ESCENA II
FILAMINTA.-(A Enriqueta, que quiere retirarse.) ¡Hola! ¿Por qué huis...?
ENRIQUETA.-Por miedo de turbar un coloquio tan íntimo.
FILAMINTA.-Acercaos y venid, con la atención necearía, para tener el placer de escuchar maravillas.
ENRIQUETA.-Entiendo muy poco la belleza de lo escrito, y no son mi fuerte las cosas espirituales.
FILAMINTA.-Eso no importa; quizá por ello tengo que deciros un secreto que debéis inmediatamente conocer.
TRISSOTIN.— (A Enriqueta.) Las ciencias no tienen nada que puedan cautivaros, aunque vos sólo no hagáis otra cosa que cautivar.
ENRIQUETA.-Ni lo uno ni lo otro; no tengo el menor deseo...
BELISA.-¡Ah! Ocupémonos del recién nacido, os lo ruego.
FILAMINTA.-(A Espina.) Vamos, muchacho; trae pronto sillas. (Espina, se cae.) ¡Vaya con el impertinente! ¿Es que puede uno caerse después de haber aprendido el equilibrio de las cosas...?
BELISA. ¿No comprendes, ignorante, las causas de tu caída, motivada por haber separado del punto fijo lo que se llama el centro de gravedad...?
ESPINA.-Ya lo he visto, señora, cuando estaba en el suelo...
FILAMINTA.-(A Espina, que sale.) ¡Qué torpísimo!
TRISSOTIN.-¡Bien le vale no ser de vidrio...!
ARMANDA.-¡Ah! ¡El espíritu siempre y sobre todo...!
BELISA.-No se le agota nunca. (Se sientan.)
FILAMINTA.-Servimos lo antes posible vuestro amable alimento.
TRISSOTIN.-Para ese hambre voraz que se me brinda, un plato de ocho versos paréceme muy poco; y creo que en este caso, no cometeré ningún abuso añadiendo al epigrama, o sino al madrigal, la salsa de un soneto que en casa de una princesa fue recibido cono algo muy delicado. Todo él se encuentra sazonado de sal ática, y creo que lo consideraréis de bastante buen gusto.
ARMANDA.-¡Ah, no lo dudo!
FILAMINTA.-Escuchémoslo pronto.
BELISA.-(Interrumpiendo a Trissotin, cada vez que se dispone a leer.) Siento estremecerse de gusto mi corazón por adelantado. Me encanta la poesía con locura, sobre todo cuando los versos son de tono galante.
FILAMINTA.-Si seguimos hablando, no podrá decir nada.
TRISSOTIN.-So...
BELISA.— (A Enriqueta.) Silencio absoluto.
ARMANDA.-¡Ah, dejadle leer!
TRISSOTIN.-(Leyendo.) «Soneto a la fiebre de la princesa Ucrania.» Vuestra prudencia está dormida por tratar con magnificencia y alojar soberbiamente a vuestra más cruel enemiga.
BELISA.-¡Qué magnífico comienzo!
ARMANDA.-¡Qué giro más galante!
FILAMINTA.-Sólo él posee el talento necesario para los versos fáciles. ARMANDA.-Hay que rendirse ante esa «prudencia dormida.»
BELISA.-«Alojar a su cruel enemiga», está para lleno de encantos.
FILAMINTA.-Me gustó ese «con magnificencia» y ese «soberbiamente.» ¡Cómo suenan esos dos calificativos!
BELISA.-Prestemos oído a lo demás. Vuestra prudencia está dormida por tratar con magnificencia y alojar soberbiamente a vuestra más cruel enemiga.
ARMANDA.-¡Prudencia dormida!
BELISA.-¡Alojar a su enemiga!
FILAMINTA.-¡Con magnificencia y soberbiamente!
TRISSOTIN.-(Sigue leyendo.)
Haced que salga, digan lo que digan, de vuestra rica habitación, donde esa ingrata insolente ataca vuestra bella vida.
BELISA.-¡Ah!... Despacio... Dejadme respirar, por favor...
ARMANDA.-Dadnos tiempo, si os place, para poder admirar.
FILAMINTA.-Siente una ante esos versos, un no se qué que nos deja pasmadas, derramándose hasta el fondo del alma.
ARMANDA.
Haced que salga, digan lo que digan, de vuestra rica habitación
¡Qué bellamente resulta expresado lo de esa «rica habitación»! ¡Con qué talento está colocada ahí la metáfora!
FILAMINTA.-«Haced que salga, digan lo que digan.» ¡Ah! Este «digan lo que digan», supone un gusto único... Es, a mi juicio, un pasaje impagable.
ARMANDA.-También mi corazón se ha enamorado de ese «digan lo que digan.»
BELISA.-Soy de vuestro mismo parecer; ese «digan lo que digan» es un hallazgo felicísimo.
ARMANDA.-Me hubiera gustado escribirlo yo misma...
BFLISA.-Vale por toda una obra.
FILAMINTA.-Mas ¿se comprenderá tan perfectamente su finura, como yo la comprendo?
ARMANDA Y BELISA.-¡Oh, oh!
FILAMINTA.-«Haced que salgan, digan lo que digan.» Cuidad ahora de la fiebre; no tengáis consideración ninguna; burlaos de todas las habladurías. «Haced que salgan, digan lo que digan.» Este «digan lo que digan»... dice mucho más de lo que se supone. Yo no sé si todos los oyentes serán de mi parecer; mas en esas cuatro palabras, oigo un millón...
BELISA.-Realmente, dice muchas más cosas de las que aparenta.
FILAMINTA.-(A Trissotin.) Mas cuando escribisteis este encantador «digan lo que digan», ¿comprendisteis toda su energía...? Pensasteis honradamente vos mismo, todo lo que expresa...? ¿Se os ocurrió entonces que poníais en ese verso tanto ingenio...?
TRISSOTIN.-¡Ay, ay!
ARMANDA.-Tengo también el «ingrata» en la cabeza; esa ingrata agitada, injusta, indigna, que trata mal a quienes la alojan en su casa.
FILAMINTA.-En fin: los dos cuartetos resultan admirables. Pasemos pronto a los tercetos, os lo ruego.
ARMANDA.-¡Ah!, recitad otra vez ese «digan lo que digan», por favor...
TRISSoTIN.-«Haced que salga, digan lo que digan»...
FILAMINTA, ARMANDA Y BELISA.-¡Digan lo que digan!
TRISOTIN.-...«de vuestra rica habitación.»
FILAMINTA, ARMANDA Y BELISA.-¡Rica habitación!
TRISSOTIN.-... «donde esa ingrata insolentemente»...
FILAMINTA, ARMANDA Y BELISA.-¡Ese «ingrata» ardorosa!
TRISSOTIN.-...«ataca vuestra bella vida.»
FILAMINTA.-¡A vuestra bella vida!
ARMANDA Y BELISA.-¡Ah!
TRISSOTIN.-¡Cómo! Sin respetar vuestro linaje, ella paga a vuestra sangre...,
FILAMINTA, ARMANDA Y BELISA.-¡Ah!
TRISSOTIN.-...y noche y día os ultraja. Si al baño la conducís sin dudar para vengaros, ahogadla con vuestras propias manos.
FILAMINTA.-Yo no puedo más.
BELISA.-Es un pasmo.
ARMANDA.-Se muere una de placer.
FILAMINTA.-Os sentís estremecida por mil dulces escalofríos.
ARMANDA.-«Si al baño la conducís.»
BELISA.-«Sin duda para vengaros.»
FILAMINTA.-«Ahogadla con vuestras propias manos.»
ARMANDA.-Yo encuentro en vuestros versos un rasgo seductor a cada paso. BELISA.-Vaga una extasiada por todas partes.
FILAMINTA.-No se camina sino entre bellas cosas.
ARMANDA.-Es como si se tratase de senderos sembrados de rosas. TRISSOTIN.-¿Os parece, entonces, el soneto...?
FILAMINTA.-Admirable, originalísimo; nadie ha podido hacer nada tan hermoso.
BELISA.-(A Enriqueta.) ¡Cómo! ¿No os emociona semejante lectura...? ¡Me parece muy extraño vuestro comportamiento, sobrina mía...!
ENRIQUETA.-Cada cuál se comporta en este mundo, tía, como puede; y espíritu ingenioso no lo tiene todo el que lo desea.
TRISOTIN.-Quizá le importunen mis versos a esa señorita.
ENRIQUETA.-Nada de eso. Yo no escucho.
FILAMINTA.-¡Ah!... Oigamos el epigrama.
TRISSOTIN.-«Sobre una carroza color amaranto, ofrecida a una dama amiga.»
FILAMINTA.-Ya vuestros títulos tiene algo particularísimo.
ARMANDA.-Su originalidad nos dispone a cien bellos rasgos de ingenio.
TRISSOTIN.-El amor me ha vendido tan caro su lazo...
FILAMINTA, ARMANDA Y BELISA.-¡Ah!
TRISSOTIN.-...que me ha costado la mitad de mis bienes, y cuando ves esa hermosa carroza donde tanto oro nutre las formas todo el país se asombra y hace suntuosamente triunfar a mi Lais...
FILAMINTA.-¡Ah!... ¡Mi Lais! Que fina cultura...
BELISA.-La forma es bellísima y vale un millón.
TRISSOTIN.-(Repitiendo.) Y cuando ves esa hermosa carroza donde tanto oro nutre las formas todo el país se asombra y hace suntuosamente triunfar a mi Lais, no digas ya que es amaranto, di más bien que es de mi renta.
ARMANDA.-¡Oh, oh, oh! Esto sí que es inesperado.
FILAMINTA.-Solo él puede escribir con tal gusto.
BELISA.-No digas ya que es amaranto, di más bien que es de mi renta. FILAMINTA.-No sé desde el momento que os conocí, si mi espíritu se sintió prendido; sólo sé que admiro en todo momento vuestros versos y vuestra prosa.
TRISSOTIN.-(A Filaminta.) Si quisierais mostrarnos algo vuestro, podríamos aprovechar la ocasión para admirarla.
FILAMINTA.-No he hecho nada en verso; mas tengo esperanzas de poderos enseñar muy pronto, a título amistoso, ocho capítulos del plan de nuestra academia. Platón se detuvo simplemente en este proyecto cuando escribió el tratado de su república; mas quiero realizar por completo una idea que hasta ahora sólo está redactada en papel y en prosa. Ya que, en fin, siento un singular despecho por la injusticia que con nosotros se comete, relegándonos a esa categoría indigna en la que nos colocan los hombres, limitando nuestras dotes a futilidades y cerrándonos las puertas a las claridades sublimes.
ARMANDA.-Ofensa excesiva hacen a nuestro sexo los que reducen tan sólo el valor de nuestra inteligencia a la opinión sobre una falda, sobre la gracia de un manto o sobre las bellezas de un encaje o de un nuevo brocado.
BELISA.-Es preciso alzarse contra ese afrentoso reparto y dejar bien claro que nuestro espíritu puede actuar libre de cualquier dependencia.
FILAMINTA.-También el sexo os hace justicia en esas materias; mas queremos demostrar a ciertos hombres, cuyo encumbrado saber nos trata con desprecio, que las mujeres están dotadas como ellos; que como ellos pueden celebrar doctas reuniones, llegadas a ellas con los mejores propósitos; que quieren reunir casi siempre lo que otros separan, mezclar el habla bella con la ciencia pura, descubrir la naturaleza por medio de mil experiencias, y sobre las cuestiones que puedan presentarse, admitir todas las sectas sin adherirse a ninguna.
TRISSOTIN.-Yo me adhiero por su orden al peripatetismo.
FILAMINTA.-Para las abstracciones prefiero lo platónico.
ARMANDA.-Me complace Epicuro, puesto que sus dogmas son sólidos.
BELISA.-Yo me arreglo perfectamente con los corpúsculos; mas como el vacío a soportar me resulta difícil, prefiero con mucho gusto la materia sutil.
TRISSOTIN.-Descartes acierta, a mi modo de ver, con lo del imán.
ARMANDA.-Me agradan sobre todo sus torbellinos.
FILAMINTA.-Y a mí su mundos flotantes.
ARMANDA.-Estoy deseado que se abra nuestra asamblea para que nos distingamos con algún descubrimiento.
TRISSOTIN.-Se espera mucho de vuestras claras mentes; para vosotras no tiene misterios la naturaleza.
FILAMINTA.-Por mi parte, he hecho ya uno: he visto claramente algunos hombres en la luna.
BELISA.-Yo no he visto todavía' hombres; pero he divisado campanarios de manera tan clara como os estoy viendo ahora.
ARMANDA.-Profundizarmos tanto en la física como en la gramática, la historia, la poesía, la moral y la política.
FILAMINTA.-La moral tiene enfoques que cautivan mi corazón, y era en otros tiempos, la afición predilecta de los grandes espíritus; mas en su plano, doy la prioridad a los estoicos, al no encontrar nada tan hermoso como su maestro.
ARMANDA.-En cuanto a la lengua, estudiaremos el asunto en nuestros reglamentos, pues pretendemos hacer innovaciones en la misma. Por una antipatía, justa o natural, sentimos todas una aversión mortal a una serie de palabras, ya sean verbos o nombres que nos repartiremos mutuamente; preparamos contra ellas sentencias de muerte...; abriendo nuestros debates con el deseo de abolir de una vez por todas, ciertas palabras de las que deseamos ver limpia de una vez la prosa y los versos.
FILAMINTA.-Mas el más bello proyecto de nuestra academia, noble empresa que me tiene encantada, deseo glorioso que será muy celebrado por todos los grandes talentos de la posteridad, es la supresión de esas sílabas repugnantes que tanto trastornan las mas bellas frases; esos eternos juguetes de los necios vulgares, esos lugares comunes, insulsos, ele los graciosos de mal género, orígenes de _un repertorio de infames equívocos con que se ofende al pudor femenino.
TRISSOTIN.-¡He aquí ciertamente una serie de proyectos admirables!
BELISA.-Ya veréis nuestros estatutos cuando estén terminados.
TRISSOTIN.-Serán, a no dudarlo, tan brillantes como sensatos.
ARMANDA. — Nos constituiremos nosotras mismas, como consecuencia de nuestras propias leyes, en jueces absolutos de las obras. Nadie tendrá talento, salvo nosotras, claro está, y nuestros amigos. Buscaremos por todos lados motivos de censura y dictaminaremos que tan solo nosotros sabemos escribir.