C14

Ruhn Danaan estaba parado frente a las enormes puertas de roble del estudio de su padre y respiró varias veces para tranquilizarse.

No tenía nada que ver con la carrera de treinta cuadras que acababa de hacer desde su oficina informal sobre un bar en la Vieja Plaza hasta la extensa villa de mármol de su padre en el corazón de CiRo. Ruhn exhaló y tocó a la puerta.

Sabía bien que no debía entrar sin avisar.

—Pase.

La voz fría del hombre se filtró por las puertas, se filtró por Ruhn. Pero él hizo a un lado todo indicio de su corazón desbocado, entró a la habitación y cerró la puerta detrás de él.

El estudio personal del Rey del Otoño era más grande que la mayoría de las casas de una familia. Los libreros cubrían dos pisos en cada muro, llenos de tomos y artefactos viejos y nuevos, mágicos y ordinarios. Un balcón dorado dividía el espacio rectangular, accesible por cualquiera de las escalinatas en espiral al frente y detrás, y en ese momento las pesadas cortinas de terciopelo negro bloqueaban la luz matutina detrás de las grandes ventanas que veían a un patio interior de la villa.

El planetario ubicado en la parte trasera del lugar atrajo la mirada de Ruhn: era un modelo mecánico funcional de sus siete planetas, lunas y sol. Estaba hecho de oro sólido. El aparato le fascinaba a Ruhn cuando era niño, cuando era lo suficientemente estúpido como para creer que le importaba un carajo a su padre. Pasaba horas ahí viendo al hombre hacer las observaciones y cálculos que apuntaba en sus cuadernos de cuero negro. Sólo una vez le preguntó a su padre qué estaba buscando.

Patrones fue lo único que le respondió su padre.

El Rey del Otoño estaba sentado en una de las cuatro mesas masivas, cada una llena de libros y una colección de aparatos de vidrio y metal. Experimentos para lo que fuese que hiciera su padre con esos patrones. Ruhn pasó junto a una de las mesas donde burbujeaba un líquido iridiscente en una esfera de vidrio sobre un mechero (tal vez su padre había creado la flama) y de la cual brotaban nubes de humo color violeta.

—¿Debería ponerme un traje de protección contra materiales peligrosos? —preguntó Ruhn mientras se acercaba a la mesa donde su padre se asomaba por un prisma de treinta centímetros de largo empotrado dentro de un delicado aparato de plata.

—Dime a qué vienes, príncipe —le dijo su padre con sequedad y uno de sus ojos color ámbar fijo en el aparato de observación sobre el prisma.

Ruhn no comentó sobre cómo los habitantes de la ciudad que pagaban impuestos se sentirían si supieran cómo una de sus siete Líderes pasaba sus días. Micah designaba a los seis Líderes inferiores, no eran electos en un proceso democrático. Había consejos dentro de consejos, diseñados para darle a la gente la ilusión de control, pero el orden principal de las cosas era simple: el gobernador gobernaba y los Líderes de la Ciudad dirigían sus propios distritos bajo él. Más allá de eso, la 33ª Legión sólo respondía al gobernador, mientras que el Aux obedecía a los Líderes, dividido en unidades basadas en distritos y especies. A partir de ahí se hacía todo más confuso. Los lobos sostenían que las jaurías de metamorfos eran los comandantes del Aux, pero las hadas insistían en que la distinción les pertenecía a ellos. Eso hacía que la división, la adjudicación, de responsabilidades fuera difícil.

Ruhn dirigía la división de hadas del Aux desde hacía quince años. Su padre le había dado el mando y él había obedecido. No tenía mucha alternativa. Era bueno que hubiera entrenado toda su vida para ser un asesino letal y eficiente.

Aunque nada de eso le provocaba dicha.

—Están pasando cosas importantes —dijo Ruhn al llegar a detenerse al otro lado de la mesa—. Acaba de visitarme Isaiah Tiberian. Maximus Tertian fue asesinado anoche, de la misma manera que Danika y su jauría.

Su padre ajustó una perilla en el aparato del prisma.

—Recibí el informe en la mañana. Parece ser que Philip Briggs no fue el asesino.

Ruhn se tensó.

—¿Cuándo pensabas decírmelo?

Su padre levantó la vista del aparato del prisma.

—¿Tengo alguna obligación contigo, príncipe?

Era obvio que el bastardo no la tenía, sin importar su título. Aunque eran cercanos en la profundidad de su poder, seguía siendo un hecho que Ruhn, a pesar de su estatus de Astrogénito y de ser el poseedor de Espadastral, siempre tendría un poco menos que su padre. Él nunca había decidido, después de pasar por su Prueba y hacer el Descenso hacía cincuenta años, si era un alivio o una maldición haberse quedado corto en el nivel de poder. Por un lado, si hubiera sobrepasado a su padre, la cancha estaría inclinándose a su favor. Por otro, lo hubiera identificado firmemente como un rival.

Había sido testigo de lo que su padre le hacía a los rivales, y sabía que era mejor no estar en esa lista.

—Esta información es vital. Ya mandé llamar a Flynn y Declan para pedirles que aumenten el patrullaje en CiRo. Tendremos vigiladas todas las calles.

—Entonces no parece que hubiera sido necesario que te lo dijera, ¿o sí?

Su padre tenía casi quinientos años de edad, había usado la corona dorada del Rey del Otoño la mayor parte de ese tiempo y había sido un desgraciado durante todo ese tiempo. Y seguía sin mostrar ninguna señal de envejecimiento, no como lo hacían las hadas, con su gradual apagamiento hacia la muerte, como una camisa lavada demasiadas veces.

Por lo cual todavía tendrían que pasar unos cuantos siglos así. Jugando al príncipe. Obligado a tocar a la puerta y esperar que se le diera permiso de entrar. Obligado a arrodillarse y obedecer.

Ruhn era uno de cerca de una docena de príncipes hada en todo el planeta de Midgard y ya había conocido a casi todos los demás a lo largo de las décadas. Pero se distinguía por ser el único Astrogénito de todos. De todas las hadas.

Al igual que Ruhn, los otros príncipes servían conforme al mandato de reyes presuntuosos y vanidosos y servían en los diversos territorios como Líderes de los distritos de la ciudad o de zonas silvestres no habitadas. Algunos de ellos habían estado esperando ascender a sus tronos durante siglos, contaban las décadas como si fueran meses en una cuenta regresiva.

Eso le asqueaba. Siempre se había sentido así. Además de que todo lo que tenía era financiado por el bastardo frente a él: la oficina arriba del bar, la villa en CiRo adornada con antigüedades invaluables que su padre le había regalado cuando se ganó la Espadastral durante su Prueba. Ruhn nunca se quedaba en la villa y prefería vivir en una casa que compartía con sus dos mejores amigos cerca de la Vieja Plaza.

La cual también había comprado con dinero de su padre.

Según la versión oficial, el dinero provenía del «salario» que Ruhn recibía por ser el líder de las patrullas del Auxiliar de las hadas. Pero la firma de su padre autorizaba ese cheque semanal.

El Rey del Otoño levantó el aparato del prisma.

—¿El Comandante de la 33ª dijo algo importante?

Se podía decir que la junta había sido un desastre.

Para empezar, Tiberian le había preguntado el paradero de Bryce la noche anterior, hasta que Ruhn estuvo a un suspiro de romperle la boca al ángel, sin importar que fuera el Comandante de la 33ª o no. Luego Tiberian tuvo los huevos de preguntar dónde había estado Ruhn.

Ruhn no le informó al comandante que había sentido ganas de golpear a Maximus Tertian por tomar a Bryce de la mano.

Ella se hubiera molestado muchísimo. Y había podido manejarlo y le ahorró a Ruhn la pesadilla política que hubiera desatado una guerra entre las dos Casas. No sólo entre Cielo y Aliento y Flama y Sombra, sino entre los Danaan y los Tertian. Y por lo tanto todas las hadas y todos los vampiros que vivían en Valbara y en Pangera. Las hadas no se andaban con rodeos con sus pleitos. Tampoco los vampiros.

—No —dijo Ruhn—. Aunque Maximus Tertian murió unas cuantas horas después de tener una junta de negocios con Bryce.

Su padre colocó el prisma sobre la mesa e hizo una mueca con el labio.

—Te dije que le advirtieras a esa niña que permaneciera callada.

Esa niña. Bryce siempre era esa niña o la niña para su padre.

Ruhn no había escuchado al hombre pronunciar el nombre de Bryce en doce años. No desde su primera y última visita a esta villa.

Todo había cambiado después de aquella visita. Bryce había venido aquí por primera vez, una joven inmadura de trece años lista para al fin conocer a su padre y a su gente. Para conocer a Ruhn, que estaba intrigado ante el prospecto de enterarse de que tenía una media hermana después de más de sesenta años de ser un hijo único.

El Rey del Otoño insistió en que la visita fuera discreta intentando no tener que decir lo obvio: hasta que el Oráculo susurre sobre tu futuro. Lo que había sucedido resultó un gran desastre no sólo para Bryce sino también para Ruhn. El pecho todavía le dolía cuando recordaba cómo se había ido ella de la villa llorando de rabia, negándose a voltear hacia atrás siquiera una vez. El trato de su padre a Bryce le había abierto los ojos a Ruhn acerca de la verdadera naturaleza del Rey del Otoño… y el frío rey hada frente a él nunca había olvidado eso.

Ruhn había visitado a Bryce con frecuencia en la casa de sus padres a lo largo de los siguientes tres años. Ella era un punto de luz, el más brillante para ser honestos. Hasta esa estúpida y vergonzosa pelea entre ellos que había dejado las cosas tan mal que Bryce todavía lo odiaba a muerte. No la culpaba, no con las palabras que él pronunció y de las cuales se arrepintió en cuanto brotaron de sus labios.

Ahora Ruhn dijo:

—La junta de Bryce con Maximus fue previa a mi advertencia de que se comportara. Llegué justo cuando estaban terminando.

Cuando recibió la llamada de Riso Sergatto, la voz risueña del metamorfo de mariposa sonaba demasiado seria, rara, lo cual hizo que saliera corriendo al Cuervo Blanco sin darse un momento para pensar si era buena idea.

—Yo soy su coartada, según Tiberian. Le dije que yo la acompañé a su casa y que me quedé ahí vigilando hasta mucho después que asesinaran a Tertian.

El rostro de su padre no reveló nada cuando dijo:

—Y sin embargo todavía no parece muy alentador que la niña haya estado en el club ambas noches y que haya interactuado con las víctimas unas horas antes.

Ruhn dijo algo tenso:

—Bryce no tuvo nada que ver con los asesinatos. A pesar de esta mierda de la coartada, el gobernador debe pensar lo mismo porque Tiberian juró que la 33ª está vigilando a Bryce.

Hubiera sido admirable que lo hicieran de no ser porque todos los ángeles eran unos pendejos arrogantes. Por suerte, el más arrogante de esos pendejos no había sido el que había visitado a Ruhn en esta ocasión en particular.

—Esa niña siempre ha tenido un talento espectacular para estar donde no debe.

Ruhn controló la furia que empezaba a latir por sus venas, su magia de sombras que buscaba envolverlo, protegerlo de la vista de otros. Ése era otro de los motivos por el cual su padre le guardaba rencor: más allá de sus dones de Astrogénito, casi toda su magia se inclinaba hacia el lado de la familia de su madre, las hadas que gobernaban Avallen, la isla envuelta en niebla al norte. El corazón sagrado del mundo de las hadas. Su padre hubiera quemado Avallen hasta dejar solamente cenizas si hubiera podido. Que Ruhn no tuviera las flamas de su padre, las flamas de la mayoría de las hadas de Valbara, que tuviera en su lugar habilidades de Avallen —más de las que Ruhn dejaba ver— para invocar y caminar entre sombras, había sido un insulto imperdonable.

El silencio se extendió entre el padre y el hijo, interrumpido sólo por el tic-tac metálico de los planetas avanzando por sus órbitas en el planetario al otro lado de la habitación.

Su padre volvió a tomar el prisma y lo levantó hacia las lucesprístinas que brillaban en uno de los tres candelabros de cristal.

Ruhn dijo tenso:

—Tiberian dijo que el gobernador quiere evitar que se divulguen estos asesinatos, pero me gustaría que me dieras tu permiso de advertirle a mi madre.

Cada una de esas palabras le provocaba irritación. Me gustaría que me dieras tu permiso.

Su padre hizo un ademán con la mano.

—Permiso concedido. Ella obedecerá a la advertencia.

De la misma manera que la madre de Ruhn había obedecido a todos durante toda su vida.

Escucharía y se mantendría discreta y sin duda aceptaría los guardias adicionales enviados a su villa, a una cuadra de la de Ruhn, hasta que toda esta mierda se solucionara. Tal vez incluso pasaría la noche con ella.

No era reina, ni siquiera consorte o pareja. No, su dulce y amable madre había sido seleccionada con un solo propósito: reproducirse. El Rey del Otoño había decidido, después de unos cuantos siglos de gobernar, que quería un heredero. Tal como la hija de una importante casa noble que había desertado de la corte de Avallen, ella cumplió con su deber gustosa, agradecida por el eterno privilegio que esto le ofrecía. En los setenta y cinco años de vida de Ruhn, nunca la había escuchado decir una mala palabra sobre su padre. Sobre la vida a la cual la habían limitado.

Incluso cuando Ember y su padre tuvieron su relación secreta y desastrosa, su madre no había sentido celos. Había tantas mujeres antes que ella, y después. Sin embargo, ninguna había sido elegida formalmente, no como ella, para continuar con el linaje real. Y cuando Bryce por fin llegó, las pocas veces que su madre la vio, había sido amable. Cariñosa, incluso.

Ruhn no podía decidir si admiraba a su madre por nunca cuestionar la jaula de oro en la que vivía. Si algo estaba mal en él por sentir resentimiento.

Tal vez nunca entendería a su madre, pero eso no impedía que sintiera un orgullo feroz por su linaje, que su control de las sombras lo separaba del pendejo frente a él, un recordatorio constante y bienvenido de que él no tenía que convertirse en un idiota dominante. Aunque la mayoría de los parientes de su madre en Avallen no fueran tanto mejores. Sus primos, en particular.

—Tal vez deberías llamarla —dijo Ruhn—, darle la advertencia en persona. Ella valoraría tu preocupación.

—Tengo otras ocupaciones —respondió su padre con tranquilidad.

Siempre le había sorprendido a Ruhn lo frío que era su padre cuando tenía esas flamas recorriéndole las venas.

—Puedes informarle tú mismo. Y no me dirás más cómo manejar mi relación con tu madre.

—No tienes una relación. La usaste para reproducirte como si fuera una yegua y luego la mandaste a pastar a la llanura.

Las chispas saltaron por la habitación.

—Tú te beneficiaste bastante con esa reproducción, Astrogénito.

Ruhn no se atrevió a decir las palabras que intentaban brotar de su boca. Aunque mi estúpido puto título te otorgó mayor influencia en el imperio y entre los demás reyes, de todas maneras te dolió, ¿verdad? Que tu hijo, y no tú, retirara la Espadastral de la Cueva de Príncipes en el corazón oscuro de Avallen. Que tu hijo, y no tú, estuviera entre los antiguos Príncipes Astrogénitos ya muertos, dormidos en sus sarcófagos, y que fue considerado merecedor de extraer la espada de su funda. ¿Cuántas veces intentaste sacar la espada cuando eras joven? ¿Cuánta investigación hiciste en este estudio para encontrar maneras de blandir esta espada sin ser el elegido?

Su padre lo señaló con el dedo.

—Necesito de tu don.

—¿Por qué?

Sus habilidades como Astrogénito eran poco más que una chispa de luzastral en la palma de su mano. Sus talentos de sombra eran el don más interesante. Incluso los monitores de temperatura en las cámaras de alta tecnología en la ciudad no podían detectarlo cuando caminaba entre sombras.

Su padre levantó el prisma.

—Dirige un rayo de tu luzastral a través de esto.

Sin esperar una respuesta, su padre volvió a poner un ojo en el visor de metal encima del prisma.

Por lo general, Ruhn requería de bastante concentración para invocar su luzastral, y a menudo lo dejaba con un dolor de cabeza durante varias horas pero… sintió suficiente curiosidad como para intentarlo.

Puso su dedo índice en el cristal del prisma, cerró los ojos y se concentró en su respiración. Dejó que el tic-tac del planetario lo guiara hacia abajo, abajo, abajo hacia el pozo negro dentro de él mismo, más allá del pozo inquieto de sus sombras hasta el pequeño hueco debajo de ellas. Ahí, enroscado en sí misma como una criatura hibernando, estaba una única semilla de luz iridiscente.

La tomó con cuidado en la palma mental de su mano, la agitó para despertarla y la llevó con cuidado hacia la superficie, como si estuviera cargando agua ente las manos. Hacia arriba a través de sí mismo, el poder ya iba brillando con anticipación, cálido y hermoso y prácticamente la única parte de sí mismo que le gustaba.

Ruhn abrió los ojos y vio la luzastral bailando en la punta de su dedo, refractada a través del prisma.

Su padre ajustó unos cuantos discos del aparato y con la otra mano hacía unas anotaciones.

La semilla de luzastral se volvió resbalosa y se desintegró en el aire a su alrededor.

—Sólo otro momento —ordenó el rey.

Ruhn apretó los dientes, como si eso lograra que la luzastral no se disolviera.

Otro clic del aparato y otra nota apuntada con la mano antigua y rígida. La Vieja Lengua de las hadas: su padre registraba todo en el idioma medio olvidado que su gente había usado cuando llegaron a Midgard por la Fisura Septentrional.

La luzastral tembló, brilló con más intensidad y luego desapareció para convertirse en nada. El Rey del Otoño gruñó molesto pero Ruhn casi no lo escuchó por el dolor de cabeza que tenía.

Logró controlarse lo suficiente para prestar atención mientras su padre hacía sus últimas anotaciones.

—¿Qué estás haciendo con esa cosa?

—Estudiando cómo se mueve la luz por el mundo. Cómo se le puede dar forma.

—¿No tenemos científicos en la UCM que hacen esto?

—Sus intereses no son los mismos que los míos —dijo su padre mientras lo observaba con atención. Y luego dijo, sin ninguna advertencia:

—Es hora de considerar mujeres para un matrimonio apropiado.

Ruhn parpadeó.

—¿Para ti?

—No te hagas el estúpido —su padre cerró el cuaderno y se recargó en la silla—. Le debes a tu linaje producir un heredero y expandir nuestras alianzas. El Oráculo decretó que serías un rey justo y noble. Éste es el primer paso en esa dirección.

Todas las hadas, hombres y mujeres, hacían una visita al Oráculo de la ciudad a la edad de trece años como uno de los dos Grandes Ritos de iniciación a la vida adulta: primero el Oráculo y luego la Prueba, unos cuantos años o décadas más tarde.

Ruhn sintió que se le revolvía el estómago ante el recuerdo de ese primer Rito, mucho peor que su terrible Prueba de muchas maneras.

—No me voy a casar.

—El matrimonio es un contrato político. Produces un heredero y luego regresas a acostarte con quien te dé la gana.

Ruhn gruñó.

No me voy a casar. Y no será un matrimonio arreglado, eso tenlo por seguro.

—Harás lo que se te diga.

—Tú no contrajiste puto matrimonio.

—Yo no necesitaba la alianza.

—¿Pero ahora sí?

—Hay una guerra al otro lado del mar, en caso de que no lo recuerdes. Empeora con cada día que pasa y es probable que se disperse hasta acá. No planeo entrar en una guerra sin algún tipo de seguridad.

El pulso golpeaba el cuerpo de Ruhn cuando se quedó mirando a su padre. Lo decía muy en serio.

Ruhn logró decir:

—¿Planeas hacer que me case para que tengamos aliados sólidos en la guerra? ¿No somos aliados de los asteri?

—Lo somos. Pero la guerra es un tiempo de transición. Los poderes pueden reacomodarse. Debemos demostrar lo vitales e influyentes que somos.

Ruhn consideró las palabras.

—Estás hablando de casarme con alguien que no sea hada.

Su padre tenía que estar preocupado para siquiera considerar algo tan excepcional.

—La reina Hécuba murió el mes pasado. Su hija, Hypaxia, ha sido coronada la nueva reina bruja de Valbara.

Ruhn había visto las noticias. Hypaxia Enador era joven, no tenía más de veintiséis años. No existían fotografías de ella porque su madre la mantenía enclaustrada en su fortaleza de la montaña.

Su padre continuó:

—Los asteri reconocerán su reinado oficialmente en la Cumbre del mes entrante. La ataré a las hadas poco después de eso.

—Estás olvidando que Hypaxia tendrá su opinión sobre esto. Tal vez se ría de ti.

—Mis espías me dicen que ella se ceñirá a la vieja amistad de su madre con nosotros y que estará nerviosa como nueva gobernante y dispuesta a aceptar la mano amistosa que le ofrezcamos.

Ruhn tenía la sensación clara de estar siendo conducido a una telaraña, como si el Rey del Otoño estuviera atrayéndolo más hacia su centro.

—No me voy a casar con ella.

—Eres el Príncipe Heredero de las hadas de Valbara. No tienes alternativa.

La cara fría de su padre se veía tan similar a la de Bryce que Ruhn apartó la mirada, incapaz de soportarlo. Era un milagro que nadie hubiera descubierto su secreto aún.

—El Cuerno de Luna sigue perdido —dijo el rey.

Ruhn volteó a ver a su padre.

—¿Y? ¿Eso qué tiene que ver con lo demás?

—Quiero que lo encuentres.

Ruhn miró los cuadernos, el prisma.

—Se perdió hace dos años.

—Y ahora estoy interesado en localizarlo. El Cuerno perteneció primero a las hadas. El interés público en recuperarlo ha disminuido; ahora es el momento indicado para conseguirlo.

Su padre golpeteó la mesa con la punta de un dedo. Algo lo había sacado de quicio. Ruhn consideró lo que observó en la agenda de su padre esta mañana cuando la revisó como comandante del Auxiliar hada. Reuniones con la nobleza altiva de las hadas, un entrenamiento con su guardia privado y…

—La junta con Micah fue buena esta mañana, supongo.

El silencio de su padre confirmó sus sospechas. El Rey del Otoño lo miró fijamente con sus ojos de ámbar, evaluando la postura, la expresión, todo lo relativo a Ruhn. Él sabía que siempre se quedaría corto, pero su padre dijo:

—Micah quería discutir que las defensas de nuestra ciudad se apoyaran entre sí en caso de que el conflicto del extranjero se diseminara hacia acá. Dejó claro que las hadas no eran… lo que eran antes.

Ruhn se quedó inmóvil.

—Las unidades del Aux de las hadas están en tan buena forma como las de los lobos.

—No se trata de nuestra fuerza en armas sino más bien de nuestra fuerza como pueblo —la voz de su padre destilaba disgusto.

—Las hadas han desaparecido poco a poco desde hace mucho tiempo, nuestra magia disminuye con cada generación, como vino mezclado con agua —frunció el ceño a Ruhn—. El primer príncipe Astrogénito podía cegar al enemigo con un destello de su luzastral. Pero tú apenas puedes invocar una chispita por un instante.

Ruhn apretó la mandíbula.

—El gobernador supo cómo fastidiarte. ¿Y qué?

—Insultó nuestra fuerza —el pelo de su padre brillaba con fuego, como si cada cabello se hubiera derretido—. Dijo que nosotros abandonamos el Cuerno en primer lugar y luego dejamos que se perdiera hace dos años.

—Lo robaron del Templo de Luna. Carajo, no lo perdimos.

Ruhn apenas sabía algo sobre el objeto, ni siquiera le había importado cuando se perdió dos años antes.

—Permitimos que un artefacto sagrado de nuestra gente se utilizara como una atracción turística barata —dijo su padre molesto—. Y quiero que lo encuentres otra vez.

Para así podérselo restregar a Micah en la cara.

Hombre pequeño y frágil. Eso era su padre.

—El Cuerno no tiene poder —le recordó Ruhn.

—Es un símbolo, y los símbolos siempre tendrán poder propio.

El cabello de su padre brilló con más intensidad.

Ruhn intentó controlar su instinto por encogerse un poco, su cuerpo tenso con el recuerdo de la mano ardiente de su padre envuelta alrededor de su brazo, quemando su carne. No había sombra que lo pudiera ocultar de él.

—Encuentra el Cuerno, Ruhn. Si la guerra llega a estas costas, nuestra gente lo necesitará de más de una manera.

Los ojos color ámbar de su padre brillaron. Había algo más que el hombre no le estaba diciendo.

Ruhn sólo podía pensar en otra cosa que le causara tanta irritación: que Micah sugiriera de nuevo a Ruhn como reemplazo de su padre para liderar la Ciudad en CiRo. Corría el rumor desde hacía años y Ruhn estaba seguro de que el arcángel tenía la inteligencia como para saber cuánto molestaría al Rey del Otoño. Con la Cumbre cerca, Micah sabía que fastidiar al rey de las hadas con una referencia a su poder decreciente era una buena manera de asegurarse de que el Aux de las hadas estuviera a la altura sin importar cualquier guerra.

Por el momento, Ruhn hizo a un lado esa información.

—¿Por qué no buscas el Cuerno?

Su padre exhaló despacio a través de su nariz larga y delgada y el fuego en su interior se convirtió en brasas. Asintió hacia la mano de Ruhn, donde tenía la luzastral.

—He estado buscando. Por dos años. —Ruhn parpadeó pero su padre continuó—. Pelias, el primer Príncipe Astrogénito, originalmente poseía El Cuerno. Te darás cuenta que lo igual llama a lo igual, el simple hecho de investigarlo podría revelarte cosas que están ocultas para otros.

Ruhn apenas se molestaba en leer estos días, más allá de las noticias y los reportes del Aux. El prospecto de ponerse a estudiar tomos antiguos sólo por la posibilidad de que algo le saltara a la vista mientras había un asesino suelto…

—Nos meteremos en muchos problemas con el gobernador si nos quedamos el Cuerno.

—Entonces mantenlo discreto, Príncipe.

Su padre abrió el cuaderno otra vez. La conversación había terminado.

Sí, esto no era nada más que acariciar el ego político. Micah había provocado a su padre, había insultado su fuerza y ahora su padre quería mostrarle con exactitud el posicionamiento de las hadas.

Ruhn apretó los dientes. Necesitaba un trago. Un puto trago fuerte.

La cabeza le hervía al dirigirse a la puerta, el dolor de invocar la luzastral se arremolinaba en él con cada palabra que le lanzaba su padre.

Te dije que le advirtieras a la niña que se quedara callada.

Encuentra el Cuerno.

Lo igual llama a lo igual.

Un matrimonio apropiado.

Produce un heredero.

Se lo debes a tu linaje.

Ruhn azotó la puerta a sus espaldas. Cuando iba a la mitad del pasillo se permitió reír, una risa áspera y rasposa. Al menos el pendejo todavía no sabía que él había mentido sobre lo que le había dicho el Oráculo hacía ya muchas décadas.

Con cada paso que daba para salir de la villa de su padre, Ruhn podía escuchar de nuevo el murmullo sobrenatural del Oráculo leyendo el humo mientras él temblaba en su oscura cámara de mármol:

El linaje real terminará contigo, Príncipe.