Agradecimientos

La culpa es de Javier Cuevas. No por completo (no alimentemos su ego más de lo necesario), pero sí en buena medida. Las astillas de Yavé existe a causa de una conversación con Javier donde éste me explicó el giro radical que pegó la Iglesia católica a partir del siglo IV, y a lo largo de la cual comentó que no estaría nada mal escribir una novela que utilizase esa idea como fondo y explorase los motivos.

Éstos, al menos en el ámbito de la novela, son pura ficción. Sin embargo, persiste el hecho evidente de que una vez que la Iglesia llegó al poder cambió radicalmente su comportamiento. El solo hecho de haber conseguido el poder puede explicar eso sin mayores problemas, por supuesto. Sin embargo, si uno escribe literatura fantástica es, entre otros motivos, porque le gusta jugar con la idea de que el universo en el que vive sea más... interesante de lo que es en realidad.

Como sea, fue Javier quien me puso en el camino adecuado y es justo que comparta parte de la culpa.

Marina Moragrega ya me prestó uno de sus sueños para cierta secuencia de El adepto de la reina. Y ha vuelto a hacerlo para Las astillas de Yavé. Si fuera un hipócrita me pondría ahora a rasgarme las vestiduras y pedir en público que, por favor, la gente deje de darme sus ideas y a quejarme de lo molesto que resulta. Dado que no lo soy (al menos, no todo el tiempo), qué puedo hacer más que usar las buenas ideas que se me ofrecen y dar las gracias por ellas.

Uve no es el primer personaje principal femenino que utilizo, desde luego, pero sin duda sí que es el que me más me gusta de todos los que he creado y el que, a priori, más difícil me parecía, desde el momento en que había decidido usar su propia voz para narrar la historia.

Quería una mujer que me gustase, lógicamente, y quería que el lector se la creyese como mujer cuando la oyese hablar. El comité reunido a tal efecto (formado por Marta Caldevilla, Marisa Cuesta y Felicidad Martínez) dictaminó que había tenido éxito en mi propósito.

Marta fue, también, lo bastante amable para escudriñar con atención el manuscrito y decirme todo lo que encontró en él que le chirriase, le pareciera traído por los pelos o no terminase de convencerla. Si pese a todo seguís encontrando en Las astillas de Yavé algo que caiga en las categorías anteriormente expuestas, os aseguro que no es culpa suya.

Natalia Cervera realizó una cuidadosa revisión del texto. No es la primera vez que tiene que enfrentarse a mis manías de escritor. Espero que tampoco sea la última.

Esta novela se desarrolla, como algunas otras que he escrito, en una ciudad a la que nunca nombro pero que conozco bien. Tal vez porque es aquella en la que vivo desde hace treinta y cuatro años. No creo que sea la última que escriba en que la utilice como escenario.

Y, sospecho, tampoco será la última en que use a Uve como personaje.

Ya veremos.

RODOLFO MARTÍNEZ

Gijón, abril de 2010