1. UN DÍA CUALQUIERA

Día: 4 de Febrero.

Lugar: Cafetería Arándanos.

Hora: 10.35am

Entra un hombre medio calvo, pelo grasiento, marcas de viruela por toda la cara. Aspecto andrajoso y sucio, pero no mendigo. Gafas de culo vaso y maletín lleno de papeles que sobresalen. Desordenado. Caótico. Sucio.

—Idea 1: Ex alcohólico, abandonado por su mujer y enajenado. Demasiado fácil.

—Idea 2: Superdotado. Cerebro con patas que es tan listo que se ha pasado de cabeza. En el maletín lleva un sinfín de fórmulas químicas que una multinacional le ha pedido para un nuevo proyecto que está relacionado con la INTERPOL. Ole.

Definitivamente, es un personaje que me resulta interesante.

Hora: 10:45am

Sale del baño una chica joven, universitaria con carpeta. Tiene cara de marranilla chupa todo. Es rubia teñida, pelo ondulado, delgada. No es despampanante pero sí guapa. Sobre todo es sexy. Viste vaqueros elásticos claros y camiseta de tirantes ajustadísima. Se tiene que estar helando... Lleva unos horrendos plataformones y parece que va pisando huevos.

—Idea 1: es una universitaria metida en el mundo de la prostitución de alto standing. Su chulo la magrea y la engaña todo lo que puede, pero ella es feliz con sus 4.000 limpios al mes. Acaba siendo una yonki y se suicida.

—Idea 2: es una universitaria roba novios que se mete en medio de la tormentosa relación entre X e Y. Pero al final X se quedará con Y, por muy bien que universitaria la chupe.

Hora: 10:46am

Un chico alucinantemente guapo y con aire rebelde está en la barra. Parece sacado de un anuncio de colonia de Navidad. Gira la cabeza cuando ve a la universitaria y le da un repaso, deteniéndose en el culo respingón. La universitaria le guiña un ojo y él sonríe. El chico está... tremendo. Igual hasta es el tío más guapo que he visto nunca. Sí, lo es. Va vestido con pantalones grises de franela y camisa blanca remangada. Trabaja cerca, está en su rato del café. Es moreno, con el pelo corto pero un poco más largo y revuelto en la parte de arriba; parece un emperador romano recién levantado. Barba de tres días, ojos azul oscuro y sonrisa perfecta. Musculoso. Muy alto y fuerte. Atlético. Despide masculinidad, sexo y seducción por todos sus poros. Lo huelo desde aquí. Madre de Dios.

—Idea 1: es X.

—Idea 2: chico solitario, aunque vaya de ligón. No le interesan las mujeres más que para el sexo porque no ha encontrado una que comparta sus intereses por lo místico. Atormentado. Guarda un gran secreto.

—Idea 3: es un mojabragas de manual y culpable del calentamiento global. Vacío por dentro y solo se mira el ombligo. Que le den.

—Idea 4: idea personal, al margen del libro. Viene, me sonríe, me estampa un beso con lengua que me deja temblando. Me arranca la camiseta, me baja el pantalón, me arranca las bragas, me lo come entero y me embiste como un miura encima de esta misma mesa hasta que me corro como una diosa. Madre del amor hermoso, qué calores me han entrado. En que llegue a casa destenso mis muslos.

¡Joder, qué tarde! ¡Mierda, Nero me va a matar!

Cojo mi móvil, no hay llamadas ni mensajes. Cojo el foulard, las gafas de sol y voy corriendo a la barra. Estratégicamente me coloco al lado del guapérrimo. Se gira levemente. A mí no me sonríes, patán. Pago y me largo pitando. Nero esta vez me echa.

Marco su número.

—Zorra.

—Nero; Nero, perdóname. Estoy metida en un atasco.

—Paulita.

—Nerito.

—Acaba lo que sea que estés haciendo y ven de una puta vez, que necesito que vayas a la casa de los Basona. Quieren mejor wengué en el salón y papel pintado ocre.

—El wengué ya no se lleva y se ve el polvo. De verdad que me hacen tener unas tragaderas...

—Ven de una jodida vez si no quieres que te pateé el culo y lo ponga en la calle.

—Deja mi culo en paz, Nero, eres mi jefe y hablar de mi culo es acoso.

Meto la mano al bolso y saco el paquete de tabaco y el mechero. Me paro en seco. Aquí falta algo.

—Cállate y ven ya, tocapelotas.

—Espera. ¡Joder!

—¿Qué te pasa ahora? Esa pequeña mancha roja se llama menstruación, cielo, ya te acostumbrarás; no es motivo para no venir a trabajar, so vaga.

—Imbécil. Me he dejado el cuaderno de notas para la novela en...

Me callo. Mierda.

—¿En el atasco?

—Voy enseguida, Nero.

Vuelvo corriendo sobre mis pasos. Dios, ¡qué estúpida! ¿Pero dónde tengo yo la cabeza? Ahora mismo en los pies ¡qué dolor con estas prisas y estos tacones! Empiezo a sudar. Qué asco, los Basona van a pensar que no me ducho. Repaso mentalmente el cuaderno para asegurarme que no tiene mi nombre escrito. No, creo que no. Solo son ideas. Ideas de vidas de la gente curiosa que veo. Ideas para historias. Ideas de mi vida para mi novela. Mi vida. No hay nombres. No hay señas. Mierda, hay señas. Los lugares donde los veo, las horas. Dios.

En la barra sigue el chico de anuncio y el hombre sucio. Estoy tan roja y sofocada por la carrera que no puedo ni hablar. Me planto ante el camarero, que parece el dueño de la cafetería. Tiene sobrepeso, está sudoroso y con cara de pocos amigos. Fantástico.

—Perdone, discúlpeme.

El camarero pasa de mi culo. Oiga, no soy la universitaria chupona y parece que haya venido de la media maratón pero soy persona. Pongo uno de mis caretos de mala leche.

—¿Qué te pongo?

—No verá, es que he estado aquí hace un rato y con las prisas me he dejado en esa mesa un cuaderno, bueno como un libro con tapas moradas. Venía para saber si lo había visto o se lo habían dejado aquí. Es importante.

—Pues no he visto nada, ni nadie me ha dado nada. Ya lo siento. Ve pasándote.

Me quedo con cara de idiota. ¿Ve pasándote? Oiga, vengo un montón a esta cafetería, hágame la pelota.

—Ah ya, muy bien. Ya me iré pasando. Muy amable.

Lo digo con toda la mala baba de la que soy capaz. El camarero se gira con más mala baba aún. Sí, eres un borde tío mierda pero yo también.

—Quizá podría dejar su número de teléfono y si aparece el cuaderno, la llaman.

Dios. Mío. Del. Amor. Hermoso. El guapo. Mejor dicho, el ULTRA guapo buenorrísimo ha hablado. Y tiene una voz que me pone cardíaca. Grave, sensual; de locutor. Mierda, me está mirando y estoy roja como un tomate, pero ya no es de la carrera.

—¿Le importaría, por favor? De verdad que es un cuaderno muy importante.

Es ni novela, patán. El sueño de mi vida. Recojo ideas para terminarla.

—Anda, toma. Apunta tu número y tu nombre en este papel y ya te llamaré. Pero ve pasando de todas formas.

—Gracias.

Escribo mi nombre y mi teléfono y se lo doy. Sonrío al camarero panzudo y le deseo mentalmente un esguince y una tendinitis. Me dirijo al buenorro con una sonrisa cortés.

—Gracias.

Me devuelve la misma sonrisa cortés y sigue con su cortado. Me voy.

Los Basona me han dado dolor de cabeza. Dios qué mujer más histriónica, qué niños más histriónicos y qué marido más histriónico. No podría sobrevivir ni cinco minutos con ellos. Odio a la gente histriónica. Con lo bonito que es el silencio. Al final wengué. Claro, la señora Basona tiene cuatro asistentas y ama de llaves que le limpiarán el polvo al pasado wengué. Mientras me hablaba de su gusto por lo rococó, que casi me hace vomitar, me ha contado la historia de su familia. Odio a la gente que le gusta aparentar. Fantasma. Hija de marqués, nieta de no sé qué, su tía abuela íntima de no sé quién del Rey. Qué honor. Fantasmas y arruinados, he pensado yo. Lo poco que tienen se lo gastan en carísimos muebles de auténtico wengué africano y sábanas de algodón egipcio. Pobre gente.

De vuelta al estudio me enciendo un cigarrillo. Cojo el móvil y llamo a Vera.

—Siempre a la verita tuya.

Canturrea.

—Hola bombón. ¿Cómo va el día? Dime que te apetece una caña a las siete anda, que ha sido un día del demonio.

—Pues...

—Verita...

—Bueeeeno. Una caña. Una. Que nos conocemos. Tus días del demonio acaban siendo mis mañanas del ibuprofeno. Además le he dicho a Héctor que hoy le ayudaría a corregir exámenes.

—Perfecto. ¿A las siete en El Sol?

—Sol, solito caliéntame un poquito...

Le cuelgo, cuando se pone tonta no hay quien la pare.

Nero me dice nada más llegar que los Basona han quedado encantados conmigo y mis ideas. Yo le pongo cara de «y aún te sorprendes» y él pone los ojos en blanco.

Amo a Nero. Es mi jefe pero es también como mi familia. Abuso todo lo que puedo de él y él me hace trabajar como una mula. La ecuación es perfecta. Hablaré de Nero después. Ahora me largo.

—Me voy ya, he quedado con Vera.

—¿Y va a ir Héctor o solo es quedada de tetitas?

—Héctor, Héctor. Búscate otro sitio para clavar tu anzuelo.

—De eso no me falta, mira tú por dónde, tía lista. Y mañana te quiero aquí a las ocho como un puto clavo. O te mando a Basona House de por vida.

—¿A las ocho? Venga ya, no me necesitas hasta las diez.

—Ocho, mamonaza. Tengo planes para ti.

Vera es mi mejor amiga. Como una hermana. Y es insuperable. No creo que haya en el mundo tía más buena que ella. En todos los sentidos. Es altísima, delgadísima, rubísima, melenísima, estilosísima, graciosísima, inteligentísima, buenísima persona y todos los ísima que haya en el mundo. Encima es enfermera y sabe curar heridas como nadie. Pero yo tengo más tetas. ¡Ja!. Cada vez que la miro pienso por qué no me habré hecho lesbiana. Es una bomba de artillería para los hombres; un imán. Los tíos han caído siempre como sapos a sus pies y al final se casó con el que se convirtió en príncipe. Héctor es como ella en hombre. Madre mía qué hombre, Héctor. Pelo cobrizo, con mechones más rubios, metro noventa, cachas de gimnasio, sonrisa Profiden... Parecen Barbie y Ken. Y es profesor de literatura. ¿Podría ser más perfecto? Pero claro, es que Vera es perfecta. Y la gente perfecta se casa con gente también perfecta y viven en el mundo perfecto donde todo es perfecto. Lo que no sé es cómo soy su mejor amiga. Ah, sí: porque es la persona más noble y buena que hay en el mundo. Jodida Vera, qué perfecta.

—He perdido el cuaderno.

—¿Qué? ¡Si es tu vida!

—Me lo dejé en una cafetería, salía con prisa y... Volví pero no lo habían visto. Dejé mi teléfono por si acaso. Por cierto, vaya tiazo que había en la barra, madre mía Vera. ¡Estaba más bueno que Ken!

—Qué idiota eres, Paulita, mi vida.

Mueve las pestañas frenéticamente poniendo cara de Barbie cabreada. Me encanta.

—Seguro que aparece. ¿No había nombres, no?

—No, no, menos mal. Me da un patatús. Aunque quien lo encuentre se va a reír un rato largo. Imagínate. Cientos de ideas de escenas de suspense, de violencia, de amor, de desamor, de odio y de sexo explícito incluyendo fantasías de cosecha propia.

—Bueno. Aparecerá, ya verás. Y de todas formas Pau, tienes que escribir la novela de una vez. Acabarla. No puedes estar así eternamente. ¿Cuánto tiempo llevas ya? Estás empezando a ser pesadita.

Ojiplática me quedo.

—No me mires así. Solo digo que es el sueño de tu vida y estabas muy ilusionada, aunque te niegues a publicarla. Pero últimamente parecía más una carga que una ilusión.

—Últimamente todo es más una carga que una ilusión.

—¡Hala, ya está la destroyer! Oye, no he venido a escuchar cómo te revuelcas en tu mierdecita, mona. Que Marcos ya no esté no significa que debas castigarte con dolor y más dolor. Paula, vive coño. Eres fuerte, eres independiente, eres la hostia en verso. Has olvidado su amor, déjale marchar también. No te aferres más.

—No es fácil. No es fácil volver a sacar ilusiones de la nada. Las ilusiones que tenía las tenía con él. Vale, tenía parcelas de mi vida para mí, pero al fin y al cabo con quien compartía mi vida era con él. Y es duro de repente no poder tener ilusión por casarme o tener hijos. Es duro no poder tener ilusión por hacer la ruta 66 en moto. Es duro no tener ilusión por sacar una novela que empecé a escribir el día que se marchó. No sé si le he olvidado o no, pero sí sé que no me resulta fácil ser Paula Arranz, porque no tengo ni idea de quién es, qué le gusta, qué le divierte o qué siente. Es todo caótico Vera. No consigo encauzar mis emociones. Y encima he engordado, hay que joderse.

—¡Qué vas a engordar! Y deja de añadir el apunte cómico a toda conversación como para quitar importancia a lo anterior, Paulita, que nos conocemos. Ya sé que es duro, cariño. ¿Cómo no lo va a ser? Son diez años. Diez. Y no hace ni un año que se terminó. Date tiempo, reflexiona, escribe sobre lo que sientes y trata siempre tener un norte al que ir. Eres fuerte, solo necesitas tiempo.

—Tiempo y una caña.

Me río.

—De verdad que me desquicias. Anda, que nos tomamos otra.

—¿Y Ken?

—Ken ya sabía que nos íbamos a tomar dos boba, te conoce más que a su mano.

Tres cañas y ya noto mareos al subir el ascensor de mi piso alquilado. Madre mía, ¿hace cuánto que no salgo? Suspiro. Me meto directa al baño y comienzo a desmaquillarme. Y al pasarme el algodoncito y quitarme el eye liner pienso en mi conversación con Vera y en su frase del apunte cómico. Sí, siempre hago eso. Siempre maquillo lo que siento, con cuidado y mimo para que no se note mucho. Y solo cuando llego a casa me reconozco a mí misma que estoy hecha una mierda. Porque Marcos no está. Porque sus besos son de otra. Porque yo no soy guapa ni tan delgada como Vera y no encontraré a nadie con 32 años ya. Madre mía 32 años. Siento vértigo y me mareo. Porque me siento muy vacía. Porque me siento muy sola. Porque me siento débil. Porque a veces echo de menos a mi padre...

Mis padres y mi hermano pequeño viven en el pueblecito donde nací, a unas dos horas de Barcelona, a donde vine a estudiar la carrera y donde me quedé a vivir después. Y al recordarme estudiando la carrera, a mi padre, lo que pasó, y como estoy de bajón, pues me pongo a llorar delante del espejo, porque ¡qué me queda! Elegir los muebles wengué de la estúpida señora Basona. Y no paro, no paro, no paro de llorar. Suena el teléfono.

—Hola mamá.

Mierda, qué oportuna. Me recompongo como puedo.

—¿Qué tal hija, cómo va todo?

—Bien, ocupada trabajando.

—Ah, bueno. Deberías descansar un poco.

—Sí, pero ya sabes que Nero es un explotador.

Nos reímos.

—¿Qué tal tú?

—Bien, también. Ocupada con las clases de pilates.

Hablamos un ratito más sobre nimiedades y nos despedimos prometiéndole ir a verles pronto. Me pongo el camisón. Mi camisón de algodón cortito de tirantes, con un poquito de encaje en el escote. Es mono, sin ser lencero. Perfecto para el día a día. Y para que no me lo vea nadie. Lloro otra vez. Me fumo un último cigarro y vuelve a sonar el teléfono. Mi madre, o no me llama nunca o no suelta el teléfono.

—Que te guardo un estofado congelado para cuando vengas.

—Vale mamá. Para cuando vaya tendré estofado. Gracias.

—Así recordarás el sabor de la comida, hija.

—No te preocupes, como bien.

—Bueno pues come mejor.

—Vale, adiós.

—Adiós cariño.

Me tomo una copita de vino. Otro pitidito del teléfono. Estoy por apagarlo pero no sé vivir sin móvil. Es un whatsapp de Vera.

«Eres fuerte reina, solo date tiempo. Yo estaré aquí para que no te caigas demasiado».

Sonrió. Cuánto la quiero.

«Gracias, pequeña; sin ti no sería nada. Te quiero».

Me enciendo otro cigarro y vuelve a sonar el móvil. ¡No puede ser! ¿Más estofados? Aprieto la tecla de descolgar sin mirar siquiera.

—¡¿Y ahora qué pasa?!

—Eh..., esto..., hola ¿Paula?

Mierda. ¡Es un tío! Esa voz tan... me suena. Miro la pantalla pero no tengo registrado el número. Mierda, creo que es el tío de los tapices que me tiene que terminar el de Minerva. Ya la he cagado.

—Hola, sí, perdona, pensé que eras otra persona. Disculpa.

—Pues no me gustaría ser esa otra persona. ¡Menuda fierecilla, Paulita!

¿Cómo dice usted?

—Mm. Ya, bueno. ¿Perdone, usted es?

—Soy Íñigo.

«Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir». Es que cada vez que oigo ese nombre me sale la frase de La Princesa Prometida sola. ¡Qué le vamos a hacer! Repaso mentalmente Íñigo, Íñigo... no me figura.

—Ah. Ya. ¿Y en qué te puedo ayudar Íñigo?

«Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir».

—Más bien pregúntate en qué te puedo ayudar yo a ti, cielo.

Oy, oy, oy. Montoya es un chulapo y me llama cielo. Siento ganas de potar. Ah, ya sé, creo que es uno de los amigos guarros de Nero ¿O era Iñaki? ¿Israel? ¿Íñigo? Montoya tú mataste a mi... Vale, paro.

—Oh vaya, ¿Eres el genio de la lámpara y me vas a conceder tres deseos?

—Puede ser. Y si así fuera ¿qué deseos pedirías?

—Desearía tener infinitos deseos, claro.

—Chica lista. Y ¿cuál sería el primero?

No sentirme como una mierda cuando me voy a dormir porque siento que no soy nadie, doctor.

—La paz en el mundo, no te jode. Anda dile a Nero que se quede tranquilo, mañana a las ocho estaré allí.

—Vaya por Dios, ese deseo no te puedo conceder, Paula; no sé quién cojones es Nero.

Y cuando dice Paula con esa voz tengo una erección en mi pene imaginario.

—Pero sí que hay uno que quizá pueda. ¿Quieres saber cuál?

—¿Tengo elección?

—No.

Se ríe. ¡Ay! Qué risita. Dios. Me acuerdo de la canción de Olé Olé. Era una voz tan masculina y viril lalalalala. Madre mía Paulita, qué mal estás.

—A ver dispara.

—Puedo arrancarte la camiseta, bajarte el pantalón, arrancarte las bragas, comértelo entero y embestirte como un miura encima de esta misma mesa hasta que te corres como una diosa.

Di algo Paula. Di algo Paula. Algo ingenioso. Algo como un te voy a denunciar. Di algo Paula. Di algo Paula.

—¿Hola? ¿Paula? ¿Sigues allí?

—No. Estoy llamando a la policía, pervertido.

Y el cabrón se ríe.

—Para, para, nena. No te enfades. Solo era una broma. Tengo algo que tú quieres. Llegó a mis manos de casualidad y creo que era importante para ti.

Que me maten y me arranquen los oídos porque si sigo oyendo esta voz me corro fijo. Y entonces caigo. El cuaderno. Joder, estaba leyendo la última frase/fantasía sexual que escribí en el cuaderno sobre aquel buenorro. Respiro. No es un psicópata. No voy a salir en la sección de sucesos de Ana Rosa... aún. Tiene mi cuaderno. Mi vida.

—El cuaderno.

Suspiro. Y hasta yo sé que él ha notado que el alivio de ese suspiro me ha atravesado el alma.

—El cuaderno.

—¿Dónde?

—Es una larga historia. Quizá algún día te la cuente.

—Oh, lo harás. Tengo una lámpara de deseos infinitos y pienso pedir ese.

Ríe. ¡Ay qué graciosita soy!

—¿A qué hora quedamos?

Sucesos Ana Rosa: chica de 32 muere violada y descuartizada... para, Paula.

—Pues mañana estaré libre sobre las seis y media. Así que a partir de esa hora, cuando te venga bien.

—Perfecto. Salgo de trabajar sobre las cinco así que podemos quedar ¿a las siete? ¿Te iría bien en El Arándanos mismo?

—Me había prometido no volver a ese sitio en mi vida. El camarero... pero sí, me va bien.

—Bueno, quedamos en la puerta y así no tienes que ver al barrigón. Ciao, nena. Hasta mañana.

¿Nena? Ouch. Caricia en genitales. Caricia, rayos y centellas. Me he puesto tonta y todo. Pues venga, me voy a dar un homenaje a la camita.