¿Y tu plan es…?

- Duffy, soy Mel.

- Hola -dije cautelosamente. Habían pasado dos semanas desde que la había oído por última vez-. ¿Cuándo has vuelto de la Toscana?

- Hace media hora.

- ¿Cómo ha ido… las vacaciones, quiero decir?

- Ha estado bien -dijo quitándole importancia-. No creo que la comida estuviera al nivel. Me pasé todo el tiempo enferma.

¿Era demasiado pedir que Rob1 hubiera estado enfermo también? Un toque de gastroenteritis. Una pizca de disentería. Un poquito de beriberi.

- ¿A Rob también le sentó mal?

- Al final no pudo venir. Le surgió algo en el trabajo.

¡Excelente! Mejor que estar enfermo: penalizado por exceso de trabajo.

- Siento oír eso -dije áridamente.

- Sí, seguro que sí -dijo sardónicamente Mel-. Pero todo eso no tiene nada que ver con el motivo por el que te llamo. He estado pensando mucho en lo que dijiste la última vez que nos vimos. Tenías razón: creo que yo me sentía celosa de lo tuyo con Alexa. No hice bien en invitarte a mi casa y dejar que pasase lo que pasó. Supongo que solo quería saber si aún me deseabas y, si eres sincero, tú querías saber exactamente lo mismo de mí. Tienes que admitirlo, Duff.

- No, de ninguna manera.

- Por supuesto que sí -insistió, reflejando una ausencia total de dudas en su tono de voz-. No olvides lo bien que te conozco.

- De acuerdo, tienes razón -admití al final-. Pero ¿adonde nos lleva eso? Tú aún sientes algo por mí. Yo aún siento algo por ti. Tú quieres una cosa. Yo quiero otra distinta, y para rematarlo los dos estamos viendo a otras personas.

- Tal como yo lo veo -dijo Mel con autoridad, dejando claro que había pensado profundamente sobre el tema-, tenemos que enfrentarnos al hecho de que, por irracional que parezca, aún significamos mucho el uno para el otro pero queremos cosas distintas en la vida. Estuvimos juntos mucho tiempo, y ese tipo de sentimientos no es algo que desaparece así como así. No hay duda de que aún necesitamos formar parte de la vida del otro…

La interrumpí. Podía ver que Mel estaba comenzando a analizar demasiado las cosas, buscando quince maneras distintas de decir exactamente lo mismo. Yo ya tenía suficiente. Solo quería que fuera al grano:

- ¿Y tu plan es…?

- ¡Si tan solo supieras lo molesto que es que hagas eso, Duffy! -me espetó-. Mi plan es que puesto que no podemos vivir juntos y aparentemente somos incapaces de vivir separados, tenemos que actuar como personas maduras. Como adultos.

- Y eso consiste en…

- Bien, tal como yo lo veo, uno de nosotros tiene una conciencia bien desarrollada mientras el otro finge no tenerla, aunque estoy puñeteramente segura de que la tiene. Y así, igual que los jueces a veces obligan a los criminales a enfrentarse a sus delitos conociendo a las víctimas de sus crímenes, nosotros tendríamos que conocer a la pareja del otro.

Yo tosí nerviosamente.

- ¿Estás de broma, verdad?

- Tiene mucho sentido, Duff.

- Quizá lo tuviera en un planeta de psicóticos, pero aquí en la Tierra creo que te darás cuenta de que lo que acabas de sugerir es una completa locura.

Mel continuó sin amedrentarse.

- Una vez hayamos conocido a las nuevas parejas del otro, se convertirán para nosotros en personas reales. De esta manera puedo cambiar la imagen de Alexa de «esa zorra de la tele que se está acostando con mi ex novio» a «Alexa el ser humano que se encuentra metida en medio de esta situación terriblemente complicada». Se volverá real.

- ¿No te estás olvidando de un pequeño detalle?

- ¿Qué?

- Yo ya he conocido a Rob1, «ese cubo de basura que está saliendo con mi ex novia», así que puedo excluirme de esta pesadilla. No se ha convertido para mí en «Rob1 el individuo que ha tenido la mala fortuna de verse situado entre dos personas que… -escogí mis palabras cuidadosamente-… aún sienten mucho la una por la otra». Le aborrecía antes de conocerle y le desprecio totalmente después de haberlo conocido. Así es cómo van las cosas.

- Déjame que te explique esto, Duffy -dijo Mel, adoptando un tono muy profesional que sospeché que utilizaba en la oficina con los clientes difíciles-, en términos que puedas comprender. No podemos seguir siendo amigos si no intentamos hacer algo para rectificar esta situación. Eso quiere decir no más llamadas. No vernos más. No más cartas. No más e-mails. Cortar la comunicación entre nosotros completamente. Sé que será difícil pero es la única forma si no te avienes a hacer lo que digo.

- Lo dices en serio, ¿verdad?

- Sí -dijo-. De todas formas -su voz tenía un tono mucho más ligero ahora que había captado mi atención-, no has conocido a Rob de verdad. Es un tipo muy agradable. Le caes bien. Me lo dijo él mismo.

Todo lo que pude hacer para evitar chasquear la lengua con desprecio fue decir:

- Apuesto a que te ha dicho que no está celoso de que hables conmigo por teléfono, que está contento de que aún seamos amigos, que no le molesta cuando mencionas mi nombre…

- Sí -restalló Mel.

- ¡Mel, eso son mentiras de tío! ¿Es que no lo ves? No está en nuestra naturaleza que nos caiga bien «Aquel que estuvo allí antes que nosotros». ¡Es la selección natural! ¡El gen egoísta!

- Oye, estoy hablando en serio. Tenemos que hacer algo. Y tenemos que hacerlo ahora -jugó su carta ganadora-. ¿Acaso tienes una idea mejor?

- No -dije.

- Así pues, parece que tendremos que seguir adelante con la mía, ¿no? El próximo sábado por la noche Alexa y tú venís a mi casa. Cocinaré algo bueno y solucionaremos todo este asunto.

- Pero ¿no van a creer que es muy sospechoso que de repente estemos haciendo esa cena? Quiero decir, no le vas a contar a Rob1 lo que ha pasado, ¿verdad?

- Sabes que miento fatal. Cada vez que le digo a mi madre que no me he saltado el desayuno siento como si un rayo del cielo fuera a partirme por la mitad, pero esto le haría demasiado daño a Rob. -Se detuvo-. ¿Cómo reaccionaría Alexa?

- Se cabrearía mucho -mentí. No tenía la menor idea de lo que pensaría Alexa-. Se pondría furiosa de verdad.

Era el día de la cena y yo acababa de llegar a casa de Alexa. Me había puesto un traje de color borgoña oscuro pero sin corbata en una apuesta por parecer a la vez elegante e informal. Alexa, de todas maneras, había insistido en arreglarse. Llevaba un top púrpura con las costuras por fuera, hecho por un diseñador holandés cuyo nombre yo era incapaz de pronunciar, y unos pantalones anchos de Joseph. Yo sabía todo eso de las marcas porque había insistido en que la acompañara durante una sesión de compras en New Bond Street que nos había llevado toda la tarde. Había sido una experiencia verdaderamente aterradora. No solo no se había molestado en mirar la etiqueta del precio ni una sola vez durante todo el tiempo que estuvimos comprando, sino que había pasado tres horas hablando sobre un par de zapatos que al final no se había comprado. Comprar muebles con Mel era pan comido comparado con esto.

- Pasa -dijo Alexa, abriendo la puerta de entrada. La seguí hasta la sala de estar-. ¿Te apetece beber algo? Yo me estoy tomando una copa de vino.

- Entonces sí, adelante -dije, sentándome en el sofá. Miré hacia los pies de Alexa mientras me alargaba la copa de vino-. ¿Son esos zapatos los que creo que son?

- Sí -se rió-. Tan pronto como entré en casa me di cuenta de que después de todo sí los quería. Llamé un taxi y fui directamente a la tienda a comprármelos. Y aunque me lo diga yo misma, me quedan fantásticos.

- Es verdad -dije. Me tomé un momento para apreciar toda su vestimenta-. De hecho, toda tú estás fantástica.

- Tú tampoco estás nada mal.

Se sentó a mi lado y tomó un sorbo de vino.

- Tengo que decirte algo que sé que no te va a gustar -dijo.

- ¿Qué? -pregunté, con la esperanza de que me diera el discurso estándar de «esto no está funcionando».

Ya hacía un tiempo que resultaba obvio que Alexa y yo no estábamos hechos el uno para el otro. Ella era guapa, divertida y, a pesar de que lo negara, tenía los pies en el suelo. Ella no era para mí. Aunque ya estaba curado, yo aún seguía fingiendo impotencia (un signo, si es que se necesitaban más, de que las cosas no iban bien) y cuando, esa misma semana, le conté a Alexa la sugerencia de Mel, me había dicho que iría a la cena sin ni siquiera pestañear. Nadie normal querría conocer a la ex pareja de su pareja. Si hubiera sido al revés y Alexa me hubiera pedido que conociera a cualquiera de sus ex novios, yo no hubiera aceptado de ninguna manera. Era solo que no éramos apropiados el uno para el otro. Pero no me importaba, porque pensaba de verdad que podríamos ser amigos, sobre todo porque, técnicamente, no nos habíamos visto desnudos.

- Es sobre la audición.

Se me cortó la respiración.

- La productora ejecutiva me llamó hace una hora para decirme que había tomado una decisión. Lo siento, pero no te han dado el trabajo. Me esforcé para que te escogieran a ti, de verdad que lo hice, pero me decían una y otra vez que no eras lo que andaban buscando, sea lo que sea lo que eso quiera decir. Pero no tienen ni idea. No te preocupes por eso, Duff. Pronto surgirá otra cosa, estoy segura.

Me bebí de golpe el vaso de vino y no dije nada.

Había evitado pensar en la audición a propósito, porque sabía que si me ponía a pensar en ella, para cuando hubiera acabado de producir cantidades ingentes de esperanzados «¿Y si?», se habría convertido en la cosa más importante de mi vida. Por desgracia, solo en ese momento, sentado en este sofá sin decir nada y sintiendo como si el mundo entero estuviera derrumbándose a mi alrededor, me di cuenta de lo equivocado que había estado. A pesar de mis esfuerzos por negarlo, la audición había sido lo más importante de mi vida en los últimos meses. Había sido lo único que me había mantenido a flote. Había sido lo mejor que me había pasado en los ocho años que llevaba siendo interrumpido en el escenario, estafado y engañado. Me dolía no haberlo logrado. Me dolía más de lo podía soportar.

Miré a Alexa y luego a la habitación en la que estaba sentado. Nada parecía correcto. Todo esto estaba mal.

- A veces se gana y a veces se pierde -dije al final-. ¿Quién se lo ha llevado?

Ella cogió un papelito que tenía cerca del teléfono.

- Un tipo llamado Greg Bennet. Creo que le conocí en una de las audiciones.

- ¿Un tipo de aspecto lúgubre, calvo, con un enorme complejo de Napoleón que habla mucho sobre fútbol?

- Sí -dijo ella, intrigada-. Ahora que lo pienso, cuando hablé con él me comentó que te conocía.

«Esto es el colmo -me dije a mí mismo-. Es el fin.»

- Dejo la comedia -dije, permitiendo que mis pensamientos saliesen al exterior y campasen a sus anchas. Me sentía extraño diciendo finalmente esas palabras, aunque, al mismo tiempo, me sentía aliviado.

- No será por esta estúpida audición, ¿verdad?

- Precisamente por esta estúpida audición. He intentando triunfar en este rollo de la comedia durante ocho años y esta audición ha sido lo más importante que me ha pasado en todo ese tiempo. Quizá sea una señal. No lo sé, quizá ha llegado el momento de que me dé cuenta de que seré uno de los que no lo consiguen. No estoy dolido. -Hice una pausa. No estaba engañando a nadie, y menos a mí mismo-. No, sí estoy dolido. Estoy muy dolido. Lo he dado todo por seguir un sueño estúpido. He dado demasiado. Ahora es el momento de salirme antes de que sea demasiado tarde.

- Es una mala idea. Tú tienes mucho talento, Duffy. Solo has tenido un revés. Todos nos llevamos alguno de vez en cuando. Solo date tiempo. Tómate unas semanas libres, olvídate de la audición y verás cómo todo te parecerá diferente.

- ¿Sabías que -dije, preguntándome cómo decirle a Alexa que no quería verla más- Margaret Thatcher dijo una vez: «Si un hombre aún necesita tomar el autobús habiendo sobrepasado la edad de veintiséis años, puede considerarse a sí mismo un fracasado en la vida»?

- No.

- Pues sí, lo dijo. Lo leí en un artículo del Guardian el año pasado. Lo colgué con un pin en el corcho de la cocina. -Suspiré gravemente-. ¿Sabes cómo voy a trabajar cada día?

- ¿En autobús?

- Sí. Durante los últimos tres años -dije-. Ya estoy dos años más allá de la fecha de caducidad de Maggie y aún estoy cogiendo el autobús. Por ese motivo dejo la comedia. Necesito volver a la realidad. Necesito dejar de ir en autobús.

- Vamos, Duff. ¿Qué vas a hacer? ¿Conseguir un trabajo fijo de oficinista? En menos de una semana estarías dándote cabezazos contra las paredes.

Me encogí de hombros.

- Quizá podría volver a la universidad. No sé. Hacer algo constructivo.

- Solo estás deprimido porque no has conseguido el trabajo. Ahora te sientes desilusionado, es normal. Habrá más audiciones, otras oportunidades.

- Quizá -suspiré de nuevo-. O quizá no.

- Pero eso no es todo, ¿verdad? -dijo, con sus ojos escrutando mi rostro.

- ¿Qué quieres decir?

- Nosotros.

- ¿Nosotros?

- Sí, nosotros.

Obviamente Alexa había aprendido a leer mi mente igual que lo hacía Mel.

- Sí, bueno, ahora iba a llegar a «nosotros». La cuestión es…

- Que aún estás enamorado de tu ex.

- No es lo que iba a decir.

- Ya lo sé, pero es cierto. Ibas a lanzarme algún viejo discurso sobre que las cosas no funcionan entre nosotros porque estás demasiado asustado para admitir lo que realmente está pasando. No soy ninguna experta en el amor, pero soy una mujer. Es totalmente obvio que aún estás enamorado de Mel. Solo hay tres razones por las que un hombre aceptaría ir a una cena con su ex y su nuevo novio. Uno: está loco. Dos: es idiota. Tres: aún está enamorado de ella. Tú no estás loco ni eres idiota, así que ¿qué nos queda? Hablas del compromiso como si fuera un concepto totalmente ajeno a ti, eso que simplemente no puedes hacer. ¿Pero es que durante todo este tiempo no has comprendido que «compromiso» es exactamente lo que estás haciendo ahora? Una vez leí esta frase brillante en un libro: «¿Sabes la diferencia entre tener una relación y comprometerse? Piensa en los huevos con beicon. El pollo tenía una relación. El cerdo estaba comprometido». Tú, señor Duffy, eres, probablemente hayas sido, y sin duda siempre serás, un cerdo.

Lentamente, las palabras de Alexa comenzaron a hacer su efecto.

- Intentas decirme que me he estado comportando como un idiota porque ya estoy comprometido con Mel…

Asintió.

- Así que si ya estoy comprometido con ella, entonces es ridículo que siga teniendo miedo al compromiso. Así que no hay nada que me impida… -Me levanté-. Tengo que irme.

- Lo sé -dijo Alexa.

- ¿No estás cabreada conmigo o algo así? Te he hecho una bonita faena: te he ayudado a gastarte una cantidad indecente de dinero en ropa que no necesitabas haberte comprado y, por si eso no fuera suficiente, no me he acostado contigo a pesar de que prácticamente me lo has suplicado.

- Bueno, ahora que lo pones de esa manera… -Alexa comenzó a reírse. Se inclinó hacia mí y me dio un beso-. Mira, en primer lugar me encanta comprarme ropa. En segundo lugar, te estás haciendo muchas ilusiones si crees que yo y mis zapatos nuevos vamos a quedarnos esta noche en casa suspirando por ti mientras tú te estás declarando a tu ex novia. Y, en tercer lugar, el rechazo es bueno para el alma. Incluso si eres la chica más caliente de la tele. Duffy, eres un tipo muy majo, de verdad, y espero que podamos ser amigos, pero el verdadero motivo por el cual no estoy molesta es que, a fin de cuentas, no soy más que otra tonta a la que le gustan los finales felices.

En la parte de atrás de un taxi, mientras un húmedo y vespertino Londres silbaba borroso a mi alrededor, no podía oír otra cosa que los latidos de mi corazón. Gracias a mi nueva forma de ver las cosas comprendía los errores clave que había cometido en mi vida con Mel.

Para empezar había entrado en nuestra relación con la determinación de que esta siguiera siempre exactamente igual, lo que admito que es bastante estúpido, pero al principio me sonaba muy razonable. Cambiar significaba que ya no sería el hombre que solía ser, y a mí me gustaba el hombre que solía ser.

Mel, sin embargo, me había tomado de la mano en un viaje desde las tierras salvajes que habitaba con Dan y me había conducido parte del camino hacia la civilización, donde había tres tipos diferentes de champú en el lavabo, fundas de nórdico que hacían juego con los cojines y comida que no venía enlatada o aparecía encima de una tostada. Admito que a veces me sentía como en tierra de nadie (ya no era mi antiguo yo y no había cambiado lo suficiente como para ser un nuevo yo), y sí, admito también que había ocasiones en que quería salir corriendo de vuelta a lo que me era conocido.

Pero había intentado ser un supersemental de la seducción y no había funcionado, precisamente porque era un hombre nuevo. Antes, la comedia, la música y las mujeres ocupaban la mayor parte de mis pensamientos. Gracias a la influencia de Mel, había ampliado mi repertorio de temas para incluir la vida, el universo y todo lo demás.

Mel era la mejor novia que jamás pude desear. Era graciosa, comprensiva y, sobre todo, leal. Era única y yo casi había estropeado las cosas porque tenía problemas con todo lo que suele ir aparejado a una relación. IKEA. Las cenas… el matrimonio. Lo que ella más quería era lo único que yo no podía darle.

Bien, ahora sí podía.