30

El ascenso del Infierno

Aunque lo intenté, no podía aceptar la sugerencia de Gabriel de aguardar una orientación divina. No parecía propio de él reaccionar con tanta cautela, lo cual me decía todo lo que necesitaba saber: Jake Thorn era una seria amenaza y ello implicaba que no podía quedarme de brazos cruzados mientras Molly permanecía en sus garras.

Ella había sido mi primera amiga en Venus Cove. Me había adoptado, había confiado en mí y había hecho todo lo posible para que me sintiera integrada. Si Gabriel, nada menos que él, no se sentía lo bastante seguro para actuar por su cuenta era porque algo muy grave pasaba. Así pues, no me lo pensé dos veces. Sabía lo que tenía que hacer.

—Voy a hacer unas compras al súper —le dije a Gabriel, procurando mantener una expresión impasible.

Él frunció el ceño.

—No falta nada. Ivy llenó la nevera ayer.

—Es que necesito airearme un poco y quitarme todo esto de la cabeza —alegué, cambiando de táctica. Gabriel me escrutó con severidad, entornando sus ojos grises. Tragué saliva. Mentirle a él no era nada fácil—. Me hace falta salir un poco.

—Te acompaño —dijo—. No quiero que andes sola en estas circunstancias.

—No saldré sola —insistí—. Iré con Xavier. Y además, serán solo diez minutos.

Me sentía fatal por mentirle con tal descaro, pero no me quedaba otro remedio.

—No seas tan cenizo. —Ivy le dio unas palmaditas en el brazo. Ella siempre se apresuraba a confiar en mí—. Un poco de aire fresco les sentará bien.

Gabriel frunció los labios y enlazó las manos en la espalda.

—Está bien. Pero volved aquí directamente.

Cogí a Xavier de la mano y lo arrastré fuera. Él arrancó el coche en silencio. Al llegar al final de la calle, le dije que doblara a la izquierda.

—Tienes un sentido de la orientación fatal —bromeó, aunque la sonrisa no le iluminó la mirada.

—Es que no vamos al súper.

—Ya —respondió—. Y opino que estás loca.

—Tengo que hacer algo —le dije en voz baja—. Ya se han perdido vidas por culpa de Jake. ¿Cómo vamos a soportarlo si Molly se convierte en su próxima víctima?

Xavier no parecía muy convencido.

—¿De veras crees que voy a llevarte a la guarida de un asesino? El tipo es inestable. Ya has oído lo que dice tu hermano.

—Ya no se trata de mí —le dije—. Y yo no estoy preocupada.

—¡Pues yo sí! ¿Te das cuenta del peligro al que te estás exponiendo?

—¡Es mi misión! ¿Para qué crees que fui enviada aquí? No solo para vender insignias en el mercadillo y colaborar en un comedor popular. ¡También para esto!, ¡aquí está el desafío! No puedo emprender la retirada porque me dé miedo.

—Quizá Gabriel acierte. A veces es más sensato tener miedo.

—Y a veces hay que hacer de tripas corazón —insistí.

Xavier empezó a exasperarse.

—Escucha, yo iré al cementerio y me traeré a Molly. Tú quédate aquí.

—Qué gran idea —dije, sarcástica—. Si hay alguna persona a la que Jake odie más que a mí eres tú. Mira, Xav: puedes venirte conmigo o quedarte en casa. En cualquier caso, yo voy a ayudar a Molly. Lo comprenderé si no quieres meterte en esto…

Él hizo un brusco viraje en la siguiente esquina y condujo en silencio. Ahora teníamos por delante un buen tramo de carretera recta. Las casas eran cada vez más escasas por allí.

—Vayas donde vayas, voy contigo —dijo.

El cementerio se hallaba al fondo de la carretera, ya en las afueras del pueblo. Al lado había una línea de ferrocarril abandonada, con algunos vagones oxidados por la acción de la intemperie. Solo se veían en los alrededores unas cuantas casas medio en ruinas, con las terrazas infestadas de vegetación y las ventanas tapiadas con tablones.

El cementerio original databa de la época del primer asentamiento del pueblo, pero se había ido ampliando con las distintas oleadas migratorias. El sector más reciente contenía monumentos y sepulcros de mármol reluciente, cuidados con todo esmero. En muchas tumbas había fotografías de los finados rodeadas de lámparas votivas, además de pequeños altares, crucifijos y estatuas de Cristo y de la Virgen María con las manos entrelazadas en actitud de oración.

Xavier aparcó al otro lado de la carretera, a cierta distancia de la entrada para no llamar la atención. A esa hora las verjas estaban abiertas, así que cruzamos y entramos sin más. A primera vista, el lugar parecía muy tranquilo. Vimos a una sola persona, una anciana vestida de negro, ocupándose de una tumba reciente. Estaba limpiando el cristal y cambiando las flores marchitas con un nuevo ramo de crisantemos, cuyos tallos recortaba meticulosamente con unas tijeras. Parecía tan absorta en su tarea que apenas reparó en nosotros. El resto del lugar se veía desierto, dejando aparte, claro, algún que otro cuervo que sobrevolaba la zona en círculos y las abejas que zumbaban entre los arbustos de lilas. Aunque no hubiera ninguna perturbación terrestre, yo detectaba la presencia de varias almas perdidas que rondaban el lugar donde estaban enterradas. Me habría gustado detenerme para ayudarlas a hallar su camino, pero tenía problemas más acuciantes entre manos.

—Ya sé dónde podrían estar —dijo Xavier, llevándome hacia la zona antigua del cementerio.

El panorama que nos salió allí al encuentro era muy distinto. Las tumbas estaban derruidas y abandonadas; las barandillas de hierro, totalmente oxidadas. Un enmarañado amasijo de hiedra había terminado asfixiando el resto de la vegetación y ahora campaba a sus anchas, enrollándose en los pasamanos de hierro con sus tenaces filamentos. Estas tumbas eran mucho más humildes y estaban a ras del suelo; algunas solo contaban con una placa para identificar a su ocupante. Vi un trecho de césped sembrado de molinilllos y muñecos de peluche ya muy andrajosos, y comprendí que aquella había sido la sección de bebés. Me detuve a leer una de las lápidas: AMELIA ROSE 1949-1949, A LA EDAD DE 5 DÍAS. Pensar en aquella pequeña alma que había embellecido la Tierra durante solo cinco días me llenó de una tristeza indecible.

Avanzamos sorteando lápidas desmoronadas. Pocas permanecían intactas. La mayoría se habían hundido en la hierba y sus inscripciones, medio borradas, apenas resultaban legibles. Otras ya no eran más que un revoltijo de piedra resquebrajada, musgo y hierbas. A cada paso nos tropezábamos con la estatua de un ángel: algunos enormes, otros más pequeños, pero todos ellos con expresión sombría y los brazos abiertos, como dando la bienvenida.

Mientras caminábamos, percibía los cuerpos de los muertos bajo aquella capa de piedra triturada. Me hormigueaba la piel, pero no eran los durmientes bajo nuestros pies los que me turbaban, sino lo que íbamos a descubrir quizás al doblar la siguiente esquina. Presentía que Xavier empezaba a arrepentirse de haber venido, pero no mostraba signos de temor.

Nos detuvimos bruscamente al oír un murmullo de voces que parecían entonar un cántico fúnebre. Avanzamos con sigilo hasta que se volvieron más audibles y nos ocultamos tras un enorme abedul. Atisbando entre sus ramas, distinguimos un corrillo de gente. Calculé que debían de ser como dos docenas de personas en total. Jake estaba de pie frente a ellos, sobre una tumba cubierta de musgo, con las piernas separadas y la espalda muy erguida. Llevaba una chaqueta negra de cuero y un pentagrama invertido colgado del cuello con un cordón. Se cubría la cabeza con un sombrero gris. Me quedé paralizada al verlo: creí reconocerlo, sentí que se removía en mi interior un recuerdo. Y al fin me vino a la cabeza aquella extraña y solitaria figura que había visto durante el partido de rugby. Había aparecido en la otra banda con el rostro casi tapado y, en cuanto Xavier quedó tendido en el suelo, se había desvanecido como por arte de magia. ¡Así que había sido Jake quien lo había orquestado todo! La idea misma de que hubiera querido herir a Xavier me llenó de una rabia hirviente, pero procuré sofocarla. Ahora más que nunca, tenía que conservar la calma.

Detrás de Jake se alzaba un ángel de piedra de tres metros. Era una de las cosas más escalofriantes que había visto en mi vida terrestre. Pese a su aspecto de ángel, había en él algo siniestro. Tenía los ojos pequeños, unas alas negras majestuosamente desplegadas a su espalda y un cuerpo poderoso que parecía capaz de aplastar a cualquiera. Llevaba una larga espada de piedra pegada a la cintura. Jake permanecía bajo su sombra, como si de algún modo le protegiera.

El grupo había formado un semicírculo en torno de él. Iban todos vestidos de un modo extraño: algunos con capuchas que les ocultaban el rostro por completo; otros con encajes negros y cadenas, con las mejillas empolvadas de blanco y los labios manchados de un rojo sangre. No parecían comunicarse entre ellos; se acercaban a Jake uno a uno, haciéndole una reverencia, y luego tomaban un objeto de un saquito y lo depositaban a sus pies como una ofrenda. Ofrecían un espectáculo lamentable bajo la tenue luz de la tarde. Me pregunté con qué trucos o mediante qué promesas habría apartado Jake a todos aquellos jóvenes de su vida normal para que se unieran a él y vinieran a turbar el reposo de los muertos.

Ahora alzó las manos y todo el grupo lo contempló inmóvil. Se quitó el sombrero. Tenía su largo pelo oscuro muy enmarañado y una expresión casi enloquecida en la cara. Su voz, cuando al fin tomó la palabra, parecía reverberar directamente desde el ángel de piedra.

—Bienvenidos al lado oscuro —dijo con una risa gélida—. Aunque yo prefiero llamarlo el lado divertido. —Hubo un murmullo general de asentimiento—. Os aseguro que no hay nada que siente tan bien como el pecado. ¿Por qué no entregarse al placer cuando la vida nos trata con tal indiferencia? Estamos aquí, todos nosotros, ¡porque deseamos sentirnos vivos!

Deslizó poco a poco su mano esbelta por el muslo de piedra del ángel y luego volvió a hablar con tono almibarado.

—El dolor, el sufrimiento, la destrucción, la muerte: todas estas cosas son música para nuestros oídos, una música dulce como la miel. A través de ellas nos hacemos más fuertes. Son el alimento de nuestra alma. Tenéis que aprender a rechazar una sociedad que lo promete todo y no entrega nada. Estoy aquí para enseñaros a crear vuestro propio sentido, liberándoos de esta prisión en la que estáis encadenados como animales. Fuisteis creados para mandar, pero os han atontado y domesticado. ¡Reclamemos nuestro poder sobre la Tierra!

Recorrió el semicírculo con la vista. Ahora adoptó el tono zalamero de un padre que intenta engatusar a un crío, mientras agarraba por la empuñadura la espada de piedra del ángel.

—Os habéis portado muy bien hasta ahora y estoy satisfecho de vuestros progresos. Pero ya es hora de dar pasos más decididos. Os emplazo a hacer más, a ser más, y a desprenderos de todas las trabas que os mantienen atados a la buena sociedad. Invoquemos todos a los espíritus retorcidos de la noche para que nos asistan.

Sus palabras parecieron desatar una especie de fiebre entre sus seguidores, como en una hipnosis colectiva. Echaron al unísono la cabeza atrás y se pusieron a dar voces de un modo incoherente. Algunos solo susurraban, otros chillaban con todas sus fuerzas. Era un griterío lleno de dolor y de venganza.

Jake sonrió complacido y miró su reloj de oro.

—No tenemos mucho tiempo. Vayamos al grano. —Miró al grupo—. ¿Dónde están? Traédmelos aquí.

Empujaron hacia delante a dos figuras, que fueron a desplomarse a sus pies. Ambas llevaban una capa con capucha. Jake agarró a la más cercana y le descubrió la cabeza. Era un chico de aspecto normal. Lo reconocía del colegio: un alumno discreto y modesto, miembro del club de ajedrez. Él no tenía cercos bajo los párpados ni los ojos negros como los demás, sino de un verde pálido. Pero a pesar de su saludable apariencia, se le veía desencajado.

Jake le puso la mano sobre la cabeza.

—No temas —ronroneó, seductor—. He venido para ayudarte.

Lentamente, empezó a trazar signos y espirales en el aire por encima del chico arrodillado. Desde donde yo estaba agazapada, vi que este seguía los movimientos de la mano y que escrutaba las caras de los presentes, tratando de calibrar la situación. Tal vez se preguntaba si aquello no era más que una sofisticada travesura, un rito de iniciación que debía soportar para ser aceptado en el seno del grupo. Yo me temía que fuese algo mucho más siniestro.

Entonces uno de sus secuaces le dio a Jake un libro. Estaba encuadernado en cuero negro y tenía las páginas amarillentas. Jake lo alzó con veneración y dejó que se abriera. Una ráfaga de viento sacudió los árboles en el acto y levantó una nube de polvo entre las lápidas. Reconocí el libro por las enseñanzas que había recibido en mi antiguo hogar.

—Oh, no —susurré.

—¿Qué? —Xavier también parecía haberse alarmado al ver el libro—. ¿Qué es?

—Un grimorio —contesté—. Un libro de magia negra. Contiene instrucciones para invocar espíritus y alzar a los muertos.

—Me estás tomando el pelo.

Xavier parecía casi a punto de pellizcarse para despertar de aquella pesadilla en la que había caído inesperadamente. Me sorprendió comprobar lo inocente que era y sentí una oleada de culpa por haberlo arrastrado hasta allí. Pero no era momento para perder la serenidad.

—Es muy mala señal —dije—. Los grimorios son muy poderosos.

Todavía encaramado sobre la tumba, Jake empezó a jadear ostensiblemente mientras salmodiaba las palabras del libro de un modo cada vez más acelerado y frenético. Abrió los brazos.

Exorior meus atrum amicitia quod vindicatum is somes. —Era latín, pero un latín que yo nunca había oído, completamente alterado. Deduje que debía tratarse de la lengua del inframundo—. Is est vestri pro captus —canturreaba Jake, aferrando el aire con las manos crispadas.

—¿Qué dice? —me susurró Xavier.

A mí misma me sorprendió descubrir que podía traducírselo con toda exactitud.

—«Acércate, oscuro amigo, y reclama este cuerpo. Es tuyo, si lo quieres».

Sus seguidores lo observaban sin respirar. Nadie se movía ni emitía el menor sonido, por temor a interrumpir el proceso antinatural que se estaba desarrollando.

Xavier se había quedado tan paralizado que le toqué la mano para comprobar que seguía consciente. Los dos nos sobresaltamos al oír un sonido espantoso, e incluso tuvimos que resistir el impulso de taparnos los oídos. Era un ruido chirriante, como de uñas rascando una pizarra, y se extinguió tan bruscamente como había empezado. De la boca del ángel de piedra salió una nube de humo negro y descendió hacia Jake como si fuese a susurrarle al oído. Jake agarró al chico por la cabeza, se la echó hacia atrás y le obligó a abrir la boca.

—¿Qué haces? —farfulló el chico.

La nube negra pareció enroscarse un instante en el aire antes de zambullirse en su boca abierta y descender por su garganta. El chico soltó un grito gutural y se llevó las manos al cuello, mientras su cuerpo se retorcía convulsivamente en el suelo. Su rostro se contrajo como si estuviera sufriendo un dolor horroroso. Noté que Xavier temblaba de rabia.

El chico se quedó inmóvil. Un instante más tarde se sentó y miró alrededor. Su desconcierto inicial se transformó en una expresión de placer. Jake le ofreció una mano y lo ayudó a ponerse de pie. Él flexionó sus miembros, como si reparase en ellos por primera vez.

—Bienvenido de nuevo, amigo mío —dijo Jake.

Cuando el chico se giró, vi que sus ojos verdes se habían vuelto negros como el carbón.

—No puedo creer que no lo haya descubierto antes —dije, agarrándome la cabeza—. Me hice amiga de él, quería ayudarle… Tendría que haber percibido que era un demonio.

Xavier me puso la mano en la parte baja de la espalda.

—Tú no tienes la culpa. —Volvió la vista hacia el grupo congregado a los pies de Jake—. ¿Son todos demonios?

Meneé la cabeza.

—No lo creo. Jake parece estar invocando espíritus vengativos para que posean a sus seguidores.

—Aún me lo pones peor —masculló Xavier—. ¿De dónde proceden los espíritus? ¿Son la gente de estas tumbas?

—Lo dudo —dije—. Deben de ser almas de los condenados del inframundo, lo cual es muy distinto de un demonio. Estos son criaturas creadas por el propio Lucifer y solamente lo adoran a él. Lo mismo sucede con los ángeles. Millones de almas van al Cielo, pero no por eso se transforman en ángeles. Los ángeles y los demonios nunca han sido humanos. Juegan en su propia liga, por así decirlo.

—¿Esos espíritus siguen siendo peligrosos? —preguntó Xavier—. ¿Qué les sucederá a las personas que han poseído?

—Su principal objetivo es la destrucción —le expliqué—. Cuando se apoderan de un humano pueden conseguir que esa persona haga cualquier cosa. Es como si hubiera dos almas bajo un mismo caparazón. La mayoría de la gente sobrevive a la experiencia, a menos que el espíritu haya dañado adrede su cuerpo. No representan una gran amenaza para nosotros; nuestros poderes son muy superiores a los suyos. Jake es el único del que debemos preocuparnos.

Volvimos a callarnos cuando Jake se acercó a la otra víctima. Pero yo no estaba preparada para lo que sucedió a continuación. Cuando le quitó la capucha, vi una cascada de rizos rojizos demasiado conocida y unos ojos azules aterrorizados.

—No te preocupes, querida —consoló Jake a Molly, deslizándole un dedo por el cuello hasta el pecho—. No hace mucho daño.

Agarré a Xavier del brazo.

—Hemos de detenerlo —le dije—. ¡No podemos permitir que le haga daño a Molly!

Xavier se había puesto pálido.

—Yo también quiero acabar con él, pero si intervenimos ahora, no tenemos ninguna posibilidad contra todos ellos. Necesitamos a tus hermanos.

Sacudió la cabeza y comprendí que había aceptado al fin que no podía derrotar solo a Jake.

Una de las adeptas del semicírculo, dominada por los celos y el deseo, se arrojó al suelo y empezó a retorcerse delante de todos, mientras ponía los ojos en blanco y abría y cerraba la boca. La reconocí en el acto. Era Alexandra, de mi clase de literatura. Jake se agachó y la inmovilizó agarrándola del pelo. Luego recorrió sugestivamente su garganta con un dedo y lo dejó sobre sus labios. Ella jadeaba y se arqueaba hacia él en una especie de éxtasis, pero Jake se apartó y trazó con la punta de la bota una línea alrededor de su cuerpo.

—Hemos de marcharnos —susurró Xavier—. Esto nos supera.

—No vamos a irnos sin Molly.

—Escucha, Beth, si Jake descubre que estamos aquí…

—No puedo dejarla, Xavier.

Él soltó un suspiro.

—Está bien. Se me ocurre una idea para rescatarla, pero debes confiar en mí y escucharme bien. Un paso en falso podría resultar fatal para ella.

Asentí, esperando que me explicase su plan, pero entonces resonó un grito espeluznante. Molly estaba de rodillas, con las manos atadas a la espalda, y Jake la sujetaba de la nuca. La niebla negra empezaba a surgir de la boca del ángel de piedra. Aunque totalmente lívida, Molly no quitaba los ojos de Jake. Ya no pude soportarlo más. Me incorporé desde detrás de la tumba sin hacer caso del grito de Xavier.

—¿Qué vas a hacer? —grité—. ¡Detente, Jake!, ¡déjala!

Él me miró con la cara contraída de rabia. Enseguida sentí a mi lado la presencia de Xavier, que se apresuró a ponerse delante de mí para protegerme.

Al verlo, la rabia de Jake pareció disiparse. Cruzó los brazos y arqueó una ceja, con aire divertido.

—Vaya, vaya —dijo—. ¿Qué tenemos aquí? Si no es el Ángel de la Misericordia y su…

—Molly, baja de ahí —gritó Xavier.

Ella obedeció en silencio, demasiado aturdida para pronunciar palabra. Jake soltó un gruñido.

—No te muevas —le ordenó.

Molly se quedó paralizada.

—¡Tú! —aullé, señalando a Jake—. Sabemos lo que eres.

Él aplaudió lentamente, en son de burla.

—Buen trabajo. Estás hecha una detective de primera.

—No vamos a dejar que te salgas con la tuya —le dijo Xavier—. Nosotros somos cuatro y tú, uno solo.

Jake se rio y abarcó con un gesto a sus seguidores.

—En realidad, somos muchos más y el número aumenta cada día —explicó con una risita—. Por lo visto, soy bastante popular.

Lo miré horrorizada, sintiendo que toda mi seguridad se evaporaba.

—Vosotros con vuestras buenas obras no tenéis la menor posibilidad —dijo Jake—. Ya podríais daros por vencidos.

—No cuentes con ello —gruñó Xavier.

—Ah, qué enternecedor —ironizó Jake—. El muchacho humano se cree capaz de defender a un ángel.

—Y lo soy, no lo dudes.

—¿De veras crees que puedes hacerme daño?

—Lo descubrirás si intentas hacerle daño a ella.

Jake le dirigió una mueca, mostrando sus dientes afilados.

—Deberías saber que estás jugando con fuego —le dijo con una sonrisa desdeñosa.

—No me da miedo quemarme —le espetó Xavier.

Se miraron airados durante un buen rato, como desafiándose mutuamente a actuar. Yo me adelanté.

—Suelta a Molly —dije—. No tienes por qué hacerle daño. Tú no ganas nada.

—La soltaré encantado. —Jake sonrió—. Con una condición…

—¿Cuál? —preguntó Xavier.

—Que Beth ocupe su lugar.

Xavier se tensó de furia y sus ojos azules relampaguearon.

—¡Vete al infierno!

—Pobre humano indefenso —se mofó Jake—. Ya perdiste a un amor… ¿y ahora estás dispuesto a perder otro?

—¿Qué has dicho? —gritó Xavier entornando los ojos—. ¿Cómo has sabido de ella?

—Ah, la recuerdo muy bien —replicó Jake con una sonrisita repulsiva—. Emily… ¿verdad? ¿Nunca te has preguntado por qué se salvó toda su familia y ella no? —Xavier parecía a punto de vomitar. Le apreté la mano—. Resultó casi demasiado fácil… atarla a la cama mientras la casa ardía en llamas. Todo el mundo creyó que había seguido durmiendo pese al alboroto. No oyeron sus gritos entre el rugido del incendio…

—¡Hijo de puta!

Xavier echó a correr hacia Jake, pero no llegó muy lejos. Este sonrió con un rictus burlón, chasqueó los dedos y Xavier se dobló bruscamente, agarrándose el vientre. Intentó enderezarse, pero Jake lo mandó al suelo con un giro de muñeca.

—¡Xavier! —grité, acudiendo en su ayuda. Sentí que le temblaban los hombros del dolor—. Déjalo en paz —le supliqué a Jake—. ¡Basta, por favor!

Traté de invocar mentalmente la ayuda de Dios, dirigiéndole una silenciosa oración: «Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra, líbranos del mal. Envíanos Tu espíritu para socorrernos y llama a los ángeles de la salvación. Pues el Reino, el Poder y la Gloria son Tuyos, ahora y siempre…».

Pero los poderes de Jake bloquearon mi oración como si una espesa niebla negra se abatiera sobre mí y retuviera las palabras sin dejarlas salir de mi mente. Sentí que iba a estallarme la cabeza. Jake Thorn se crecía con la desgracia y el dolor y yo era consciente de que no podía derrotar sola a alguien de su calaña. Debería haber escuchado a Xavier. Él tenía razón. Y puesto que nadie iba a venir en mi ayuda, solo existía un modo de salvarlos a Molly y a él. Solo se me ocurría una salida.

—¡Tómame a mí! —grité, abriendo los brazos.

—¡No! —Xavier se incorporó penosamente, pero no podía hacer nada frente a los oscuros poderes de Jake y se desmoronó de nuevo.

Yo no vacilé; me adelanté corriendo y entré en el semicírculo. Los adeptos de Jake se apresuraron a estrechar el cerco, sin dejar de canturrear con voces enloquecidas, pero él levantó la mano, indicándoles que debían retroceder.

Alargué el brazo hacia Molly y logré arrancarla de sus garras.

—¡Corre! —grité.

Sentí que me faltaba el aire cuando Jake se me acercó. La niebla negra me abrumaba y me desmoroné en el suelo, golpeándome con una esquina del pedestal de la estatua. Debí hacerme un corte porque noté un cálido reguero de sangre en la frente. Traté de levantarme, pero el cuerpo no me obedecía. Era como si me hubiese abandonado hasta la última gota de energía. Abrí los ojos y vi a Jake alzándose ante mí.

—Mis hermanos no permitirán que lo consigas —murmuré.

—Yo creo que ya lo he conseguido —gruñó Jake—. Te di la oportunidad de unirte a mí y la declinaste como una estúpida.

—Eres malvado —le dije—. Nunca me uniría a ti.

—Pero ser malo puede resultar muy agradable —replicó, riendo.

—Antes prefiero morir.

—Así será.

—¡Apártate de ella! —gritó Xavier, con la voz empañada de dolor. Seguía tirado en el suelo y no podía moverse—. ¡No te atrevas a tocarla!

—Cierra el pico —le soltó Jake—. Tu cara bonita no va a salvarla ahora.

Lo último que recordé más tarde, antes de que se hiciera la oscuridad, fueron los ojos verdes de Jake reluciendo con avidez y la voz angustiada de Xavier pronunciando mi nombre.