Capítulo dos


El hombre que podía ver el futuro


La mayor parte de mis avances los logré por error. Uno descubre lo que sí es, solo cuando se deshace de lo que no es.

—R. Buckminster Fuller.


En el verano de 1967 viajé de Nueva York a Montreal, Canadá. Me fui «de aventón» con un compañero de la escuela. En aquel tiempo, Andy Andreasen y yo teníamos veinte años y asistíamos a la Academia de la Marina Mercante de Estados Unidos en Kings Point, Nueva York. Viajamos a Montreal para ver el futuro.

La ciudad de Montreal fue la sede de la Expo 67, una Feria Mundial enfocada en el futuro. La pieza central de la Feria fue el pabellón de Estados Unidos: un domo geodésico monumental que se podía ver a kilómetros de distancia. El creador del domo era el doctor R. Buckminster Fuller, considerado uno de los más grandes genios de nuestro tiempo.

El doctor Fuller era reconocido como un futurista, y con frecuencia era llamado «abuelo del futuro». En aquel tiempo parecía muy adecuado que nuestro gobierno hubiera elegido el domo del doctor como pabellón, porque era una estructura que en verdad representaba el futuro.

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El doctor Fuller —o «Bucky», como muchos lo llamaban—, era un enigma, una persona indefinible. La Universidad de Harvard afirma que era uno de sus alumnos más prominentes, pero Bucky no se graduó ahí. De hecho, aunque nunca se graduó en ninguna universidad, a lo largo de su vida recibió 47 títulos honorarios.

El Instituto Estadounidense de Arquitectos (AIA, por sus siglas en inglés), lo considera uno de los arquitectos más importantes del mundo. Bucky no tenía preparación de arquitecto, pero actualmente hay edificios suyos en todo el mundo. En el vestíbulo de las instalaciones del AIA, se exhibe con gran pompa un busto de Fuller.

Bucky es considerado uno de los estadounidenses más consumados de la historia y cuenta con más de dos mil patentes bajo su nombre. Por si fuera poco, fue autor de muchos libros que cubren temas de ciencia, filosofía e incluso poesía. En 1982 el presidente Ronald Reagan le entregó la Medalla Presidencial de la Libertad, y en algún momento, fue considerado para el Premio Nobel.

Y a pesar de todos estos logros, Bucky a veces se refería a sí mismo como «solo un hombrecito».

PADRE POBRE Y BUCKY

Mi padre biológico, la persona a la que me refiero cada vez que digo «mi padre pobre», fue quien me dio a conocer al doctor Fuller. A finales de los cincuenta, cuando yo todavía estaba en la primaria, papá y yo nos sentábamos por horas a construir maquetas de los edificios de Bucky con pegamento y palitos. Hicimos los tetraedros, octaedros e icosaedros que, según Fuller, eran «los bloques de construcción del Universo». Mi padre pobre y Bucky tenían mucho en común. Ambos eran hombres extremadamente inteligentes que luchaban en el mundo académico y se desempeñaban en las áreas de matemáticas, ciencia y diseño, en particular. Ambos estaban comprometidos con la construcción de un mundo mejor que funcionara para toda la gente. Ambos dedicaron sus vidas a servirle a la humanidad y a la promoción de la paz mundial.

En 1964, cuando el doctor Fuller apareció en la portada de la revista Time, mi padre estaba extasiado.

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CON UN PIE EN EL FUTURO

En 1967, Andy y yo —ambos éramos fanáticos de Bucky— estábamos ansiosos por visitar el pabellón de Estados Unidos y entrar al monumental domo del doctor. La sensación que tuvimos al estar dentro, fue mágica. El lugar tenía un ambiente surrealista de paz y posibilidad. Jamás habría imaginado que más adelante estudiaría con el «abuelo del futuro».

En 1981 me invitaron a pasar una semana con el doctor Fuller en una cabina afuera de Lake Tahoe, California, para estudiar. El título de su conferencia fue «El futuro de los negocios». Esa semana la dirección de mi vida cambió para siempre.

Me gustaría poder decir que asistí a la conferencia para aprender más sobre la paz mundial, matemáticas, ciencia, diseño, principios generalizados y filosofía, pero no puedo. Asistí principalmente porque quería conocer la manera en que Fuller predecía el futuro. Lo que me motivó fue la codicia, no la paz mundial. Quería aprender a predecir el futuro para luego aprovechar ese conocimiento y hacer más dinero.

Pero el último día del evento me sucedió algo. Desearía poder explicarlo pero lo limitado de mi vocabulario me impide describir la experiencia.

Estaba parado detrás de una cámara de video en un tripié porque me ofrecí como voluntario para videograbar todo el evento. Me ofrecí a permanecer todo el tiempo detrás de la cámara porque, cuando estuve entre el público como participante, me quedé dormido varias veces. Fuller no era un orador particularmente dinámico y, de hecho, me atrevería a decir que incluso era aburrido; balbuceaba y usaba palabras que yo no entendía.

Pero cuando el evento estaba a punto de terminar, miré a Bucky directamente a través de la lente de la cámara, y una sutil ola de energía se apoderó de mí. De pronto sentí el corazón abierto y empecé a llorar. No eran lágrimas de tristeza o dolor, sino de gratitud por la valentía que aquel hombre había tenido para guiar, enseñar y mirar hacia el futuro a lo largo de tantos años.

John Denver compuso y grabó una canción dedicada al doctor Fuller porque también tocó e inspiró su vida. La canción se llama Lo que un hombre puede hacer (What One Man Can Do).

La canción tributo que le compuso John Denver a Bucky Fuller describe la experiencia que tuve aquel día, mucho mejor de lo que yo puedo hacerlo en palabras.

Esta es la parte de la canción de John Denver que más me conmueve:

Es difícil decir la verdad.

Cuando nadie quiere escuchar.

Cuando a nadie le importa.

¿Qué sucede?

 

Es difícil estar solo.

Cuando necesitas alguien a tu lado.

Tu espíritu y tu fe.

Deben ser fuertes.

Y el coro…

Lo que un hombre puede hacer, es soñar.

Lo que un hombre puede hacer, es amar.

Lo que un hombre puede hacer, es cambiar el mundo.

Y hacerlo joven otra vez.

Eso es lo que un hombre puede hacer.

Este libro es sobre segundas oportunidades, y por eso quise describir lo que me sucedió con Bucky Fuller, porque fue una de las muchas segundas oportunidades que he recibido en la vida. Cuando regresé a Honolulu, era otra persona.

En 1981 yo tenía fábricas en Taiwán, Corea y Hawái. En ellas fabricaba productos con licencia para la industria del rock and roll. Mi empresa manufacturaba productos para bandas como Pink Floyd, Duran Duran, Judas Priest, Van Halen, Boy George, Ted Nugent, REO Speedwagon y The Police. Me encantaba el negocio. En mis fábricas se producían sombreros, carteras y bolsas con los rostros y logos de las bandas serigrafiados. Los fines de semana iba a conciertos para ver a los felices admiradores comprar mis productos como pan caliente. Era un gran negocio. Yo era soltero, vivía en la playa de Waikikí y tenía vecinos como Tom Selleck. Además, ganaba muchísimo dinero que, en aquel entonces, solía hacerme muy feliz.

El problema era que Fuller había tocado mi corazón y yo lo sabía. En el fondo, estaba consciente de que mis días de sexo, drogas, rock and roll y dinero, estaban por llegar a su fin. No dejaba de preguntarme, «¿Qué puedo hacer para que este sea un mundo mejor?» y, «¿Qué estoy haciendo con mi vida?».

En 1981 tenía treinta y cuatro años, y tres profesiones. Había asistido a la Academia de la Marina Mercante de Estados Unidos en Nueva York, y ahí recibí mi título de ciencias, así como una licencia para navegar en buques petroleros. También había asistido a la Escuela de Vuelo de la Armada de Estados Unidos para aprender a pilotear a nivel profesional. Por un tiempo consideré trabajar en aerolíneas pero cuando regresé de Vietnam supe que mis días como piloto se habían acabado a pesar de que adoraba volar. Ahora era un empresario con un negocio de fabricación y distribución a nivel global, y mis productos se vendían en cadenas nacionales como JCPenney, Tower Records, las tiendas de regalos de Spencer’s, en los conciertos de las bandas y, gracias a distribuidores mundiales, también a través de muchos minoristas en distintos países.

Mi problema era que había conocido a Bucky Fuller y cuando volví a mi fábrica en Honolulu, mi mente no dejaba de viajar a aquella experiencia que había vivido en Montreal. Como ya mencioné, ni siquiera cuando estuve en el mágico entorno del domo imaginé que llegaría a conocer al hombre que lo diseñó, y que después de conocerlo mi vida cambiaría de nuevo.

MI TRABAJO ESPIRITUAL

En lugar de escuchar rock and roll, empecé a escuchar la música de John Denver. Y siempre que oía What One Man Can Do, la canción que le compuso a Fuller, me preguntaba incesantemente: «¿Qué se supone que debo hacer con mi vida?».

El rock and roll solo me inspiraba a ir a los centros nocturnos de Waikikí, pero las canciones de John Denver me instaban a pensar desde el corazón. En lugar de desvelarme en discotecas, empecé a pasar más tiempo solo, surfeando o explorando para estar cerca de la hermosura de la naturaleza. Los fines de semana me los pasaba en talleres de desarrollo personal aprendiendo cómo ser mejor persona a nivel emocional y espiritual. Este aspecto mío más delicado, hizo que algunos de mis amigos del Cuerpo de Marina me miraran con disgusto. Asimismo, comencé a pasar más tiempo con grupos de negocios enfocados en resolver problemas sociales de comunidades de todo el mundo, que con mis socios del mundo del rock and roll y las ventas al menudeo.

Poco a poco empecé a comprender que asistimos a la escuela con la esperanza de encontrar una profesión económica o empleo. Pero después de conocer a Fuller entendí que en realidad tenía que buscar una profesión espiritual: mi empleo espiritual y el propósito de mi vida.

Entre 1981 y 1983 estudié con el doctor Fuller en tres ocasiones durante el verano, y cuando no estaba en sus conferencias, me reunía con mis nuevos amigos en un «grupo de estudio» que se enfocaba en sus libros. Debo decir que sus textos no son fáciles de comprender, y por eso nos pusimos de acuerdo y decidimos estudiar un capítulo por semana de manera individual para luego reunirnos en la casa de alguien para discutir el tema y hacer «mapas mentales» de las ideas de Fuller.

El mapeo mental es un método en el que se utilizan colores e imágenes, en lugar de palabras, para organizar y jerarquizar ideas que, en nuestro caso eran las que presentaba Fuller en cada capítulo. Construíamos los mapas en hojas de rotafolio y siempre comenzábamos con un concepto central. La clave del mapeo mental es usar solamente color y dibujos; si acaso hay palabras, son muy muy pocas. Esto fuerza a los participantes a convertir las palabras y los pensamientos en imágenes, y eso intensifica los procesos de aprendizaje, análisis y discusión.

Como ya todos sabemos, dos mentes (o más), son mejor que una… excepto en la escuela, claro, en donde el hecho de que dos mentes o más trabajen en equipo se considera trampa.

En nuestro grupo de estudio recurríamos a debates, color e imágenes, lo que hacía que las actividades fueran estimulantes, desafiantes y novedosas. En lugar de pasarme la noche entera en clubes nocturnos, empecé a hacerlo en la casa de algún compañero trabajando con el grupo de estudio porque sabía que esa era la segunda oportunidad que tenía para encontrar el propósito de mi vida. En lugar de ir a la escuela a aprender cómo transportar petróleo, causar terror desde el cielo o manufacturar y vender más productos de rock and roll, ahora iba «a la escuela» de la segunda oportunidad para aprender a ser un ser humano mejor y, quizá, una persona capaz de hacer una diferencia en el mundo.

El problema era que todavía no sabía cuál era, o sería, mi empleo espiritual… Entre 1981 y 1983 dediqué mucho tiempo a estudiar el trabajo de Fuller, y en 1983 fue el último verano que pasé con él. En esa ocasión cerró su conferencia diciendo: «Adiós, querida gente, los veré el verano próximo», pero no fue así, falleció tres semanas después, el primer día de julio.

CAMBIOS EN EL HORIZONTE

Para 1984 sabía que tenía que hacer varios cambios, solo que no estaba seguro de cuáles. Por eso nada más decidí hacer algo, lo que fuera. Ya sabes lo que dice el dicho:

«A veces tienes que dejar de hacer lo que te gusta para dedicarte a lo que se supone que debes hacer».

Para ese tiempo ya también había releído el libro Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, el cual fue publicado por primera vez en 1970.

La siguiente información de Wikipedia te dará una idea de sobre qué trata el libro:

El libro cuenta la historia de Juan Salvador Gaviota, una gaviota que está aburrida de las riñas cotidianas por la comida. Embargado por la pasión del vuelo, se obliga a aprender todo lo posible sobre el vuelo hasta que, finalmente, su rechazo a conformarse provoca que lo expulsen de la parvada. Ya como paria, Juan Salvador Gaviota continúa aprendiendo; cada vez se siente más complacido con sus nuevas habilidades, y goza de una nueva vida llena de paz y felicidad.

Un día, Juan conoce a dos gaviotas que quieren llevarlo a un «plano de existencia más alto» en el que no existe el paraíso, sino un mundo mejor al que se llega a través de la perfección del conocimiento, y ahí conoce a otras gaviotas que aman volar. Descubre que su tenacidad y deseo de aprender lo convierten en «un ave en un millón». En este nuevo lugar, Juan se hace amigo de Chiang, la gaviota más sabia, y ella lo lleva más allá de sus conocimientos previos y le enseña a moverse de manera instantánea a cualquier lugar en el Universo. El secreto, dice Chiang, es «empezar sabiendo que ya llegaste». Pero insatisfecho con su nueva vida, Juan regresa a la Tierra, en donde encuentra a otras gaviotas, a las que les transmite sus enseñanzas y su amor por el vuelo. Su misión tiene éxito, y Juan logra reunir a otros que también se negaron a conformarse y fueron marginados. Finalmente, Pedro Pablo Gaviota, el primero de sus alumnos, se convierte también en maestro, y Juan se puede ir a compartir sus enseñanzas con otras parvadas.

SALTOS DE FE

De Juan Salvador Gaviota aprendí una lección muy importante: que a veces la gente necesita liberarse y permitir que las corrientes de la vida la lleven adonde se supone que debe estar.

Entre el verano de 1983 y finales de 1984 me preparé para liberarme y permitir que las corrientes de la vida me llevaran.

El proceso comenzó cuando les informé a mis dos socios del negocio de rock and roll que quería «liberarme» para seguir adelante. Cuando me preguntaron a dónde iría, les dije entre murmullos que dejaría que las corrientes de la vida me transportaran, y cuando comenzaron a pensarlo bien, añadí: «Voy a dar un salto de fe a lo desconocido». En octubre de 1983 dimos inicio al proceso de adquisición que me permitiría dejar el negocio.

En enero de 1984, mientras me encontraba arreglando los últimos detalles en Hawái, Nueva York, Taiwán y Corea, conocí a la mujer más hermosa del mundo. Se llamaba Kim y no quería tener nada que ver conmigo. Pasé los siguientes seis meses pidiéndole que aceptara tener una cita conmigo y su respuesta siempre fue la misma: «No».

Pero finalmente aceptó, así que cenamos y caminamos durante un buen rato a lo largo de la playa de Waikikí, hasta que salió el Sol. Desde la noche anterior y hasta la mañana siguiente, le hablé de Bucky Fuller, de la posibilidad de encontrar el propósito de nuestra vida y del empleo espiritual de cada persona. Ella fue la primera mujer que conocí interesada en estos temas.

En los siguientes meses nos vimos con regularidad y ella se convirtió en parte de mi proceso de «liberación». Estuvo conmigo cuando me despedí llorando de mis socios y de los trabajadores de la fábrica de Honolulu. Kim y yo sabíamos que también nos despediríamos pronto porque ella tenía una carrera en el ámbito de la publicidad en Honolulu y yo estaba a punto de saltar a la nada. Sin embargo, ya cerca de la despedida, Kim me dijo: «Quiero ir contigo». En diciembre de 1984 Kim y yo nos tomamos de la mano y dimos ese salto de fe a lo desconocido; y 1985 fue, sin duda alguna, el peor año de nuestras vidas. Por desgracia no sabíamos entonces que más adelante viviríamos años que harían parecer a 1985 un período fácil en comparación.

Nos gustaría poder decir que todo ha sido muy sencillo, miel sobre hojuelas; pero la verdad es que ha sido un infierno. Incluso ahora, aunque gozamos de «éxito» en los aspectos financiero y profesional, todavía tenemos que enfrentarnos a la vida en el mundo real: ese mundo de codicia, mentiras, deshonestidad, problemas legales y crimen.

A pesar de las adversidades y los golpes al corazón, nuestra travesía ha sido muy parecida a lo descrito en Juan Salvador Gaviota. Ha sido un proceso que ha puesto a prueba nuestro espíritu y dedicación, y nos hizo cuestionarnos si abandonaríamos la misión cuando el camino se tornara demasiado inhóspito.

La buena noticia es que a lo largo del camino hemos conocido a gente increíble con la que jamás nos habríamos encontrado si Kim no hubiera dejado la agencia de publicidad y yo no hubiera renunciado a mi negocio de manufactura.

En el resumen de la Segunda Parte de Juan Salvador Gaviota, Wikipedia describe muy bien al tipo de gente que hemos encontrado en el camino y que ha llegado a ser amiga nuestra:

Juan trasciende a una sociedad en donde todas las gaviotas aman volar. Lo ha logrado tan solo después de practicar sin compañía durante muchísimo tiempo. El proceso de aprendizaje vincula al maestro consumado y al alumno diligente, y alcanza niveles casi sagrados. A pesar de sus enormes diferencias, el maestro y el alumno comparten algo fundamental que los une:

«Tienes que entender que una gaviota es una idea ilimitada de libertad, una imagen de la Gran Gaviota». La Gran Gaviota comprende que tienes que ser fiel a ti mismo: «Tienes la libertad de ser tú mismo, tu verdadero yo, aquí y ahora. Y no hay nada que se interponga en tu camino».

A lo largo de 1985 hubo varias ocasiones en que Kim y yo no tuvimos un lugar para vivir ni dinero para comer. Sobrevivimos en un viejo Toyota café y en el sótano de un amigo. Como ya mencioné, nuestra fe estaba siendo puesta a prueba.

En el otoño de ese mismo año, la corriente de la vida nos llevó hasta Australia, en donde encontramos gente a la que le encantó lo que enseñábamos. En aquel tiempo usábamos juegos para enseñar actividades empresariales con responsabilidad social, e inversión. Para diciembre ya habíamos conseguido algunas ganancias gracias a un seminario que llevamos a cabo en Sídney; por eso Kim y yo adoramos Australia y siempre estaremos agradecidos con su gente.

Ambos nos habíamos liberado y permitimos que la corriente de la vida nos llevara hasta allá, en donde la gente nos permitió desarrollarnos como maestros.

CAMBIO DE AMIGOS

De repente, un día de 1986, recibí una llamada de la Fundación Windstar de John Denver. John llevaría a cabo un evento en Aspen, Colorado, y quería saber si me gustaría ser uno de los oradores invitados, junto con otros empresarios entre los que se encontraban Ben Cohen y Jerry Greenfield, fundadores de la empresa fabricante de helados Ben & Jerry’s. Naturalmente, dije «Sí».

La sensación al estar en la enorme carpa de John en Aspen fue muy parecida a la que tuve en el domo de Bucky en Montreal. El sentimiento de magia, asombro y posibilidad fue igual. Por alguna razón, ni siquiera mencioné mi negocio de artículos de rock. Me pareció inadecuado. Aunque considero que no estaba preparado en absoluto, me enfoqué en el tema de la educación y el aprendizaje. Hablé de lo mucho que sufrí en la escuela porque yo sabía bien lo que quería aprender pero fui obligado a estudiar materias que no me interesaban. Hablé sobre el dolor que me provocó reprobar dos veces Inglés en la preparatoria solo porque no podía escribir bien. Hablé en nombre de los niños que eran como yo, que querían aprender pero no se sentían a gusto en la escuela. Mencioné que el proceso tradicional de aprendizaje quebranta el espíritu de muchos niños y, al final de mi ponencia, les pedí a todos que cerraran los ojos, se tomaran de las manos y escucharan la canción más reciente de Whitney Houston, The Greatest Love of All, porque el primer verso ilustraba muy bien mi mensaje y la atmósfera:

«Creo que los niños son nuestro futuro…».

Cuando abandoné el escenario en silencio, mucha gente estaba llorando. Las personas del público, ese grupo de «gaviotas», se abrazaban. Algunos lloraban tanto como yo lo hice aquel día de 1981 cuando estuve por primera vez entre los asistentes de la conferencia de Bucky Fuller. Pero eran lágrimas de amor, no de tristeza. Eran lágrimas de responsabilidad, no de culpa; lágrimas de gratitud… por el regalo que es la vida. Y también eran lágrimas de valor porque sabíamos que cambiar el mundo exigía el tipo de coraje que proviene del corazón. Muchas de aquellas «gaviotas» ya sabían que la palabra coraje proviene de la palabra francesa coeur, que significa corazón. Windstar fue una reunión de gaviotas que, en su mayoría, ya sabían cómo volar y estaban conscientes de que lo que hacía falta era coraje.

Cuando bajé del escenario Kim me estaba esperando. Nos abrazamos en silencio. Sabíamos que habíamos encontrado nuestro empleo espiritual y el propósito de nuestras vidas. Sabíamos que habíamos llegado a lo que sería y todavía sigue siendo, el trabajo de nuestra vida.

Resulta irónico, pero «maestro» nunca estuvo en mi lista de respuestas a «¿Qué quieres ser cuando seas grande?». Cuando era niño creía que la profesión de abogado era «superior» a la de maestro. Y en realidad no odiaba la escuela, es solo que detestaba que me forzaran a aprender cosas que no quería. Me molestaba no aprender lo que me interesaba: cómo ganar dinero y alcanzar la libertad financiera como mi padre rico. Yo no quería estar esclavizado a un cheque de nómina, a la falsa seguridad de un empleo ni a una pensión de maestro, como fue el caso de mi padre pobre.

EL AUGE DE LOS NEGOCIOS

En cuanto Kim y yo tuvimos claridad respecto a nuestro empleo espiritual, nuestra pequeña empresa educativa se expandió a Nueva Zelanda, Canadá, Singapur y Malasia. Luego el negocio floreció en Estados Unidos.

Diez años después, en 1994, cuando le vendimos ese negocio a nuestro socio, Kim y yo ya habíamos alcanzado la libertad financiera. Ella tenía 37 años, y yo 47. Alcanzamos la libertad sin empleos, sin el apoyo del gobierno y sin un plan para el retiro repleto de acciones, bonos y fondos mutualistas.

Cuando la gente empezó a preguntarnos cómo lo logramos sin apoyarnos en los planes tradicionales de inversión para la jubilación, Kim y yo supimos que había llegado nuestra nueva segunda oportunidad.

Siguiendo uno de los principios generalizados de Buckminster Fuller —un principio que es cierto en todos los casos sin excepción—, dimos inicio a nuestro nuevo negocio. Actualmente, ese negocio es conocido por el nombre de The Rich Dad Company.

El principio generalizado que seguimos fue:

Entre a más gente sirva, más eficiente seré.

Con la intención de servirle a más gente, Kim y yo empezamos a desarrollar nuestro juego CASHFLOW®, y yo me dediqué a escribir Padre Rico, Padre Pobre.

El 8 de abril de 1997, el día que cumplí cincuenta años, The Rich Dad Company se convirtió oficialmente en un negocio. Nuestra misión era:

«Elevar el bienestar financiero de la humanidad».

UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD PARA THE RICH DAD COMPANY

Como lo mencioné en el Capítulo Uno de este libro, el mundo del dinero está cambiando y, por desgracia, hay millones de personas que no lo han tomado en cuenta. Kim y yo continuamos trabajando en The Rich Dad Company porque, a pesar de que ambos alcanzamos la libertad financiera, la empresa tiene la misión de ofrecerle a más gente una segunda oportunidad para obtener dinero y tener una vida diferente. Actualmente, gracias al desarrollo de los juegos electrónicos y las aplicaciones (apps), The Rich Dad Company se encuentra preparada para otra segunda oportunidad con la que le servirá a más gente a través de las herramientas y la tecnología de la Era de la Información. Lo mejor de las segundas oportunidades es que puedes tener cuantas quieras o necesites… ¡No hay límite! Todos tenemos el poder de elegir si queremos buscar una segunda oportunidad en lugar de quedarnos gimoteando por lo que pudo ser. Y entre más aprendamos y más conciencia cobremos del cambiante mundo en que vivimos, más probabilidades tendremos de triunfar en nuestra segunda oportunidad.

El último libro del doctor Fuller se llamó Grunch of Giants (El flagrante atraco de los gigantes). La palabra GRUNCH es un acrónimo en inglés que quiere decir: Gross Universal Cash Heist (Flagrante atraco universal).

El libro Grunch fue publicado tras la muerte de Bucky en 1983, y fue el único de sus libros que se enfocó en las mismas cosas que le inquietaban a mi padre rico; específicamente, en el hecho de que el sistema monetario hubiera sido diseñado para robar nuestra riqueza.

En 1983, la lectura de Grunch de Giants me llevó al límite. Entonces supe que no podía seguir siendo fabricante. Aunque realmente no sabía qué, sabía que tenía que hacer algo. Ya estaba enterado de demasiadas cosas y no podía seguir quedándome callado. Fuller nos había enseñado a ver el futuro y, gracias a eso, desde aquel momento pude ver la crisis que se avecina, la crisis financiera que comenzó con nuestro sistema educativo.

En los siguientes capítulos explicaré lo que aprendí y por qué estamos actualmente en esta crisis financiera.

Este flagrante atraco no es nada nuevo, lleva mucho tiempo gestándose. Quienes buscan una segunda oportunidad deben entender bien lo que Fuller quiso decir con Grunch of Giants, y también lo que vio que sucedería en el futuro. Esta información es fundamental para que puedas crear ese brillante porvenir que deseas para ti y tu familia.