las ventanas. Me estaba aburriendo como una ostra y, lo que es peor, tenía el aspecto de estar aburriéndome como una ostra. Algunos invitados se me acercaron para intentar entablar conversación conmigo. Charlé con la señora Kapur (la tía abuela de Meena) sobre las últimas tendencias en corbatas de caballero; con Samantha (la ex novia de un primo segundo del novio) sobre lo mucho que odiaba al primo segundo del novio; y con Lucy (una niña de seis años qué no tenía la menor idea de qué relación la unía con la novia o el novio) sobre lo que le regalarían para su cumpleaños, que era dentro de dos semanas. Gracias a Dios, al cabo de media hora se anunció que los invitados podían pasar al comedor. Ni loco me sentaría a una mesa con completos desconocidos para comer melón e intercambiar anécdotas de boda. Ya me había decidido a llamar a un taxi y tomar el tren de vuelta a Londres cuando vi a Dan acercarse.

- ¿Todo bien, colega? -le dije. Dan tenía un aspecto muy pensativo.

Asintió, sin sacar las manos de los bolsillos del pantalón.

- Sí, estoy bien.

- Sentémonos un minuto. -Le señalé un banco de madera junto al estanque del hotel-. Estos zapatos me están matando. -Dan asintió y juntos caminamos sobre el césped, haciendo crujir las caquitas de pato secas que plagaban el jardín.

- ¿Has venido caminando hasta aquí? -le pregunté mientras nos sentábamos.

- En taxi -dijo Dan. Se rascó vigorosamente el cogote-. Siento lo de… ya sabes.

- No te preocupes -le dije.

Nos quedamos allí sentados, sin movernos ni hablar, solo compartiendo el silencio: una gran y hueca pausa llena de vacío. Me había olvidado del esfuerzo constante que era tener que traducir a palabras la manera en que yo veía el mundo. Era maravilloso disfrutar un momento en que solo tenía que reclinarme en un banco, relajarme y no pensar en anda.

- ¿Duff? -dijo Dan, después de que hubiéramos compartido más de media hora de corte de comunicaciones.

- ¿Sí?

- ¿Amas a Mel?

Encendí un cigarrillo antes de contestar. Era una gran pregunta y el hecho de que fuera Dan quien me la había hecho la tornaba más grande todavía.

- Eso es muy profundo, ¿no? -me atasqué-. ¿Cómo es que me preguntas algo así?

Se encogió de hombros, reconociendo tanto que estaba esquivando la pregunta como que tenía derecho a hacerlo.

- Me preguntaba si haría las cosas de otra manera si alguien me diera una máquina del tiempo y una segunda oportunidad… -Le distrajo el ruido de un reactor de la RAF que pasaba sobre nosotros. Se detuvo y se quedó mirando al cielo-. Y sabes, no estoy seguro de que hiciera las cosas de un modo distinto. Es lo que pasa al mirar atrás: con el tiempo te olvidas de lo estúpido que fuiste en el pasado. He cometido los mismos errores una y otra vez. Como aquel tío en Atrapado en el tiempo. Solo que yo nunca aprendo. Saber qué es lo correcto no vale para nada si nunca te decides a hacerlo. Quiero decir que…

- Me imaginaba que estaríais aquí fuera -nos interrumpióuna voz femenina a nuestras espaldas. Parecía que últimamente todo el mundo se nos acercaba por la espalda.

Dan y yo nos volvimos a la vez para ver qué nuevo amigo o familiar de Meena había venido a amenazarnos con cosas terribles si estropeábamos la boda. Yo hubiera apostado por la dama de honor de Meena, porque durante la ceremonia me había fijado que tenía constitución de profesional de la lucha libre, pero no: era la novia en persona. Estaba allí de pie, con el vestido de boda pareciendo mucho más blanco que antes. De vez en cuando una ráfaga de viento levantaba las partes más ligeras de la tela, dándole una apariencia casi etérea.

- Hola, Dan. Hola, Duffy. ¿Cómo estáis vosotros dos?

- Bien, Meena -dije, muy nervioso. Me levanté, preparándome para emprender una acción evasiva. Esto estaba a punto de convertirse en una escena, y yo no quería estar allí cuando pasase-. Creo que será mejor que os deje solos. Debéis tener mucho de que hablar y yo solo sería un estorbo.

- No -dijo Dan con firmeza-. Creo que tienes que quedarte, Duff. Necesitas oír esto más que cualquier otro. -Se acercó a Meena y le dio un suave beso en la mejilla-. Enhorabuena -dijo con calidez-. Ha sido una de las mejores bodas en las que he estado.

- Gracias -dijo Meena-. Estoy… contenta de que hayáis podido venir.

- No nos lo hubiéramos perdido por nada del mundo.

- No habéis estado en el convite, ¿verdad?

- No -se disculpó Dan-. Fue culpa mía. Estuve paseando un poco por Nottingham y se me fue la hora.

- Aún queda comida, si queréis -dijo señalando hacia el hotel-. Hay toneladas de comida por ahí. Si no os apetece ahora, siempre podéis esperar hasta la merienda.

- ¿Vais a traer un discjockey? -preguntó Dan, sonriendo.

- No -se rió Meena-. Los padres de Paul han alquilado una banda de música llamada los No Tops. Tocan un poco de todo, pero son especialistas en los éxitos de la Motown de los sesenta.

- Así que no hay discjockey -dijo Dan, con un deje de sarcasmo amable-. ¿No pondréis Come on, Eileen? ¿Ni Three Times a Lady? ¿Ni siquiera Birdie Song?

Meena se rió y le sostuvo la mirada a Dan un poco más de lo apropiado para una mujer que acababa de casarse.

- Así que, ¿qué se siente al estar casada? -preguntó Dan-. ¿Te notas diferente?

- Pues no sé -reflexionó ella-. No me siento diferente, al menos no aún.

- ¿Te acuerdas de aquella boda a la que fuimos? -dijo Dan-. Aquella de uno de tus compañeros del primer teatro en que trabajaste, ¿cómo se llamaba…? Lynne Hodges, creo… Y hubo aquella pelea enorme entre el padrino y su suegro -se detuvo, un poco confundido, como si hubiera perdido el hilo de lo que iba a decir-. ¿Tú crees que nuestra boda hubiera sido como esta? No puedo dejar de pensar que hubiera sido diferente. Al menos creo que no hubiera habido tantos invitados. Mi familia no es ni de lejos tan grande como la tuya. Mi madre…

- No sigas, Dan -interrumpió Meena-. No hagas como si fuéramos viejos amigos. No finjas que solo eres otro invitado deseándome lo mejor. Sé honesto. Al menos eso es algo que aún puedes hacer por mí.

- Lo siento mucho, lo sabes -dijo Dan.

- ¿El qué?

- Todo. Sé que lo he hecho todo mal. No puedo creer que te dejase escapar. Te amé cuando vivíamos juntos y creo que aún te amo ahora. Ojalá hubiera tenido el valor de decirte todo esto ayer. O esta misma tarde. Cuando el oficial dijo «¿Conoce alguien algún motivo por el cual estas dos personas no deberían casarse?», estuve a punto de decir todo lo que sentía. -Mirándola directamente a los ojos, le hizo una pregunta que jamás le hubiera creído capaz de formular-. Si hubiera hablado -dijo-, ¿te habrías casado con él?

Ella hizo una pausa antes de contestar.

- Ahora nunca lo sabremos, ¿no crees? -Apartó la vista para que no viéramos cómo una lágrima le resbalaba por la mejilla. La secó con la mano, dejando una línea oscura de maquillaje sobre el labio-. Dan, después de hoy no quiero verte nunca más.

- Lo sé -dijo él-. Por eso me invitaste y por eso he venido: a decir adiós.

Meena me miró por primera vez desde que había dicho hola. Me sentía incómodo estando allí. Me sentía incómodo por haber presenciado lo que eran unos momentos tan íntimos. Me sentía incómodo por ser yo.

- ¿Tienes un cigarrillo?-me preguntó. Le di el que acababa de encender para mí. Le dio unas caladas muy profundas, como si necesitara más la nicotina que el aire, lo tiró al suelo y se alejó sin decir una sola palabra más.

Dan no se movió. Se quedó quieto mirándola alejarse.

- Vamos, Dan, llamemos a un taxi y vamonos a casa -dije, escarbándome los bolsillos en busca de cambio para el teléfono-. Ya has hecho lo que viniste a hacer. Creo que lo mejor que podemos hacer ahora es irnos. Incluso tú debes haber tenido más que suficiente a estas alturas.

- Aún no podemos irnos -dijo Dan, como en trance.

- ¿Por qué no?

- Porque Mel está aquí. -Señaló hacia el vestíbulo del hotel, donde Mel y Julie estaba saliendo de un taxi.

- No puedo creerlo -suspiré.

- ¿Qué está haciendo aquí? -preguntó Dan.

- Meena nos invitó a los dos hace siglos, justo cuando acabábamos de romper. Le dije a Mel que no vendría, así que obviamente creyó que estaría a favor si venía a desearle lo mejor a Meena.

- ¿Es que no vas a hablar con ella?

Esa era una buena pregunta. Después de todo lo que había pasado hoy, yo no estaba de humor para hablar por hablar. Seguro que Julie conseguía hacerme enfadar, y lo último que necesitaba entonces era empezar una pelea, y ciertamente no quería hacerlo frente a un millón de invitados a una boda. «No -decidí-, este va a ser el momento en que por fin escoja la opción “tema peligroso: no tocar”.»

- ¿Por qué no nos vamos -dije rápidamente- antes de que el día se vuelva aún peor? Porque si nos quedamos, se volverá peor. Puedo sentirlo.

- Antes -dijo Dan, dedicándome la misma mirada inquisitiva que le había dedicado a Meena-, cuando te pregunté si aún amabas a Mel no me dijiste nada.

- Lo sé -admití con reticencias-, ¿y qué?

- Y bien, ¿la amas?

Asentí.

- ¿Y no piensas hacer nada al respecto?

- Mira, Dan, ¿por qué no dejamos el tema? -dije, enfadándome con él como no me había enfadado nunca-. Ya sabes el motivo. Te lo dije a ti y se lo he dicho a Vernie y a Charlie un millón de veces. Mel cree que solo quiero estar con ella porque está embarazada. Es ella la que no quiere que estemos juntos.

- ¡Cálmate! -dijo Dan-. No te estoy atacando, Duff.

- Mira, lo siento, compañero -me disculpé-. Sé que solo estás intentando ayudarme, pero esto ya no va solo de mí. Tengo que pensar en Mel y en el bebé. Le he causado a Mel muchos problemas en el pasado y ahora no hay forma de que pueda convencerla de que esta vez va a ser diferente. Es mi maldita mala suerte.

- No -dijo Dan muy serio-. No lo es. Bueno, al menos no tiene por qué ser así. Oye, ya has visto lo que me ha pasado a mí hoy. No puedo quedarme quieto y ver cómo a ti te pasa lo mismo. Ella te quiere, Duff. Y tú lo sabes tan bien como yo. Vosotros dos, por extraño que parezca, estáis hechos el uno para el otro. Tienes que hacer que ella lo comprenda.

- ¿Cómo? Lo he intentado todo. No consigo que me escuche.

- Mira -dijo Dan-, no había ninguna garantía de que si yo hubiera hablado hoy durante la boda, Meena hubiera cambiado de opinión y no se habría casado. De hecho, estoy bastante seguro de que se habría casado de todas maneras. Pero al menos yo habría hecho todo lo posible. Y eso es lo que no me deja vivir, Duffy: que no hice todo lo posible. Es lo mismo que el día en que se marchó. Sabía que podía haberla convencido de que no lo hiciera, sabía que podía haberla convencido de que se quedase, pero era más fácil dejarla marchar. Si crees en algo, Duff, no puedes dejarlo escapar sin luchar por ella. No puedes.

«El Hotel Piermont les da la bienvenida a la Suite Halcyon, para la fiesta de la boda de Paul y Meena Amos-Midford», decía el cartel a la entrada de la sala principal del hotel. Una vez dentro intenté divisar a Mel entre la multitud, pero no pude encontrarla. Al final la vi sentada a una mesa en la esquina más apartada de la sala. Parece extraño, pero en ese mismo momento miró hacia arriba, me vio y sonrió.

Yo estaba a medio camino, a menos de diez metros de ella -a menos de diez metros de pedirle que se casara conmigo-, cuando el padrino comenzó a golpear su copa de vino con una cucharilla para que todos le prestasen atención. Anunció que había llegado el momento de los discursos. Yo no quería detenerme, pero sabía que si continuaba hacia Mel, todos en la sala se me quedarían mirando. Así que, con el pulso disparado e incapaz de concentrarme en nada, me senté y esperé.

- Hola de nuevo, joven -dijo una voz a mi lado. Era la Señora Naranja sosteniendo una gran copa de vino-. ¿Dónde está su amigo?-susurró muy alto.

- Está afuera -le expliqué-. No le gustan los discursos.

- Ni a mí tampoco -dijo la Señora Naranja, y añadió-: ¿Sabe que esta es mi cuarta copa de vino? -Se inclinó hacia mí, tambaleándose, hasta que casi nos tocábamos con la punta de la nariz, y me susurró, lo bastante alto para que todos los de las mesas cercanas lo oyeran-. ¡Y es muy bueno, pero creo que se me ha subido a la cabeza!

El discurso del padrino estaba plagado de chistes sobre las ex novias de Paul, sobre sus habilidades actorales y sobre sus costumbres. El padre de Meena debía de creer que ese tipo era graciosísimo y no paraba de darle golpecitos en la espalda a Paul. El discurso del novio fue aún peor. Divagó sobre lo maravillosa que era su nueva familia. No había ni rastro de amor, solo palmaditas en la espalda que no venían a cuento. Acabó proponiendo un brindis por la nueva señora Amos-Midford, y todos en la sala levantaron las copas. Hubo un enorme aplauso y aparecieron los camareros para llenar las copas con champán. La banda empezó a tocar una versión demasiado acelerada de I’ve Got You under my Skin. Paul y Meena salieron al centro de la sala y comenzaron el primer baile, girando y girando como si acabaran de salir de alguna fiesta de los años treinta. Durante todo el rato, Mel no me había sacado los ojos de encima.

Sorteando a los fotógrafos y a un hombre armado con una videocámara, conseguí llegar a la mesa de Mel.

- Hola -dije sonriendo. Estaba preciosa. Más que nunca. Se había vuelto a cambiar el peinado y ahora lo llevaba corto y desordenado de una forma tan atractiva que sería el sueño de Meg Ryan.

- Hola, Duff -dijo, levantándose a abrazarme-. ¿Cómo estás? ¿Cómo te fue en París?

- Bien -mentí-. ¿Y tú? ¿Cómo te va todo? -Quería preguntarle por el bebé, pero no quería sacar el tema en un lugar tan poco discreto.

- Bien -contestó. Obviamente aún podía leerme los pensamientos cuando quería, porque entonces se miró al estómago y añadió-: Por aquí también va todo bien. No hay de qué preocuparse.

- Me alegro.

Silencio.

- ¿No estabas con Julie? ¿Por dónde anda?

- Se ha ido un momento al baño -dijo Mel muy rápido. Sé que estaba mintiendo, pues no paraba de jugar con su pelo. Siempre hacía eso cuando mentía. Creí que eso era buena señal: obviamente, Julie había desaparecido con el único propósito de que Mel y yo pudiéramos hablar.

- Habrá ido a buscar más víctimas que convertir en vampiros…

- No empieces, Duffy -me regañó Mel con severidad-. Julie… bueno, Julie no está pasando un buen momento.

¿Qué le podía haber pasado a la poderosa Julie? ¿Se habría acabado el poleo-menta en su tienda favorita? ¿Habría explotado su aspiradora último modelo? O, peor aún, ¿habría descubierto que ella y Mark jamás podrían permitirse vivir en su amado Notting Hill Gate? Por supuesto, no hice ninguna de estas preguntas, porque no parecía justo meterse con Julie sin que ella estuviera presente.

- ¿Qué le pasa? -pregunté-. Espero que no sea algo muy malo.

- No puedo decírtelo, Duffy. Al menos, no todavía -se detuvo-. Tengo algunas noticias, pero puede que no te gusten. Iba a llamarte, pero ya que estás aquí más vale que te lo diga en persona. Le he contado a mis jefes en el trabajo que estoy embarazada y que quería marcharme y me han hecho una oferta para que me quede.

- Me alegro -dije-. Es decir, si eso es lo que quieres.

Sonrió.

- Lo es… Bueno, al menos creo que lo es. La empresa acaba de comprar un grupo de emisoras de radio en el norte y estaré allí supervisando la reestructuración de los departamentos comerciales. Es solo un proyecto temporal, de unos tres meses, pero es un paso hacia la alta dirección y si lo hago bien puede que en un futuro me ayude.

- Suena muy bien. ¿Cuál es el problema?

- Es fuera de Londres. Tengo que pasarme de lunes a viernes allí arriba y volar de vuelta a Londres los fines de semana.

- Mel -dije un poco nervioso-. Estás siendo ambigua a propósito. ¿De dónde en el norte estamos hablando?

- Glasgow.

No dije nada. No podía decir nada. Podía sentir cómo una de mis largas pausas estaba a punto de hacer su aparición hasta que, de repente, no sé de dónde, las palabras vinieron a rescatarme.

- No vayas -dije tan bajo que casi ni yo mismo me oí.

- ¿Qué?

- No vayas. No quiero que vayas, Mel. Quédate en Londres y cásate conmigo. Te echo de menos. Sea lo que sea lo que te hace diferente de todas las otras mujeres que he conocido y conoceré en mi vida, eso que te hace ser Mel, lo echo de menos más que ninguna otra cosa. Solo han pasado cuatro meses desde que rompimos por primera vez y me han pasado muchas cosas que tengo que contarte… -Tropecé con las palabras intentando encontrar las que me sirvieran para decir exactamente lo que sentía-. El motivo por el que no quería casarme contigo cuando me lo pediste es que me faltaba fe en mí mismo. Creía que en cuanto nos casáramos me iba a sentir atrapado. No podía meterme en la cabeza que el matrimonio no era una conspiración para acabar con mi independencia. Tú lo sabes, y por eso tú rompiste el compromiso, porque no querías forzarme a hacer nada de lo que luego fuera a arrepentirme. Pues bien, de lo único que me arrepiento es de no haberme casado contigo. Me arrepiento de no ser capaz de recuperar el tiempo que hemos pasado separados. Te prometo que no ha sido el bebé lo que me ha hecho cambiar de opinión. Yo mismo me di cuenta de lo que quería. Quiero casarme contigo porque ahora puedo ver que los beneficios superan con mucho a las desventajas. No, no quiero decir eso, lo que quiero decir es que… es que…

- Creo que lo que estás intentando decir es que ya no te da miedo -dijo Mel suavemente.

- Exacto. No tengo miedo. Bueno, quizá aún estoy un poco nervioso, pero no va a pasar nada. No tengo miedo de dormir con la misma persona durante el resto de mi vida, de hecho, lo estoy deseando. Admito que aún me siento un poco inseguro sobre ir a IKEA, pero eso es algo que podemos arreglar sobre la marcha. Lo más importante es que ya no tengo miedo de dejar de amarte… ni de que tú dejes de quererme a mí. Quiero comprometerme… Estoy comprometido contigo, porque, sin ti, nada tiene sentido. Sin ti, ni siquiera soy yo mismo. Sin ti, no soy nada.

Y eso era todo. Ese era mi gran discurso. Había dado todo lo que tenía dentro y ahora realmente solo dependía de ella. Le miré la cara en busca de alguna pista sobre su estado de ánimo, a ver si había conseguido convencerla por fin de que podía creer en mí. Tenía una expresión que yo no podía explicar, pero que me dio la impresión de que había logrado romper la barrera que se había creado entre nosotros dos. Ahora apenas estábamos a unos centímetros de distancia.

Sin decir una palabra, me tomó las manos, las apretó fuerte y me miró directamente a los ojos, buscando allí las respuestas a todo lo que quería preguntar. Entonces comenzó a llorar.

- Quiero creerte, Duffy -sollozó-. De verdad que lo que más deseo es creerte. Te miro y oigo las cosas maravillosas que dices y casi me dejo llevar, Duff. Pero casi ya no es suficiente. ¿Cómo puedo saber que realmente estás convencido de lo que dices? ¿Cómo puedo saber si aquellas viejas dudas no te van a volver?

- No lo entiendo. Siempre presumes de lo bien que me conoces. De que me conoces mejor de que me conozco yo mismo. Y es verdad. Eres la persona que mejor me conoce del mundo. ¿Por qué entonces no puedes ver que te estoy diciendo la verdad cuando te digo que quiero casarme contigo? ¿Por qué no puedes leerme los pensamientos?

Ahora las lágrimas le caían a raudales y nos habíamos convertido en la principal atracción de esa esquina de sala. No me importaba. Solo tenía ojos para ella.

- Precisamente de eso se trata -sollozó-. Ya no confío en mí misma. No confío en mí para tomar una decisión que tendrá consecuencias no solo en mi vida y en la tuya, sino también en la vida de nuestro bebé. No puedo saber lo que estás pensando porque ni siquiera sé lo que estoy pensando yo. Y eso me asusta. Te quiero, Duffy, pero estoy demasiado asustada como para jugármelo todo sin estar segura.

Yo no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Se suponía que esto iba a ser nuestro final feliz, el último giro de la comedia romántica, el momento en que el chico consigue a la chica, pero, de alguna forma, se había convertido en Pesadilla en Elm Street.

- Sé que tengo que tomar una decisión en un sentido u otro -continuó-. No podemos seguir así. Sé que estoy siendo egoísta, pero no puedo tomar esa decisión ahora, así qué te pido más tiempo, tiempo para pensar las cosas y poner en orden mi cabeza -se inclinó y me besó-. Mi nuevo trabajo empieza el lunes. Estaré en Glasgow toda la semana pero volveré a Londres el viernes por la noche y te prometo que para entonces ya tendré una respuesta.