ANATOMÍA DE UN GOLPE DE ESTADO

De mi bloc de notas, tal como lo apunté en Lagos en 1966:

El sábado 15 de enero, el ejército dio en Nigeria un golpe de Estado. A la 1.00 de la madrugada, sonó la alarma en todas las unidades militares del país. Destacamentos asignados se pusieron a cumplir sus cometidos. La dificultad de dar un golpe eficaz radicaba en la necesidad de llevarlo a cabo simultáneamente en cinco ciudades: en Lagos, la capital de la federación, y en las capitales de las cuatro regiones nigerianas: Ibadán (Nigeria Occidental), Kadún (Nigeria del Norte), Benin (Nigeria Central y del Oeste) y Enugu (Nigeria del Este). En un país con una superficie tres veces más grande que la de Polonia y una población de cincuenta y seis millones de habitantes, el golpe de Estado había sido perpetrado por un ejército que apenas si cuenta con ocho mil soldados.

Sábado, las dos en punto de la madrugada

Lagos: patrullas del ejército (soldados con cascos, uniformes de campaña y ametralladoras) ocupan el aeropuerto, la emisora de radio, la central telefónica y correos. Siguiendo órdenes militares, la central eléctrica corta la corriente en los barrios africanos. La ciudad duerme, las calles están desiertas. La noche del sábado es muy oscura, calurosa y sofocante. Varios jeeps se detienen junto a la King George V Street. Es una calle pequeña al final de la isla de Lagos (de cuyo nombre toma el suyo toda la ciudad). A un lado, hay un estadio, y al otro, dos chales. El primero alberga la residencia del primer ministro de la Federación, sir Abubakar Tafawa Balewa. En el segundo vive el chief Festus Okotie-Eboh, ministro de Finanzas. El ejército rodea los dos chales. Un grupo de oficiales entra en la residencia del primer ministro, lo despierta y lo conduce afuera. Otro grupo detiene al ministro de Finanzas. Los coches se marchan. Varias horas más tarde, el gobierno dirá en un comunicado oficial que los dos dignatarios «han sido secuestrados y llevados en dirección desconocida». Lo que a partir de allí le pasó a Balewa hasta hoy sigue siendo una incógnita. Se dice que lo han encerrado en un cuartel. Muchos afirman que ha sido asesinado. La gente cree que Okotie-Eboh también lo ha sido. Repite que no lo han fusilado sino «despachado a palo limpio». Esta versión corresponde no tanto a los hechos como a la actitud de la opinión pública hacia este hombre. Era un sujeto extremadamente antipático, brutal y glotón. Monstruosamente enorme, cebado, gordo y torpe. Con la corrupción, había hecho una fortuna inmensa. Mantenía una actitud de sumo desprecio hacia la gente. Balewa, todo lo contrario, era simpático, modesto y pacífico. Alto, delgado y casi ascético. Un musulmán.

El ejército ocupa el puerto y rodea el Parlamento. La ciudad, dormida, se llena de patrullas recorriéndola.

Son las tres en punto de la madrugada

Kaduna: en las afueras de la capital de Nigeria del Norte se levanta la residencia, de dos plantas y rodeada por una tapia, de Ahmadu Bello, primer ministro de esta región. En Nigeria, el jefe de Estado titular es el doctor Nnamdi Azikiwe. Tafawa Balewa lo es del gobierno. Pero es, precisamente, Ahmadu Bello el auténtico soberano del país. Durante todo el día del sábado Bello recibe visitas. La última, a las 19.00 horas, se la hace un grupo de fuls. Seis horas más tarde, un grupo de oficiales coloca dos morteros enfrente de la residencia, entre unos arbustos. Lo lidera el comandante Chukuma Nzeogwu. A las tres, un mortero lanza el primer disparo. El proyectil estalla en el tejado de la residencia. Se declara un incendio. Es la señal para atacar. Los oficiales asedian primero el puesto de guardia del palacio. Dos de ellos mueren en la refriega con los guardaespaldas del primer ministro pero los restantes consiguen entrar en el palacio en llamas. Encuentran en el pasillo a Ahmadu Bello, que ha salido corriendo del dormitorio. Bello cae bajo el impacto de una bala que le ha atravesado la sien. La ciudad duerme, las calles están desiertas.

Son las tres en punto de la madrugada

Ibadán: el palacio del primer ministro de Nigeria del Oeste, el chief Samuel Akintola, se alza sobre una de las suaves colinas en cuyas laderas está situada esta ciudad-aldea de casas bajas, «la aldea más grande del mundo», que cuenta con millón y medio de habitantes. Desde hace tres meses, esta región es escenario de sangrientos combates, en la ciudad rige el toque de queda y el palacio de Akintola aparece fuertemente vigilado. El ejército empieza el ataque, hay un intercambio de disparos y luego, luchas cuerpo a cuerpo. Un grupo de oficiales irrumpe en el palacio. Akintola, abatido por trece balazos, muere en el pórtico.

Son las tres en punto de la madrugada

Benin: el ejército ocupa la emisora de radio, correos y otros objetivos importantes. Está apostado en las salidas de la ciudad. Un grupo de oficiales desarma a los policías que vigilan la residencia del primer ministro de la región, el chief Denis Osadebaya. No se produce ningún disparo. De vez en cuando se ve un jeep verde con soldados recorriendo alguna calle.

Son las tres en punto de la madrugada

Enugu: la residencia del primer ministro de Nigeria del Este, el doctor Michael Okpara, es rodeada en silencio y de manera muy discreta. Aparte del primer ministro, en el interior duerme su invitado, el presidente de Chipre, el arzobispo Makarios. El comandante de los golpistas garantiza a ambos dignatarios libertad de movimiento. En Enugu, la revolución es amable. Otros grupos del ejército ocupan la emisora de radio y correos y cierran las salidas de la ciudad, que duerme.

El golpe ha sido perpetrado en cinco ciudades de Nigeria, simultánea y eficazmente. En pocas horas, un ejército pequeño se ha adueñado de este país tan enorme, del imperio de África. En una sola noche, la muerte, la detención o la huida a la selva ha acabado con cientos de carreras políticas.

Sábado: mañana, tarde y noche

Lagos se despierta sin saber nada. Empieza un día normal de la ciudad: abren las tiendas y la gente va al trabajo. No se ven militares en el centro. Pero en correos nos dicen que ha sido cortada la comunicación con el resto del mundo. No se pueden poner telegramas. Empiezan a circular por la ciudad los primeros rumores. El más frecuente, que Balewa ha sido detenido. Que el ejército ha dado un golpe de Estado. Me voy al cuartel de Ikoyi (un barrio de Lagos). Por la puerta de entrada salen jeeps con patrullas armadas con metralletas. Frente a la puerta ya se ha congregado una multitud, inmóvil y silenciosa. Las mujeres que se ganan la vida cocinando y vendiendo platos sencillos en la calle, despliegan aquí su humeante campamento.

En otro extremo de la ciudad se reúne el Parlamento. Hay muchos soldados ante el edificio. Nos registran en la entrada. De los trescientos doce miembros del Parlamento, han venido apenas treinta y tres. Aparece un solo ministro, R. Okafor. Propone aplazar la sesión. Los diputados presentes exigen explicaciones: ¿Qué ha pasado? ¿Qué ocurre? En esto entra en la sala una patrulla de ocho soldados, que pone a los reunidos de patitas en la calle.

La radio emite música. Ni un solo comunicado. Voy a ver al corresponsal de la AFP, David Laurel. Los dos estamos a punto de echarnos a llorar. Se trata de momentos amargos para un periodista: tener una información de importancia mundial y no poder transmitirla. Los dos nos encaminamos al aeropuerto. Lo vigila un destacamento de la marina de guerra. Está desierto: no hay pasajeros ni aviones. En el camino de vuelta nos detienen en un puesto militar: no quieren dejarnos entrar en la ciudad. Comienza una larga discusión. Los soldados se muestran amables, bien educados y tranquilos; acude el oficial y nos deja pasar. Regresamos a través de barrios sumidos en profunda oscuridad: sigue sin haber luz. Sólo las vendedoras encienden en sus tenderetes unas velas o lámparas de aceite, gracias a lo cual, vistas desde lejos, las calles ofrecen el aspecto de las veredas de los cementerios en día de Difuntos. Incluso en plena noche, hace tanto bochorno y el ambiente es tan sofocante que no hay con qué respirar.

Domingo: el nuevo poder

Unos helicópteros sobrevuelan la ciudad, pero aparte de esto el día transcurre muy tranquilo. El plan de dar un golpe semejante (los golpes militares se producen cada vez más a menudo), por lo general, es obra de un pequeño grupo de oficiales que viven en un lugar inaccesible para los civiles, los cuarteles. Actúan con sumo sigilo. La sociedad se enterará de todo una vez consumados los hechos y, además, en la mayoría de los casos, por medio de rumores y conjeturas.

En esta ocasión, la situación no tarda en aclararse. Justo antes de la medianoche, a través de la radio pronuncia su discurso el nuevo jefe del Estado, el general en jefe John Thomas Aguiyi-Ironsi, un comandante militar de cuarenta y un años. Dice que el ejército «se ha avenido a tomar el poder» y que la constitución y el gobierno han quedado suspendidos. Ahora el poder lo encarnará el Supremo Consejo Militar. La ley y el orden volverán a instalarse en el país.

Lunes: las causas del golpe

La alegría desborda las calles. Mis conocidos nigerianos al toparse conmigo me dan palmaditas en el hombro, se ríen y muestran un excelente estado de ánimo. Atravieso la plaza del mercado: las multitudes bailan al son del ritmo que un muchacho marca golpeando un barril de metal. Hace un mes fui testigo de un coup d’état muy parecido, en Dahomey: allí también la calle gritaba hurras en honor del ejército. La reciente serie de golpes militares es muy popular en África; despierta entusiasmo.

Llegan a Lagos las primeras resoluciones de apoyo y lealtad al nuevo poder: «El día de 15 de enero —reza la resolución de uno de los partidos locales, el UPGA (United Progressive Grand Aliance)— pasará a la historia de nuestra gran república como el día en que por primera vez hemos conseguido la libertad auténtica, aunque desde hace cinco años Nigeria es un país independiente. La vertiginosa carrera de nuestros políticos hacia el enriquecimiento deshonraba el nombre de Nigeria en el extranjero… Se formó en nuestro país una casta gobernante que basaba su poder en sembrar el odio, empujar a un hermano contra otro hermano, acabar con todos los que tenían opiniones distintas a las suyas… Damos la bienvenida al nuevo poder como si nos lo enviase Dios para que liberara al pueblo de los imperialistas negros, de la tiranía y la intolerancia, de las estafas y las ambiciones perniciosas de aquellos que se creían representantes de Nigeria… Nuestra Patria no puede albergar a unos lobos políticos que han saqueado el país.»

«La anarquía generalizada y la decepción de las masas —sostiene la resolución de la organización juvenil Zikist Movement— han hecho imprescindible este golpe. En los años de independencia, los derechos humanos básicos han sido brutalmente violados por el gobierno. Se negaba a la gente el derecho de vivir con libertad y respeto mutuo. No se le permitía tener opiniones propias. El gangsterismo político organizado y la política de fraudes habían convertido todas las elecciones en una farsa. En lugar de servir a la nación, los políticos se han dedicado a robar dinero. Mientras aumentaban el paro y la explotación, un puñado de fascistas feudales que ostentaban el poder no conocía límites en su ensañamiento con la población.»

En su breve historia, muchos países africanos viven de esta manera su segunda etapa. La primera ha consistido en una descolonización rápida, en conseguir la independencia. Optimismo, entusiasmo y euforia se adueñaron de todo el mundo. La gente estaba convencida que la libertad significaba un techo mejor encima de su cabeza, un cuenco de arroz más grande y unos zapatos, los primeros en la vida. Que se produciría un milagro: la multiplicación del pan, de los peces y del vino. No se produjo nada de esto. Todo lo contrario: aumentó vertiginosamente la población, para la cual faltó comida, escuelas y trabajo. Decepción y pesimismo no tardaron en reemplazar al optimismo. Toda la amargura, rabia y odio se dirigieron hacia las propias élites, que, voraces, se dedicaban a llenarse los bolsillos lo más deprisa posible. En un país que no tiene una gran industria privada, donde las plantaciones pertenecen a extranjeros y los bancos también son propiedad de capital extranjero, una carrera política es la única posibilidad de amasar una fortuna.

En resumen: la pobreza y la decepción de los de abajo y la codicia y la voracidad de los de arriba crean un ambiente emponzoñado y minado que el ejército olfatea; presentándose como defensor de los humillados y ofendidos, abandona los cuarteles y alarga la mano para tomar el poder.

Martes: los tam-tams llaman a la guerra

Una crónica de Nigeria del Este publicada hoy en The Daily Telegraph, un diario de Lagos:

«Enugu. Cuando la noticia de la detención del primer ministro de Nigeria del Este, el doctor Michael Okpara, llegó a Bende, su región natal, en todas las aldeas —Ohuku, Ibeke, Igbere, Akyi, Ohafia, Abiriba, Abam y Nkporo— empezaron a sonar los tam-tams de guerra, llamando a la contienda a los combatientes de la tribu. Se ha dicho a los guerreros que unos individuos habían secuestrado a su compatriota, el doctor Okpara. Al principio, los guerreros creían que se trataba de una maniobra de agentes de la coalición gobernante y han decidido empezar la guerra. Todos los propietarios han puesto sus vehículos a disposición de los guerreros. En el curso de varias horas, Enugu, la capital de Nigeria del Este, ha sido ocupada por un ejército de guerreros de la tribu, armados hasta los dientes con espadas, lanzas, arcos y escudos. Los guerreros cantaban himnos de guerra. Toda la ciudad retumbaba al son de los tam-tams. En este estado de cosas, se explicó a los jefes de las columnas guerreras que había sido el ejército quien había tomado el poder y que el doctor Okpara estaba vivo y que permanecía bajo arresto domiciliario. Cuando los guerreros comprendieron lo que se les había dicho, expresaron su alegría y emprendieron el viaje de vuelta a sus aldeas.»

Jueves, 20 de enero: viaje a Ibadán

Voy a Nigeria del Oeste para enterarme de lo que dice la gente sobre el golpe. En las salidas de Lagos, soldados y policías controlan coches y equipajes. Entre Lagos e Ibadán hay 150 kilómetros de un camino verde que atraviesa un paisaje de suaves colinas. En los últimos meses, meses de guerra civil, muchas personas han muerto en este camino. Nunca sabe uno a quién se encontrará a la vuelta del primer recodo. En las cunetas se ven coches quemados; grandes limusinas con matrículas oficiales las más de las veces. Me he detenido junto a una de ellas: en su interior siguen viéndose todavía huesos carbonizados. Todos los pueblos y pequeñas ciudades junto al camino conservan huellas de las pasadas batallas. Muñones de casas quemadas o vestigios de otras, arrasadas; fauces vacías de tiendas destripadas, muebles rotos, camiones volcados ruedas arriba, un montón de escombros. Y todo está desierto: la gente ha huido, se ha dispersado.

He conseguido llegar a la residencia de Akintola. Está situada en las afueras de Ibadán, en un barrio ministerial lleno de chales en medio de florestas, ahora totalmente desierto. Las imponentes mansiones de los ministros, lujosas y kitsch, aparecen vacías y destrozadas. Incluso el servicio se ha marchado. Parte de los ministros ha muerto, otros han huido a Dahomey Delante de la residencia de Akintola hay varios policías. Uno de ellos coge el fusil y me acompaña para enseñarme la residencia. Se trata de un chalet grande y nuevo. En la entrada misma, sobre el suelo de mármol del porche, se ve un charco de sangre ya seca. Junto a él aparece una galabiya ensangrentada y un montón de cartas hechas añicos y dispersadas aquí y allá, así como dos metralletas de juguete de plástico, también destrozadas, a lo mejor propiedad de los nietos de Akintola. Las paredes están cosidas a balazos; el patio, lleno de cristales rotos; y las telas metálicas de las ventanas, recortadas por los soldados en el curso de la toma de la residencia.

Akintola tenía cincuenta y un años, era un hombre corpulento y tenía un rostro ancho y barrocamente tatuado. En los últimos meses ya no abandonaba su residencia, vigilada por la policía: tenía miedo. Hace cinco años, era un abogado medianamente acomodado. Tras un año de ejercer de primer ministro, poseía millones. Simplemente, transfería dinero de la cuenta gubernamental a la suya privada. Vaya uno adonde vaya, por todas partes encontrará sus casas: en Lagos, en Ibadán, en Abeokuta… Tenía doce limusinas; cierto que paradas, pero le gustaba contemplarlas desde el balcón de su casa. Sus ministros también se hicieron ricos en poco tiempo. Nos movemos en un mundo de fortunas fabulosas, amasadas a base de hacer política o, más concretamente, de practicar gangsterismo político: desarticular partidos, falsificar elecciones, matar a los adversarios y disparar sobre las multitudes hambrientas. Hay que ver todo esto sobre el telón de fondo de la sobrecogedora miseria que impera en el país que ha gobernado Akintola, un país quemado, desierto y ahogado en sangre.

Por la tarde vuelvo a Lagos.

Sábado, 22 de enero: el entierro de Balewa

Comunicado del Gobierno Federal Militar sobre la muerte del antiguo primer ministro de Nigeria, sir Abubakar Tawafa Balewa:

«El viernes por la mañana, unos campesinos de los alrededores de Otta, cerca de Lagos, informaron que habían encontrado en la selva un cuerpo que se parecía a Tafawa Balewa. El cuerpo se hallaba en posición sentada, apoyado con la espalda contra un árbol. Estaba cubierto con una amplia galabiya blanca y había un gorro redondo a los pies. El mismo día, un avión especial lo trasladó a Bauchi, la ciudad natal del primer ministro (Nigeria del Centro). A bordo del avión, aparte del piloto y el oficial de radiocomunicaciones, sólo viajaban soldados. El cuerpo de Tafawa Balewa fue enterrado en el cementerio musulmán en presencia de un nutrido grupo de personas.»

El diario New Nigerian escribe que la gente de Nigeria del Norte no cree que su líder, Ahmadu Bello, haya muerto. Está segura que ha huido a La Meca, a refugiarse bajo el manto de Alá.

Hoy, mi amigo el estudiante nigeriano Nizi Onyebuchi me ha dicho:

—Nuestro nuevo líder, el general Ironsi, es un hombre sobrenatural. Alguien le ha disparado, pero la bala ha cambiado la trayectoria y ni siquiera le ha rozado.