57
Nicolaus deja el coche en el aparcamiento, detrás del instituto, y apaga el motor. La calefacción, que iba zumbando a los pies de Minoo, se oye cada vez menos hasta que queda en silencio y los limpiaparabrisas se detienen.
Ha empezado a nevar otra vez. Los copos caen esponjosos y se posan sinuosamente sobre el mundo.
Minoo contempla el edificio del instituto de Engelsfors, envuelto en sombras. Unas farolas arrojan su resplandor amarillo sobre el patio. Las ventanas son rectángulos negros. Es imposible ver a través de ellas. Aunque quien esté dentro sí puede ver lo que hay fuera.
Tienen que cruzar el aparcamiento, que está bien iluminado. O eso, o el patio, no menos iluminado. No hay donde esconderse de camino al edificio.
Alguien golpea la ventanilla de Minoo, que da un respingo sobresaltada.
Es Vanessa.
Abre la puerta y un aire frío entra a raudales en el coche.
—Linnéa está en el comedor —dice—. He sentido su energía. Está viva.
Habla sin dejar de mirar nerviosa hacia el edificio.
Nicolaus saca un llavero enorme y se lo entrega a Vanessa.
—Esta es la llave que abre la entrada a las cocinas, junto a la zona de carga y descarga. De ahí arranca un pasillo que conduce directamente a la cocina.
—¿Max está con ella? —pregunta Minoo.
—No lo sé. A él no he podido sentirlo.
—Perdona, pero ¿alguien ha caído en la cuenta de que esto puede ser una trampa? —pregunta Ida.
Minoo le echa una mirada por el retrovisor. Se siente como una idiota. Ni siquiera se le había ocurrido. Lo único que tenían en la cabeza era que debían salvar a Linnéa.
—Como lo del abuelo de Anna-Karin en el cobertizo —continúa Ida.
—Puede ser —dice Anna-Karin—. Pero no tenemos elección. Hay que arriesgarse.
Ida no parece satisfecha, pero deja de poner objeciones.
—¿Seguimos con el mismo plan? —pregunta Vanessa.
—Sí —responde Minoo.
Se da la vuelta para ver la reacción de Anna-Karin, que asiente sin decir nada.
Hay tantas cosas que Anna-Karin querría contarle a Nicolaus, y que querría agradecerle… Pero no tienen tiempo.
Minoo sale del coche y baja el respaldo del asiento. Ida sale con dificultad, pero Anna-Karin se queda rezagada y su mirada se cruza con la de Nicolaus.
—Me gustaría ir con vosotras —dice.
—Nos hace falta alguien que nos espere aquí —responde Anna-Karin.
—Rezaré por vosotras.
Las cuatro cruzan el aparcamiento corriendo. El edificio del instituto se alza perfilándose sobre el cielo nocturno. Es como si creciera ante los ojos de Anna-Karin. Trata de no pensar en lo vulnerables que son en el espacio abierto.
Suben a la zona de carga y descarga, donde una ancha puerta de acero les da acceso al interior del instituto. Vanessa saca el llavero.
—Espera un poco —dice Ida.
Tiene las manos en los bolsillos y está mirándose las botas.
—Si yo muero y vosotras os libráis… En los establos hay un caballo. Troja. ¿Alguna de vosotras podría asegurarse de que lo cuiden y de que esté bien?
—Sí, yo puedo encargarme —responde Anna-Karin.
Ida asiente sin mirarla a los ojos.
—Vale —dice Vanessa desapareciendo a la vista de todas—. Venga, vamos a entrar.
Vanessa abre la puerta. Resulta sorprendentemente fácil y se desliza sin hacer ruido. Ante ellas se extiende una rampa que desemboca en la oscuridad.
Anna-Karin saca el móvil y enciende la luz.
—Apaga —susurra Minoo—. No sabemos lo que hay ahí dentro.
Vanessa le coge la mano a Anna-Karin y las cuatro forman una cadena. Ida va la última y Vanessa a la cabeza.
Cuando han entrado las cuatro, Ida cierra la puerta. La oscuridad que las envuelve es compacta de un modo que Vanessa no conocía hasta ahora.
Las cuatro se quedan inmóviles, atentas.
Solo oyen su propia respiración, y el sistema de ventilación, que emite un leve zumbido.
Vanessa empieza a moverse hacia delante con cautela, de la mano de Anna-Karin. Con la mano izquierda tantea la superficie rugosa de la pared.
No se atreve a sentir si Linnéa sigue viva. Invierte toda su fuerza en mantener la invisibilidad. Y en no echar a correr presa del pánico.
Es como ser ciego, caminan con los ojos abiertos como platos, pero sin ver nada. Es imposible saber cuánto han caminado ni lo que espera justo delante.
Tiene todo el cuerpo en tensión, hiperactivo, listo para reaccionar al menor movimiento. Al final, Vanessa no sabe si es el silencio o la ventilación lo que le zumba en los oídos. Empieza a creer que oye susurros mezclados con el ruido.
Vanessa…
La voz suena asustada, quejumbrosa. Pero está viva. Linnéa está viva.
Vanessa apremia el paso, nota que Anna-Karin y las demás no pueden seguirla del todo, pero ella no se detiene.
Cuanto más se adentran en el instituto, más difícil le resulta mantenerse invisible. Encuentra una dificultad extraña para algo que, normalmente, funciona sin problemas.
Toca una esquina y se detiene, va tanteando el aire con la mano. Los dedos rozan una superficie lisa. ¿Una puerta? Da con el picaporte. Lo empuja despacio. Naturalmente, la puerta está cerrada. Entre susurros, le pide a Anna-Karin que encienda la luz del móvil. Tienen que correr ese riesgo.
Vanessa saca el llavero y va buscando la llave a la luz del móvil de Anna-Karin. El entrechocar de las llaves provoca un tintineo ensordecedor en aquel espacio claustrofóbico.
Por favor… Por favor… Ayudadme…
Hay tal desesperación en la voz, tanto dolor… A Vanessa le tiembla la mano cuando por fin encuentra la llave que entra en la cerradura. Se abre con un clic. Anna-Karin apaga el móvil antes de que Vanessa entreabra la puerta.
Anna-Karin entra en la cocina agachándose detrás de Vanessa, que sigue invisible.
A la derecha hay un gran espacio abierto de forma rectangular que da al comedor. Es ahí donde los alumnos se sirven la comida de los expositores que están en el lado de la cocina. Desde el comedor entra en ese espacio una luz tenue, se refleja en las largas superficies de acero y en los azulejos de las paredes. Junto al lavavajillas, ahora mudo, se ven los recipientes de plástico de varios colores, colocados en sus estantes. Huele a detergente, a comida, a vapor de agua y a metal.
Anna-Karin empieza a gatear por el suelo. A la izquierda del rectángulo, en la pared, hay un par de puertas giratorias que dan al comedor. Ahí, en algún lugar, está Linnéa.
Se detiene junto a las puertas, que se abren con una lentitud infinita cuando Vanessa entra en el comedor para inspeccionar.
Anna-Karin se gira y mira a Minoo y a Ida, que están acurrucadas en el suelo, detrás de ella. Las dos asienten: ya puede empezar a actuar.
Anna-Karin cierra los ojos. Se concentra.
Va dejando fluir el poder que tiene dentro, temerosa de que salga como una ola, de que la ahogue. Sin embargo, empieza a surgir lentamente de su cuerpo.
Y luego, se detiene.
Nunca había experimentado esa sensación. El poder sigue ahí, pero como una corriente débil y menguante, donde antes corría como un torrente.
El miedo se apodera de ella.
Puede que venciera a Max en la cocina de su casa, pero ahora están en su territorio.
El instituto es el lugar del mal.
Al entrar en el comedor, Vanessa se detiene e inspecciona el espacio.
Las sillas están boca abajo en las mesas. La única luz procede de la habitación lateral, donde se encuentran las mesas más populares, para los alumnos más populares.
Le late el corazón, bum-bum-bum, a medida que va acercándose.
Cuando se acerca oye una voz que habla bajo y rápido. En un primer momento cree que es Linnéa, pero luego se da cuenta de que es una voz de chico.
Suena joven. Más joven que Max.
Hay algo que no encaja.
Vanessa pega la espalda a la pared y avanza despacio. No quiere correr riesgos innecesarios. Nunca se ha sentido tan insegura de su poder, de si funcionará.
—Por favor —dice la voz—. Cuéntame. Créeme, yo no quiero hacer esto.
El corazón de Vanessa late más rápido aún. Casi ha llegado a la entrada del pequeño comedor lateral. Se arrodilla y recorre el último tramo gateando. El aire está cargado de magia. Y ella va adentrándose cada vez más en el campo de fuerza, cada vez más cerca de su centro, lo que le exige mayor energía para poder mantenerse invisible.
Observa, a la vuelta de la esquina, el interior de la sala.
Han apartado las mesas de modo que en el centro queda un espacio abierto.
Linnéa está sentada en una silla. Tiene los tobillos sujetos a las patas con una cinta adhesiva y las manos atadas a la espalda. Se le ha corrido el maquillaje y tiene la mirada exhausta, febril.
—No te hagas esto —dice el chico de la sudadera negra que está acuclillado delante de ella—. Simplemente, dime quiénes son las demás.
Vanessa no le ve la cara, pero ahora está segura de que no es Max.
Linnéa aprieta los ojos. Emite un débil gemido.
Vanessa.
Otra vez le resuena esa voz en la cabeza. Y por un instante de vértigo, atisba brevemente lo que le está pasando a Linnéa.
Es una lucha a vida o muerte. Una presencia extraña trata de implantarse en su conciencia, pero ella se resiste con todas sus fuerzas. Y es superfuerte. Aunque esa fuerza extraña no para de ejercer una presión enorme, ella la mantiene a raya. Sin embargo, ya empieza a cansarse. No aguantará mucho más, Vanessa lo siente con total claridad.
Entonces se levanta el chico. Y Vanessa ve quién es.
Elías.
Es tal la sorpresa que está a punto de perder la invisibilidad.
Porque parece de verdad que es Elías. Vivo.
—¿Recuerdas cuando andábamos por las esclusas? —le pregunta a Linnéa con la voz impregnada de nostalgia—. Nos sentábamos allí a fumar y a charlar. Y decías que, si me caía, tú irías detrás. ¿Te acuerdas?
—Tú no puedes saber eso —solloza Linnéa.
—Fuiste tú quien se chivó a mis padres la vez que intenté tirarme de verdad. Por tu culpa me mandaron al psiquiátrico. Al principio te odié por eso, pero luego comprendí que lo hiciste por amor. Yo sé que me quieres, Linnéa. Soy tu hermano. Y tú eres mi hermana en todo, salvo de sangre.
—Calla… —se lamenta Linnéa.
—Mírame —dice Elías dulcemente, concentrándose en ella.
Linnéa parpadea un poco y vuelve a abrir los ojos.
—Sé que no eres Elías.
Vanessa ve la pistola. Está encima de una mesa. Antes se declaró en contra de matar a Max, pero ahora no dudaría en hacerlo para salvar a Linnéa.
—Quién sea yo no tiene la menor importancia —responde con suavidad—. Elías te espera, te espera, Linnéa. Volveréis a estar juntos. Deja de resistirte.
Linnéa niega con la cabeza. Vanessa empieza a deslizarse hacia donde está la pistola.
—Vamos —ruega Elías—. Solo necesito dos nombres más. Dime quiénes son y todo habrá terminado.
Elías se inclina y queda a unos centímetros de la cara de Linnéa. Le clava la mirada.
—Dímelo —le susurra.
Y Vanessa siente cómo crece la magia que irradia del cuerpo del chico. Sin perder de vista la pistola, sigue avanzando hacia la mesa. Apenas se atreve a respirar. Solo faltan unos metros. Una vez convenció a Nicke de que le enseñara cómo se usa una pistola. Ahora trata de recordarlo. ¿Dónde estaba el seguro?
Linnéa se retuerce en la silla.
—Minoo… —dice.
—Eso ya lo sé —responde Elías paciente.
—Anna-Karin…
—Uno más. Dame un nombre más y me daré por satisfecho.
—¡No!
La voz atormentada de Linnéa resuena en el comedor. Minoo siente un dolor físico al oírla.
Vanessa ya tendría que haber vuelto.
—No podemos esperar más —le susurra a Anna-Karin—. ¿Puedes controlarlo desde aquí?
Anna-Karin la mira aterrada y niega con la cabeza.
—No —le confirma en un susurro—. Si lo viera, quizá… pero no lo sé.
—Pues entonces tenemos que ir donde están ellos —la interrumpe Minoo.
Se vuelve hacia Ida y añade:
—Las tres.
Vanessa casi ha alcanzado el objetivo. Una mano primero, una rodilla después.
Elías sigue delante de Linnéa. Tiene las manos relajadas, colgando a los lados, y una rigidez extraña en la cara, como si fuera de plástico.
Un plástico que, de repente, se derrite y se convierte en otra cara. El cuerpo se llena de músculos, crece unos veinte centímetros.
Max.
Se lleva una mano a la frente y se presiona con los dedos.
—¡Dijisteis que sería más fácil! —grita al aire—. ¡No quiero, no quiero hacerlo!
Vanessa se pone a gatas y se estira para coger la pistola. Si consigue usarla bien, dentro de unos instantes todo habrá terminado. Ni siquiera Max puede sobrevivir a una bala.
Justo cuando va a cogerla, Max echa mano de la culata. Han estado a un milímetro de rozarse.
—No quiero hacerte daño —dice apuntando a Linnéa con la pistola—. Pero si no me dices quiénes son las otras dos, tendré que matarte.
—¿Y crees que me importa? —responde Linnéa con voz ronca sin apartar la mirada.
Max se guarda la pistola en la cinturilla del pantalón. Mira a Linnéa. Y, de pronto, levanta la mano y le da tal bofetada que vuelca la silla.
Vanessa ahoga un grito.
Y Max se da la vuelta.
Sonríe sorprendido al verla.
—Vaya, pero si eres tú —dice con tono suave.
Vanessa no se lo piensa dos veces, se levanta y se abalanza sobre él.
Max barre el aire con el brazo.
Anna-Karin ha llegado a la mitad del comedor cuando aparece Vanessa volando por los aires, catapultada por una fuerza invisible.
Se estrella de espaldas contra una mesa. Las sillas caen al suelo con estrépito. Anna-Karin ve que Vanessa se eleva a un metro del suelo y después cae como un rayo con un alarido de dolor y se queda clavada al entarimado.
Minoo se apresura a cogerle la mano a Anna-Karin y la aprieta fuerte. Ida le coge la otra mano. Anna-Karin siente cómo la energía de las dos le fluye por todo el cuerpo. Y una vez más, siente su poder, aunque está lejos de ser tan fuerte como cuando lo usaba habitualmente allí mismo, en el instituto.
Max sale de la sala lateral y aparece en el comedor. Se concentra en Vanessa, que se debate clavada al tablero. Anna-Karin comprende que solo tienen una oportunidad y que es ahora, un instante antes de que las haya visto.
SUELTA A VANESSA, le ordena. DÉJALA EN PAZ.
Max se da la vuelta.
Minoo vio los remolinos de humo negro alrededor de Vanessa mientras salía catapultada por la habitación. La habían envuelto entera como una densa capa de bruma oleosa.
Ahora advierte que de Max emana más humo. Lo dirige hacia Anna-Karin que, un segundo después, suelta a Minoo.
El cuerpo de Anna-Karin sale propulsado violentamente hacia arriba, se estampa contra el techo y se queda allí unos segundos, aplastado contra las planchas de color blanco. Luego, el humo la arrastra a una velocidad irracional por todo el techo, hasta que se da con la pared del fondo. Y desde allí se desliza hacia el suelo, donde se queda tendida.
De repente, Minoo nota también vacía la otra mano.
Ida la ha soltado. Y corre hacia la cocina.
Pero no llega muy lejos. El humo se mueve tras ella raudo y silencioso.
Cae al suelo. A su alrededor se prende un círculo de fuego. Minoo le ve el terror en la cara detrás de las altas llamas que la tienen prisionera. Un ligero olor a linóleo quemado se extiende por la habitación.
Minoo se vuelve hacia Max. El humo negro sigue rodeándolo mientras él se acerca. Le baila alrededor describiendo formas en el aire. Es como un ser vivo. Es casi hermoso. Seductor.
—Minoo —dice con una sonrisa.
Eso es lo peor de todo. Que se alegre tanto de verla. Como si lo que acababa de hacer no tuviera ninguna importancia.
—Sé que ahora mismo no lo comprendes —continúa—. Pero lo único que quiero… Lo único que he querido todo el tiempo es que estemos juntos. Tú y yo nos pertenecemos.
Le hierve la sangre de rabia.
—Ya, pero yo no quiero —responde sorprendida de lo fuerte y segura que suena.
Max se detiene. Parece ofendido. Lo negro se le enrosca por todo el cuerpo, envía unas largas antenas que se acercan a Minoo, pero se apartan en el último momento.
Minoo no se mueve.
Le vibra el cuerpo con señales desconocidas. Algo se retuerce en el aire como un torbellino a su alrededor, sale de ella, la embriaga con su poder.
—Minoo —dice Max, le flaquea la voz—. ¿Qué estás haciendo?
—Relajarme.
El humo negro que llena el espacio entre los dos se vuelve denso.
Pero no procede solo de Max. Sale a raudales de Minoo, se enrosca en volutas que forman largos tentáculos negros.
Es poderosa. Tiene la fuerza de todo un ejército. Tiene conexión directa con algo que es increíblemente más poderoso que ella. Son muchos. Son uno. Todos juntos, se mueven hacia Max.
Él la mira presa del pánico. No puede moverse. El humo lo rodea, le impide huir mientras ella se le acerca, los envuelve en un tornado negro.
—Por favor, Minoo —dice Max, de rodillas a sus pies—. Yo te quiero.
Pero sus palabras no la conmueven.
Sabe lo que tiene que hacer.
Le pone la mano en la frente.
Cierra los ojos y lo ve.
La bendición de los demonios.
Descansa sobre Max como una aureola negra. La magia de los demonios. El humo negro que exhala el cuerpo de Minoo lo ahoga.
El aura se debilita y desaparece. Al final no queda ni rastro. La bendición se ha roto.
Siente que la fuerza vital va abandonando a Max, su mano la va absorbiendo, la llena y la hace aún más fuerte y poderosa.
Hay algo atrapado dentro de Max, algo que lucha por salir a la superficie, y Minoo ayuda a tirar.
Es como un peso que se suelta de pronto.
Y a Minoo se le llenan los ojos de lágrimas, porque ahora la siente con toda claridad.
Rebecka. Ha estado prisionera en Max todo el tiempo. Su alma la irradia entera, la llena de luz. Todo lo que era Rebecka existe en Minoo un instante. Y luego desaparece. Por fin es libre.
Poco después llega Elías. Minoo lo reconoce enseguida, como si hubieran sido amigos toda la vida y mucho antes, incluso. Su alma la atraviesa y se esfuma también.
Minoo hunde los dedos en el pelo de Max, le aprieta la frente. Su cuerpo va perdiendo fuerza y ella se arrodilla despacio junto a él cuando cae de costado y se queda allí, inerte.
Y Minoo se llena de él. Impresiones, pensamientos y sentimientos, todo lo que ha experimentado. Todo lo que es él la recorre por dentro como a través de un sentido cuya existencia ignoraba hasta el momento.
Recuerdos.
Max arrastra a Linnéa desde su coche hasta el patio del colegio. La lleva atada de pies y manos, pero ella trata de oponer resistencia.
Él abre la puerta de su casa, donde hay una joven desconocida con flequillo largo y negro. Saca una pistola, dice que va a morir por lo que le hizo a Elías. Pero él se da cuenta de que duda, de que no disparará. No es una asesina. Y Max comprende que es una de las Elegidas. Que ella le ayudará a encontrar a las otras. Es un regalo.
Luego se despierta como de un sueño y ve que está en el aula, con Minoo. Ellos le susurran que se ha descubierto. Están enfadados, pero él tiene miedo. Miedo de que ella lo malinterprete, de que no comprenda que jamás le haría daño, de que se pertenecen.
El cobertizo arde y las vacas mugen aterradas. Él sale corriendo de allí con Sus reproches resonándole en la cabeza. Ellos amenazan con no cumplir su promesa, con no dejar que Minoo siga viva, a pesar de todo.
Minoo pregunta si él puede esperarla. Y sí, puede esperarla eternamente.
Max está en el aula mirando a Anna-Karin, pensando en cómo ha cambiado a lo largo del semestre. Él sabe cómo funcionan esas cosas. ¿Por qué no se ha dado cuenta antes?
Minoo está tan guapa cuando la ve junto al viaducto… Sabe que no debería, pero la besa de todos modos. Ha llegado a otro acuerdo con Ellos: la dejarán vivir.
Aquel instante terrible de la bañera, cuando se atrevió a oponerse a Ellos por primera vez.
El primer beso.
De repente, se presenta en la puerta de su casa y se pregunta si está soñando.
Se entera de que Minoo es la persona a la que tiene que matar.
Le arranca a Rebecka el alma del cuerpo, al mismo tiempo que le pide perdón.
Rebecka cae.
Se da la vuelta y ve su cara bajo la apariencia de Gustaf.
Rebecka en el centro comercial Citygallerian.
Pone a prueba el poder de Elías por primera vez. Se ve a sí mismo en el espejo transformándose por primera vez en Gustaf, la persona en la que confía Rebecka, la que puede acercársele sin problemas, en caso necesario.
Ve acercarse a Rebecka, que ha salido a correr, sabe que es su próxima víctima. Ellos le advierten, entre susurros, que ella es más fuerte que el primero. Que debe prepararse a conciencia.
La profecía estaba equivocada, le dicen las voces. Los Elegidos eran siete. Quedan seis.
Se encuentra en la calle, delante de la ventana de Minoo. Habría preferido que ella no hubiese encontrado el cadáver de Elías. Se pregunta cómo está y le gustaría consolarla.
Ve cómo sacan del instituto la camilla con el cuerpo sin vida de Elías y siente un alivio enorme. Por fin ha pasado todo.
A través de la puerta cerrada de los servicios oye que el espejo se rompe en mil pedazos.
Entra en el aula y ve a Minoo por primera vez. Alice ha vuelto a la vida.
En el interior de Max, Minoo advierte otro peso, en lo más profundo. Como un ancla que arrancan del fondo y que poco a poco va subiendo a la superficie.
Su alma.
Los recuerdos acuden cada vez más deprisa.
Max cuelga el póster de Perséfone, que se parece tanto a Alice que le duele mirarlo. Es una tortura placentera.
Tantas noches como se ha pasado despierto pensando en lo terrible que es lo que se ha comprometido a hacer. Se dice que la causa lo merece. Alice lo merece.
Odia Engelsfors desde el primer instante. Se parece a la ciudad en la que él se crio.
Los años en la facultad, las mujeres que pasaron por su vida, amigos a los que desprecia en secreto. Los que creen que no hay más mundo que el que ellos pueden ver a simple vista.
Ellos le han prometido que recuperará a Alice. Una nueva oportunidad.
Años de culpa.
Y todo se ralentiza otra vez.
El entierro es como una neblina. Nadie sabía, nadie comprendió lo desgraciada que era.
La Policía llamó por la mañana. Han encontrado su cuerpo en las rocas, al pie de la casa.
La fiesta está en pleno apogeo y la música retumba por todas las habitaciones. Tiene un subidón de adrenalina y le tiembla todo el cuerpo. Ahí está el Amigo. «Si alguien te pregunta, he pasado toda la noche contigo», dice Max, porque de repente ha descubierto algo nuevo de sí mismo. Aun así, se sorprende al ver que los ojos del amigo se llenan de lágrimas, y asiente. Max sigue bajo los efectos de la embriaguez que le ha producido saborear la magia por primera vez. Hacer que otros obedezcan sus órdenes.
Quiere que ella muera. Prefiere que no sea de nadie, si no puede ser suya. Si ella se suicidara… Lo desea de todo corazón. Y entonces ella se levanta, se pone de pie en el alféizar de la ventana. Sabe que es él quien la obliga a hacerlo. Se miran un instante, estupefactos. Y ella obedece su deseo y se arroja al vacío.
Las ventanas están abiertas para dejar paso al cálido aire estival y ella está acurrucada en el alféizar, con la frente apoyada en las rodillas, y dice: «Por favor, Max, vete». Él trata de convencerla de que la quiere, de que son el uno para el otro. «¿No me has oído? No quiero verte nunca más», dice ella.
Alice, a la que tanto ha querido, la que le ha mostrado el cuadro y con la que se ha reído del parecido tan asombroso entre ella y Perséfone.
Alice, la primera vez que la vio. Desde entonces sabe que ella lo hará feliz.
El alma de Max no tardará en alcanzar la superficie. Minoo advierte un grito que va cobrando fuerza y llena cada rincón de su cabeza. Es Max, que grita de dolor. Ella le está haciendo daño.
Minoo intuye las tinieblas de su infancia y sabe que, si no lo deja ya, estará haciendo lo mismo que Max hizo con Rebecka y con Elías. Le arrancará el alma, se lo arrebatará todo.
Relájate.
Minoo se va relajando poco a poco, lo va soltando, siente cómo el peso se va deslizando de nuevo hacia el fondo. Se extingue el grito. Todo queda en silencio.
Minoo abre los ojos.
El humo negro ha desaparecido.
Está arrodillada en el suelo. Max tiene la frente roja justo allí donde ella presionaba hacía un instante. Tiene los ojos cerrados. El pecho se le mueve ligeramente.
Ya ha pasado todo.