C50

Hunt no se había dado cuenta de cuánto le había afectado a Bryce la noticia de Sabine hasta la mañana siguiente. No salió a correr. Casi no se levantó a tiempo para ir a trabajar.

Se tomó una taza de café pero rechazó el huevo que él había preparado. Apenas le dijo tres palabras en total.

Él sabía que ella no estaba enojada con él. Sabía que sólo estaba… procesando.

Si ese proceso también tenía que ver con lo que habían hecho en la azotea, pero no se atrevió a preguntarlo. No era el momento. Aunque él tuvo que darse un regaderazo muy, muy frío después. Y tomar el asunto en sus propias manos. Inspirado en la cara de Bryce, el recuerdo de su aroma y ese gemido jadeante que había hecho cuando se arqueó hacia él, fue lo que lo llevó al orgasmo, con tanta intensidad que vio estrellas.

Pero eso era la menor de sus preocupaciones, esto que sucedía entre ellos. Lo que fuera.

Por suerte, nada se filtró a la prensa sobre el ataque en el parque.

Bryce casi no habló después del trabajo. Él le preparó la cena y ella apenas la tocó y se fue a dormir antes de las nueve. No le quedó ni puta duda de que no habría más abrazos que llevaran a rozarle el cuello con la nariz y la boca.

El día siguiente fue igual. Y el siguiente.

Él estaba dispuesto a darle su espacio. Los dioses sabían que él a veces también lo necesitaba. Cada vez que mataba para Micah lo necesitaba.

Sabía que sería mejor no sugerir que Sabine podría estar mintiendo, porque no hay una persona más fácil de acusar que un muerto. Sabine era un monstruo pero Hunt nunca la había considerado mentirosa.

La investigación estaba llena de callejones sin salida y Danika había muerto… ¿para qué? Por un artefacto antiguo que ni siquiera funcionaba. Que tenía quince mil años de no funcionar y que nunca funcionaría.

¿La propia Danika había querido reparar y usar el Cuerno? No tenía idea de por qué.

Él sabía que esos pensamientos agobiaban a Bryce. Durante cinco putos días casi no comió. Iba a trabajar, dormía y luego regresaba a trabajar.

Todas las mañanas le preparó el desayuno. Todas las mañanas ella ignoró el plato que él le ponía enfrente.

Micah llamó sólo una vez, para preguntar si habían conseguido alguna evidencia sobre Sabine. Hunt le dijo que había sido un callejón sin salida y el gobernador le colgó el teléfono, su rabia por el caso sin resolver era muy palpable.

Eso había sido hacía dos días. Hunt seguía esperando que sucediera algo.

—Pensé que buscar armas antiguas y letales sería emocionante —se quejó Lehabah desde su pequeño diván donde prestaba poca atención a un programa televisivo insulso.

—Yo también —murmuró Bryce.

Hunt levantó la vista del informe de evidencias que estaba revisando y estaba a punto de decir algo cuando se escuchó el timbre de la puerta principal. El rostro de Ruhn apareció en el video de las cámaras de vigilancia y Bryce suspiró muy profundo antes de abrirle la puerta.

Hunt rotó su hombro entumecido. El brazo todavía le punzaba un poco, un eco del veneno letal que le había arrancado la magia del cuerpo.

Las botas negras del príncipe aparecieron en los escalones de alfombra verde segundos después, pareció haber deducido dónde estaban por la puerta abierta de la biblioteca. Lehabah cruzó el espacio volando al instante, dejando chispas en el camino, sonrió y dijo:

¡Su Alteza!

Ruhn le sonrió a medias y miró directamente a Quinlan. No les pasó desapercibido el agotamiento silencioso y meditabundo. Ni el tono de voz de Bryce que dijo:

—¿Y a qué debemos este placer?

Ruhn se sentó en una silla frente a ellos ante la mesa llena de libros. La Espadastral que traía enfundada en la espalda no reflejaba las luces de la biblioteca.

—Quería reportarme. ¿Algo nuevo?

Ninguno de los dos le había dicho sobre Sabine. Y parecía que Declan tampoco.

—No —dijo Bryce—. ¿Algo sobre el Cuerno?

Ruhn no hizo caso a su pregunta.

—¿Qué pasa?

—Nada —respondió ella pero tensó la espalda.

Ruhn parecía listo para iniciar una discusión con su prima así que Hunt les hizo a ambos, y a sí mismo para ser francos, un favor y dijo:

—Hemos estado esperando un contacto de Muchas Aguas que quedó de informarnos lo antes posible sobre un posible patrón en los ataques del demonio. ¿Has encontrado más información sobre el kristallos y cómo anula la magia?

Días después, no podía dejar de pensar en ello, cómo se había sentido cuando su poder desapareció y murió en sus venas.

—No. Todavía no he encontrado nada sobre la creación del kristallos excepto que está hecho de la sangre del primer príncipe Astrogénito y la esencia del Astrófago. Nada sobre cómo anular la magia —Ruhn asintió en su dirección—. ¿Tú nunca te habías encontrado con un demonio que pudiera hacer eso?

—Ni uno. Los hechizos de las brujas y las piedras gorsianas pueden anular la magia pero esto era diferente.

Él había tenido que enfrentarse a ambas cosas. Antes de que lo ataran con la tinta de bruja en la frente, lo habían encadenado con grilletes labrados de piedras gorsianas de las montañas Dolos, un metal raro cuyas propiedades adormecían el acceso a su magia. Se usaban con los enemigos de alto perfil del imperio, la Cierva las utilizó cuando ella y sus interrogadores hicieron confesar a los vanir entre los espías y líderes rebeldes. Pero durante años, había corrido el rumor en las barracas de la 33ª de que los rebeldes estaban experimentando con maneras de convertir el metal en un líquido para atomizarlo y lanzarlo sobre los guerreros vanir en el campo de batalla.

Ruhn hizo un movimiento hacia el antiguo libro que había dejado en la mesa días antes, todavía abierto en el pasaje sobre las hadas Astrogénitas.

—Si el Astrófago en persona puso su esencia en el kristallos, probablemente eso le dio la capacidad al demonio de comer magia. De la misma manera que la sangre del príncipe Pelias le daba la capacidad de buscar el Cuerno.

Bryce frunció el ceño:

—¿Y ese instinto de El Elegido que tienes no ha detectado ningún rastro del Cuerno?

Ruhn tiró del aro de plata que tenía en el labio inferior.

—No. Pero recibí un mensaje esta mañana de una medibruja que conocí el otro día… la que curó a Hunt en el jardín nocturno. Es una adivinanza a ciegas, pero ella mencionó que hay una droga relativamente nueva en el mercado que se está empezando a usar. Es una magia sanadora sintética —Hunt y Bryce se enderezaron—. Puede tener efectos secundarios importantes si no se controla con mucho cuidado. Ella no tenía acceso a su fórmula exacta ni a las pruebas, pero dice que las investigaciones demuestran que es capaz de sanar a un ritmo que casi duplica el de la luzprístina.

Bryce dijo:

—¿Crees que algo así podría reparar el Cuerno?

—Es una posibilidad. Coincide con ese estúpido acertijo sobre la luz que no es luz, la magia que no es magia, para reparar el Cuerno. Es más o menos la descripción de un compuesto sintético como ése.

A ella le brillaron los ojos.

—¿Y es algo que… ya está disponible?

—Al parecer está en el mercado desde hace pocos años. Nadie lo ha probado en objetos inanimados pero, ¿quién sabe? Si la magia real no lo puede sanar, tal vez un compuesto sintético sí podría.

—Nunca había escuchado nada sobre magia sintética —dijo Hunt.

—Ni yo —admitió Ruhn.

—Entonces tenemos una manera hipotética de reparar el Cuerno —dijo Bryce pensativa— pero no el Cuerno en sí —suspiró—. Y todavía no sabemos si Danika robó el Cuerno por pura diversión o si tenía una intención.

Ruhn se sorprendió.

—¿Danika hizo qué?

Bryce hizo un gesto de arrepentimiento pero luego le informó al príncipe todo lo que habían averiguado. Cuando terminó, Ruhn se recargó en la silla y todo su rostro expresaba su sorpresa.

Hunt dijo a nadie en particular:

—Al margen de si Danika robó el Cuerno por diversión o para hacer algo con él, la cosa es que lo robó.

Ruhn preguntó con cautela:

—¿Crees que lo quisiera para ella? ¿Para repararlo y usarlo?

—No —respondió Bryce en voz baja—. No, Danika tal vez me ocultaba cosas pero yo conocía su corazón. Nunca hubiera buscado un arma tan peligrosa como el Cuerno, algo que pudiera poner el mundo en peligro así —se pasó las manos por la cara—. Su asesino sigue libre. Danika debe haber robado el Cuerno para evitar que se lo llevaran. Por eso la mataron, pero seguro no lo encontraron si siguen usando al kristallos para buscarlo —movió la mano hacia la espada de Ruhn—. ¿Esa cosa no te puede ayudar a encontrarlo? Yo sigo pensando que atraer al asesino con el Cuerno es la manera más segura de encontrarlo.

Ruhn negó con la cabeza.

—La espada no funciona así. Aparte de ser selectiva sobre quién la puede desenvainar, no tiene poder sin el cuchillo.

—¿El cuchillo? —preguntó Hunt.

Ruhn sacó la espada y el metal rechinó. Luego la colocó sobre la mesa entre ellos. Bryce se alejó de ella y una gota de luzastral bajó por la ranura a la mitad de la espada y brilló en la punta.

—Elegante —dijo Hunt y Ruhn lo miró molesto. A Bryce le había arqueado las cejas, sin duda porque esperaba alguna especie de reverencia de parte de ella por la espada que era más antigua que la ciudad, más antigua que los primeros pasos de los vanir en Midgard.

—La espada es parte de un par —le dijo Ruhn al ángel—. Un cuchillo largo fue forjado con el iridio que se minó del mismo meteorito que cayó en nuestro viejo mundo —el mundo que las hadas habían dejado para cruzar la Fisura Septentrional hacia Midgard—. Pero perdimos el cuchillo hace eones. Incluso los Archivos de las Hadas no tienen registro de cómo se pudo haber perdido, pero al parecer fue en algún momento durante las Primeras Guerras.

—Es otra de incontables profecías hadas —murmuró Bryce—. Cuando se reúnan el cuchillo y la espada, así igual lo hará nuestra gente.

—Literalmente está grabado sobre la entrada de los Archivos de las Hadas, lo que sea que esto signifique —dijo Ruhn. Bryce sonrió un poco al escucharlo.

Hunt sonrió. La expresión de Bryce era como ver salir el sol después de días de lluvia.

Bryce fingió que no había notado su sonrisa pero Ruhn lo miró molesto.

Como si supiera cada uno de los pensamientos sucios que Hunt había tenido sobre Bryce, todo lo que había hecho para procurarse placer mientras se imaginaba que era su boca, sus manos, su suave cuerpo lo que lo tocaba.

Mierda… estaba metido en esta mierda hasta el cuello.

Ruhn sólo resopló, como si él también lo supiera y volvió a enfundar la espada.

—Me gustaría ver los Archivos de las Hadas —suspiró Lehabah—. Pensar en la historia antigua, tantos objetos gloriosos.

—Todo bajo llave y sólo para los ojos de los herederos de sangre pura —terminó de decir Bryce mirando a Ruhn.

Ruhn levantó las manos.

—He intentado que cambien las reglas —dijo—. Sin suerte.

—Dejan entrar visitantes en los días feriados —dijo Lehabah.

—Sólo de una lista aprobada —dijo Bryce—. Y las duendecillas de fuego no están en esa lista.

Lehabah giró y se recostó de lado con la cabeza apoyada en su mano de fuego.

—Me dejarían entrar a mí. Soy descendiente de la Reina Ranthia Drah.

—Sí, y yo soy la séptima asteri —dijo Bryce con sequedad.

Hunt tuvo cuidado de no reaccionar ante ese tono. Era la primera señal de una chispa que había visto en días.

—Lo soy —insistió Lehabah y volteó a ver a Ruhn—. Era mi sexta bisabuela, derrocada en las Guerras Elementales. Nuestra familia quedó desfavorecida…

—La historia cambia cada vez que la cuenta —le dijo Bryce a Hunt, quien empezó a tratar de disimular su sonrisa.

—No es cierto —se quejó Lehabah. Ruhn también estaba sonriendo ahora—. Tuvimos una oportunidad de volver a ganar nuestro título, pero expulsaron a mi tatarabuela de la Ciudad Eterna…

—Expulsada.

—Sí, expulsada. Por una acusación completamente falsa de haber intentado robar al consorte real de la reina impostora. Estaría revolcándose en su tumba si supiera lo que sucedió con su última vástaga. Poco más que un ave en una jaula.

Bryce dio un sorbo a su agua.

—Éste es el momento, chicos, cuando les pedirá dinero para comprar su libertad.

Lehabah se puso color carmesí.

—Eso no es verdad —señaló a Bryce—. Mi bisabuela peleó con Hunt contra los ángeles, y ése fue el final para la libertad de toda mi gente.

Hunt se quedó mudo. Todos lo voltearon a ver.

—Lo siento —dijo. No se le ocurrió nada más.

—Oh, Athie —dijo Lehabah y voló hacia él mientras se ponía de color rosa—. No era mi intención… —se puso las manos en las mejillas—. No te culpo a ti.

—Dirigí a todos hacia la batalla. No veo cómo puedes culpar a alguien más por lo que le ha pasado a tu gente.

Sus palabras sonaron tan huecas como él las sintió.

—Pero Shahar te dirigió a ti —dijo Danaan, cuyos ojos azules no se perdían de ningún detalle.

Hunt se sintió irritado al escuchar su nombre en labios del príncipe. Pero miró a Quinlan, para torturarse con la mirada de aprobación condenatoria que encontraría en su cara.

Pero ahí sólo encontró tristeza. Y algo similar a la comprensión. Como si lo pudiera ver, como él la había visto en aquel campo de tiro, como si pudiera distinguir cada pedazo roto y no le importaran sus filos. Bajo la mesa, le rozó la bota con la punta de su zapato de tacón. Una ligera confirmación de que, sí, percibía su culpa, el dolor, y no se alejaría por eso. Él sintió que algo le comprimía el pecho.

Lehabah se aclaró la garganta y le preguntó a Ruhn:

—¿Alguna vez has visitado los Archivos de las Hadas en Avallen? He escuchado que son más grandes que lo que se trajo acá —se enroscó un mechón de flama en el dedo.

—No —repuso Ruhn—. Pero las hadas de esa isla de niebla son todavía menos hospitalarias que las de aquí.

—Les gusta acaparar toda su riqueza, ¿verdad? —dijo Lehabah y miró a Bryce—. Como tú, BB. Sólo gastas en ti y nunca me compras nada lindo.

Bryce quitó el pie.

—¿No te compro shisha de fresa cada dos semanas?

Lehabah se cruzó de brazos.

—Eso no es un regalo.

—Lo dice la duendecilla que se encierra en su domo de vidrio, la quema toda la noche y me da instrucciones de no molestarla hasta que termine.

Se recargó en su silla, engreída como gato, y Hunt casi volvió a sonreír por la chispa en su mirada.

Bryce tomó su teléfono de la mesa y le sacó una fotografía antes de que él pudiera protestar. Luego una a Lehabah. Y otra a Syrinx.

Si Ruhn se dio cuenta de que no se tomó la molestia de tomarle una fotografía a él, no dijo nada. Aunque Hunt podría haber jurado que las sombras en la habitación se hicieron más profundas.

—Lo único que quiero, BB —dijo Lehabah— es un poco de gratitud.

—Que los dioses me perdonen —dijo Bryce.

Hasta Ruhn sonrió.

El teléfono del príncipe sonó y contestó antes de que Hunt pudiera ver quién era.

—Flynn.

Hunt alcanzó a escuchar la voz de Flynn.

—Necesitas venir a las barracas. Hubo una pelea porque la novia de alguien se está acostando con alguien más, honestamente me importa un carajo pero se puso violento.

Ruhn suspiró.

—Llego en quince minutos —dijo y colgó el teléfono.

Hunt preguntó:

—¿De verdad tienes que ir a solucionar peleas como ésa?

Ruhn recorrió la empuñadura de Espadastral con la mano.

—¿Por qué no?

—Eres un príncipe.

—No entiendo por qué lo dices como si fuera un insulto —se quejó Ruhn.

Hunt dijo:

—¿Por qué no hacer… cosas más importantes?

Bryce contestó por Ruhn.

—Porque su papi le tiene miedo.

Ruhn le lanzó una mirada de advertencia.

—Él tiene mayor rango que yo tanto en poder como en título.

—Y sin embargo se aseguró de tenerte bajo su control lo antes posible, como si fueras una especie de animal que debía domesticar.

Ella dijo las palabras con tranquilidad pero Ruhn se tensó.

—Todo iba bien —dijo Ruhn—, hasta que llegaste.

Hunt se preparó para la tormenta que se cernía.

Bryce dijo:

—Él estaba vivo la última vez que apareció un Príncipe Astrogénito, lo sabes. ¿Alguna vez has preguntado qué le pasó? ¿Por qué murió antes de hacer el Descenso?

Ruhn palideció.

—No seas estúpida. Fue un accidente durante su Prueba.

Hunt mantuvo la expresión neutra pero Bryce se recargó en el respaldo de su silla y dijo:

—Si tú lo dices.

—¿Sigues creyendo esas tonterías que intentaste venderme cuando eras niña?

Ella también se cruzó de brazos.

—Quería que te dieras cuenta de quién es en realidad antes de que fuera demasiado tarde para ti también.

Ruhn parpadeó pero se enderezó y movió la cabeza al levantarse de la mesa.

—Créeme, Bryce, hace tiempo que sé lo que es. Tuve que pinche vivir con él —Ruhn movió la cabeza hacia la mesa desordenada—. Si escucho algo nuevo sobre el Cuerno o esta magia sanadora sintética, les avisaré —miró a Hunt a los ojos. Luego agregó—, tengan cuidado.

Hunt le sonrió a medias como para mostrarle al príncipe que sabía exactamente a qué se refería con esa advertencia. Y no le importaba un carajo.


Dos minutos después de que Ruhn se fue, volvió a sonar el timbre de la puerta principal.

—¿Qué carajos quiere ahora? —murmuró Bryce y le quitó a Lehabah la tableta que estaba usando para ver sus programas basura y abrió el video de la cámara frontal.

Se le escapó un grito agudo. Una nutria con chaleco reflejante amarillo estaba parada sobre sus patas traseras, con su patita tocaba el timbre inferior que ella le había pedido a Jesiba que instalara para los clientes de menor estatura. Con la esperanza de que algún día, por alguna razón, encontrara a un mensajero peludo y bigotón de pie en la entrada.

Bryce salió corriendo de su silla un instante después. Sus tacones iban comiéndose la alfombra mientras corría escaleras arriba.

El mensaje que la nutria traía de Tharion era corto y dulce.

Creo que esto les parecerá interesante. Besos, Tharion.

—¿Besos? —preguntó Hunt.

—Son para ti, obvio —dijo Bryce que seguía sonriendo por la nutria.

Le dio un marco de plata y recibió un movimiento de bigotes y una sonrisa colmilluda.

Era por mucho lo mejor de su día. Semana. Año.

Para ser honesta, de toda su vida.

En el escritorio de la sala de exhibición, Bryce quitó la carta de Tharion del montón mientras Hunt empezó a ver las páginas debajo.

La sangre se le drenó de la cara al ver la fotografía en la mano de Hunt.

—¿Es un cuerpo?

Hunt resopló.

—Lo que queda después de que Tharion lo extrajo de una guarida de sobek.

Bryce no pudo detener el escalofrío que le recorrió la columna vertebral. Los sobeks medían más de ocho metros de largo y pesaban casi mil quinientos kilos de músculo cubierto de escamas. Eran de los peores depredadores alfa que acechaban en el río. Eran malos, fuertes y con dientes que podían partirte en dos. Un sobek macho adulto casi podía hacer que un vanir retrocediera.

—Está loco.

Hunt rio.

—Sí lo está.

Bryce frunció el ceño al ver la fotografía espantosa y luego leyó las notas de Tharion.

—Dice que las mordidas en el torso no son consistentes con los dientes de sobek. Esta persona ya estaba muerta cuando la tiraron al Istros. El sobek debe haber visto una presa fácil y se la llevó a su madriguera para comérsela después.

Tragó la sequedad de su boca y vio el cuerpo otra vez. Una dríada. Le habían arrancado la cavidad torácica, le habían quitado el corazón y los órganos internos y tenía mordidas…

—Las lesiones se parecen a las que te causó el kristallos. Y el laboratorio de los mer determinó que el cuerpo tenía cinco días de muerto, a juzgar por el nivel de descomposición.

—La noche que nos atacaron.

Bryce estudió los análisis.

—Tenía veneno transparente en las heridas. Tharion dice que lo pudo sentir dentro del cadáver desde antes de que le hicieran las pruebas —la mayoría de los miembros de la Casa de Muchas Aguas sentía lo que fluía por el cuerpo de alguien, enfermedad y debilidades y, por lo visto, veneno—. Pero cuando hicieron la prueba… —exhaló—, invalidó la magia —Bryce continuó leyendo horrorizada. Tenía que ser el kristallos—. Buscó en los registros de todos los cuerpos no identificados que han encontrado los mer en los últimos dos años. Encontraron dos con lesiones idénticas y este veneno transparente justo después de… —tragó saliva— después de la muerte de Danika y la jauría. Una dríada y un metamorfo de zorro. Ambos reportados como desaparecidos. Este mes han encontrado cinco con estas marcas y el veneno. Todos fueron reportados como desaparecidos, pero unas semanas después de lo ocurrido.

—Entonces son personas que tal vez no tenían muchos amigos cercanos o familia —dijo Hunt.

—Tal vez —dijo Bryce y volvió a ver la fotografía.

Se obligó a ver las heridas. Se hizo el silencio que sólo era interrumpido por los sonidos distantes del programa de Lehabah en el piso de abajo.

Dijo en voz baja:

—Ésta no es la criatura que mató a Danika.

Hunt se pasó la mano por el cabello.

—Podría haber múltiples kristallos…

—No —insistió ella y dejó los papeles sobre el escritorio—. El kristallos no mató a Danika.

Hunt frunció el ceño.

—Pero tú estabas ahí. Tú lo viste.

—Lo vi en el pasillo, no en el departamento. Danika, la jauría y las otras tres víctimas recientes estaban apilados.

Apenas podía soportar decirlo, volver a pensarlo.

Estos últimos cinco días no habían sido… sencillos. Poner un pie delante del otro era lo único que la mantenía a flote tras el desastre con Sabine. Después de la información que les dio sobre Danika. Y si habían estado buscando la puta cosa equivocada todo este tiempo…

Bryce levantó la fotografía.

—Estas lesiones no son iguales. El kristallos quería llegar a tu corazón, a tus órganos. No convertirte en una… pila. Danika, la Jauría de Diablos, Tertian, la acólita y el guardia del templo, ninguno de ellos tenía heridas como ésta. Y ninguno tenía este veneno en su sistema —Hunt se le quedó viendo. La voz de Bryce se quebró—. ¿Qué tal si otra cosa cruzó a este mundo? ¿Qué tal si el kristallos fue invocado para buscar el Cuerno, pero algo peor estuvo presente aquella noche? ¿Si tuvieras el poder para invocar al kristallos, por qué no invocar a múltiples demonios?

Hunt lo pensó.

—No se me ocurre qué demonio pueda hacer pedazos a sus víctimas así. A menos que sea otro horror antiguo salido directo del Foso —se frotó el cuello—. Si el kristallos mató a esta dríada, si mató a estas personas que aparecieron en el río por el drenaje, entonces ¿por qué invocar a dos tipos de demonios? El kristallos ya es superletal.

Literalmente.

Bryce levantó las manos.

—No tengo idea. Pero si todo lo que sabemos sobre la muerte de Danika está mal, entonces tenemos que pensar cómo murió. Necesitamos que alguien nos dé su opinión.

Él se tocó la mandíbula, pensativo.

—¿Alguna idea?

Ella asintió despacio y la angustia se empezó a arremolinar en su estómago.

—Prométeme que no te vas a poner loco.