Capítulo 7

Una bocanada de aire fresco y húmedo abofeteó el rostro de Jana, obligándola a abrir los ojos. Se encontraba en la Caverna Sagrada, el lugar donde unos meses antes Erik se había sacrificado para salvarles la vida a Álex y a ella. La misma bóveda de roca gris, el suelo lleno de objetos dispersos, irreconocibles en la penumbra…

Jana contuvo el aliento. Delante de ella, a apenas medio metro, se encontraba la tumba de Erik. Una lápida lisa, de mármol blanco, y sobre ella el cuerpo tendido del último jefe Drakul, el muchacho que tanto la había amado.

Erik. Era la primera vez después de su muerte que se le aparecía en una visión. Su rostro se encontraba tan pálido como el mármol sobre el que se hallaba tendido. Incluso sus ropas parecían haberse desteñido hasta perder completamente el color. Y sin embargo, nada en aquellos rasgos firmes y nobles evocaba la rigidez de un cadáver. Parecía, más bien, que estuviese dormido…

Jana se estremeció de frío. El fino tejido de punto de su chaqueta negra apenas la protegía de la gélida atmósfera de la Caverna. Se miró los zapatos, unos mocasines negros elegantes, pero gastados por el uso. Pensó, de un modo bastante incongruente, que necesitaban una buena limpieza.

Y entonces, con un escalofrío, se dio cuenta de que incluso los zapatos formaban parte de la alucinación, ya que aquella mañana se había puesto unos botines de antes que acaba de estrenar.

Lentamente, sus ojos regresaron al rostro de su antiguo enemigo. Cuando Erik vivía, nunca se había permitido observarlo durante demasiado tiempo. No quería que él notase su interés… Pero ahora no podía verla, de modo que se permitió fijarse largamente en su semblante alargado y pálido, en su nariz perfecta, en el trazado de sus rubias cejas, en sus largos cabellos claros. Sobre ellos, ciñéndole la frente, brillaba la corona de luz blanca que lo había matado: la Esencia de Poder… A otro menos valiente o más impuro lo hubiese reducido a cenizas. Pero a Erik había sido uno de los más grandes entre los Medu, y la corona lo había respetado.

Si ella hubiese sabido verlo antes, si el odio que sentía hacia los Drakul no la hubiese cegado tanto, quizá las cosas habrían podido ser distintas. Erik se habría convertido en el rey que todos los Medu habían esperado durante siglos; y ella habría podido ser su reina. Él estaba loco por ella, más incluso que Álex; más que su antepasado Drakul por la princesa Agmar.

Erik. Probablemente era el chico más apuesto que había conocido jamás. Allí junto a su tumba, sin saber por qué, Jana sintió de pronto una necesidad insoportable de que él volviese. Era como si, desde algún lugar remoto e inaccesible, él la estuviese llamando. Lo veía allí tendido, inmóvil y helado como la piedra, pero al mismo tiempo algo dentro de ella le decía que quedaba un rescoldo de vida en su interior, una fuerza que ni siquiera la muerte había conseguido doblegar, y que anhelaba protegerla.

—Erik —murmuró—. Erik, háblame…

Sabía que era solo una visión; pero Jana entendía bastante de visiones y podía distinguir con facilidad entre las meras alucinaciones provocadas por una invocación mágica y las que significaban algo más. Una visión tan poderosa como aquella, que había conseguido transportarla de nuevo a la Caverna Sagrada, era algo que ni siquiera sus antiguos poderes habrían podido provocar. No se trataba de un simple espejismo, sino de una conexión con una realidad situada más allá de las apariencias. Y también, quizá, de una anticipación de futuro… Le sorprendió comprobar cuánto deseaba que fuera así.

Habría dado cualquier cosa por estabilizar la visión, por evitar que aquel breve encuentro con Erik terminase. Deseaba ardientemente contarle todo lo que le había sucedido desde que él sacrificó su vida a cambio de la suya: la dispersión de la magia entre los humanos, la pérdida de poder de los Medu; el entusiasmo inicial de Álex, y las seis semanas de amor que habían vivido mientras, a su alrededor, la gente intentaba adaptarse a las nuevas circunstancias. Seis semanas durante las cuales habían sido solo un par de adolescentes egoístas disfrutando de su felicidad, absortos el uno en el otro. Seis semanas perfectas…

Los problemas habían comenzado después.

Al principio solo fueron pequeños desacuerdos entre los dos, discusiones que, insensiblemente, iban subiendo de tono, reproches velados… No habían tenido ningún enfado verdaderamente importante, y en ningún momento se habían planteado romper, pero las cosas ya no funcionaban tan bien como antes. Los pequeños problemas de la vida cotidiana habían comenzado a infiltrarse en su relación, provocando roces que hasta entonces no existían. A veces, cuando estaba con Álex, Jana sentía que una barrera invisible la separaba de él. Y también sentía que ya no les bastaba estar juntos para ser felices…

¿Cuál había sido la causa? Jana frunció el ceño, sombría, intentando recordar para contarle mentalmente todo lo ocurrido a Erik, segura de que, a pesar de su frialdad de piedra, él podía oírla.

Quizá la culpable del distanciamiento había sido ella. A veces, cuando se ponía a pensar, echaba de menos el mundo en el que había crecido; el oscuro poder de los Agmar, su influencia sobre ciertos aspectos del comportamiento humano, la belleza de la magia que su hermano David y ella cultivaban a escondidas…

Álex no podía compartir aquellos sentimientos. Prefería ignorarlos. Quizá, secretamente, se sentía culpable por haber despojado a los Medu de la parte más valiosa de su existencia. En cierto modo, los había traicionado…

Al principio, Jana intentó no pensar en ello. Pero después de algún tiempo no tuvo más remedio que enfrentarse a la nueva situación. Al fin y al cabo, seguía siendo la jefa suprema de uno de los sietes clanes de Medu, y no podía ignorar los sufrimientos de los suyos. Su deber era ayudar a todos los de su linaje a superar la pérdida de sus principales poderes y a encontrar una nueva forma de vida. Álex no quería entenderlo, era su problema. Jana empezó cada día a dedicarle más tiempo a la reorganización del clan y a informarse de cómo iban las cosas entre los otros clanes. Poco a poco, iba aproximándose de nuevo a su antiguo mundo. No podía evitarlo, y tampoco lo deseaba.

—Lo estoy perdiendo, Erik —murmuró en voz alta—. O él me está perdiendo a mí. Me pregunto si eso te alegrará, donde quieras que estés. Casi me gustaría que te alegrase…

Una imperceptible sonrisa afloró a los labios yertos del joven Drakul. O quizá fue solo una impresión pasajera de Jana; después de todo, buena parte de lo que estaba experimentando sucedía únicamente dentro de su cabeza.

Sin embargo, podía sentir su presencia, ahora incluso más cercana que antes. Era absurdo, pero tenía la certeza de que Erik, por imposible que pudiera parecer, la estaba escuchando.

Podrían haber tenido un futuro juntos; y ella lo había sacrificado a cambio de su amor por Álex. Se sentía decepcionada, resentida; y anhelaba con todo su ser que Erik lo supiera. Que supiera que siempre, desde que tenía uso de razón, lo había considerado el chico más atractivo de cuantos había conocido; y que justamente por eso se había apartado de él; porque temía dejarse dominar por sus sentimientos y terminar dejándose atrapar en las redes del que ella consideraba su principal enemigo.

Con Álex, en cambio, no se había mostrado tan precavida. Ojalá lo hubiese hecho…

Pero era algo que ya no tenía remedio.

—Erik —repitió, disfrutando del sonido de aquel nombre prohibido—. Erik ¿puedes oírme?

Nada se movió en el rostro de mármol del último jefe Drakul. Sus párpados seguían cerrados, sus rasgos mantenían su invulnerable serenidad. Jana suspiró, desalentada. Por un instante, había llegado a creer que Erik… que él… regresaría…

Cediendo a un impulso, la joven alargó el brazo derecho y rozó con la punta de los dedos la corona de fuego blanco. Quizá esperando que aquel leve contacto extinguiese las llamas, arrancando así a Erik de su eterna inmovilidad. Sin embargo, lo que sucedió fue algo muy distinto: el fuego ascendió por su piel produciéndole un delicado cosquilleo, suave como una acaricia. Jana contempló maravillada su mano bañada en luz, y luego cerró los ojos. El cosquilleo seguía avanzando por su brazo, acariciándole el hombro y luego el cuello. Y colándose, como un ladrón, en el interior de su boca, despertando en ella las enloquecedoras sensaciones del más largo y tierno de los besos.

Fue como si el tiempo, de pronto, hubiese dejado de existir. Todo lo que Jana deseaba era que aquella sensación cálida y maravillosa no la abandonase nunca.

En algún momento, sus párpados se abrieron, y se dio cuenta de que estaba inclinada sobre Erik, con sus labios unidos a los de él. Contuvo el aliento. Acababa de notar la respiración del muchacho, cálida, cercana. Se separó unos centímetros de él y contempló su rostro. Vio agitarse las rubias pestañas, como si estuviese a punto de abrir los ojos…

En ese instante, la visión se desvaneció tan bruscamente como había empezado. Volvía a encontrarse en el viejo palacio veneciano de Armand, y sus dedos se dejaban acariciar por la estática del moderno televisor encendido.

Temblorosa, Jana miró a su alrededor. A un metro y medio de distancia, Yadia la contemplaba con una sonrisa cínica y desagradable. Sus ojos destilaban desconfianza.

—¿Qué ha sido interesante? —preguntó.

En contraste con el dulce momento que acababa de vivir, la voz del cazarrecompensas le sonó a Jana como un graznido.

—¿Qué has visto tú? —le preguntó ella a su vez, esforzándose por dominar su turbación.

Yadia señaló la nieve multicolor de la pantalla.

—¿Qué he visto? A un mago de pacotilla fingiendo que resucitaba. Solo eso… Bueno, y a una chica preciosa que sonreía como si, de pronto, estuviese en el paraíso.

Jana asintió, ignorando el piropo.

—He estado en un lugar muy especial, es cierto. He tenido una visión muy poderosa. Todavía no lo entiendo… Dale otra vez al play, por favor. Quiero ver ese reflejo una vez más. No es posible que tenga tanto poder…

Con un suspiro de fastidio, Yadia hizo lo que Jana le pedía.

Por tercera vez, ambos contemplaron el comienzo del espectáculo de Armand. La sonrisa de telenovela del mago, sus rizos rubios y engominados hicieron que Jana apartase la vista, asqueada. Pero al oír el chisporroteo de las llamas sobre el traje del mago, miró de nuevo.

—Páralo. Para la imagen. Ahí…

Tras la imagen fija de Armand con su esmoquin de feria medio consumido por el fuego, Jana señaló el reflejo blanco que antes le había llamado la atención. Seguía en el mismo lugar, sobre el antiguo espejo veneciano. Casi imperceptible a primera vista, debido a su escaso tamaño… Y, sin embargo, ahora que la imagen se había detenido, incluso Yadia podía distinguir las complejas sombras que danzaban en su interior.

—Juraría que no estaba ahí la primera vez —murmuró el joven arrugando la frente—. Yo, por lo menos, no lo vi…

—Esa luz es la que me ha provocado la visión —dijo Jana en voz baja—. Y no es más que un reflejo… ¿Qué objeto puede ser tan poderoso como para que la grabación de un simple reflejo suyo logre transportar a una persona a un plano diferente de realidad?

Sus ojos se encontraron con los de Yadia, que parecían agrandados por la inquietud.

—Solo existe un tipo de objetos en el mundo capaz de algo así —repuso el joven cazarrecompensas con un brillo extraño en sus grandes ojos azules—. Y tú sabes cuáles son…

—Los libros de los Kuriles —musitó Jana—. Pero esos libros ya no existen.

—Claro que no existen. —Yadia alzó la voz y miró a su alrededor con aire astuto, como para conjurar una amenaza invisible—. Hace siglos que desaparecieron… Todo esto no es más que un truco absurdo. Argo se ha tomado muchas molestias para intentar tomarte el pelo.

En lugar de contestarle, Jana avanzó pensativa hacia la ventana. Yadia la observó forcejear un instante con el viejo cerrojo de hierro, hasta que finalmente consiguió abrirla.

Una bocanada de aire cargado de humedad refrescó el ambiente opresivo del mohoso salón. Con gesto resignado, Yadia apagó el televisor y fue a reunirse con la muchacha, que se había acodado sobre el alféizar y contemplaba distraídamente el ancho y sereno canal, que describía una majestuosa curva a su derecha, entre dos hileras de palacios en ruinas.

—Parece que estamos en la fachada elegante del edificio —comentó Jana al notar que se acercaba—. No conozco el nombre de este canal, pero seguro que tú sí. Por su anchura debe ser uno de los importantes…

—En serio, Jana. ¿No te habrás tragado nada de lo que acabamos de ver? Esa grabación no puede ser auténtica, y tú lo sabes.

—Pero la visión sí lo era. Y no era una visión cualquiera… Créeme, yo sé algo de eso.

Yadia resopló, como si todo aquello empezase a incomodarle.

—Oye, ya sé que tú has visto algo que yo no he visto, no hace falta me lo restriegues. Y puede que sepas muchísimo de visiones, no te lo discuto. Pero yo sé algo de engaños y de falsificaciones, y estoy seguro de que toda esta historia no es más que un fraude. Alguien se las ha arreglado para sugestionarte… Con el caos que ha sembrado ese amigo tuyo que iba de guardián y se quedó en el camino, incluso un humano habría podido hacerlo.

Jana apartó la vista del canal para fijarla en el rostro del cazarrecompensas.

—Vamos, Yadia —dijo con desgana—. No intentes convencerme de algo que ni tú mismo te crees. He tenido una visión de la Caverna Sagrada…

Observó que Yadia tragaba saliva.

—¿De… de la Caverna? —repitió, perplejo.

Jana chasqueó la lengua, enfadada consigo misma.

—No debería habértelo dicho —murmuró—. Ahora irás corriendo a contárselo a tus amigos… ¿Quién paga mejor, Harold o Eilat? Estoy segura de que Glauco no; siempre ha tenido la fama de avaricioso.

Yadia se echó a reír, como si todo aquello, de pronto, le pareciese sumamente divertido.

—La verdad es que podría sacarle bastante a Harold con esa información. Se supone que en esa caverna está su antiguo jefe, o lo que queda de él… ¿Has visto su esqueleto?

Un leve temblor estremeció los hombros de Jana.

—No quiero hablar de eso —murmuró, y luego alzó los ojos hacia el cazarrecompensas—. Escucha, si se trata de dinero, puedo darte tanto como cualquiera de ellos, o incluso más. Aunque para eso tendría que asegurarme de que vas a guardar el secreto. Y eso es algo que, francamente, me parece bastante dudoso…

—Haces bien en dudar. ¿Por qué iba a guardarte el secreto si puedo sacar más provecho vendiéndolo? Vender secretos ha sido una de mis principales fuentes de ingresos, ¿no lo sabías?

—Intento convencerte de que, en este caso, no te conviene vender —replicó Jana con impaciencia—. Después de todo, no sabes nada. Tú no has tenido la visión, solo me has observado mientras la tenía. ¿Cuánto crees que puede valer eso? Nadie querrá pagarte…

—Te subestimas. Cualquier información que tenga que ver contigo se venderá bien. Pero podemos llegar a un acuerdo, si quieres. Yo no cuento nada durante unos días… Claro que eso también tendría un precio.

Jana miró fijamente a Yadia. Lentamente, sus labios fueron dibujando una sonrisa llena de desdén.

—Tendré que pensar si me interesa o no —dijo—; aunque ya te adelanto que no me fío de ti.

—Por un poco más, puedo conseguirte información sobre el tal Armand —aseguró Yadia sin dejarse impresionar por el tono despectivo de Jana—. Tengo contactos entre los mercenarios áridos de la ciudad. Todavía quedan unos cuantos. Estoy seguro de que, si les enseño el vídeo, ellos me ayudarán a localizar a ese tipo. Y también al Medu que le ha ayudado a preparar todo esto… porque es evidente que no lo ha hecho solo.

Jana se apartó de la ventana y, durante unos segundos, se quedó mirando la cámara montada frente al desvencijado escenario.

—Si me traes algo que valga la pena, te pagaré —dijo en tono cansado—. Es todo lo que puedo prometerte… Y también que te arrepentirás si hablas más de la cuenta sobre mí. No quiero que le cuentes a nadie sobre mi visión, al menos de momento. Si haces lo que te digo, encontraré la forma de recompensarte.

En los ojos de Yadia apareció un intenso brillo de curiosidad.

—¿Por qué le das tanta importancia? —Quiso saber—. Al fin y al cabo, no es más que una visión. Creía que esas cosas no impresionaban a los Agmar

—No era una visión cualquiera. Algo muy poderoso la trajo hasta mí… Y no creo que sea buena idea jugar con ese algo. Sea lo que sea, me está buscando… Y si te cruzas en su camino, también irá a por ti.