13. TRES REGALOS

NADA más cruzar la puerta del estudio oigo champán descorcharse, Moët & Chandon nada menos, y aplausos y gritos de todos. Pienso que igual en lugar de ser las diez de la mañana como creo, son las siete y Nero se ha vuelto loco de alegría. Pero no. Sonrío momentáneamente cuando recuerdo por qué me he dormido otra vez: Íñigo me tuvo anoche hasta las dos de la mañana a su merced... y yo a él hasta las tres y media a la mía.

—¿Pero qué invento es este?

Hago mi mejor imitación de Sara Montiel.

—Anda Saritísima, ¡que la revista ArquiDeco nos ha dado un premio al Mejor Arquitecto Emergente por la casa Lexa, o sea yo, y al Mejor Interiorismo por la reforma y decoración de los Orgoya, o sea tú!

—¡¡¿Qué?!!

Me pongo a chillar como una loca, me agarro a Nero como una sanguijuela, y me da vueltas y más vueltas llorando los dos de alegría y gritando. ¡Nero y yo hemos ganado un premio de una de las más prestigiosas revistas de arquitectura y decoración del país! ¡Mi sueño, mi sueño! ¡Dios!.

Cinco minutos después seguimos abrazados, pero brindando, eso sí, el alcohol que no falte. Me tiembla todo el cuerpo y aún no me lo creo. Es un sueño hecho realidad. Es demasiado real para ser cierto, pero lo es ¡con 32 años he conseguido un premio nacional por mi trabajo! Estoy loca por llamar a Íñigo y a mi familia. Cuando voy a por el bolso para coger el móvil suena el teléfono de la oficina. Lo cojo yo. Es Betty, que llama para felicitarnos. Me dice que nunca se había sentido tan a gusto decorando como conmigo y que de ahora en adelante solo trabajará con nosotros, que ya tiene otra residencia que quiere reformar y una amiga que quiere conocernos. Madre mía. A Nero le aparecen los símbolos del dólar en los ojos. Nos dice también que estará en la entrega de premios y que somos muy buen tándem.

—¿Entrega de premios?

—Sí, Paulita. Entrega de premios, con discurso incluido, el jueves en los salones del Palacio Mendía. Ya sabes lo amantes de la parafernalia que son los de la revista. ¡Tenemos que irnos de compras!

Volvemos a chillar y a abrazarnos como dos locas.

Dudo si llamar primero a mis padres o a Íñigo pero, al fin y al cabo, he dibujado planos de esa casa con raya de ojos por su cuerpo desnudo y su espalda kilométrica, así que...

—Hola, nena, ¿va todo bien?

—¡Me han dado el premio ArquiDeco al mejor Interiorismo por la casa de Betty!

—¿¡Qué!? Joder, Paula ¡Es la hostia! ¡Dios, qué alegría! Me alegro mucho, mucho por mi chica. ¿Estás en el estudio?

—Sí, ¡estamos como locos! A Nero también le han dado un premio al mejor Arquitecto emergente.

—¡No jodas! Cariño, no te muevas de allí ¿vale? Salgo pitando y llego en quince minutos.

—No hace falta, no vaya a ser que tengas pro...

Pero noto que ha colgado. Sonrío y salto. Sí, he dicho salto. Nero y yo volvemos a abrazarnos y también abrazo a los demás. Creo que Lucas está un poco con cara de circunstancia porque él no ha recibido nada, pero Nero y yo le animamos como podemos con nuestro subidón.

Ahora sí, llamo a mi madre. Se vuelve loquísima y llora como una Magdalena. Se pone mi padre, se emociona también. Dios, no. Cuelgo y Nero y yo llamamos a Vera con el manos libres. Más lloros y más gritos histéricos y cuando creo que no puedo ser más feliz, veo dos enormes ramos de flores entrando por la puerta. Uno es de rosas rojas y otro es un centro precioso. Nero los está recogiendo y me guiña un ojo. Cuelgo con Vera y tomo las rosas, que son para mí. Leo desesperada la tarjeta.

«Quiero estar a tu lado viendo como recoges todos y cada uno de los premios que vas a coleccionar. Siempre he sabido que conseguirías cosas grandes. Te quiero, nena».

Lloro otra vez ¿cómo le ha dado tiempo? Nero me lee la tarjeta del otro ramo, que era para él.

«Enhorabuena por tu merecidísimo premio. Estoy seguro de que vendrán muchos éxitos más. Un abrazo, Montoya».

—Dios Paulita, he conocido al hombre de mi vida.

—Sí, pero su obús es mío, guapetón.

Lloramos y reímos mientras siguen llegando más ramos de flores. De colegas y de Betty, por supuesto. Pero el primero ha sido de mi chico. Y pensando en él abre la puerta y entra cuan tromba de agua a abrazarme. Me muero de la vergüenza cuando me coge en volandas y entre gritos de emoción le enrosco las piernas en la cintura, como es nuestra costumbre, pero claro, estamos delante de mis compañeros. Oigo que ríen, alentados por Nero. Dios, esto es lo más hortera del mundo pero estoy tan eufórica que me da igual. Íñigo tiene el don de alentar mi euforia y ahora mismo ese poder es muy bien recibido.

—Felicidades, cariño. Joder, estoy súper contento.

—Gracias, y gracias por las flores. Son preciosas y la nota más. Te quiero, Montoya.

—Y yo a ti, bruja.

—¿Cómo las has conseguido tan rápido?

—Los de la floristería de abajo son clientes míos. Y además les supliqué con todo mi encanto irresistible.

Me guiña un ojo y saca la lengua. Nos reímos y besamos y cuando me suelta abraza a Nero.

Poco a poco nos vamos calmando. Nos tomamos una copita de champán juntos aunque al poco Íñigo se tiene que volver al bufet. Me promete celebrarlo esta noche y me dice que él se encargará de todo.

El estudio vuelve al trabajo aunque Nero y yo estamos desconcentrados; no paramos de recibir llamadas de felicitación y centros de flores. ¡Madre mía ni que hubiéramos ganado el Pritzker! De clientes, de amigos como Vera y Héctor... Así que decidimos darnos el gusto y pillarnos la tarde libre. Yo sigo con el subidón todo el día y llena de orgullo y satisfacción pensando en que me propuse llegar alto con esta casa y lo he conseguido. ¡Puedes hacerlo, Paula! Puedes ser la mejor si te lo propones y no dejas que nada te tire para atrás.

A las ocho y media bajo por el ascensor echa un manojo de nervios. No he visto a Íñigo en todo el día pero me ha estado mandando whatsapps constantemente. Me ha pedido que estuviera puntual en la puerta y que me arreglara mucho. No ha especificado nada más. Bueno sí, me ha dicho que hoy va a volverme más loca de lo que me ha vuelto nunca. Pura gelatina. Así que Nero, Vera y yo nos hemos ido de compras. Nero se ha comprado varios juguetes sexuales, quiere sorprender a Ple dándole una noche de sado light, como dice él. Anda y que no estás tú colado por Ple, le digo, pero Nero calla. Yo también callo, no quiero enfadarle hoy, aunque rezo porque admita de una vez que está enamorado de Ple pero que su inmadurez le hace estar acojonado por quedarse sin su vida de veinteañero. Vera se compra un consolador nuevo, que el que tiene está muy gastado. Toma ya. Y yo me compro lencería fina híper sexy e híper cara llena de ligueros, bustiers, transparencias y encajes. Sé que a Íñigo le vuelve loquísimo la lencería así que no me corto. Estoy a punto de comprar un juguetito para ir probando, pero justo me llama mi hermano y se me olvida. Esas son nuestras compras.

Así que mientras el ascensor baja, yo pienso en mis medias, mi liguero, mis braguitas de plumeti y mi sujetador semi transparente y me siento más segura. Más femenina. Es el poder que tiene la lencería. Por supuesto estreno zapatos, unos salones imitación de piel de serpiente gris, de Zara, con un tacón altísimo de aguja. Y también vestido, corto justo a la rodilla, liso, negro, ceñidísimo, con escote corazón pero encaje hasta el cuello, con unas pequeñas mangas también de encaje. Híper sencillo pero híper femenino. Al menos eso creo. Clutch animal print, pelo suelto con ondas y echado a un lado con horquillas, eye liner exagerado y labios rojos.

¡Vamos femme fatal!

Nada más llegar al portal, Íñigo me agarra del culo y me morrea como si no hubiera un mañana. Adiós labios rojos. Aunque como soy muy espabilada, llevo toallitas en el clutch, para los dos. Pero lo bueno de MAC es que siempre se mantiene en su sitio impertérrito, así que cuando nos despegamos ¡aquí no ha pasado nada!

—Estás increíble, Pau. Joder, estoy por llevarte arriba y no dejarte salir nunca más de la cama.

—No sería mal plan. Tú sí que estás guapo.

Y lo está. Lleva unos pantalones de pinzas y americana negros y camisa blanca, sin corbata, con dos botones desabrochados. Quiero arrancárselo todo con la boca. Nos miro y me río porque parece que vayamos de boda, madre de Dios. Nos saco una foto con el móvil y se la mando a Lascivos. Me llega otra de Nero con esposas y látigos. Dios.

En contra de lo que creía, cogemos un taxi. Íñigo le indica el nombre de un pueblecito que está a unos pocos kilómetros. Es un pueblo bastante normal así que no tengo ni idea qué vamos a hacer él y yo allí... vestidos de gala. Durante el trayecto no para de cogerme la mano y besarla, de besarme a mí o de acariciarme la rodilla. Veo la mirada incómoda del taxista por el retrovisor y se lo digo con los ojos a Íñigo, que sonríe y se encoge de hombros. Sigue a lo suyo y la pepita ya está a punto. Así de facilona soy.

Antes de llegar al pueblo, nos bajamos del taxi al comienzo de un estrechísimo sendero asfaltado y continuamos andando. Sí, con mis tacones de aguja. No entiendo por qué el taxi no podía venir por aquí, porque además pasan varios coches, pero aun así es perfecto. Vamos paseando cogidos del brazo o de la cintura; parecemos los protagonistas de una película de los años cuarenta. Es una noche cálida de principios de Julio y además como está totalmente oscuro y despejado se ve todo el cielo estrellado. Quizá por eso vamos caminando y no en taxi. Es espectacular.

Íñigo y yo vamos hablando de nuestra infancia y riéndonos de las anécdotas que solo los niños pueden protagonizar. Cuando mis pies suplican un descanso, él me coge en brazos y anda un rato conmigo a cuestas. Yo no paro de reírme y él también. Debemos parecer unos pijos de la leche, vestidos de esta guisa en un pueblo de unos cien o doscientos habitantes.

Cuando me baja oigo una música de fondo, pero lejana. ¿Eh? Me agarra de la cintura y me besa como solo él sabe besarme. Me hundo en ese beso y le agarro del pelo y del cuello. Le hago mío. Le quiero. Y él hace lo mismo conmigo. Me coge la cara y terminamos el beso que nos ha dejado temblando.

—Dios, Paula, no tienes ni idea de lo que despiertas en mí. Ni idea. En todos los sentidos.

—Lo mismo digo.

—Esta noche quiero hacerte tres regalos. Uno, por tu premio. Otro, porque adoro verte disfrutar y el otro, porque te quiero. ¿Cuál quieres primero?

—El de porque me quieres.

Sonrío como una tonta y él me besa.

—Sabía que lo elegirías primero.

Su sonrisa descarada de malote me vuelve loca. Me pone las manos en su cintura y me besa otra vez dejándome sin aliento. Me agarra con una mano la cara pero la otra está en su ¿bolsillo? A los pocos segundos la mano sale del bolsillo y me coge una mano, sin dejar de besarme. Noto algo duro y frío en mi mano. Paro el beso y miro ceñuda qué me ha dado.

—Quiero que vivamos totalmente juntos. Porque te quiero.

Son sus llaves de casa. Me quedo muerta y empiezo a temblar. Estoy feliz no, lo siguiente. Aunque prácticamente ya vivimos juntos, repartidos entre las dos casas, hacerlo de forma oficial es dicha pura. Le miro y me muerdo el labio, sonriendo tímidamente. A él le vale esta respuesta porque me aúpa y me da una vuelta entre risas. Le abrazo y lloro sin poder evitarlo.

—¡Oye, que se supone que es algo feliz!

Me sonríe y me baja. Le agarro del cuello y me pego más a él, que me rodea con sus cálidos brazos.

—Oh, Íñigo. Es más que feliz. Es que estoy alucinada y como en una nube tan, tan, tan alta que ni se ve la tierra. Nunca había estado así y solo espero que si caigo, me agarres fuerte para que no me rompa la crisma.

Sorbo los mocos. Se jodió el glamour. Él se ríe.

—¡No vas a caer!

Me agarra muy fuerte.

—No te dejaré.

Me besa. Ahora sí, MAC no tiene nada que hacer.

Nos vamos recomponiendo y limpiando los labios con las toallitas. Miro las llaves.

—¿En tu casa?

—Bueno, era un gesto simbólico. Donde tú quieras me parece bien.

Sonrío y de la mano me lleva un poco más lejos por el sendero.

Llegamos a un caserón iluminado. Es inmenso. Empiezo a ver ángulos y muebles. Íñigo me pone la mano en la espalda y me invita a entrar. Atravesamos un patio enorme todo de piedra y muebles antiguos, y en la pared de enfrente hay una puerta abierta por la que va entrando gente. La cruzamos y es precioso. Da a un jardín, no muy grande, con mesas para dos y cuatro personas por todo el césped. Cada mesa tiene velitas encendidas y mantelería fina. Hay árboles por todo el jardín, sobretodo distingo una higuera ¡qué mágico!, un cerezo y un olivo. Por encima de nuestras cabezas, a modo de techo, se enrollan entre los árboles y sus ramas decenas de bombillitas blancas. Y al fondo se ve y oye el mar. Es idílico.

Nada más sentarnos comienzan a traernos cosas: agua, pan, selecto aceite de oliva que Íñigo y yo degustamos, y vino con el que brindamos por mi premio. Enseguida comienzan a sacarnos platos, sin carta ni menús. Me encanta.

La cena está deliciosa. Un mix de cocina mediterránea a base de ensalada, cuscús, musaka, salteado de verduras... Si esto no es el paraíso, que baje Dios y lo desmienta. O como sea el dicho. La gente nos mira, lo noto. Las mujeres no quitan ojo a Íñigo. No me extraña, yo tampoco. Todavía me quedo sin respiración cuando le miro y le veo tan increíblemente guapo y atractivo. Y todo mío. Pero los ojos indiscretos también se clavan en mí. Me siento demasiado vestida para este restaurantito tan encantador y rural.

—Todo el mundo nos mira. Deben pensar que somos neoyorquinos o algo.

Íñigo se ríe.

—Que piensen lo que quieran. Quería traerte a este sitio hace tiempo y quería que un día tan feliz e importante como hoy te vistieras de punta en blanco y exquisita, como has hecho, porque sé que te encanta. Y a mí también. Así que calla esa boca y come.

Cuando terminamos el café y nos sirven dos gin tonics, se encienden unas luces un poco más luminosas y caigo en que en un lateral hay un pequeño escenario que no había visto. De la nada sale una mujer de unos cincuenta, y cuatro hombres con varios instrumentos. Miro a Íñigo y me guiña un ojo. Tras prepararse debidamente, una música de guitarra tenue y lenta comienza a sonar. Y la voz de la mujer me deja pegada a la silla. Dios ¡qué voz! Una voz ronca, desgarradora, que le sale de las entrañas se abre paso por todo el jardín. Es un grupo de fado. Adoro el fado, me parece uno de los cantos más íntimos que hay en la Tierra. Y la voz de esta mujer me traspasa el alma y derramo una sola lágrima sin ni siquiera enterarme. Íñigo me coge de la mano y se acerca a mí. Me pasa el brazo por la cintura y me aprieta. Cuando termina la canción aplaudo como una loca.

—Por muchos premios más.

Sonrío y brindamos con nuestras copas.

Al cabo de varias canciones, algunas parejas se animan a bailar discretamente. Yo sigo embelesada con este grupo del que quiero saber hasta sus horóscopos así que casi ni me entero cuando Íñigo se levanta abrochándose la chaqueta y me tiende la mano. ¡Dios qué vergüenza! Pero ante su baila conmigo nena, no puedo resistirme. Nos abrazamos y movemos lentamente. Veo los ojos de algunas mujeres y algunos hombres dándonos un repaso de aúpa. Normal, hay gente que ha venido con pantalón de trecking y yo voy con taconazos de trece centímetros y vestido ceñido con encaje en el escote. Bien, Paula. Al final de la canción, Íñigo me besa inclinándome ligeramente hacia abajo. Me da tanta vergüenza como emoción. A él en cambio le da enteramente igual lo que los demás piensen o hagan. Admiro eso de él. Va a lo suyo y no deja que nadie se interponga en su camino... ni en el mío.

—Vámonos a casa nena, tengo el regalo para que disfrutes.

—Estoy deseando llegar ya.

Taxi. Y esta vez me da enteramente igual la mirada feroz del taxista de turno. Acabamos besándonos en el coche con ansia. Íñigo me toca el culo y yo jadeo y me dejo llevar. Hasta que la cordura y un gin tonic de menos vienen a mí y paro un poco el espectáculo pre-erótico que el taxista aguanta estoicamente.

Entramos en su ¡nuestra! casa. Lo primero que hago es quitarme los zapatos y morirme de gusto. Íñigo me coge como si fuera un saco. Mis chillidos no le detienen. Me lleva a la cocina, me sienta en la encimera y saca una botella de champán de la nevera y dos copas de un armario. Se coloca entre mis piernas y brindamos otra vez por mi premio, por nosotros y por los pasos importantes.

Y ahora sí, nos besamos. Pero no con ansia ni desenfreno. Despacio. Muy despacio. Saboreándonos. Saboreando los calambres que tengo al notar sus manos levantarme el vestido hasta la cintura y acariciar mi liguero. Saboreando sus gemidos y él los míos cuando deslizo su americana por sus brazos y le desabrocho la camisa. Saboreando el placer de desnudarle poco a poco, mirándonos, comiéndonos con los ojos, retrasando el momento. Esto no es solo sexo desenfrenado, también es amor y se respira en cada beso.

Me toca por debajo de las braguitas. Todavía llevo el vestido puesto pero a él le he dejado sin camisa y me deleito en su torso desnudo. Agarra una silla y sentándose, aparta a un lado las braguitas y acerca su implacable lengua a mi hambriento sexo. Es un maestro en esto. Lo lame despacio primero, más fuerte después. Lo mordisquea, juega con él y con mis labios, le da golpecitos, soplidos... y hunde un dedo en mí y luego otro. Me tortura una y otra vez hasta que noto como me acerco al orgasmo.

De repente abre el cajón que tengo justo al lado. Me pide que cierre los ojos y que por nada del mundo los abra y obedezco. Su lengua sigue moviéndose en mí, acercándome, pero sus manos están en algún otro lado. Noto que algo me roza el sexo. Algo duro y frío. Creo que Íñigo lo chupa y luego noto como algo entra en mí. Lo empuja hacia dentro y gimo, dando un respingo.

—No abras los ojos.

—Mmhhmm.

Empuja otra vez y noto algo más metiéndose y gimo más fuerte. No noto nada más hasta que Íñigo vuelve a la carga con su lengua ahora despiadada y todo mi ser me abandona. Siento tantas cosas juntas que no puedo ni abrir los ojos, solo gemir como una auténtica posesa. Íñigo jadea.

—Córrete, cariño.

Yo grito y grito porque el orgasmo que estoy teniendo me invade todo. Es intenso a niveles estratosféricos. Cuando termina estoy moviendo las caderas involuntariamente y al hacerlo ¡Dios! ¡¿Qué es esto?! Algo muy, muy placentero se está moviendo en mi interior. Me da pequeños golpecitos vibratorios y miro estupefacta a Íñigo que despliega su sonrisa.

—¿Qué...?

—Te he puesto unas bolas chinas. Son mi regalito para que disfrutes todavía más.

—Oh Dios, es... joder, qué gusto.

Se ríe. Se pone de pié y vuelve a abrazarme entre mis piernas.

—¿Las has puesto bien, verdad? ¿Sabes lo que te haces?

—Sí, tonta. Anda ven, vamos a darnos un paseíto por la casa, ya verás cómo te gusta el movimiento. Y así mientras te quito el vestido y te arranco por fin en esa lencería tan sexy que llevas.

Entre risas y gemidos vamos andando hasta llegar al salón. Íñigo está detrás de mí y me coge con una mano de la cintura. Me aprieta el vientre y eso debe hacer presión en las bolas o algo porque cada vez que lo hace me vuelvo loca. Es una tortura de placer. Me va desabrochando el vestido, deslizándolo por mis brazos; se va quitando el cinturón, pantalones, zapatos... hasta quedar él completamente desnudo y yo en lencería. Silbando y ronroneando me hace dar una vuelta delante de él.

—Joder, qué buena estás. Dios, qué cuerpazo. No dejes de llevar lencería nunca.

Eso me envalentona y dándole un suave empujón, hago que se siente en el sofá. Enciendo el equipo de música y elijo «Everlasting Light» de los Black Keys. Si voy a hacerlo, voy a hacerlo bien.

Comienzo a mover mis caderas al ritmo de la sensual canción, bajando y subiendo los finos tirantes de mi sujetador de transparente plumeti. Me muerdo los labios, él sonríe perversamente. Se me come con los ojos. Me quito el carísimo sostén y me toco los pechos. Resopla. Bajo mi mano por mi torso y mi vientre y él abre mucho los ojos. Doy una y otra vuelta preguntándome cómo puedo seguir de pie porque con cada movimiento las bolas me catapultan a un pre orgasmo. Pero consigo parecer una stripper casera medianamente digna. Me acerco a él, alzo un pie y lo apoyo en la base de su miembro erecto. Él me lo agarra y lo acaricia. Me suelto un liguero. Íñigo me recorre la pierna con las manos y la boca y al llegar a la liga de la media tira de ella hacia abajo con los dientes. Mmmm, Dios. Repetimos la misma operación con la otra media pero esta vez sus dedos se posan en mi sexo. Tengo un espasmo. Me doy la vuelta y meneando el culo me voy quitando el liguero, dejando solo mis braguitas. Noto una palmada fuerte en la nalga y ya lo tengo de pié detrás de mí.

—Eres increíble, increíble. Me excita tanto mirarte... ha sido lo mejor que he visto nunca.

Coge mis pechos y los manosea a su antojo. Gimo muy fuerte y más cuando restriega su pene contra mi culo. No tarda ni dos segundos en coger las braguitas y desgarrarlas. Me hace avanzar hacia las escaleras y acariciándome el sexo, creyendo morir, vamos subiéndolas peldaño a peldaño. Nada más llegar a la habitación me doy la vuelta y le beso con todas mis fuerzas, mis ganas, mi amor y mi deseo. Pongo el alma en ese beso y él lo capta porque gime y jadea y suspira y me acaricia sin parar.

Sin preámbulos, que sé que no le gustan, me arrodillo ante mi particular monumento y comienzo a lamerle los testículos, agarrando su pene y moviendo mi mano de arriba abajo. Gime. Me meto uno y luego otro en la boca, jugando con ellos. Eso le vuelve loquísimo, y me agarra la cabeza ejerciendo una ligera presión. La quiere en mi boca ya, pero le hago de rogar un poco y sigo mi atención a los testículos. Aprieta un poco más en mi cabeza y yo le miro sonriendo.

—Bruja.

Jadea y yo sonrío. Sabe mi juego y en el fondo sé que le encanta porque cuando me la meto en la boca me coge la cabeza y me la mantiene quieta unos segundos. Se está controlando para no eyacular. Resopla y vuelve a soltarme un poco, y comienzo mi particular tortura por todo su miembro. A los segundos vuelve a agarrarme la cabeza con las dos manos y a dejarme quieta, pero esta vez comienza a mover sus caderas completamente fuera de sí. Me dan arcadas de lo profundo que llega y él afloja y se retira un poco, acariciándome el pelo y susurrando:

—Lo siento, cariño.

Pero a mí no me importa y vuelvo a metérmela todo lo que puedo. Eso le hace dar un respingo y la noto ya al borde del derrumbe. Madre mía, estoy a punto yo también. Me toco a mí misma de inmediato. Las bolas ya me están matando y chupársela a Íñigo es de las cosas que más me excitan en el mundo; necesito otro orgasmo. Pero al verme acariciándome él llega antes, y con la cara desencajada de placer comienza a correrse en mi garganta y mis labios gimiendo mi nombre. Se muerde el labio inferior y me mira sonriendo, con cara de absoluta veneración.

—Eres una Diosa. No hay nadie como tú.

Me vuelve a agarrar de la cabeza, esta vez para levantarme. Le encanta llevar el timón. Me abraza y me da un besito fugaz en los labios.

—Me encanta hacértelo, me pone muchísimo sentirla dentro, saborearte y hacerte feliz.

Sonríe y me da otro beso en la comisura, dándome un cachete en el culo.

—Pues a mí ni te cuento.

Nos reímos y me besa, esta vez un beso de verdad.

Le necesito ya. Las bolas están rozando el dolor. Mi deseo está rozando el dolor. Me muerdo un labio y él me tira a la cama y desliza su lengua por mi vientre. Vuelve a mi clítoris y lo acompañan sus dedos esta vez. Llega, llega, llega y justo cuando empiezo a convulsionar, tira de la cuerda, sacándome las bolas de un tirón. Y OH DIOS MIO. Eso es... Eso es... Convulsión tras convulsión tras convulsión mi cuerpo se arquea y se retuerce tanto que parezco la niña del exorcista. Oigo un «grita nena, grita» de la boca que ha tomado mi entrepierna y yo obdecezco. Vaya si obedezco cuando su otra vez erecto pene me embiste llenándome entera.

Íñigo está de rodillas y me agarra del culo para elevarlo y poder penetrarme una vez y otra y venga más. Cuando ya no siento las piernas (Charlie) me mueve dándome la vuelta rápidamente, poniendo mi culo en pompa. A cuatro patitas me la clava tan hondo que golpeo la pared porque el embiste hace mover hasta el cabecero donde estoy apoyada. Me da uno, dos azotitos en el culo al ritmo de sus frenéticas caderas. Sus gemidos se oyen tanto o más que los míos. Menudo espectáculo. Pero nos da igual, estamos desatados y no tenemos vecinos.

—Te gusta que te folle así, ¿eh? Te gusta que te dé fuerte.

—Sí, sí, fóllame así, más, más.

Tengo una bestia dentro que no puede parar. Joder con las bolitas chinas. En menos de un suspiro me deshago en otro orgasmo. Dios, este hombre va a agotar mis reservas. Se me nubla hasta la vista y baja un poco el ritmo. Me coge de la cintura y se apoya en mi espalda. Nos movemos despacito, como bailando con las caderas, me gira suavemente la cara y me besa con ternura. Despacito. Jadeamos. Despacito. Nos besamos.

Sale de mí, me tumba boca arriba y se echa encima de mí. Abro las piernas para dejarle entrar pero en lugar de eso me besa muy dulcemente. Le acaricio el pelo con ternura. Me mira y sonríe descaradamente con su media sonrisa de malote. Algo trama. Se levanta. Se pone de rodillas frente a mí y comienza a tocarme con sus dedos todo el sexo. Su erección está brillante de mí. Con cuidado va de mi clítoris a mi vagina a... mi ano. Lo unge con mis fluidos hasta que un dedo se cuela dentro. Le miro con deseo. Sé lo que viene y estoy ansiosa y nerviosa a partes iguales. Quiero hacerlo solo si es con él. Íñigo interpreta correctamente mi mirada y mueve más y más su dedo, abriéndome, hasta que introduce otro.

—Tócate, nena.

Al momento mis dedos están dándome placer. Gimo. Él hace lo propio y toca su erección mientras yo le observo muerta de deseo igual que él me observa a mí. Cuando considera que estoy lista, abre sus rodillas quedando a una altura más baja y abriéndome las nalgas se hunde poco a poco en mi retaguardia. El gemido que da se ha oído en todo el vecindario, seguro. Madre mía, solo oírle gritar me pone a cien. Es un gemido tan varonil, tan lleno de testosterona que quien lo haya oído se ha tenido que correr fijo. Su pene se adentra en mí y, en contra de lo que pensaba, no me duele. Pero cuando llega hasta el final y empieza a entrar y salir con un poco de ritmo noto como un pinzamiento en mis riñones. Dios, sí que la tiene grande. Cojo aire con los dientes apretados.

—¿Te duele, cariño? ¿La saco?

—No; no, espera. Solo un poco más despacio pero sigue, sigue por favor.

Sonríe como diciendo esta es mi chica y continúa metiendo y sacando lentamente su centro de placer en mi trasero.

Poco a poco me voy relajando y comienzo a disfrutar del nuevo placer que se abre camino. Es... diferente. Morboso. Íntimo. Y como Íñigo parece un experto en artes amatorias, pone una mano en mi vientre, estira la otra para coger mis amadas bolitas que habían quedado tiradas en la cama y me las mete lentamente otra vez. Madre.Mía.De.Todos.Los.Santos. Y encima me acaricia el clítoris. SÍ, QUIERO. Tengo todo mi sexo ocupado con algo y no puedo más que, evidentemente, morirme ante el orgasmo; no, ante el ORGASMO más intenso que he tenido en mi vida. El que más. Y ya van unos cuantos de gran calibre (todos con Íñigo, dicho sea de paso). Es tan fuerte y tan inabarcable que me quedo muda y totalmente quieta, como muerta. Lo absorbo y lo absorbo y lo siento como si fuera el movimiento de una lenta estrella fugaz que se eleva y eleva y cuando parece que se va a apagar, continúa iluminando el cielo con su estela. En este caso la estela es Íñigo sacándome las bolas de nuevo, llevándome al Nirvana directamente. No dejo de mirarle con los ojos nublados de placer. Sigue moviéndose dentro de mí una y dos veces más hasta sacarla y correrse sobre mi depilado pubis y mis labios. Estelitas que me da mi chico. Me excita tanto eso que involuntariamente muevo mis caderas. Él me pilla enseguida y restriega la punta aún erecta por todo mi sexo manchado. Me recuerda al primer contacto sexual que tuvimos. Gimo un poco de nuevo y ante mi sorpresa, penetra mi vagina de nuevo. Hola infección, qué tal. Y cuando pienso que ha sido su pequeña estela hasta bajar por completo su erección... me penetra otra vez. Y otra. Y otra más. Y lo siento tan duro otra vez que le miro alucinada. POR DIOS Y TODOS LOS SANTOS.

—¡Joder cómo me pones, Paula; no puedo parar de follar contigo!

—¡Ni yo!

Saco la poca fuerza que me queda y con las piernas le muevo hasta quedar yo encima de él. Pobrecito, vamos a darle un descanso. Se me pasa por la cabeza que siendo que ha eyaculado dos veces ya, igual no hay una tercera... qué poco conozco a mi hombre. Arriba estoy en mi salsa. Revivo. Dios mío lo que consigue hacerme Montoya. Yo que era de un polvito, como mucho dos, y ya no podía más; y aquí estoy, moviendo la cintura y las caderas como una loca encima del obús de mi novio buscando mi ¿quinto? Orgasmo. Y llega, ya lo creo que llega. Solo hace falta que me ponga de cuclillas encima de él para que un, vale un pequeño, orgasmo réplica me llegue y él se deshaga de nuevo conmigo. Caigo en su pecho sonriendo. No puedo más.

Me besa el pelo, la cara, los labios. Muy lento, muy bonito. Le quiero tanto... Me abraza y yo le acaricio la nuca y su sedoso pelo. Nos balancea ralentizado, saboreándome; saboreándole. Es tanta la dicha que siento que hasta me duele.

—Te quiero tanto, Paula.

—Y yo a ti. Mucho, mi amor.

Sí. Nos ponemos empalagosos after sex; qué pasa.

—Nunca pensé que pudiera querer así, que encontraría a alguien a quien querer así. Eres única, Paula. Única.

—Y tú. Me llenas. Me llenas completamente y me haces feliz.

Intento no llorar pero es imposible cuando se pone así de dulce con su vozarrón de macho ibérico y su ronquedad después de haber follado como un semental.

—Y tú a mí. Por eso quiero que vivamos juntos, que construyamos una vida juntos. Paula, me he dado cuenta de que, pase lo que pase, tú ya nunca saldrás de mí, porque yo ya no puedo vivir sin ti.

Sonrío como una idiota entre lágrimas de amor y ahogo una risita histérica de felicidad empalagosa mientras él ríe en mis labios tarareando el «No puedo vivir sin ti» de Coque Malla.

Ni que decir tiene que decidimos, por el bien de nuestra higiene, darnos una ducha para quitarme su jugo de amor que me recorre medio cuerpo y limpiar de paso las bolitas. Nos enjabonamos como tontos sin parar de decirnos cositas cursis. Tan cursis, tan cursis que mejor no las cuento.

Caemos a peso plomo en la cama rendidos, agotados, extasiados, abrazados y enamorados.