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Jamás hay que discutir con un superior,

pues se corre el riesgo de tener razón.

MARCO AURELIO ALMAZÁN

Noviembre de 2008

Un mes. Llevaba un mes de brazos cruzados. Cobrando menos de quinientos euros mensuales, sin esperanza de encontrar trabajo y con paro garantizado para ocho meses más.

Estupendo. Simple y llanamente maravilloso. No podía estar mejor.

Ariel volvió a revisar las ofertas de empleo del periódico. Nada. No había nada a lo que pudiera echar mano; en todas partes requerían experiencia y ella tenía mucha, pero de electricista, y la sociedad machista de hoy en día no quería mujeres en puestos que, supuestamente, eran de hombres.

Un mes llamando a todos los pistolas que conocía, para obtener siempre la misma respuesta: no hay obras.

Genial, simplemente genial. No había obras, y las pocas que había, las conseguían los que tenían padrino y ella, debido a su temperamento irascible, no lo tenía. Aunque también era cierto que siempre había trabajado con el Chispas, y por tanto no había tenido necesidad de pulir su carácter. Su antiguo jefe y ella se entendían a la perfección; cuando no se hablaban, claro. Ella hacía bien su trabajo y él se rascaba los bajos mientras miraba.

Cerró el periódico desanimada y se levantó de la cama, estaba en su habitación alquilada. Por poco tiempo. A final de mes vencía el contrato, y los compañeros de cuadrilla con los que compartía piso y alquiler se iban a sus pueblos o a casa de sus padres. Ella no tenía pueblo y sus padres no estaban para ayudarla. La cosa iba mejorando por momentos. No solo tenía que buscar trabajo, también piso. Por un momento se sintió tentada de irse a vivir al garaje donde guardaba su Seat 124 pero desechó la idea al momento; el 124 no era un coche para dormir, era el capricho de su padre y ella no lo iba a utilizar como leonera.

Sacudió la cabeza con impaciencia; necesitaba una habitación, algún sitio con cuatro paredes, techo y una cama, que no fuera exageradamente caro. Tampoco pedía tanto, ¿no? Abrió el periódico de nuevo y se puso manos a la obra.

Dos horas después, estaba tentada de robar una joyería o algo por el estilo, no por conseguir dinero, sino para que la metieran en la cárcel y de esta manera tener un sitio en el que dormir que no fuera bajo un puente.

Alquilar un piso ella sola estaba totalmente fuera de su alcance. Compartirlo con sus compañeros de trabajo, como hasta ahora, resultaba imposible, más que nada, porque no tenía compañeros de trabajo. Alquilar una habitación «decente», y esa palabra era clave, se llevaba bastante más de la mitad de lo que le daban en el paro; y el garaje en el que guardaba el coche, la parte restante. Por tanto tendría que comer aire, y el aire, aparte de ser insípido, no alimentaba nada.

Tenía que encontrar un sitio donde dormir urgentemente, donde fuera y como fuera.

Mucho se temía que las próximas Navidades iban a ser las peores de su vida.