15

Newton, Massachusetts,

miércoles, 7 de junio de 2006, 19.48 horas.

—Pues ya ves —comentó Alexis.

Había contado a Jack que, al llegar a casa después del juicio, ella y Craig habían encontrado a sus aterrorizadas hijas atadas y amordazadas con cinta aislante. Alexis había hablado despacio y con precisión, y Craig había añadido algunos detalles escabrosos, como el hecho de que los malhechores habían sacado a Tracy de la ducha desnuda y luego la habían golpeado brutalmente.

Jack quedó mudo de estupefacción. Estaba sentado sobre la mesita de centro, frente a Alexis y su familia. Mientras escuchaba la historia miraba alternativamente a su hermana, que estaba angustiada, asustada y preocupada, a Craig, que estaba fuera de sí de furia, y a las tres niñas, a todas luces aturdidas y traumatizadas. Las tres permanecían inmóviles y calladas. Tracy tenía las piernas dobladas bajo el cuerpo y los brazos cruzados sobre el pecho. Llevaba un chándal demasiado grande y el cabello encrespado. Nada de ombligo al aire aquella noche. Christina y Meghan se abrazaban las piernas, y sus rodillas apuntaban hacia el techo. Todas ellas presentaban bandas rojas en la parte inferior del rostro a causa de la cinta aislante, y Tracy tenía el labio partido.

—¿Estáis bien? —les preguntó Jack.

Por lo visto, Tracy era la única que había sufrido agresiones físicas, y por fortuna no parecía grave.

—Están todo lo bien que cabe esperar —respondió Alexis por ellas.

—¿Cómo han entrado los intrusos?

—Forzaron la puerta trasera —espetó Craig—. Es evidente que eran profesionales.

—¿Han robado algo? —inquirió Jack.

Echó un rápido vistazo a su alrededor, pero todo parecía en orden.

—Nada, que nosotros sepamos —repuso Alexis.

—Entonces ¿qué querían?

—Transmitir un mensaje —explicó Alexis—. Le dieron a Tracy un mensaje para nosotros.

—¿De qué se trata? —preguntó Jack con impaciencia al ver que Alexis no continuaba.

—Nada de autopsia —respondió Craig por ella—. El mensaje era nada de autopsia o de lo contrario volverían para hacer daño a las niñas.

Jack pasó la mirada de Craig a Alexis. No podía creer que su oferta de ayuda hubiera provocado semejante situación.

—Es una locura —farfulló—. Esto no puede estar pasando.

—¡Eso díselo a las niñas! —replicó Craig en tono desafiante.

—Lo siento —se disculpó Jack.

Apartó la mirada de los Bowman. Estaba deshecho por haber sido el causante de aquel desastre. Sacudió la cabeza y volvió a mirar a Alexis y Craig.

—¡Bueno, pues nada de autopsia!

—No sabemos si estamos dispuestos a sucumbir a esta extorsión —señaló Alexis—. A pesar de lo que ha ocurrido, no descartamos la autopsia. Nos parece que si alguien está dispuesto a llegar al extremo de amenazar a las niñas para impedir la autopsia, razón de más para hacerla.

Jack asintió. A él también se le había ocurrido aquel argumento, pero no quería poner en peligro a Tracy, Meghan y Christina. Además, el único culpable que le venía a la mente era Tony Fasano, y su móvil solo podía ser el miedo a no cobrar sus honorarios. Jack miró a Craig, cuya furia parecía haber menguado un tanto durante la conversación.

—Si existe algún riesgo por pequeño que sea, yo estoy en contra —declaró su cuñado—. Pero creemos que podemos eliminar el riesgo.

—¿Habéis llamado a la policía? —quiso saber Jack.

—No —negó Alexis—. La segunda parte del mensaje era «nada de policía». Nada de autopsia y nada de policía.

—Tenéis que llamarlos —insistió Jack.

Sin embargo, sus palabras sonaban huecas, porque él no había dado parte ni de su enfrentamiento con Fasano y compinches ni de su encontronazo con Franco apenas media hora antes.

—Estamos considerando las alternativas —explicó Craig—. Lo hemos hablado con las niñas. Irán a pasar unos días a casa de sus abuelos, hasta que acabe el juicio. Mis padres viven en Lawrence, Massachusetts, y vienen hacia aquí para recogerlas.

—Probablemente me vaya con ellas —anunció Alexis.

—No tienes que hacerlo, mamá —intervino Tracy por primera vez—. Estaremos bien con los abuelos.

—Nadie sabrá dónde están —continuó Craig—. No irán a la escuela el resto de la semana y quizá incluso el resto del curso, ya que quedan pocos días de clase. Han prometido no usar el móvil ni contar a nadie dónde están.

Jack asintió, aunque no sabía por qué. Tenía la impresión de estar recibiendo mensajes contradictorios. No había forma de eliminar por completo el riesgo para las niñas. Le preocupaba la posibilidad de que Alexis y Craig no estuvieran pensando con claridad por culpa de la tensión del juicio. Lo único que sabía con certeza era que debían llamar a la policía.

—Mirad —dijo—, las únicas personas que en mi opinión pueden estar detrás de esto son Tony Fasano y sus secuaces.

—Nosotros pensamos lo mismo —convino Craig—, pero casi parece demasiado evidente, así que no descartamos otras posibilidades. Lo que me ha sorprendido más durante el juicio es la animosidad de mis colegas hacia mi consulta de medicina a la carta. En cierto modo respalda las preguntas retóricas que hacías anoche sobre el asunto de la conspiración.

Jack meditó la idea durante unos instantes, pero aparte de ser material jugoso para un aficionado a las teorías de la conspiración, consideraba que las probabilidades de que existiera dicha conspiración eran ínfimas pese a lo que había insinuado la noche anterior. Tony Fasano y sus compinches constituían una posibilidad mucho más sólida, sobre todo porque Tony ya lo había amenazado.

—No sé si os habéis fijado en mi labio —comentó de repente, rozando la hinchazón con cuidado.

—Imposible no fijarse —replicó Alexis—. ¿Te lo has hecho jugando a baloncesto?

—Es lo que iba a contaros —reconoció Jack—, pero lo cierto es que es el resultado de otro encontronazo con Franco. Esto se está convirtiendo en un desagradable ritual diario.

—Qué cabrones —masculló Craig.

—¿Estás bien? —preguntó Alexis con preocupación.

—Mejor de lo que estaría de no ser porque mis nuevos colegas de baloncesto de Boston intervinieron justo a tiempo. Franco traía un cómplice.

—Dios mío —suspiró Alexis—. Sentimos haberte metido en esto.

—Asumo toda la responsabilidad —aseguró Jack— y no busco compasión. Lo que quiero decir es que lo más probable es que Fasano y sus compinches sean también responsables de lo que ha pasado aquí. La cuestión es que hay que denunciar ambas cosas a la policía.

—Puedes denunciar lo que te ha pasado a ti si quieres —replicó Craig—, pero no quiero poner en peligro la seguridad de mis hijas. No creo que la policía pueda hacer nada. Los tipos que han venido hoy eran profesionales con pasamontañas, ropa de trabajo imposible de identificar y guantes. Y la policía de Newton no está acostumbrada a este tipo de cosas; esto no es más que un suburbio residencial.

—No estoy de acuerdo —objetó Jack—. Apuesto lo que sea a que vuestra policía local ha visto más de lo que imagináis, y la investigación forense es un instrumento muy útil. No sabéis lo que pueden llegar a encontrar. Podrían relacionar este asalto con otros, incrementar la vigilancia… Uno de los problemas de no hablar con ellos es que os ponéis en manos de los culpables y permitís que os extorsionen.

—Claro que nos están extorsionando —exclamó Craig en voz tan alta que las niñas dieron un respingo—. Por el amor de Dios, tío, ¿crees que somos idiotas?

—¡Calma, Craig! —pidió Alexis al tiempo que rodeaba los hombros de Tracy, que estaba sentada a su lado.

—Os voy a proponer algo —anunció Jack—. Tengo un muy buen amigo en Nueva York que trabaja como detective en la policía de la ciudad. Puedo llamarle para echar mano de su experiencia. Podemos preguntarle qué os conviene hacer.

—No quiero que nadie me coaccione —advirtió Craig.

—Nadie te va a coaccionar, te lo prometo.

—Creo que Jack debería llamar a su amigo —opinó Alexis—. Aún no habíamos tomado una decisión respecto a la policía.

—¡Vale! —se rindió Craig, levantando las manos—. Yo qué sé…

Jack revisó los bolsillos de la americana hasta dar con el móvil. Lo abrió y marcó el número de casa de Lou Soldano. Eran poco más de las ocho, seguramente la mejor hora para localizar al detective, pero Lou no estaba en casa. Jack le dejó un mensaje en el contestador y a continuación lo llamó al móvil. Lo localizó en el coche, camino de un homicidio en Queens.

Mientras los Bowman escuchaban con atención, Jack resumió a su amigo sus actividades y todo lo ocurrido en Boston. Terminó explicando que estaba con su hermana, el marido de ésta y sus hijas en aquel momento, y que la cuestión residía en si debían o no llamar a la policía.

—Por supuesto que sí —afirmó Lou sin vacilar.

—Les preocupa que la policía de Newton no tenga la experiencia suficiente para justificar el riesgo.

—¿Dices que están contigo ahora mismo?

—Sí, los tengo delante.

—Conecta el altavoz.

Jack obedeció y sostuvo el teléfono en alto. Lou se presentó y manifestó que lamentaba el mal trago que estaban pasando.

—Tengo un muy buen amigo que es detective en el departamento de policía de Boston —explicó a continuación—. Estuvimos juntos en el ejército hace mil años. Tiene muchísima experiencia en toda clase de delitos, entre ellos el que acaban de sufrir ustedes. No me importaría llamarle y pedirle que intervenga personalmente en el caso. Vive en su población o en West Newton… Newton algo, en cualquier caso. Estoy seguro de que conoce a los compañeros de la policía local. La decisión es suya. Puedo llamarle ahora mismo. Se llama Liam Flanagan y es un tipo magnífico. Y una cosa más: sus hijas corren más peligro si no denuncian el incidente que si lo denuncian, de eso pueden estar seguros.

Alexis se volvió hacia Craig.

—Creo que deberíamos aceptar su ofrecimiento.

—De acuerdo —accedió Craig a regañadientes.

—¿Lo has oído? —preguntó Jack a Lou.

—Sí —asintió su amigo—. Ahora mismo le llamo.

—Espera, Lou —pidió Jack.

Desactivó el altavoz, pidió disculpas a los Bowman y salió al pasillo para hablar con su amigo en privado.

—Lou, cuando hables con Flanagan, intenta conseguirme un arma.

—¿Un arma? —se sorprendió Lou—. No será fácil.

—Inténtalo. Me siento más vulnerable de lo normal.

—¿Tienes la licencia en regla?

—Sí, para Nueva York. Hice el curso y todo lo demás. Fuiste tú quien me convenció; lo único que no hice fue comprarme un arma.

—Lo intentaré.

El timbre de la puerta sonó mientras cerraba el teléfono. Alexis pasó corriendo a su lado.

—Deben de ser los abuelos —conjeturó.

Pero se equivocaba; era Randolph Bingham, vestido con atuendo informal, pero tan elegante como siempre.

—¿Está Craig listo para el ensayo? —preguntó Randolph, advirtiendo la sorpresa de Alexis—. Me está esperando.

Alexis se mostró perpleja durante unos instantes, pues esperaba que fueran los abuelos los que llamaban a la puerta.

—¿Ensayo? —preguntó.

—Sí, Craig testifica mañana por la mañana, y acordamos que le iría bien ensayar un poco.

—Entre —invitó Alexis, avergonzada por su vacilación.

Randolph reparó en los pantalones cortos de Jack, así como en la camiseta sucia y manchada de sangre, pero no dijo nada mientras Alexis lo precedía por el pasillo hasta el comedor. La familia puso al abogado al corriente de lo sucedido aquella tarde en la casa. La expresión de Randolph se transformó de su habitual altivez algo condescendiente en preocupación.

—¿Ha examinado algún médico a las niñas? —inquirió.

—Solo Craig —repuso Alexis—. No hemos llamado a su pediatra.

Randolph se volvió hacia Craig.

—Puedo solicitar un aplazamiento si quiere.

—¿Qué probabilidades hay de que el juez lo conceda? —quiso saber Craig.

—No hay forma de saberlo; la decisión recae únicamente sobre el juez Davidson.

—Para serle sincero, prefiero acabar con esta pesadilla cuanto antes —decidió Craig—, y probablemente es lo más seguro para las niñas.

—Como quiera —dijo Randolph—. Supongo que han llamado a la policía.

Alexis y Craig cambiaron una mirada; acto seguido, Alexis miró a Jack, que ya había regresado al comedor.

—Estamos en ello —explicó Jack.

Expuso el plan en pocas palabras y luego manifestó su creencia de que Tony Fasano tenía algo que ver en aquel asunto, aludiendo a la amenaza de Fasano de que acabaría con Jack si éste practicaba la autopsia.

—Esto es una agresión con todas las letras —comentó Randolph—. Podría presentar cargos.

—No es tan sencillo —puntualizó Jack—. El único testigo es el secuaz de Fasano, a quien golpeé después de que él me golpeara a mí. La cuestión es que no tengo intención de presentar cargos.

—¿Hay alguna prueba de que Tony Fasano sea responsable de los delitos cometidos hoy? —preguntó Randolph—. En tal caso, sin duda podría obtener la invalidación del juicio.

—No hay pruebas —terció Craig—. Mis hijas dicen que quizá podrían llegar a reconocer una voz, pero no están seguras.

—Puede que la policía tenga más suerte —aventuró Randolph—. ¿Qué hay de la autopsia? ¿Se va a hacer o no?

—Aún no lo hemos decidido —respondió Alexis.

—Como es natural, lo que más nos preocupa es la seguridad de las niñas —añadió Craig.

—En caso de que se haga, ¿cuándo será?

—El cadáver será exhumado mañana por la mañana —repuso Jack—. Practicaré la autopsia de inmediato, pero los resultados iniciales solo consistirán en datos patológicos preliminares.

—El juicio ya está muy avanzado —comentó Randolph—. Tal vez no merezca la pena hacer el esfuerzo ni correr el riesgo. Mañana, después de que el doctor Bowman testifique, sin duda el juez dictaminará que el demandante ya ha presentado su carga probatoria. Entonces presentaré la defensa, es decir el testimonio de nuestros expertos. Eso significa que el viernes quedará reservado para los alegatos finales.

En aquel momento sonó el teléfono de Jack. Aún lo tenía en la mano, y el sonido lo sobresaltó. Salió a toda prisa de la estancia antes de contestar. Era Lou.

—He localizado a Liam, le he contado la historia y le he dado la dirección. Va hacia allí con algunos policías de Newton. Es un buen tipo.

—¿Has preguntado lo del arma?

—Sí. La idea no le ha entusiasmado precisamente, pero le he asegurado que eres un tipo íntegro y todas esas chorradas.

—¿O sea? ¿Me la conseguirá o qué? Si todo va bien, mañana por la mañana exhuman el cadáver, y ahora mismo me siento con las manos atadas.

—Dice que te la conseguirá, pero bajo mi responsabilidad.

—¿Y eso qué significa?

—Supongo que te dará el arma, así que haz el favor de tener cuidado con ella.

—Gracias por el consejo, papá —se mofó Jack—. Intentaré cargarme al menor número posible de personas.

Jack volvió al comedor. Craig, Alexis y Randolph seguían hablando de la autopsia. Habían llegado al acuerdo de seguir adelante con ella pese a la escasez de tiempo. El principal argumento que esgrimió Randolph era la posibilidad de utilizar los posibles resultados en la apelación, si es que se producía, bien para, en caso de suspensión de veredicto, conseguir un nuevo juicio o para repartir la sanción, por contribución a la negligencia. Randolph les recordó que, según la documentación, Patience Stanhope se había negado en varias ocasiones a someterse a más pruebas cardíacas pese a los resultados dudosos de la prueba de esfuerzo.

Aprovechando un breve silencio, Jack les anunció que el detective Liam Flanagan estaba de camino.

—Queremos que hagas la autopsia si todavía estás dispuesto —dijo Alexis a Jack, en apariencia haciendo caso omiso de sus palabras.

—Ya lo suponía —repuso Jack—. Estaré encantado de hacerlo si es lo que queréis.

Se volvió hacia Craig, que se encogió de hombros.

—No pienso ser el aguafiestas —comentó—. Con toda la tensión a la que estoy sometido, no me fío de mi criterio.

—De acuerdo —accedió Jack, de nuevo sorprendido por la inesperada perspicacia de su cuñado.

En aquel instante sonó de nuevo el timbre, y Alexis corrió a abrir, diciendo que esta vez sin duda serían los abuelos. Pero se equivocaba otra vez, porque delante de la puerta había cinco policías, dos de ellos ataviados con el uniforme de la policía local de Newton. Alexis los invitó a entrar y los condujo al comedor.

—Soy el teniente Liam Flanagan —se presentó el detective con voz estentórea.

Era un irlandés corpulento, de tez rubicunda, ojos azul celeste y pecas sobre la nariz chata de boxeador. De inmediato presentó a los demás. Eran el detective Greg Skolar, los agentes Sean O’Rourke y David Shapiro, así como el investigador forense Derek Williams.

Jack observó el teniente mientras hacía las presentaciones. Había algo en él que le resultaba familiar, como si lo conociera de algo, pero le parecía improbable. De repente se le ocurrió.

—¿Estaba usted en la oficina del forense esta mañana? —le preguntó cuando le llegó el turno de presentarse.

—Sí —exclamó Liam con una carcajada efusiva—. Ahora me acuerdo de usted. Entró en sala de autopsias.

Tras escuchar un resumen de lo sucedido en casa de los Bowman, el investigador forense y los dos agentes uniformados salieron a registrar el jardín para aprovechar la última luz diurna. El sol ya se había puesto, pero todavía no era noche cerrada. Los dos detectives se concentraron en las niñas, que reaccionaron bien al hecho de ser el centro de atención.

Mientras, Randolph preguntó a Craig si se sentía con ánimos de hacer el ensayo que habían planeado.

—¿Cree que es necesario? —protestó Craig, comprensiblemente distraído.

—Diría que es crucial —insistió Randolph—. No olvide cómo se condujo durante la declaración. Sería catastrófico repetir aquello delante del jurado. Se ha puesto de manifiesto que la estratagema de la acusación es presentarlo como un médico arrogante e indiferente, más interesado por llegar al auditorio a tiempo con su novia trofeo que por el bienestar de su paciente gravemente enferma. Debemos evitar que se presente usted de un modo que fundamente esta impresión, y el único modo de conseguirlo es ensayar. Es usted un buen médico, pero un pésimo testigo.

Algo mortificado por la evaluación poco caritativa de Randolph, Craig accedió dócilmente a ensayar su testimonio. Interrumpió a los detectives un instante para explicar a las niñas que estaría en la biblioteca.

De repente, Jack y Alexis cambiaron una mirada. Ambos se habían dedicado a escuchar con atención el relato de las niñas, pero al rato se hizo muy repetitivo, ya que los detectives buscaban con toda diligencia cualquier detalle que pudiera habérseles escapado, y el interés de los dos hermanos se desvaneció. Se retiraron a la cocina para poder hablar con tranquilidad.

—Quiero repetirte cuánto siento todo lo que ha pasado —dijo Jack—. La intención era buena, pero en lugar de ayudar, os he creado problemas.

—Lo que ha pasado era imposible de prever —aseguró Alexis—. No tienes por qué disculparte. Me has prestado muchísimo apoyo moral, y a Craig también. Está distinto desde que llegaste. De hecho, todavía no me puedo creer la lucidez que ha mostrado durante la comida.

—Espero que le dure. ¿Qué me dices de las niñas? ¿Cómo crees que reaccionaran a esta experiencia?

—No estoy segura —reconoció Alexis—. Son unas niñas bastante centradas a pesar de que su padre apenas se ha ocupado de ellas. Por otro lado, yo siempre he estado muy unida a las tres y me comunico muy bien con ellas. Tendremos que ver lo que pasa sobre la marcha y permitir que expresen sus sentimientos y miedos.

—¿Tienes algún plan concreto para ellas?

—De entrada que se vayan a casa de sus abuelos; adoran a su abuela. Tendrán que dormir juntas en una sola habitación, lo cual suele ser motivo de queja, pero dadas las circunstancias, creo que les irá bien.

—¿Irás con ellas?

—Era lo que estábamos comentando cuando has llegado. La verdad es que me gustaría ir; es un modo de reconocer que sus temores son legítimos, lo cual me parece importante. Lo último que hay que hacer es asegurarles que todo irá bien y que no deben tener miedo. Sí deben tener miedo. Es evidente que han vivido una experiencia traumática. Gracias a Dios que no han salido más malparadas.

—¿Y en qué basarás tu decisión de acompañarlas o no?

—Creo que las acompañaré. Dudaba porque Craig ha dicho que prefería que me quedara y porque Tracy no quería que fuera; ya la has oído. Pero me parece que es una muestra de chulería adolescente. Y aunque estoy muy preocupada por Craig y sus necesidades, ante la disyuntiva ganan las niñas.

—¿Crees que necesitarán ayuda profesional, alguna clase de terapia?

—No lo creo, solo si su miedo se prolonga mucho o se vuelve desproporcionado. Supongo que habrá que verlo. Por suerte, tengo compañeros en el hospital a los que puedo recurrir en busca de opinión.

—He estado pensando que, puesto que mi presencia ha causado tantos problemas, quizá lo mejor sea que me vaya a un hotel.

—Ni hablar —protestó Alexis—. Estás aquí y aquí te quedas.

—¿Estás segura? No me lo tomaré como algo personal.

—Segurísima, no quiero ni hablar del tema.

El timbre sonó por tercera vez.

—Ahora sí que deben de ser los abuelos —declaró Alexis categóricamente.

Se apartó de la encimera de la cocina, en la que se había apoyado, para ir a abrir.

Jack se volvió hacia el comedor, donde los detectives seguían hablando con las niñas. Por lo visto, la entrevista estaba a punto de tocar a su fin. Los dos policías uniformados y el investigador forense habían regresado a la estancia y examinaban las tiras de cinta aislante con que habían amordazado a las niñas.

Al cabo de unos instantes llegó Alexis acompañada de los abuelos Bowman. Leonard era un hombre grueso y pálido con barba de dos días, un anticuado corte de pelo militar y una gran panza que indicaba que pasaba demasiado tiempo bebiendo cerveza y sentado en su sillón favorito delante de la tele. Cuando se lo presentaron, Jack advirtió una característica aún más idiosincrásica, y es que Leonard era más lacónico que los espartanos. Cuando le estrechó la mano, lo único que obtuvo fue un gruñido.

Rose Bowman era la antítesis de su marido. Cuando apareció, y las niñas se abalanzaron sobre ella, profirió exclamaciones de alegría y preocupación. Era una mujer baja y robusta, de encrespado cabello blanco, ojos relucientes y dientes amarillentos.

Cuando las niñas arrastraron a su abuela hacia el sofá, Jack se encontró a solas con Leonard. En un intento de entablar conversación, Jack comentó cuánto querían las niñas a su abuela, pero lo único que obtuvo fue otro gruñido.

La policía hacía su trabajo, las niñas estaban con su abuela, Alexis preparaba las maletas para sus hijas y para ella, y Craig se encontraba en la biblioteca con Randolph, de modo que Jack estaba atrapado con Leonard. Tras algunas tentativas vanas de sacarle alguna palabra, desistió y fue en busca de Liam Flanagan para cerciorarse de que se quedaría media hora más en la casa. Luego recogió la ropa y los zapatos de donde los había dejado, sobre los fogones, subió en busca de Alexis, que estaba en el dormitorio de una de las niñas, le dijo que iba a ducharse y bajó al sótano.

Mientras se duchaba recordó con una punzada de culpabilidad que todavía no había llamado a Laurie. Al salir de la ducha se miró al espejo e hizo una mueca. Se había olvidado por completo del hielo, y su labio aparecía hinchado y amoratado. En combinación con el lado izquierdo de su rostro, que seguía enrojecido, parecía recién salido de una pelea de bar. Contempló la posibilidad de coger hielo del frigorífico que había visto en el sótano, pero concluyó que apenas surtiría efecto porque había transcurrido demasiado tiempo, de modo que lo dejó correr, se vistió y sacó el móvil.

Apenas había cobertura, de modo que también lo dejó correr. Subió la escalera y encontró a Alexis, las niñas y los abuelos en el vestíbulo. Alexis había terminado de hacer las maletas y ya las había cargado en el maletero del coche familiar. Las niñas estaban suplicando a su abuela que fuera con ellas en el coche, pero Rose adujo que tenía que ir con el abuelo. Fue entonces cuando Jack oyó las únicas palabras de Leonard:

—Vamos, Rose —masculló entre dientes.

Era una orden, no una petición. Rose se separó obediente de las niñas y corrió en pos de su esposo, que ya había salido de la casa.

—¿Nos veremos mañana en el juzgado? —preguntó Alexis a Jack mientras conducía a las niñas hacia la puerta del garaje.

Las niñas ya se habían despedido de Craig, que seguía en la biblioteca con Randolph.

—En algún momento —asintió Jack—. La verdad es que no sé cómo iré de tiempo. No depende de mí.

De repente, Alexis giró sobre sus talones con los ojos muy abiertos.

—Dios mío —exclamó—. Acabo de recordar que te casas el viernes. Mañana ya es jueves. Estoy tan distraída que lo había olvidado. Lo siento, tu prometida debe de odiarme por hacerte venir aquí y retenerte como rehén.

—Me conoce lo suficiente para saber a quién culpar si se da el caso.

—¿O sea que harás la autopsia y luego volverás a Nueva York?

—Eso tengo pensado.

Junto a la puerta del garaje, Alexis ordenó a las niñas que se despidieran de su tío. Las tres lo abrazaron obedientes, pero solo Christina habló. Le susurró al oído que sentía que sus hijas se hubieran quemado en el avión. Aquel comentario del todo inesperado pilló tan desprevenido a Jack que se vio obligado a contener las lágrimas. Al abrazarlo a su vez, Alexis percibió que lo embargaba una emoción nueva y se apartó de él para mirarlo a los ojos, aunque malinterpretó el motivo.

—Eh —dijo—, estaremos bien. Las niñas estarán bien, te lo prometo.

Jack asintió.

—Nos vemos mañana en algún momento —murmuró cuando logró recobrar el habla—. Espero poder ofreceros algo que merezca la pena.

—Yo también —convino Alexis.

Subió al coche familiar y pulsó el botón de apertura de la puerta del garaje, que ascendió con un traqueteo sobrecogedor.

Fue entonces cuando Jack se dio cuenta de que tenía que mover el coche. Lo había aparcado junto al Lexus de Craig, de modo que bloqueaba la salida. Jack pasó corriendo junto al coche de Alexis mientras le indicaba por señas que esperaba. Sacó el Hyundai a la calle y esperó mientras Alexis hacía lo propio. Con un bocinazo y un saludo, el coche de su hermana se perdió en la noche.

Mientras volvía a dejar el coche en el sendero de acceso, Jack observó los dos coches patrulla de la policía de Newton y los otros dos sin marca alguna, los dos sedanes oscuros que los detectives habían aparcado en la calle. Se preguntó cuánto trabajo les quedaría por hacer en la casa, porque estaba impaciente por hablar con ellos en privado, sobre todo con Liam Flanagan. En respuesta a su pregunta, los cinco policías salieron por la puerta principal de la casa justo cuando Jack se apeaba del coche.

—Perdonen —los llamó Jack mientras trotaba hacia ellos, dándoles alcance a mitad del sinuoso camino delantero de la casa.

—Doctor Stapleton —lo saludó Liam—, lo estábamos buscando.

—¿Han acabado de examinar el escenario? —inquirió Jack.

—De momento sí.

—¿Ha habido suerte?

—Haremos analizar la cinta aislante en el laboratorio, así como algunas fibras que hemos encontrado en el baño de la niña. Había poca cosa. Hemos descubierto algo en el jardín que no puedo revelarle. Podría ser prometedor, pero en términos generales está claro que ha sido un trabajo profesional.

—¿Qué me dice de la autopsia que por lo visto ha ocasionado este intento de extorsión? —intervino el detective Skolar—. ¿La va a hacer o no?

—Si la exhumación sigue adelante, la autopsia también —repuso Jack—. La haré en cuanto tenga el cadáver a mi disposición.

—Es raro ver un incidente así por culpa de una autopsia —comentó el detective Skolar—. ¿Espera encontrar algo sorprendente?

—No sabemos qué esperar. Lo único que sabemos con certeza es que la paciente sufrió un ataque al corazón. Evidentemente, lo sucedido hoy ha suscitado nuestra curiosidad.

—¡Qué extraño! —insistió el detective Skolar—. Para su tranquilidad y la de los Bowman, pondremos vigilancia en la casa las veinticuatro horas durante algunos días.

—Estoy seguro de que los Bowman se lo agradecerán. Por mi parte, estoy seguro de que eso me permitirá dormir mejor.

—Manténganos al corriente de todo —pidió el detective Skolar.

Le alargó una tarjeta de visita antes de estrecharle la mano, gesto que imitaron los otros tres policías.

—¿Puedo hablar un momento con usted? —preguntó Jack a Liam.

—Por supuesto; iba a pedirle lo mismo.

Jack y Liam se despidieron de los policías de Newton. Éstos se marcharon en sus respectivos vehículos, que desaparecieron casi al instante en la negrura. La noche había caído a regañadientes, pero en aquellos momentos la oscuridad ya era completa. La única luz del vecindario procedía de las ventanas delanteras de casa de los Bowman y de una farola solitaria situada en el sentido opuesto al que habían tomado los policías. En el firmamento, un estrecho gajo de luna asomaba por entre el follaje de los árboles que flanqueaban la calle.

—¿Quiere sentarse en mi limusina? —propuso Liam al llegar junto a su Ford de gama baja.

—La verdad es que se está muy bien aquí fuera —repuso Jack.

La temperatura había descendido, y el aire resultaba tonificante.

Ambos se apoyaron contra el coche, y Jack refirió su enfrentamiento con Tony Fasano, la amenaza que había recibido y sus dos encontronazos con su compinche, Franco. Liam escuchaba con suma atención.

—Conozco a Tony Fasano —comentó—. Es un tipo que trabaja en muchos campos, entre ellos los daños y perjuicios y ahora la negligencia médica. Incluso ha llevado algunos casos penales, defendiendo a delincuentes de poca monta, que es por lo que lo conozco. Debo decir que es más listo de lo que parece a primera vista.

—A mí me da la misma impresión.

—¿Cree que es responsable de este intento profesional pero al mismo tiempo basto de extorsión? Considerando con quien se acuesta, tiene los contactos necesarios, desde luego.

—Sería lógico, teniendo en cuenta que me amenazó, pero por otro lado, parece demasiado sencillo y demasiado absurdo si consideramos que es tan listo.

—¿Se le ocurre algún otro sospechoso?

—La verdad es que no.

Por un instante estuvo tentado de sacar a colación la idea de la conspiración, pero se dijo que las probabilidades de validez de aquella teoría eran tan ínfimas que le daba vergüenza mencionarla.

—Indagaré en lo de Fasano —prometió Liam—. Su despacho está en la zona norte, así que pertenece a nuestra jurisdicción, pero sin pruebas, al menos de momento, poco podemos hacer, sobre todo a corto plazo.

—Lo sé —aseguró Jack—. Mire, le agradezco que se haya molestado en intervenir. Temía que los Bowman no quisieran denunciar el incidente.

—Siempre es un placer hacerle un favor a mi viejo amigo Lou Soldano. Tengo la impresión de que son ustedes muy amigos.

Jack asintió y sonrió en su fuero interno. Había conocido a Lou cuando ambos perseguían a Laurie. Consideraba un punto a favor del carácter de Lou que, al ver que sus posibilidades con Laurie desaparecían por su culpa, se mostrara lo bastante magnánimo para interceder por Jack, actitud que resultó ser clave, porque la historia de Jack y Laurie no había resultado sencilla a causa del bagaje psicológico de Jack.

—Lo cual me lleva a la última cuestión —prosiguió Liam.

Abrió el coche y revolvió el contenido de una bolsa de lona que yacía sobre el asiento delantero. Al poco se volvió hacia Jack y le alargó una Smith and Wesson del 38 con cañón corto.

—Más vale que sean muy amigos, porque por lo general no hago estas cosas.

Jack hizo girar el revólver entre sus manos. El arma relucía en la oscuridad, reflejando la luz procedente de las ventanas de los Bowman.

—Y más vale que tenga muy buenas razones para utilizarla —añadió Liam—. Y espero que no tenga que llegar a usarla.

—Le aseguro que solo la utilizaré en caso de vida o muerte —prometió Jack—. Pero ahora que las niñas se han ido, puede que ya no la necesite —comentó al tiempo que se la alargaba.

—Quédesela —pidió Liam con la mano levantada—. Ya lo han atacado un par de veces. Por lo que cuenta, parece que a ese tal Franco le faltan un par de tornillos. Pero no olvide devolvérmela. ¿Cuándo se va?

—Mañana en algún momento, otra razón por la que no debería quedármela.

—¡Que se la quede! —insistió Liam.

Alargó una tarjeta a Jack antes de rodear el coche y abrir la puerta del acompañante.

—Podemos quedar un momento antes de que se vaya, o puede dejarla en comisaría a mi nombre, en una bolsa. ¡No vaya contando por ahí qué es!

—Seré discreto —aseguró Jack—. Así me llaman, Jack el discreto —añadió con un toque de humor.

—No es eso lo que dice Lou —rió Liam—, pero sí dice que es usted un tipo muy responsable, y con eso cuento.

Después de despedirse, Liam subió al coche y desapareció en la misma dirección que la policía de Newton.

Jack examinó el arma en la oscuridad. Ofrecía un aspecto engañosamente inocente, como las pistolas de juguete que tenía de pequeño, pero como médico forense conocía bien su potencial destructivo. Había examinado más trayectorias de bala en cadáveres de lo que le apetecía recordar, y aún lo asombraba la gravedad de las heridas que causaban. Se guardó el revólver en un bolsillo y sacó el móvil de otro. La perspectiva de llamar a Laurie le provocaba sentimientos encontrados, pues sabía que se enfadaría con razón al saber que se quedaba una noche más en Boston. Desde su punto de vista, el hecho de que Jack regresara a Nueva York el jueves por la tarde o incluso por la noche, teniendo en cuenta que la boda se celebraría a la una y media del viernes, era poco sensato, absurdo e incluso doloroso, pero Jack se sentía impotente. Se encontraba inmerso en un laberinto de circunstancias muy complejas. Después de todo lo que había sucedido, algunas cosas por culpa suya, no podía abandonar a Alexis y Craig. Además, lo intrigaba de verdad que alguien se opusiera con tanta contundencia a una autopsia. Y mientras aquella idea le rondaba por la mente, se le ocurrió otra nueva: «¿Y el hospital? ¿Sucedería algo en el hospital la noche en que ingresaron a Patience Stanhope que necesite quedar encubierto?». No se lo había planteado desde aquel punto de vista, y si bien era improbable, desde luego era mucho más probable que la descabellada teoría de la conspiración contra la medicina a la carta.

Nervioso y embargado hasta la médula por los sentimientos de culpabilidad, Jack marcó el número del móvil de Laurie.