Debía estar muerta.
Pero sentía cómo se enroscaban sus dedos bajo el escombro. Sentía su aliento que entraba y salía.
El misil de azufre había destrozado la plaza. La ciudad yacía en ruinas ardientes pero la Puerta seguía en pie. Sin embargo, su luz se había apagado. El cuarzo tenía un color blanco gélido. A su alrededor, pequeños incendios iluminaban el daño con relieve centelleante.
Montones de cenizas empezaban a caer como lluvia y se mezclaban con las brasas.
A Bryce le zumbaban los oídos un poco, pero no tanto como después de la primera explosión.
No era posible. Había visto el misil dorado pasar y supo que caería a pocas cuadras de distancia y que la muerte pronto la encontraría. La Puerta debió protegerla de alguna forma.
Bryce se hincó con un gemido. El bombardeo, al menos, había cesado. Sólo quedaban algunos edificios en pie. Los esqueletos de los automóviles ardían a su alrededor. El humo acre subía en una columna que bloqueaba la luz de las estrellas.
Y… y en las sombras, se movían demonios. La bilis le quemó la garganta. Tenía que ponerse de pie. Tenía que moverse antes de que los demonios empezaran a levantarse.
Pero sus piernas no cooperaban. Movió los dedos de los pies dentro de sus zapatos, sólo para confirmar que todavía funcionaran, pero… no podía levantarse del piso. Su cuerpo se negaba a obedecer.
Un poco de ceniza le aterrizó en la rodilla desgarrada de sus mallas.
Las manos le empezaron a temblar. No era ceniza.
Era una pluma gris.
Bryce volteó a ver detrás de ella. Se le puso la mente en blanco. Gritó, surgió de un sitio tan profundo que se preguntó si era el sonido del mundo destruyéndose.
Hunt estaba tirado en el piso, con la espalda ensangrentada y sus piernas…
No le quedaba nada salvo jirones. Nada de su brazo derecho salvo la sangre embarrada en el piso. Y en su espalda, donde estaban sus alas…
Había un enorme agujero sangriento.
Ella se movió por instinto, trepó entre el concreto y el metal y la sangre.
Él la había protegido contra el misil de azufre. De alguna manera se había escapado de Sandriel y había llegado aquí. Para salvarla.
—Porfavorporfavorporfavorporfavor.
Lo volteó, buscó alguna señal de vida, de respiración.
Vio que la boca del ángel se movió. Muy ligeramente.
Bryce sollozó y puso la cabeza de Hunt en su regazo.
—¡Ayuda! —gritó.
No hubo respuesta salvo un aullido sobrenatural en la oscuridad iluminada por el fuego.
—¡Ayuda! —volvió a gritar, pero su voz estaba tan ronca que apenas logró escucharse al otro lado de la plaza.
Randall le había advertido sobre el terrible poder de los misiles de azufre de la Guardia Asteriana. Cómo tenían hechizos entrelazados en la magia angelical condensada que hacían más lenta la sanación en los vanir, lo suficiente para que se desangraran. Para que murieran.
Hunt tenía tanta sangre cubriéndole la cara que ella apenas podía ver la piel debajo. Sólo un ligero movimiento de su garganta le indicaba que seguía vivo.
Y las heridas que deberían estar sanando… estaban chorreando sangre. Tenía arterias cercenadas. Arterias vitales…
—¡AYUDA! —gritó.
Pero nadie respondió.
Las explosiones de los misiles de azufre habían derribado el helicóptero.
Lo único que los mantuvo con vida fue la habilidad de Fury, aunque de todas maneras se estrellaron, dieron dos volteretas y terminaron en algún lugar en Moonwood.
Tharion sangraba de la cabeza, Fury tenía una herida en la pierna, Flynn y Amelie tenían huesos rotos y Ruhn… No se detuvo a pensar en sus propias heridas. No al ver la noche que ardía llena de humo y que empezaba a llenarse de gruñidos cada vez más cercanos. Pero los misiles de azufre habían cesado… al menos eso. Rezó pidiendo que la Guardia Asteriana necesitara un buen rato antes de reunir el poder para hacer más misiles.
Ruhn se obligó a moverse por pura fuerza de voluntad.
Dos de los costales con armas se habían soltado de sus ataduras y se habían perdido en el choque. Flynn y Fury empezaron a dividirse las armas y cuchillos restantes, trabajando a toda velocidad mientras Ruhn evaluaba el estado de la metralleta que aún quedaba funcional y que arrancó del piso del helicóptero.
La voz de Hypaxia sonó a través del radio intacto de milagro.
—Tenemos cámaras en la Puerta de la Vieja Plaza —dijo.
Ruhn se detuvo un momento, esperando noticias. No se atrevió a sentir esperanza.
Lo último que Ruhn había visto de Athalar era al ángel lanzándose hacia Bryce mientras la Guardia Asteriana disparaba esos misiles brillantes y dorados sobre los muros de la ciudad como un espectáculo mórbido de fuegos artificiales. Luego las explosiones en toda la ciudad habían desgarrado el mundo.
—Athalar murió —anunció Declan con seriedad—. Bryce está viva.
Ruhn ofreció una oración silenciosa para agradecer a Cthona por su compasión. Otra pausa.
—Corrección, Athalar sobrevivió, pero apenas. Sus heridas son… Mierda —pudieron escucharlo tragar saliva—. No creo que sobreviva.
Tharion apoyó un rifle en su hombro y se asomó por la mirilla hacia la oscuridad.
—Hay como una docena de demonios que nos observan desde aquel edificio de ladrillos.
—Seis más por acá —dijo Fury, que también estaba usando la mirilla de su rifle. Amelie Ravenscroft cojeaba mucho y se transformó en lobo con un destello de luz. Enseñó los dientes hacia la oscuridad.
Si no cerraban los portales de las otras Puertas, sólo existían dos opciones: retirada o muerte.
—Se están poniendo curiosos —murmuró Flynn sin apartar la vista de la mirilla de su arma—. ¿Tenemos un plan?
—El río está a nuestras espaldas —dijo Tharion—. Si tenemos suerte, mi gente podría venir a ayudarnos.
La Corte Azul vivía en las profundidades, debían haber escapado a la destrucción de los misiles de azufre. Podían formar un contingente de apoyo.
Pero Bryce y Hunt seguían en la Vieja Plaza. Ruhn dijo:
—Estamos a tres cuadras de la Puerta del Corazón. Iremos al andador junto al río y luego cortaremos tierra adentro en Main —agregó—. Al menos yo haré eso.
Todos asintieron con expresiones serias.
Dile a Ruhn que lo perdono… por todo.
Las palabras hacían eco en la sangre de Ruhn. Tenían que seguirse moviendo aunque los demonios los fueran eliminando uno por uno. Él tenía la esperanza de que llegaran con su hermana a tiempo para encontrar algo que salvar.
Bryce se arrodilló frente a Hunt, ante la vida que se iba derramando a su alrededor. Y en el silencio humeante y acre, empezó a susurrar.
—Creo que esto pasó por algo. Creo que todo pasó por algo —le acarició el cabello ensangrentado con la voz temblorosa—. Creo que todo esto no sucedió en balde.
Miró hacia la Puerta. Colocó a Hunt con cuidado entre los escombros. Volvió a susurrar y se puso de pie:
—Creo que sucedió por una razón. Creo que todo sucedió por algo. Creo que no fue en balde.
Se alejó del cuerpo de Hunt que seguía sangrando. Se abrió camino entre los escombros y el cascajo. La cerca alrededor de la Puerta estaba deformada y separada. Pero el arco de cuarzo seguía en pie, su placa de bronce y las gemas del disco seguían intactas cuando se detuvo frente a ellas.
Bryce susurró de nuevo.
—Creo que esto no sucedió en balde.
Puso la palma de la mano en el disco de bronce.
El metal se sentía caliente bajo los dedos de Bryce, como había estado cuando lo tocó aquel último día con Danika. Su poder le recorrió el cuerpo y succionó la cuota para usarlo: una gota de su magia.
En el pasado las Puertas se habían usado como medios de comunicación, pero la única razón por la cual las palabras podían atravesarlas era que había un poder que las conectaba. Todas estaban sobre líneas ley enlazadas. Una verdadera matriz de energía.
La Puerta no era sólo un prisma. Era un conductor. Y ella tenía el Cuerno en su propia piel. Había demostrado que podía cerrar un portal al Averno.
Bryce susurró hacia el pequeño interfono en el centro del arco de gemas del disco.
—¿Hola?
Nadie respondió. Ella dijo:
—Si alguien me puede escuchar, acérquese a la Puerta. A cualquier Puerta.
Todavía nada. Dijo:
—Mi nombre es Bryce Quinlan. Estoy en la Vieja Plaza. Y… creo que ya averigüé una manera de detener esto. Cómo podemos detener esto.
Silencio. Ninguna de las otras gemas se encendió para indicar la presencia o voz de otra persona en otro distrito que estuviera tocando el disco de su lado.
—Sé que es mal momento —intentó de nuevo—. Sé que las cosas están muy, muy mal y oscuras y… sé que parece imposible. Pero si pueden llegar a otra Puerta, sólo… por favor. Por favor vengan.
Inhaló temblorosa.
—No tienen que hacer nada —dijo—. Lo único que tienen que hacer es poner la mano sobre el disco. Eso es todo lo que necesito, sólo otra persona en la línea —la mano le temblaba y la presionó con más fuerza contra el metal—. La Puerta es un conductor de poder, un pararrayos que alimenta a todas las otras Puertas en la ciudad. Y necesito que alguien esté al otro lado, ligado a mí a través de esa vena —tragó saliva—. Necesito que alguien me Ancle. Para poder hacer el Descenso.
Susurró las palabras al mundo.
La voz rasposa de Bryce se escuchó por encima de los sonidos de los demonios que se reunían a su alrededor.
—La luzprístina que generaré al hacer el Descenso se extenderá de esta Puerta a las otras. Alumbrará todo y hará que los demonios huyan. Sanará todo lo que toque. A todos los que toque. Y yo… —inhaló profundo—. Soy un hada Astrogénita y tengo el Cuerno de Luna en mi cuerpo. Con el poder de la luzprístina que genere, puedo cerrar los portales al Averno. Lo hice aquí y lo puedo hacer en las demás puertas. Pero necesito un vínculo y el poder de mi Descenso para hacerlo.
Nadie contestaba. No se movía ninguna vida más allá de las bestias en las sombras más profundas.
—Por favor —suplicó Bryce con la voz entrecortada.
En silencio, rezó para que alguna de esas otras gemas se encendiera, que mostrara que tan sólo una persona, en cualquier distrito, respondía a su plegaria.
Pero sólo se escuchó la nada crujiente.
Estaba sola. Y Hunt estaba muriendo.
Bryce esperó cinco segundos. Diez segundos. Nadie respondió. Nadie llegó.
Se tragó otro sollozo e hizo una inhalación trémula antes de soltar el disco.
Las respiraciones de Hunt se habían espaciado más. Ella regresó con él, con las manos temblorosas. Pero su voz estaba tranquila cuando volvió a poner la cabeza del ángel en su regazo. Le acarició la cara bañada en sangre.
—Todo va a estar bien —dijo—. Ya viene la ayuda en camino, Hunt. Las medibrujas están en camino —cerró los ojos para tratar de contener las lágrimas—. Vamos a estar bien —mintió—. Iremos a casa donde nos está esperando Syrinx. Iremos a casa. Tú y yo. Juntos. Tendremos ese futuro que prometiste. Pero sólo si resistes, Hunt.
La respiración de Hunt empezó a vibrar en su pecho. El estertor previo a la muerte. Ella se inclinó hacia él, inhaló su olor, su fuerza. Y luego lo dijo, las dos palabras que significaban más que cualquier otra cosa. Se las susurró al oído y con ellas le envió todo lo que quedaba de ella.
La verdad final, la que necesitaba que él escuchara.
La respiración de Hunt se hizo más espaciada y superficial. Ya no quedaba mucho tiempo.
Bryce no podía detener las lágrimas que iban cayendo en las mejillas de Hunt y que iban limpiando la sangre a su paso.
—Préndete —le murmuró Danika al oído. A su corazón.
—Lo intenté —murmuró de regreso—. Danika, lo intenté.
—Préndete.
Bryce lloró.
—No funcionó.
—Préndete.
Una urgencia avivó esas palabras. Como si… como si…
Bryce levantó la cabeza. Miró hacia la Puerta. La placa y sus gemas.
Esperó. Contó sus respiraciones. Una. Dos. Tres.
Las gemas seguían apagadas. Cuatro. Cinco. Seis.
Nada. Bryce tragó saliva con fuerza y volteó a ver a Hunt. Una última vez. Él se iría y luego ella lo seguiría cuando cayera otro misil de azufre o cuando los demonios se animaran a atacarla.
Respiró otra vez. Siete.
—Préndete.
Las palabras llenaron la Vieja Plaza. Llenaron todas las plazas de la ciudad.
Bryce volteó a ver la Puerta y volvió a escuchar la voz de Danika.
—Préndete, Bryce.
La piedra de ónix del Sector de los Huesos resplandecía como una estrella oscura.