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Mide-Saiáns, ría de Vigo, Galicia

Amanecer del 27 de julio de 2032, S/P

La sirena de cabo Estay mugía. Era compañía habitual los días en los que la niebla emboscaba el canal de entrada de la ría; los toques aquellos no eran muy contemporáneos que digamos, pero ya saben ustedes cómo son los del gremio de mareantes, nada como una buena sirena en caso de niebla espesa. Normalmente afectaba poco a los residentes; aquel día Luis Seoane se había acostado intranquilo, no pregunten la causa; tan era así que acabó por despertarse prontísimo. Por más que intentó conciliar el sueño en aquella madrugada que se le antojaba húmeda y fría, no lo consiguió y la insistencia rompedora del avisabarcos aquel no le ayudaba demasiado; optó por echarle valor, levantarse y ver qué había por la cocina. Si se ha pasado por lo mismo en una casa junto a la costa atlántica, son varias las acciones alternativas a seguir remoloneando en la cama. A saber: se puede encender la chimenea de la cocina; prepararse una humeante taza de café con leche; untar mantequilla y mermelada de mirambel en una barrita caliente de pan —aunque fuera del que haya quedado de ayer—, viendo cómo crepita la leña en el hogar. Hum… Desvelado como estaba, le pareció esa la secuencia más adecuada deseable y se afanó en ella gustoso.

Mientras la cafetera cumplía con su parte, se volvió hacia el hogar para encender el fuego; apenas se inclinó sobre la chimenea, se encendió a su espalda el avisador del comunicador mural del salón. Si alguien le llamaba a las seis treinta cero cero de un domingo pretendiendo ver su rostro gentil, sólo podía ser porque algo grave había pasado en alguna parte o que algún amigo insomne deseaba charlar, como ninguno de sus cercanos poseía tal condición, que supiera, sentóse en una de las butacas, se atusó lo que pudo y activó la pantalla.

—Hola, Luis. Luis… ¿Eres tú? ¿Qué tal? —El rostro sonriente de Cecile Durand, su compañera del Jean Jaurès, miraba desde la pared. Intentaba verle, pero el salón estaba poco iluminado.

—¡Pero bueno, Cecile! ¿Dónde demonios estás? ¿Y qué ocurre para que me llames a estas horas?

La pregunta era casi retórica, por la pantalla se veía que se encontraba en su autocon el servo puesto. Parecía algo cansada, como si llevara horas despierta pero, sobre todo, deseosa de contarle algo.

—Mira, estoy en camino. Ya te contaré…, te aviso: prepárate. En una hora estaré contigo. Tengo que recogeros a ti y a Gorostiza. A Luken le pillaremos al regreso, en su casa de Compostela. Tenemos una reunión a las 14:30 de todo el Consejo del Politécnico en Le Mirail —le atajó ella.

—¿Pero…?

—¡Escucha! No te voy a contar nada ahora. Créeme, es lo bastante importante como para haberse dispuesto una reunión de emergencia.

Efectivamente. Algo muy gordo había pasado en alguna parte como para que el Consejo se reuniera de aquella forma precipitada y se enviaran voladores a recoger a sus miembros por toda Europa de aquella forma. El uso libre de tales artefactos era considerado innecesario y muy criticado; si Cecile volaba ahora desde Toulouse fuera de las vías prefijadas, dispuesta a darse un saltito hasta aquella casa de la costa en Galicia, sólo podía ser por causa de una alerta grave, pero…

—Cecile, ya no somos miembros activos del Consejo, lo sabes de sobra. ¿A qué viene todo esto? Imagino que debe ser importante… —Se dio cuenta de inmediato que también reclamaban a Gorostiza—. Espera, Luken está en la misma situación…

—No sigas. En una hora más o menos estaré ahí y te contaré lo que sé. Pon la baliza, arréglate y cuenta con que tus vacaciones se suspenden por el momento. —Sonrió. Cecile lucía maravillosa cuando sonreía, y además lo sabía—. Te dejo, que tengo que despertar ahora a nuestro colega físico. Besos. —Hizo un gesto con la mano, se inclinó sobre el tablero y la imagen se extinguió en el mural del comunicador.

Luis se quedó allí mudo como un tonto. Pero ¿bueno, qué está pasando aquí?, pensó.

Se preguntó a sí mismo si era telépata o algo por el estilo. No, no tenía por qué ser eso. Si muchas veces estamos preocupados por algo indefinido y luego tiene lugar una desgracia o suceso determinado, no tiene por qué tener nada que ver con la precognición sino más bien con la estadística. Si se está preocupado todos los días, porque los años pasan y uno ya no es el que era, es previsible una coincidencia. ¿O no?, se interrogaba.

Lo cierto es que aquella noche se había acostado pensando en algo en lo que Gorostiza también estuvo metido. Su amigo fue coordinador del Equipo de Física Aplicada del Proyecto Eridani; juntos trabajaron para el Politécnico Jean Jaurès durante la larga fase de preparación y diseño de aquel plan. El desgraciado fin del proyecto aún le obsesionaba. Tres años sin noticias del Giordano Bruno y sus cinco mil colonos; dos naves correo desaparecidas sin dejar rastro y una infinidad de sondas perdidas sin remedio en el gris hiperespacial. Si no fuera también por el espantoso drama humano que suponían tantos desaparecidos y el dolor de sus familias, aquello había sido el peor fracaso profesional de quienes componían la punta de lanza del programa interestelar de la Unión Europea.

El campo de Luis Seoane era la ingeniería social. De eso se ocupaba desde hacía años en la universidad. Cuando el Consejo de la Unión Europea autorizó el esfuerzo conjunto para la colonización piloto de Épsilon Eridani III, los diseños del Instituto de Sociología Aplicada Rosa Luxemburgo que él coordinaba fueron los más votados.

El doctor Luken Gorostiza por su parte provenía del Instituto de Física de Campo Kurt Landau; su equipo también fue reclutado por el Politécnico, donde se fraguaría el proyecto completo. Para Luis fueron unos años de trabajo duro, pero los más gratificantes de su vida profesional. Y Cecile había estado a su lado.

En el Politécnico Jean Jaurès se citaban disciplinas muy diversas: desde Física Nuclear a Urbanismo, desde Ingeniería Aeroespacial a Psicología Social. Eran ámbitos de trabajo complementarios: sin la labor del equipo de Gorostiza, los colonos nunca darían el salto a las estrellas; con la del Rosa Luxemburgo se ayudó a los ingenieros a diseñar el espacio interior del Giordano Bruno y a proponer un modelo de colonia viable, capaz de sobrevivir por sus medios a siete con cinco años luz de La Tierra.

Algo tuvo que salir mal, no obstante. Fuera un error en las ecuaciones de Campo Unificado, un salto desafortunado o similar, lo cierto es que no se tuvieron noticias de la expedición tras su salida del sistema solar. Los intentos posteriores de retomar contacto resultaron infructuosos. Gorostiza siempre comentó que el problema no podía tener que ver con el buque, fuera la parte técnica o humana. Eso no explicaría los fallos repetidos de todas las naves enviadas después. Tenía razón, se decía Luis.

El café hervía ya en la maldita cafetera y si había algo que odiara era el café quemado. ¡Maldita sea! Derechito a la ducha. Una hora se pasa en nada y si venía Cecile no querría esperar. Sería cosa de saltar al maldito cacharro y salir pitando por encima de la niebla hacia Compostela y luego a Toulouse.

Sí Tenía que ser algo relacionado con la pérdida del Giordano Bruno. Era lo único que podía justificar que llamaran también a Luken, se dijo Luis.

***

El volador descendió en vertical desde su cota de larga distancia cuando la baliza del barrio de Mide-Saiáns le autorizó el paso. Suavemente, sin ruido alguno, bajó y bajó hasta situarse a unos centímetros del gramón de la entrada de la casa. Puntual, Cecile abrió la portezuela, una hora exacta después de su llamada.

Luis, sin mirar atrás, salió al jardín; la alborada había disipado parte de la niebla, pero el fresco y la humedad llenaron su pecho. Subió al aparato y se elevaron de inmediato. El monte de Canido emergía de los jirones de niebla y nunca el bosque que lo cubría le pareció más denso y oscuro; con un giro ágil, Cecile encaminó el volador hacia el nordeste, en dirección a Compostela; apenas pudo soltar un vistazo a las islas Cíes que cerraban el horizonte por el oeste, cuando entraron en vuelo automático y se perdieron en el cielo. ¿Quién sabe cuando volverían a ver el mar de nuevo?

En unos minutos, en un apenas nada, o así les pareció, llegaron a la altura de su primer destino. Luken vivía en una zona de chalets en la carretera entre Compostela y Noia. Los vuelos individuales, ya se ha comentado antes, siempre fueron muy restringidos, pero la clave automática de Emergencia que emitía el aparato del Jean Jaurès les libraba de cualquier impedimento. La baliza de la zona dio luz verde y bajaron de nuevo, esta vez sobre la entrada de una bonita casa de granito rosa con tejado de pizarra. Se vio a Luken despidiéndose de Edurne —su esposa— y echando a correr hacia la máquina voladora. Como llegaron, partieron.

Cecile dispuso el servo en la ruta correcta y con un suspiro se volvió hacia sus pasajeros.

—Ya estamos en marcha, amigos. En una hora y media estaremos en Le Mirail —dijo desde su butaca vuelta hacia ellos. Sabía que ardían en deseos de preguntarle y agradecía su silencio.

Luken miró a su antiguo colega y amigo y supo que se estaba haciendo las mismas suposiciones que él.

—Nunca pensé que nos fuéramos a ver de nuevo así, a miles de metros sobre el Cantábrico camino de Le Mirail —comentó.

—Ni yo, lo confieso. Cecile, ¿significa lo que yo creo que significa que el Consejo nos reclame con esta urgencia a Luken y a mí? —preguntó Luis.

—Os prometí a los dos que ya hablaríamos, pero veo que habéis sacado conclusiones por vuestra cuenta como era previsible. Sí, hay novedades en relación al Giordano Bruno, pero no conozco los detalles. En cuanto lleguemos deberemos ir al paraninfo del Rosa Luxemburgo; allí estarán todos los antiguos coordinadores de los equipos del Proyecto Eridani; supongo que el comisario Van Haar querrá contarnos algo importante —nos soltó.

En otras palabras, Cecile no sabía mucho más que nosotros, apenas que algo nuevo se había sabido y que el antiguo Consejo debía volverse a reunir con urgencia. Paciencia.

***

Le Mirail, el Centro Universitario de Investigación Espacial que la Unión Europea tenía en Toulouse, disponía de un barrio conocido como la Ciudad del Espacio (cariñosamente La Villette); albergaba los edificios de las facultades, los centros de investigación, las exposiciones permanentes de material, los alojamientos y las zonas de reunión. Le Mirail englobaba todo el esfuerzo del Politécnico Jean Jaurès y los múltiples departamentos e institutos que de él dependían; el Rosa Luxemburgo de Luis y Cecile o el Instituto de Física de Campo Kurt Landau de Luken eran sólo una parte.

El cielo estaba limpio sobre Toulouse; al sur, la llanura se extendía hacia el Pirineo, donde los neveros brillaban camino del mediodía. Como compitiendo con las lejanas cumbres, los domos gigantes que señalaban a lo lejos la zona de seguridad del Cosmódromo de Muret, se alzaban imponentes.

Se acercaron a La Villette. Aterrizaron en la terraza del edificio del Rosa Luxemburgo, entre varios otros voladores que seguramente habían trasladado hasta allí a responsables de otros programas. Las riberas del Garona quedaban al pie del edificio; había multitud de niños y niñas de una colonia cercana montando en piraguas y pequeños veleros; muchos llevaban las camisetas rojas de los trabajadores de las brigadas de choque que se habían puesto de moda el año anterior. Fue lo último que vio antes de entrar en el edificio.

Art Van Haar, el comisario holandés, destacaba entre la multitud de personas que atestaba los pasillos. Su pelo blanco y su vozarrón eran inequívocos. Su presencia allí significaba que habría, efectivamente, un pleno del antiguo equipo del Proyecto Eridani.

El paraninfo del Rosa Luxemburgo tenía múltiples usos: sala de reuniones y aula magna; amparaba a los estudiantes, a los docentes y a los investigadores en sus asambleas; en caso de necesidad era la vía de comunicación del instituto con el exterior: fuera hacia el control de misiones, el Consejo de la Unión o lo que se necesitase. Los comunicadores murales cubrían los frontales de la sala y su cúpula, asegurando la mutua conexión visual con cualquier lugar. Entraron por las gradas superiores justo en hora; más caras conocidas estaban ya allí; físicos, ingenieros, astrónomos, exobiólogos…, muchos de ellos se reencontraban también por primera vez en bastante tiempo. La gente se fue distribuyendo por las sencillas butacas. Luken se fue a sentar con varios de sus colegas; Cecile y Luis juntos. Los murmullos resonaban, pero la sala enmudeció cuando Van Haar se encaramó al atril de presidencia.

—Hola a todos y a todas… —el comisario hablaba en francés con ese toque oc del que tanto se enorgullecía—. Sé positivamente que ya conocéis la causa de esta convocatoria de emergencia —hubo risas—; pero no así lo ocurrido en detalle.

»Todo empezó hace ocho días —murmullos de nuevo—, cuando el personal de servicio en el observatorio del Roque de los Muchachos en las islas Canarias informó de una caída de todos los sistemas de observación en la unidad astrofísica. Minutos después, un artefacto se materializó, creo que es la palabra que utilizó la doctora Petersen para describirlo, a escasa distancia de los focos de emisión del radiotelescopio principal.

Estupor fue lo que estalló entre las gradas. Van Haar dio paso desde el atril al comunicador mural y este se activó mostrando el rostro grave de Lotte Petersen, una danesa simpática y estudiosa. Escrutó al auditorio desde su propio visor y en su buen castellano dijo:

—El comisario Van Haar ha empleado la palabra correcta. Un vehículo desconocido se materializó —se dio cuenta de que se hablaba en francés y sobre la marcha pasó a ese idioma—, se materializó ante nuestras propias narices. La sección de autodefensa se movilizó y montamos un dispositivo de actuación inmediata con el personal científico presente en ese momento. Bien, no les tengo que narrar paso a paso lo ocurrido, baste decirles que tenemos ahora con nosotros a Karine Meyer, primera oficial del Giordano Bruno; nadie mejor que ella para completar la increíble información que debéis conocer…

Entonces sí que la gente estalló. La incredulidad sustituyó al estupor, aquello no tenía sentido. Pero ¿no había partido la nave y se había perdido en un lugar remoto en las estrellas? Era imposible, pero Karine, la famosa y querida Karine Meyer, héroe de la Unión, estaba allí, en la pantalla, tan atlética y vital como siempre. Nos miró a todos desde la cúpula del paraninfo; se veían sus ojos enrojecidos, luchaba con la emoción.

Todos callaron, se daban cuenta del combate interior de la persona que aparecía ante ellos. Durante años se la había tenido por muerta. Ahora surgía de la nada, por lo que Lotte Petersen había asegurado, y la voz parecía fallarle. Pero si estaba allí, habría momento y ocasión de preguntar, de enterarse de lo ocurrido. Ahora que tenían ante sí a una superviviente del desastre del Giordano Bruno, el enigma de su desaparición se tornaba aún mayor.

—Camaradas, amigos y amigas. Hace una semana, llegué a la Tierra por un medio poco usual. Pero primero tengo que deciros que el Giordano Bruno logró establecer la colonia en el tercer planeta de Épsilon Eridani aunque se perdió la comunicación por sondas con la base. A mi partida todo el mundo estaba perfectamente, sin que hubiéramos sufrido bajas de ningún tipo. Durante tres años todo fue perfectamente…

En la sala se podía sentir la respiración de los presentes y los sollozos ahogados de uno de los científicos, padre de una de las astronautas desaparecidas.

—Como sabéis había instrucciones de no entrometerse en la sociedad de los nativos del planeta, y en ese tiempo los contactos fueron mínimos. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando arribó a la colonia un pequeño grupo de guías acompañando a un terrestre desconocido.

La cámara abrió su foco y se observó que al lado de Karine se encontraba un hombre joven, de unos treinta años, de pelo y ojos castaños. El corte de su mandíbula y su nariz tenía un cierto aire vasco-navarro. Estaba quemado por el sol todavía más que su compañera.

—Camaradas, una extraordinaria casualidad ha querido que entrásemos en contacto con un ser humano terrestre procedente de un universo paralelo al nuestro.

Voces y protestas comenzaron a alzarse entre el público. ¡Qué broma es esta, pero qué está diciendo…!, se oía. Van Haar tuvo que exigir silencio. Dio a entender que cuanto se afirmaba desde la pantalla había sido comprobado.

—Por favor. Todos sabemos que la acción del Campo Sánchez-Matteoti sobre el continuum espacio-temporal que permite el salto hiperespacial posee propiedades y efectos que nos son desconocidos en gran medida…

Aquello era completamente cierto, Gorostiza no se perdía ni una palabra.

—La presencia entre nosotros de esta persona, un náufrago de su propio universo, es la prueba absoluta de las posibilidades de desplazamiento horizontal interuniversos que el campo permite en situaciones excepcionales. Estos hechos fueron comprobados exhaustivamente y no hay lugar a dudas de lo que ahora os expongo.

La cámara pasó a mostrar el artefacto en el que habían llegado a Canarias ofreciendo una panorámica envolvente. Se trataba de una nave espacial pequeña, semejante a una lanzadera planetaria. Era de un blanco mate y presentaba daños estructurales. La cámara se centró en un punto cercano a lo que debía ser la proa. En letras grandes y doradas podía leerse: U. S.S.F-Jefferson Davis 1; al lado una bandera norteamericana, con sus barras y estrellas.

El estupor más absoluto recorrió la sala; nadie había podido reaccionar todavía cuando el hombre que acompañaba a Karine Meyer tomó la palabra…

—Buenos días a todos.

Era Enrique Alberdi, oficial científico de las Fuerzas Espaciales de Estados Unidos de Norteamérica.