ESCENA IX

CRISALIO, ARISTO, ENRIOUETA Y CLITANDRO

ARISTO.-Muy bien. Hacéis maravillas.

CLITANDRO.-¡Qué arrobo! ¡Qué alegría! ¡Ah, qué dulce es mi suerte! CRISALIO.-(A Clitandro.) Vamos, coged su mano y marchad delante de nosotros; llevadla a su aposento. ¡Ah, qué dulces caricias! (A Aristo.) ¿Lo veis...? Mi corazón se conmueve con estas ternezas; esto rejuvenece por completo los días perdidos y me recuerda mis jóvenes amores.