DÉCIMA ENTREGA
Sus ojos azules muy grandes se abrieron
mi pena inaudita pronto comprendieron
y con una mueca de mujer vencida
me dijo «es la vida» y no la vi más.
ALFREDO LE PERA
—Holá…
—¡Es la Raba!
—¿Hola? ¿Quién habla?
—¡Es la Raba! ¿la señora Nené no está por ahí?
—Sí ¿pero quién habla?
—¡Es la Raba! la Rabadilla. ¿Habla la Nené?
—Soy yo, ¿cómo estás, Raba? Son las diez y media de la noche, me asustaste.
—He venido a Buenos Aires a trabajar ¿te acordás de mí?
—Cómo no me voy a acordar ¿estás con tu nene?
—No, se lo dejé a mi tía en Vallejos, porque ella ya no trabaja más de sirvienta, lava ropa para afuera como hacía yo y está todo el día en la casa de ella, y me lo tiene al nene.
—¿Qué tiempo tiene ya tu nenito?
—Hace poco tiempo, una semana que no lo veo, pero no me voy a poder estar sin ver al negrito, señora Nené.
—No, yo te pregunto qué tiempo tiene, si ya cumplió un año.
—Ah, sí, cuando se cumpla un año que estoy acá yo voy a verlo…
—No me entendés ¿de dónde hablás?
—Estoy con el teléfono del bar de la esquina, y andan todos gritoneando.
—Tapate una oreja con la mano, así vas a oír mejor, hacé la prueba.
—Sí, yo le hago caso, señora Nené.
—Raba, no me digas señora, sonsa.
—Pero usted ahora está casada.
—Escuchame, ¿qué tiempo tiene ya el nene?
—Anda para un año y tres meses.
—¿Cómo era que se llamaba?
Panchito, ¿le parece que hice mal de ponerle el nombre? Usted sabe porqué…
—Qué sé yo, Raba… ¿Y a él no lo volviste a ver?
—Se está haciendo la casa ahí mismo donde tiene el rancho, que se la hace él mismo, vos sabes Nené que el Pancho es muy trabajador, él lo que quiere antes de casarse o cualquier cosa es hacerse la casa, todo cinchando como los burros porque después que termina de suboficial se va al rancho a hacerse la casa.
—¿Y cuando la tenga terminada él te prometió algo?
—No, nada, él no me quiere dirigir más la palabra porque dice que yo anduve contando por ahí que él era el padre de la criaturita. Porque yo le había jurado que no lo iba a decir a nadie hasta que él se quedara fijo en la Policía.
—¿Y es cierto que vos anduviste contando?
—Ni yo ni mi tía contamos nada. ¿Y usted no espera familia?
—Parece que algo hay… pero contame de Vallejos ¿no la viste a mi mamá?
—Sí, la vi por la calle, iba con su papá, que sigue flaco ¿qué tiene que anda caminando tan despacio?
—Está muy enfermo, Raba, parece que se nos va a ir. Tiene cáncer, pobrecito mi papá. ¿Estaba muy flaco, Raba?
—Sí, pobre señor, la piel y los huesos.
—¿Adónde iban, no sabés?
—Irían al doctor… Y tu mamá me dio el teléfono tuyo.
—Ah, fue ella.
—Y me pidió que a ver si usted le contestaba si le iba a mandar la plata o no. Me dijo tu mamá que te compraste el juego de living y por eso no le querés mandar la plata.
—¿Y a Celina no la viste? ¿con quién anda?
—No sé si anda con alguno, dicen que a la noche ella siempre sale a la puerta de la casa, y siempre alguno pasa y se queda conversando con ella.
—¿Pero se sabe algo seguro?
—Todos dicen que es fácil la Celina, pero nadie le ha hecho un hijo. Si le hacen un hijo después la gente no la va a saludar como me hicieron a mí.
—¿Y a Juan Carlos no lo viste?
—Sí, anda siempre vagueando por ahí. No trabaja en nada. Y dicen que ahora anda de nuevo con la viuda Di Carlo. ¿Vos no sabías?
—¿Quién te lo dijo?
—Y… lo andan diciendo todos. ¿No puedo ir a tu casa un día de visita?
—Raba, sí, tenés que venir un día a visitarme, pero no vengas sin llamarme antes.
—Sí, te voy a llamar, si es que no me van a echar porque me pasó eso.
—¿Qué decís?
—Sí, que no me casé y ya tengo un hijo.
—No seas sonsa, Raba, me enojo si decís esas cosas. Lo que sí cuando vengas te voy a decir unas cuantas sobre ese sinvergüenza.
—¿Quién, Juan Carlos? ¿o el doctor Aschero?
—No, el sinvergüenza que te encajó un hijo.
—¿Usted cree que lo hizo de malo? ¿no será que él tiene miedo de que lo echen de la Policía si se casa con una como yo?
—Ya te voy a abrir los ojos, Raba. Vos llamame la semana que viene y vamos a charlar. Hasta uno de estos días Raba, llamame.
—Sí, señora, yo la llamo.
—Chau, Raba.
—Muchas gracias, señora.
Sentada en la cama, Nené queda un momento en silencio esperando oír pasos de su esposo, detrás de la puerta cerrada. El silencio es casi total, el tranvía de la calle corre por sus rieles. Abre la puerta y lo llama. No hay respuesta. Va hasta la cocina y allí lo encuentra leyendo el diario. Le reprocha que no le haya contestado. Él a su vez se queja de que lo moleste siempre que lee el diario.
*
—Hola…
—Es la Raba.
—Sí, qué decís.
—¿Quién habla? ¿la Nené?
—Sí ¿cómo andás? ¿de dónde hablás?
—Del mismo teléfono del bar ¿y su marido?
—Bien. El otro día hablamos de tantas cosas y ni me dijiste dónde es que estás trabajando.
—En una fábrica, Nené. No me gusta, yo quiero volverme a Vallejos.
—¿Dónde vivís?
—En una pieza, con una amiga de mi tía que fue la que me trajo para acá. Ella ya del año pasado que trabaja en la fábrica de jabón. ¿Usted no quiere ser patrona mía?
—¿Acá en mi casa querés decir? No, cuando tenga un chico sí voy a necesitar ayuda, pero ahora no. Mi marido ni siquiera viene a almorzar los días de trabajo.
—¿Quiere que la vaya a visitar?
—Hoy no, Raba, porque tengo que salir. Pero un día quiero que vengas, así ves la casa. Lástima que mamá no me puede ver la casa, con el juego nuevo de comedor y el living, pocos tienen en Vallejos una casa como la mía, mamá no se la imagina.
—La Teresa hoy domingo se fue por ahí con otra vieja como ella que no me quiere, me invitaron pero la otra siempre se ríe de que no sé cruzar la calle, para eso mejor me quedo sola.
—Mi marido se fue a la cancha a ver el partido, pero después yo voy a ver si me lleva a alguna parte si no te decía que vinieras.
—¿Y un ratito ahora? ¿A qué hora viene él?
—Y no, Raba, porque si después te ve acá, va a pensar que ya me entretuve el domingo con algo y no va a querer salir.
—¿Adónde te va a llevar?
—Al cine o al teatro, y lo principal es que no tenga que hacer cena, me aburro de cocinar todas las noches y a dormir enseguida.
—¿Adónde queda la casa de usted? ¿queda lejos de donde yo estoy? Si usted quiere venir acá, es la pieza que tiene delante una maceta grande de espina de Cristo, hay unas plantas de grandes en el patio… y hacemos un mate. Y le corto un gajo de la Espina de Cristo.
—No, Raba, te agradezco pero mi marido no quiere que salga sola.
—Y te cuento todo de la niña Mabel…
—¿Qué hizo?
—Nada, que antes de venirme yo se apareció el novio a visitarla, se fue desde Buenos Aires para verla. Es petiso, alto igual que la niña Mabel, tiene que andar de taco bajo ella ahora.
—¿Se comprometieron?
—No, si no ya lo hubiese andado diciendo, porque después del lío de Don Sáenz ya no tienen mucho para darse corte por ahí. ¿Y querés que te cuente algo del doctor Aschero?
—¡Raba! ya ni me acuerdo de ese sinvergüenza.
—¿Y tu marido no te dijo nada?
—¿De que?
—Y… de nada.
—Contame más de Mabel, ¿qué es el novio?
—Cuando la niña Mabel estaba acá en Buenos Aires la señora me contaba que había conocido a un muchacho que la pretendía pero que a la niña Mabel no le gustaba, que no tenía carácter.
—¿No te acordás si era maestro el muchacho?
—Sí, me parece que sí que la Mabel decía que tenía un trabajo de mujer… Y yo mientras le pude seguir dando la teta al nene me quedé en Vallejos, mi tía por más que me dijera yo no me iba a venir. ¿Estará bien abrigadito ahora que empieza el frío?
—Claro, cómo no va a estar…
—Nené, yo lo quiero ver al Panchito. ¿Cuándo lo viste vos?
—Cuando tenía un mes.
—Y no viniste más al rancho, ni vos ni la niña Mabel vinieron más, yo te esperaba siempre y vos nunca más viniste. ¿Y tu marido adónde te va a llevar?
—No sé, Raba. Además ni siquiera estoy segura de que vamos a salir, vos llamame pronto, Raba, otro día ¿eh?
—¿Y le mandaste la plata a tu mamá o no? Porque yo no te dije nada pero tu mamá me contó todo.
—¿De qué?
—Que vos primero le dijiste que le ibas a mandar plata para hacerle el tratamiento a tu papá en el sanatorio pago, y ahora tienen que ir al hospital.
—Pero mi mamá me dijo que lo mismo lo habían atendido bien en el hospital, y yo por más que quiera no puedo porque me metí en los gastos del living. Y lo mismo después por capricho ella lo pasó de nuevo al sanatorio, eso vos no lo sabés, y qué tanto, que saque la plata de la libreta ¿acaso los ahorros no son para eso?, para un caso de necesidad.
—Ella me dijo que vos eras mala con tu papá, y que no te iba a escribir más. ¿Te escribió?
—Sí que me escribió.
—¿Y cuándo te voy a ver?
—Llamame pronto. Chau, Raba.
—Chau.
Pese al dolor de cabeza y al creciente malhumor se dispone a hacer la cama, por segunda vez en el día, como todos los domingos. Su marido deshace la cama después del almuerzo, todos los domingos y feriados, para acostarse antes de ir al partido de fútbol, hecho que provoca discusiones no sólo relacionadas con el trastorno de rehacer la cama. Nené reflexiona y trata de conformarse pensando que afortunadamente sólo domingos y feriados él viene a almorzar.
*
—Hola…
—¡Es la Raba! ¿sos vos?
—Sí ¿cómo estás? …ay Raba, cuánto te agradezco lo que me trajiste, sentí tanto no haber estado esa tarde, de casualidad había salido, mirá que salgo poco. Pero yo te lo había dicho que me llamaras antes de venir.
—Yo para darte una sorpresa. ¿Te gustó el gajo?
—Sí, cuando entré enseguida lo vi. Después la portera me contó que te había abierto la puerta ella.
—Ella no me quería abrir la puerta, no quería por nada, pero yo le dije que era un gajo delicado, y si no lo sabés plantar se seca seguro. ¿Te gusta donde lo puse?
—Sí, y me parece que prendió bien.
—Yo me voy para Vallejos. Me voy mañana.
—¿Por qué? ¿qué pasó? ¡no le vayas a decir a mamá que me viste la casa!
—Ya junté para el pasaje y hoy fue el último día que trabajé en la fábrica.
—¿Y por allá qué vas a hacer? ¿de nuevo a lavar?
—No, que la niña Mabel habló con mi tía que si yo quería volver me tomaba de nuevo, que ahora no pueden tener mucama y cocinera, yo y la madre vamos a hacer todo. Y me dan permiso para ir a ver al Panchito todas las tardes.
—¿Y acá no te habías conseguido ningún novio?
—No, me da miedo meterme con hombres que no conozco.
—¿A mamá le vas a contar que viniste a mi casa?
—Si vos no querés no le cuento nada.
—¿A qué hora sale el tren mañana? Porque si querés te llevo alguna ropa mía usada.
—A las diez de la mañana sale. Pero mejor si tenés algo nuevo para el Panchito. Que necesita más que yo.
—Y, mucho tiempo no voy a tener, si encuentro algo se lo compro. Pero mañana sin falta te veo en la estación. A las nueve y media ya voy a estar ahí. Vos andá temprano así te encontrás un asiento bueno.
—No dejes de venir, y si tenés algo viejo para mí no te olvides tampoco.
—Raba, prometeme que a Mabel tampoco le vas a contar que me viste la casa.
—Te prometo, ¿y no tendrás una pañoleta para el Panchito que ahora hace frío?
—Voy a ver. Chau, Raba, tengo que hacer.
—Bueno, hasta mañana.
—Chau, y llegá temprano.
—Chau.
Vuelve a arrepentirse de haber pedido teléfono blanco, siempre marcado por huellas de dedos sucios. Además necesita una silla en ese cuarto para no sentarse obligadamente en la cama cada vez que atiende el teléfono. Decide lustrar los herrajes del juego de dormitorio ese mismo día. Yendo hacia la cocina atraviesa un cuarto destinado a comedor donde sólo hay una caja de cartón conteniendo un velador con pantalla de tul blanco. En el pequeño vestíbulo de entrada, destinado a living, tampoco hay muebles: mira el espacio vacío preguntándose si jamás reunirá el dinero para comprar todo al contado, pues ha resuelto evitar el pago adicional de intereses implícito en una compra a plazos.
—Ya que está ahí ¿no me cortaría unos higos? cáscara aterciopelada verde, adentro la pulpa de granitos rojos dulces los reviento con los dientes
—Buenas tardes, no la había visto. el [2] pie las uñas pintadas asoman de la chancleta, piernas flacas, ancas grandes
—Buenas tardes
—Perdone que ande por este tapial, que si no ponemos una antena no oímos la radio, y los presos se me van a andar quejando. los presos no ven nunca a una mujer
—Y usted también querrá escuchar, no diga que no… negro barato, le brillan el cuello y las orejas, se lava para blanquearse
—Para qué voy a decir que no… ¿Le saco los más maduros, nomás, o medio verdes también? mi uniforme de gabardina y botas que brillan
—No, maduritos nomás, otro día yo vengo con un palo y volteo los que se hayan puesto más morados. me los como, uno por uno, y me tiro en el jardín, no me importa que me piquen los bicharracos del pasto
—Llámeme a mí, pongo la escalera del otro lado y ya estoy subido al tapial. me trepo, salto, subo, bajo, la toco
—¿Y si tiene que hacer algo? ¿o lo único que hace es escuchar la radio? una sirvienta tuvo un hijo natural
—Eso no tengo yo la culpa, que no haya ningún robo por ahí. un balazo, para hacerme saltar la tapa de los sesos
—Entonces voy a ir yo a denunciar que me roban los pollos. plumas largas blancas, plumas negras y amarillas y marrones arqueadas brillan las plumas de la cola, otras llenan el colchón, blandito, se hunde
—No le van a creer.
—¿Por qué?
—Porque está pared por medio con la Comisaría, bien vigiladito el gallinero. una gallina blanca para el gallo, no hay un gallo en el corral, a la noche al gallinero se le va a meter un zorro
—Menos mal, verdad… Lástima que no me pueda meter presas a las hormigas, mire cómo me arruinan los rosales… Suavidad de terciopelo, pétalos frescos rosados, se abren, un hombre los acaricia, huele el perfume, corta la rosa
—¿Qué le anda echando?
—Veneno para las hormigas. negras, chiquitas, malas, negro grandote, con los brazos de albañil ¿la habrá forzado a la Raba? ¿De Juan Carlos no sabe nada, usted que era amigo de él?
—Sí, me escribió una carta… Juan Carlos pregunta por una guacha
—Pero también nunca se quiso cuidar, y usted que le hacía buena compañía, si no me equivoco… ¿cuál de los dos más hombre? ¿cuál de los dos más forzudo?
—Juan Carlos era mi mejor amigo, y siempre va a ser igual para mí. el albañil tiene casa de material ¿y hembra maestra de escuela?
—¿Dónde está? ¿en aquel sanatorio tan lujoso de antes? los ojos castaño claros los entornaba al besarme
—No, creo que en una pensión, y va al médico aparte.
—Ese otro sanatorio era carísimo.
—Sí, parece que sí… ¿Arranco éstos que están acá?
—Ésos… sí, ya están bien maduros para comer, y sírvase usted también. los dientes marrón y amarillo
—Son difíciles de pelar. te pelo, cáscara verde, pulpa dulce colorada
—Me da miedo que se caiga.
—No me voy a caer, se los alcanzo de a uno, abaraje… Ahí va… muy bien… ¿se reventó? las gallinas se espantan, cacarean, aletean contra el tejido de alambre y se machucan las alas, los zorros se escapan por cualquier agujero del tapial
—Espere que me coma uno… Cuénteme de dónde se hizo amigo de Juan Carlos. un criollo negro, él era blanco, los brazos no tan morrudos, la espalda no tan ancha
—Un día cuando éramos pibes lo desafié a pelear. las zorras tienen la cueva que nunca se sabe dónde, la cueva de la zorra
—¿Y hace mucho que está en la policía, usted?
—Entre que fui a la escuela en La Plata y que llegué acá como un año y medio.
—Y a las chicas les debe gustar el uniforme ¿no? la Raba vuelve de Buenos Aires ¿el negro salta el tapial para forzarla otra vez?
—No, es macana eso. ¿A usted quién se lo dijo? las blancas sí, que las criollas son negras y peludas
—Yo sé que algunas chicas tienen debilidad por los uniformes. Cuando yo estaba pupila en Buenos Aires mis compañeras se enamoraban siempre de los cadetes. un cadete, no un negro suboficial cualquiera
—¿Y usted no? sí, si, sí, sí
—sí, yo también. No, yo me portaba bien, yo era una santa. Y no se preocupe porque yo tengo novio, y en serio. buen muchacho, un pigmeo comparado con un negro grandote
—¿Cuál? ¿aquel que vino en el verano de la capital?
—Sí, qué otro quiere que sea…
—Uno medio petiso el hombre… zorra ¿dónde tenés el escondite?
—Me tiene que gustar a mí y no a usted.
—¿Quiere que le corte más higos?
—Bueno, esos que están más arriba. no te vayas todavía…
—¿y la madre? ¿dónde está? Pero no alcanzo. Tendría que bajar a su patio y subirme por el árbol ¿quiere?
—No, porque si lo ve mi mamá me va a retar, pero si quiere alguna otra vez que esté en la Comisaría, que no tenga nada que hacer, puede bajarse y trepar por el árbol, cuando lo vea mi mamá mejor que no. mi mamá no dice nada, nada, nada, y la Raba llega dentro de pocos días
—Pero su mamá está siempre ¿o no? a la zorra la agarro de la cola
—Sí, mi mamá está siempre, no sale casi.
—Entonces… ¿cuándo voy a poder bajar? de noche, de noche…
—de noche, de noche… No sé, mi mamá está siempre.
—¿Ella no duerme la siesta?
—No, no duerme la siesta.
—Pero a la noche debe dormir… cuando salto el tapial no hago ruido, las gallinas no se van a despertar
—Sí, pero de noche no se ve bien para trepar al árbol. un tipo forzudo se trepa como quiere a una higuera
—Sí que puedo ver…
—Pero no puede ver qué higo está maduro, y qué higo está verde. vení, vení
—Sí, porque los toco y están más blandos los maduritos y largan una gotita de miel, me parece que me los voy a comer todos yo solo, si me vengo esta noche. ¿A qué hora se duerme su mamá? ya la agarré y no la suelto
—A eso de las doce ya seguro que está dormida… ¿la habrá forzado a la Raba? ¿tendrá tanta fuerza para eso? la Raba llega y me encuentra con un negro orillero
—Entonces a esa hora esta noche vengo sin falta. la novia del petiso
—¿Y la antena ya la colocó? me muero por darle un beso a un hombre de verdad, como tu amigo
—Para eso hay tiempo, primero me voy a comer un higo. voy caminando por la calle delante de la gente, con una maestra de escuela