PRIMERA ENTREGA
Era… para mí la vida entera…
ALFREDO LE PERA
NOTA APARECIDA EN EL NÚMERO CORRESPONDIENTE A ABRIL DE 1947 DE LA REVISTA MENSUAL NUESTRA VECINDAD, PUBLICADA EN LA LOCALIDAD DE CORONEL VALLEJOS, PROVINCIA DE BUENOS AIRES
«FALLECIMIENTO LAMENTADO. La desaparición del señor Juan Carlos Etchepare, acaecida el 18 de abril último, a la temprana edad de 29 años, tras soportar las alternativas de una larga enfermedad, ha producido en esta población, de la que el extinto era querido hijo, general sentimiento de apesadumbrada sorpresa, no obstante conocer muchos allegados la seria afección que padecía.
»Con este deceso desaparece de nuestro medio un elemento que, por las excelencias de su espíritu y carácter, destacóse como ponderable valor, poseedor de un cúmulo de atributos o dones —su simpatía—, lo cual distingue o diferencia a los seres poseedores de ese inestimable caudal, granjeándose la admiración de propios o extraños.
»Los restos de Juan Carlos Etchepare fueron inhumados en la necrópolis local, lugar hasta donde fueron acompañados por numeroso y acongojado cortejo».
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Buenos Aires, 12 de mayo de 1947
Estimada Doña Leonor:
Me he enterado de la triste noticia por la revista Nuestra vecindad y después de muchas dudas me atrevo a mandarle mi más sentido pésame por la muerte de su hijo.
Yo soy Nélida Fernández de Massa, me decían Nené, ¿se acuerda de mí? Ya hace bastantes años que vivo en Buenos Aires, poco tiempo después de casarme nos vinimos para acá con mi marido, pero esta noticia tan mala me hizo decidirme a escribirle algunas líneas, a pesar de que ya antes de mi casamiento usted y su hija Celina me habían quitado el saludo. Pese a todo él siempre me siguió saludando, pobrecito Juan Carlos ¡que en paz descanse! La última vez que lo vi fue hace como nueve años.
Yo señora no sé si usted todavía me tendrá rencor, yo de todos modos le deseo que Nuestro Señor la ayude, debe ser muy difícil resignarse a una pérdida así, la de un hijo ya hombre.
Pese a los cuatrocientos setenta y cinco kilómetros que separan Buenos Aires de Coronel Vallejos, en este momento estoy a su lado. Aunque no me quiera déjeme rezar junto a usted.
Nélida Fernández de Massa
Iluminada por la nueva barra fluorescente de la cocina, después de tapar el frasco de tinta mira sus manos y al notar manchados los dedos que sostenían la lapicera, se dirige a la pileta de lavar los platos. Con una piedra quita la tinta y se seca con un repasador. Toma el sobre, humedece el borde engomado con saliva y mira durante algunos segundos los rombos multicolores del hule que cubre la mesa.
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Buenos Aires, 24 de mayo de 1947
Querida Doña Leonor:
¡Qué consuelo fue recibir su carta de contestación! La verdad es que no me la esperaba, creía que usted no me iba a perdonar nunca. Su hija Celina en cambio veo que me sigue despreciando, y como usted me lo pide le escribiré a la Casilla de Correo, así no tiene discusiones con ella. ¿Sabe hasta lo que pensé cuando vi su sobre? Pensé que adentro estaría mi carta sin abrir.
Señora… yo estoy tan triste, no debería decírselo a usted justamente, en vez de tratar de consolarla. Pero no sé cómo explicarle, con nadie puedo hablar de Juan Carlos, y estoy todo el día pensando en que un muchacho tan joven y buen mozo haya tenido la desgracia de contraer esa enfermedad. A la noche me despierto muchas veces y sin querer me pongo a pensar en Juan Carlos.
Yo sabía que él estaba enfermo, que había ido de nuevo a las sierras de Córdoba para cuidarse, pero no sé por qué… no me daba lástima, o debe ser que yo no pensaba que él se estaba por morir. Ahora no hago más que pensar en una cosa ya que él no iba nunca a la iglesia, ¿se confesó antes de morir? Ojalá que sí, es una tranquilidad más para los que quedamos vivos, ¿no le parece? Yo hacía tiempo que no rezaba, desde hace tres años cuando mi nene más chico estuvo delicado, pero ahora he vuelto a rezar. Lo que también me da miedo es que él haya hecho cumplir lo que quería. ¿Usted se enteró alguna vez? ¡Ojalá que no! Ve, señora, eso también me viene a la cabeza cuando me despierto de noche: resulta que Juan Carlos me dijo más de una vez que a él cuando se muriese quería que lo cremaran. Yo creo que está mal visto por la religión católica, porque el catecismo dice que después del juicio final vendrá la resurrección del cuerpo y el alma. Yo como no voy a confesarme desde hace años ahora he perdido la costumbre de ir, pero voy a preguntarle a algún Padre Cura sobre eso. Sí, señora, seguro que Juan Carlos está descansando, de golpe me ha venido la seguridad de que por lo menos está descansando, si es que no está ya en la gloria del Cielo. Ay, sí, de eso tenemos que estar seguras, porque Juan Carlos nunca le hizo mal a nadie. Bueno, espero carta con muchos deseos. La abraza,
Nélida
En un cajón del ropero, junto al pequeño rosario infantil, la vela de comunión y las estampitas a nombre del niño Alberto Luis Massa, hay un libro con tapas que imitan el nácar. Lo hojea hasta encontrar un pasaje que anuncia la llegada del juicio final y la resurrección de la carne.
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Buenos Aires, 10 de junio de 1947
Querida Doña Leonor:
Esta tarde al volver de comprarles unas cosas a los chicos en el centro, me encontré con su carta. Sentí un gran alivio al saber que Juan Carlos se confesó antes de morir y que esté sepultado cristianamente. Dentro de todo es un consuelo muy grande. ¿Usted cómo anda? ¿Está un poco más animadita? Yo sigo todavía muy caída.
Ahora me voy a tomar un atrevimiento. Cuando él se fue a Córdoba la primera vez me escribió unas cuantas cartas de novio a Vallejos, decía cosas que yo nunca me las olvidé, yo eso no lo debería decir porque ahora soy una mujer casada con dos hijos sanos, dos varones, uno de ocho y otro de seis, que Dios me los conserve, y no tendría que estar pensando en cosas de antes, pero cuando me despierto a la noche se me pone siempre que sería un consuelo volver a leer las cartas que me escribió Juan Carlos. Cuando dejamos de hablar, y después de lo que pasó con Celina, nos devolvimos las cartas. Eso no fue que lo discutiéramos entre los dos, un día de repente yo recibí por correo todas mis cartas, las que le había mandado a Córdoba, entonces yo le devolví también todas las que me había escrito él. Yo no sé si él las habrá quemado, a lo mejor no… Yo las tenía atadas con una cinta celeste, porque eran cartas de un muchacho, él cuando me devolvió las mías estaban sueltas en un sobre grande, yo me enojé tanto porque no estaban atadas con una cinta rosa como se lo había pedido cuando todavía hablábamos, mire a las cosas que una le daba importancia. Eran otros momentos de la vida.
Ahora quién sabe si existen esas cartas. ¿Si usted las encontrase las quemaría? ¿Qué van a hacer con todas esas cosas de Juan Carlos que son personales? Yo sé que él una vez guardó un pañuelo con rouge, me lo contó para hacerme dar rabia, de otra chica. Entonces yo pensé que si usted no piensa mal y encuentra esas cartas que él me escribió a mí, a lo mejor me las manda.
Bueno, Señora, tengo ganas que me siga escribiendo, una cosa que me sorprendió es el pulso que tiene para escribir, parece letra de una persona joven, la felicito, y pensar que en los últimos tiempos ha sufrido una desgracia tan grande. No es que usted se las hace escribir por otra persona, ¿verdad que no?
Recuerde que mis cartas son las de la cinta celeste, con eso basta para darse cuenta, porque están sin el sobre, yo cuando las coleccionaba fui tonta y tiré los sobres, porque me parecía que habían sido manoseados, ¿no le parece que un poco de razón yo tenía? Al sobre lo tocan en el correo muchas manos, pero la hoja de adentro no la había tocado más que Juan Carlos, pobrecito, y después yo, nosotros dos nomás, la hoja de adentro sí que es una cosa íntima. Así que ya sabe, no tiene necesidad de leer el encabezamiento para saber cuáles son mis cartas, por la cintita azul.
Bueno, señora, deseo que estas líneas la encuentren más repuesta. La abraza y besa,
Nené
Cierra el sobre, enciende la radio y empieza a cambiarse la ropa gastada de entrecasa por un vestido de calle. La audición «Tango versus bolero» está apenas iniciada. Se oyen alternados un tango y un bolero. El tango narra la desventura de un hombre que bajo la lluvia invernal recuerda la noche calurosa de luna en que conoció a su amada y la subsiguiente noche de lluvia en que la perdió, expresando su miedo de que al día siguiente salga el sol y ni siquiera así vuelva ella a su lado, posible indicio de su muerte. Finalmente pide que si el regreso no se produce, tampoco vuelvan a florecer los malvones del patio si esos pétalos deberán marchitarse poco después. A continuación, el bolero describe la separación de una pareja a pesar de lo mucho que ambos se aman, separación determinada por razones secretas de él, no puede confesarle a ella el motivo y pide que le crea que volverá si las circunstancias se lo permiten, como el barco pesquero vuelve a su rada si las tormentas del Mar Caribe no lo aniquilan. La audición finaliza. Frente al espejo en que se sigue mirando, después de aplicar el lápiz labial y el cisne con polvo, se lleva el cabello tirante hacia arriba tratando de reconstruir un peinado en boga algunos años atrás.
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Buenos Aires, 22 de junio de 1947
Querida Doña Leonor:
Ya le estaba por escribir sin esperar contestación cuando por suerte llegó su cartita. Me alegra saber que ya está más tranquila con menos visitas, la gente lo hace con buena intención, pero no se dan cuenta que molestan cuando son tantos.
Ya le estaba por escribir porque en la última carta me olvidé de preguntarle si Juan Carlos está sepultado en tierra, en un nicho o en el panteón de alguna familia. Tengo tantos deseos de que no esté en tierra… ¿Usted nunca se metió en un pozo que alguien estuviera cavando? Porque entonces si pone la mano contra la tierra dura del pozo siente lo fría y húmeda que es, con pedazos de cascotes, filosos, y donde la tierra es más blanda peor todavía, porque están los gusanos. Yo no sé si son esos los gusanos que después buscan lo que para ellos es la nutrición, mejor ni decirlo, no sé cómo pueden entrar en el cajón de madera tan gruesa y dura. A no ser que después de muchos años el cajón se pudra y puedan entrar, pero entonces no sé por qué no hacen los cajones de hierro o acero. Pero pensando ahora me acuerdo que también parece que a los gusanos los llevamos nosotros adentro, algo me parece que leí, que los estudiantes de medicina cuando hacen las clases en la morgue ven los gusanos al cortar el cadáver, no sé si lo leí o alguien me lo dijo. Mucho mejor que esté en un nicho, aunque no se le puedan poner muchas flores a la vez, yo lo prefiero también a que esté en un hermoso panteón, si no es el de su familia, porque parece que estuviera de favor. Señora, ahora me acuerdo quién me decía eso tan feo de que ya nosotros llevamos los gusanos, fue el mismo Juan Carlos, que por eso era que quería que lo cremaran, para que no lo comieran los gusanos. Perdóneme si esto le causa impresión, ¿pero con quién puedo hablar de estos recuerdos si no es con usted?
Lo que sí, no sé cómo decirle que empezaban las cartas de Juan Carlos. Qué cosa tan rara que no tengan más la cintita celeste. ¿Son tantas las cartas que encontró? Qué raro, Juan Carlos me juró que era el primer carteo que tenía con una chica, claro que después pasaron los años, pero como de nada sirvió que nos carteáramos porque lo mismo rompimos, se me puso en la cabeza que él le había hecho cruz y raya a la idea de cartearse con una chica. Una ocurrencia mía, nada más.
Las cartas dirigidas a mí estaban todas escritas en papel del mismo block que se lo compré yo misma de regalo con una lapicera fuente cuando se fue a Córdoba, y yo me compré otro block para mí. Es un tipo de papel blanco con arruguitas que casi parece una seda cruda. El encabezamiento cambia a veces, no me ponía mi nombre porque él decía que era comprometedor, por si me las encontraba mi mamá podía yo decir que eran cartas para otra chica. Lo que importa más me parece es que tengan la fecha de julio a setiembre de 1937, y si por ahí usted lee un poquito no vaya a creer que todo lo que dice es verdad, eran cosas de Juan Carlos, que le gustaba hacerme rabiar.
Le ruego que haga lo posible por encontrarlas y muchas gracias por mandármelas. Besos y cariños de
Nené
Todavía no ha escrito el sobre, se pone de pie bruscamente, deja el tintero abierto y la lapicera sobre el papel secante que absorbe una mancha redonda. La carta plegada toca el fondo del bolsillo del delantal. Tras de sí cierra la puerta del dormitorio, quita una pelusa adherida a la Virgen de Luján tallada en sal que adorna la cómoda y se tira sobre la cama boca abajo. Con una mano estruja los flecos de seda que bordean el cubrecama, la otra mano queda inmóvil con la palma abierta cerca de la muñeca vestida de odalisca que ocupa el centro de la almohada. Exhala un suspiro. Acaricia los flecos durante algunos minutos. Repentinamente se oyen voces infantiles subir por las escaleras del edificio de departamentos, suelta los flecos y palpa la carta en el bolsillo para comprobar que no la ha dejado al alcance de nadie.
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Buenos Aires, 30 de junio de 1947
Querida Doña Leonor:
Acabo de tener la alegría de recibir su carta antes de lo pensado, pero después qué disgusto al leerla y darme cuenta que usted no había recibido mi anterior. Yo le escribí hace más de una semana, ¿qué habrá pasado? Mi miedo es que alguien la haya retirado de la casilla, ¿cómo hace para que Celina no vaya nunca a buscar las cartas? ¿O es que no sabe que usted tiene casilla de correo? Si Celina busca las cartas a lo mejor me las quema.
Mire, señora, si le da mucho trabajo saber cuáles eran las cartas para mí me puede mandar todas, yo le devuelvo después las que no me corresponden. Yo lo quise mucho, señora, perdóneme todo el mal que pude hacer, fue todo por amor.
Le ruego que me conteste pronto, un fuerte abrazo de
Nené
Se levanta, se cambia de ropa, revisa el dinero de su cartera, sale a la calle y camina seis cuadras hasta llegar al correo.
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Buenos Aires, 14 de julio de 1947
Querida señora:
Ya hace más de diez días que le escribí y no he recibido respuesta. Para qué contarle las cosas que me pasan por la cabeza. Esa carta que usted no recibió quién sabe dónde estará, y después le mandé otra, ¿tampoco la recibió? A lo mejor usted cambió de idea y ya no me aprecia, ¿alguien le dijo algo más, otra cosa mala de mí? ¿qué le dijeron? Si usted me viera lo mal que ando, no tengo ganas de nada. Ni a mi marido ni a los chicos puedo comentarles nada, así que ni bien terminé de darles de almorzar a los chicos, hoy me acosté así pude por lo menos no andar disimulando. Ando muy demacrada de cara. A los chicos les digo que tengo dolor de cabeza, así me dejan un rato tranquila. Yo a la mañana voy a la feria a hacer las compras y cocino, mientras la muchacha me hace la limpieza, vienen los chicos de la escuela y almorzamos. Mi marido no viene a mediodía. Más o menos la mañana se me pasa más distraída, pero la tarde qué triste es, señora. Por suerte la muchacha recién se va a su casa después de lavarme los platos, pero ayer y hoy me faltó, y ayer hice un esfuerzo y lavé los platos y recién después me acosté, pero hoy no, me fui derecho a la cama sin levantar la mesa siquiera, ya no aguantaba las ganas de estar un poco sola. Ése es el único alivio, y oscurezco bien la pieza. Entonces puedo hacer de cuenta que estoy con usted y que vamos a la tumba del pobrecito Juan Carlos y juntas lloramos hasta que nos desahogamos. Ahora son las cuatro de la tarde, hay un sol que parece de primavera y en vez de salir un poco estoy encerrada para que no me vea nadie. En la pileta de la cocina tengo todos los platos sucios amontonados, más tarde los voy a agarrar. ¿Sabe una cosa? Hoy vino una vecina a devolverme la plancha que le presté ayer y casi le doy vuelta la cara, sin ninguna razón. Estoy temblando de que mi marido llegue temprano del escritorio, ojalá se retrase, así puedo despachar esta carta, seguro que sí. Pero a usted sí que tendría ganas de verla y hablar de todo lo que tengo ganas de saber de estos años que no vi a Juan Carlos. Le juro señora que cuando me casé con Massa ya no me acordaba más de Juan Carlos, lo seguía apreciando como amigo y nada más. Pero ahora no sé qué me pasa, pienso si Celina no hubiese hablado mal de mí, a lo mejor a estas horas Juan Carlos estaba vivo, y casado con alguna buena chica, o conmigo.
Aquí le mando este recorte de la revista Nuestra vecindad, cuando la fiesta de la Primavera, le calculo yo que sería 1936, sí claro, porque yo tenía recién los veinte años cumplidos. Ahí empezó todo. Si no le molesta, devuélvamelo, que es un recuerdo.
«LUCIDA CELEBRACIÓN DEL DÍA DE LA PRIMAVERA. Siguiendo una práctica impuesta por la costumbre, el Club Deportivo “Social” inauguró la entrada de la estación primaveral con una lucida reunión danzante, efectuada el sábado 22 de setiembre con el amenizamiento de la orquesta Los Armónicos de esta localidad. A medianoche, en un intermedio, resultó elegida Reina de la Primavera 1936 la encantadora Nélida Fernández, cuya esbelta silueta engalana estas columnas. Aparece junto a la flamante soberana, su antecesora la atrayente María Inés Linuzzi, Reina de la Primavera 1935. A continuación, la Comisión de Fiestas del Club presentó una estampa de antaño con el título de “Tres épocas del vals” y su desarrollo corrió bajo la dirección de la aficionada señorita Laura P. de Baños, quien también recitó las bonitas glosas. Cerró esta cabalgata musical un vals vienés de fin de siglo, ejecutado con ímpetu notable por la Srta. Nélida Fernández y el Sr. Juan Carlos Etchepare, quienes convincentemente demostraron “la fuerza del amor que supera todos los obstáculos”, como declamara la Sra. de Baños. Especialmente celebrados fueron los atuendos por cierto vistosos de las señoritas Rodríguez, Sáenz y Fernández, bien complementadas por la apostura de los acompañantes y sus impecables fracs. Por otra parte, téngase presente que es tarea peliaguda y no cometido fácil, el adentrarse en los significados histórico-musicales para después expresarlos con la soltura que permiten unos pocos y apresurados ensayos, robando tiempo al sueño y al descanso. Cabe, aquí, la reflexión filosófica: ¡cuántos, cuántos solemos andar por este histriónico mundo llegando diariamente al final de la etapa sin lograr saber qué papel hemos estado desempeñando en el escenario de la vida! Si bien la última pareja cosechó los más densos aplausos, esta redacción felicita a todos por igual. Fue una simpática y por muchos motivos inolvidable reunión que tuvo la virtud de congregar a un crecido número de personas, danzándose animadamente hasta altas horas de la madrugada del día 23».
Bueno, veo que no le digo lo principal, por lo que le mando esta carta: por favor escríbame pronto, que tengo miedo de que mi marido se dé cuenta de algo si sigo tan alunada.
La abraza, suya
Nené
Postdata: ¿No me va a escribir más?
Dobla carta y recorte en tres partes y los coloca en el sobre. Los saca con un movimiento brusco, despliega la carta y la relee. Toma el recorte y lo besa varias veces. Vuelve a plegar carta y recorte, los pone en el sobre, al que cierra y aprieta contra el pecho. Abre un cajón del aparador de la cocina y esconde el sobre entre servilletas. Se lleva una mano a la cabeza y hunde los dedos en el pelo, se rasca el cuero cabelludo con las uñas cortas pintadas de rojo oscuro. Enciende el calefón a gas para lavar los platos con agua caliente.