PREFACIO

Hace catorce años di por terminado este «baile» persuadido de que mi vida, que había alcanzado ya los ochenta años, se terminaría con el siglo. Y ahora llego al final de una nueva etapa tan fértil en compromisos como las que la precedieron. Hay, pues, aún mucho que contar sobre lo que para mí han sido los diez primeros años de este nuevo siglo.

Estos años me han permitido conocer mejor los dramas de Oriente Próximo. Invitado allí por israelíes disidentes para conocer la degradación infligida a los valores humanos del judaísmo por gobiernos torpes, entre 2002 y 2010 realicé cinco estancias en Cisjordania y Gaza. Regresé convencido de que Israel no será el país seguro y próspero que merece ser hasta que no permita que nazca a su lado un Estado palestino que comparta con él como capital de los dos Estados una Jerusalén con vocación internacional.

En este primer decenio del siglo XXI también me han marcado otras dos aventuras.

Por una parte, el nacimiento y los primeros pasos del Collegium internacional, ético, político y científico presidido conjuntamente por Michel Rocard y por el presidente esloveno Milan Kučan, un ambicioso observatorio de los desafíos venideros.

Por otra parte, la publicación de una «trilingüología poética» titulada Ô ma mémoire. La poésie, ma nécessité (¡Oh, mi memoria! La poesía, mi necesidad), publicada por Éditions du Seuil bajo los auspicios de Laure Adler, y que también apareció en alemán en Düsseldorf en 2009, en traducción de Michael Kogon, hijo de Eugen Kogon, a quien debo haber sobrevivido a morir ahorcado en el campo de Buchenwald.

Sin embargo, la coronación de este decenio —a lo largo del cual mi familia se ha enriquecido con cinco bisnietos llamados Jeanne, Louise, Solal, Basil y Timur— la constituye la extraordinaria acogida de un pequeño panfleto que Éditions Indigène de Montpellier publicó en octubre del año pasado bajo el atractivo título de ¡Indignaos![1]

En el mismo, me dirigía a un público lector que imaginaba reducido y hacía pública mi convicción de que los valores de la Resistencia corrían el peligro de ser olvidados o ninguneados en un período en el que triunfan la economía capitalista neoliberal, el desprecio hacia las poblaciones desfavorecidas y la degradación de los recursos de nuestro planeta.

Resulta que la indignación reclamada de manera algo imprudente para apoyar la acción de la que el Collegium pretendía ser el guía halló un eco prodigioso.

Es evidente que en estos diez años el mundo ha experimentado cambios espectaculares. La cuestión planteada en el último capítulo de Mi baile con el siglo, «¿conocerán nuestras sociedades una nueva alba o un crepúsculo definitivo?», parece hoy más candente que nunca.

Soy feliz de poder aún, por breves que sean las horas que me queden, seguir reflexionando acerca de ello. Por ese motivo estoy muy contento de compartir una vez más con numerosos lectores el placer que he tenido al hollar de nuevo, en las páginas que podrán leer, un largo camino recorrido con fervor, guiado por unos padres generosos con su cultura, expuesto a una serie de experiencias enriquecedoras, ninguna de las cuales, ni siquiera la más cruel, logró que se tambaleara mi alegría de vivir.

París, abril de 2011