La paja en el ojo de Dios

El blog de Iván el Terrible

¿Hay alguna relación entre el nacimiento de las religiones y el desarrollo de las «otras humanidades»?

Los leprechauns irlandeses, los elfos germánicos, los yinns árabes, los vampiros centroeuropeos... especies anteriores al hombre, o paralelas a él, sujetas a otras leyes y otra moral y con habilidades especiales y debilidades ocultas. Criaturas que hacen de nosotros el centro de su vida, ya sea para burlarse, para alimentarse o para atormentarnos.

¿Surgen de las mismas preguntas y los mismos miedos que la religión, o tienen un origen distinto?

En ocasiones, las religiones pospaganas han intentado asimilarlos, como ha hecho el islam con los yinns. En otras no los han tenido en cuenta, o los han denunciado como pura superstición.

Pero están presentes en casi todas las culturas humanas. Y su creación posiblemente sea tan antigua como la de los dioses. Puede que más.

Si la religión trata de apaciguar nuestro miedo a la muerte, nuestro horror ante la eternidad, nuestro pánico al infinito... ¿qué necesidades cubren esas «humanidades paralelas»?

Han estado siempre con nosotros. En algunos casos, antes que nosotros. Como si fueran el primer intento de Dios de crear una criatura pensante. Esbozos fallidos, tal vez. ¿Rastros en nuestra memoria genética —si es que algo como eso existe— de la época en que convivimos con nuestros primos neandertales?

Son, como nosotros, criaturas pensantes. A veces tienen libre albedrío, otras no. En algunos casos, como los yinns, son capaces de reconocer al Dios Único y adorarlo. Y están sujetos, por tanto, a las mismas barreras morales que nosotros.

Y a veces son simples depredadores. Criaturas que acechan en la noche en busca de nuestra sangre y la de nuestras mujeres. El miedo al otro. Al invasor.

Y, como la religión, son un meme exitoso. Han sobrevivido todo este tiempo, transformados en muchos casos en asunto para la ficción popular.

Los altivos elfos tolkienianos. Los perversos condes transilvanos.

Pero siguen ahí. Transformados. A veces hasta resultar irreconocibles. El vampiro convertido en una criatura lánguida y decadente, atormentado por su naturaleza de depredador, buscando la redención entre las sombras de la noche. El vampiro trivializado por un halo de romanticismo simplón y ñoño. El pobre vampiro, que deja de ser un cazador implacable, un seductor amoral, para transformarse en una criatura ridícula y cursi que hace humedecerse la ropa interior de las adolescentes.

Pero, pese a todo, sigue ahí. Como siguen ahí todos los demás. Trivializados y deformados, pero no muertos.

Sobreviviendo.