Capítulo 11

La despertó un agradable cosquilleo en la mejilla. Durante unos segundos se resistió a abrir los ojos. En su mente todavía seguían frescas las imágenes de la visión que Argo le había provocado. Ni siquiera recordaba haberse dormido…

—Despierta, dormilona —le susurró al oído una voz que conocía bien.

—¡Álex!

Jana se incorporó, asombrada. Tendido en la cama, con la mejilla sobre la almohada, Álex la observaba con gesto divertido. La ventana proyectaba un rectángulo de claridad sobre la alfombra, destacando los bellos dibujos de flores y aves de su diseño.

—¿Qué hora es? —Preguntó Jana, buscando con la mirada el reloj que Álex llevaba siempre en la muñeca—. Anoche debí de dormirme bastante tarde…

—Son las ocho y media. Temprano. —Álex también se incorporó y, entrelazando sus dedos en el pelo de Jana, trató de atraerla hacia él, pero la muchacha se resistió.

Álex apartó la mano, sorprendido.

—¿No te alegras de verme? —preguntó—. Te he echado de menos…

Jana notó cómo se le tensaban todos los músculos de la mandíbula.

—¿Ah, sí? —preguntó con una sonrisa que no era precisamente pacífica—. ¿Me has echado de menos? Pues no se ha notado mucho… ¿Cuántas veces me has llamado desde que nos separamos?

El rostro relajado de Álex se transformó en una máscara rígida, desafiante.

—No he podido llamarte —contestó—. He estado fuera de casa; han pasado muchas cosas…

—¿De verdad esperas que me crea que en todos estos días no has encontrado cinco minutos para llamarme, o para contestar mis mensajes? Supongo que ni siquiera habrás visto mis llamadas perdidas…

—Donde estaba no siempre había cobertura.

—Ya. —Jana parecía a punto de estallar—. De acuerdo, si así es como quieres que sean las cosas entre nosotros, lo tendré en cuenta de ahora en adelante.

Sus ojos se encontraron con los de Álex, tan azules y limpios como siempre.

—Lo siento, Jana —dijo él. De pronto parecía haber caído en la cuenta de que ella tenía motivos para estar enfadad—. Debería haberme imaginado que estabas preocupada. No sé, estoy tan seguro de lo que hay entre nosotros que nunca pienso que pueda correr ningún peligro…

—¿Y tampoco se te ocurrió que a lo mejor yo sí estaba en peligro? Sabes por qué vine aquí. Sabes que Argo quería verme. Hasta Nieve estaba inquieta, Álex. Y tú ni siquiera has sentido curiosidad por saber lo que ha pasado…

—Bueno, ahora ya lo sé. Incluso puede que sepa más que tú. —Álex se alejó un poco de Jana y la miró a los ojos—. Argo se ha escapado esta noche. Nieve y Corvino están que echan chispas… Creen que tú has tenido algo que ver.

Jana sintió un nudo en la boca del estómago.

—No puede ser —murmuró, mirando involuntariamente hacia la ventana—. Si pensaba escaparse, ¿por qué me dio el ojo? ¿Por qué me pidió que le ayudara? No tiene ningún sentido.

—Quizá quería que Nieve sospechase de ti. Por cierto, ¿qué es eso del ojo? Nieve no me lo ha comentado…

—Nieve no lo sabe. —Jana se tiró de espaldas sobre la almohada y cerró los ojos—. Todos estos días, Argo ha estado intentando convencerme de que existe algo llamado «el Libro de la Creación», y de que él puede ayudarme a encontrarlo. La historia me pareció disparatada al principio, pero él me dio uno de los chamuscados ojos de sus alas. El ojo me provocó una visión…

Abrió los ojos y se interrumpió al notar la expresión repentinamente sombría de Álex.

—¿Una visión? —Repitió el muchacho—. ¿Qué viste?

Jana dudó un instante antes de responder.

—Vi un río y un templo. Era el templo de Thot, según me explicó Argo. En la visión estábamos juntos, él y yo. Ante el templo ardía un fuego sagrado, y detrás del fuego se proyectaban extrañas sombras. Había un hombre contemplando las sombras. Era Arawn…

—El primer guardián —murmuró Álex, pensativo.

Jana lo miró con atención.

—Quería destruir el libro. El libro eran las sombras que se proyectaban sobre la pared, ¿comprendes? Pero al final no llegó a destruirlo. Comprendió que era demasiado poderoso, y que si lo destruía las consecuencias serían impredecibles. Mientras tanto, entró otro personaje en escena: un mago Kuril llamado Dayedi… Parece ser que vivió en esta misma ciudad durante el Renacimiento. Utilizó las técnicas de los Kuriles para tener una visión de la escena del templo y copiar el libro. Y esa copia es la que dice haber encontrado Argo. Él cree que puede devolverle la inmortalidad, y me pidió que le ayudara a escapar para conseguirla.

—Pues, por lo visto, al final ha cambiado de idea.

Los dos jóvenes se estudiaron mutuamente durante unos segundos.

—No pareces muy sorprendido por lo que te he contado —observó Jana con desconfianza.

—No lo estoy —admitió Álex—. Yo también he tenido visiones… Aunque, desde luego, no sabía tanto como tú.

Apoyándose en los codos, Jana se incorporó a medias sobre la cama y miró a Álex con curiosidad.

—¿Qué has visto? —preguntó.

Álex no contesto de inmediato.

—No lo sé muy bien; supongo que el libro —dijo al fin—. Pero estaba envuelto en una sombra densa que resultaba imposible distinguirlo bien. Era una sombra sobrenatural, no sé cómo explicártelo… Yo intentaba apartarla, pero la sombra siempre volvía.

Sus ojos claros se clavaron en la pared, con las pupilas extrañamente contraídas. Jana comprendió que le estaba ocultando algo… Pero lo conocía lo suficiente bien para saber que no debía insistir.

—También David tuvo una visión, ¿sabes? —Dijo, en cambio—. Soñó que volvía a dibujar, y está casi seguro de que lo que su mano trazaba eran algunos de los símbolos contenidos en ese libro…

Se interrumpió al darse cuenta de que Álex no la estaba escuchando.

—Espero que todo sea una patraña de Argo —dijo él, volviéndose a mirarla—. Francamente, preferiría que ese libro no existiese.

Jana alzó las cejas.

—Qué tontería. ¿Por qué? Si esa copia del libro existe y llega a caer en nuestras manos, piensa en todo lo que podríamos hacer con ella. Podríamos resucitar a Erik…

—Olvídalo, Jana. —El tono de Álex era, de pronto, áspero—. Estás soñando despierta.

Aquello molestó a la muchacha, que creyó percibir cierto aire de superioridad en la observación.

—No estoy soñando —le contradijo, firme—. Yo misma he visto cómo ese libro resucitaba a un hombre. Estaba grabado en un vídeo. Un mago, Armand, se quemaba y luego renacía de sus cenizas. Y el libro estaba frente a él. Yo vi su reflejo.

—Sería un truco —dijo, impaciente—. Además, aun suponiendo que lo que dices fuera verdad, no creo que fuese buena idea intentarlo. Si el libro es tan poderoso, piensa en los desastres que podría ocasionar… Sería como deshacer todo lo que hemos conseguido en los últimos meses.

—¿Y qué hemos conseguido? —estalló Jana, furiosa—. ¿Qué los Medu perdamos una parte de nuestra magia, y que esa magia la tengan los humanos? Supongo que a ti eso te parece magnífico, pero a mí no me entusiasma tanto. Los hombres no saben qué hacer con la magia, está claro. Unos la temen, otros la emplean mal, algunos incluso terminan heridos o dominados por ella…

—Acabarán acostumbrándose. Es cuestión de tiempo.

Jana emitió una breve carcajada llena de escepticismo.

—Ya —dijo—. Eso es lo que tú quieres creer. Al fin y al cabo, eres el responsable… Pero, precisamente por eso, esperaba otra reacción.

Álex la miró sin comprender.

—Respecto a Erik —aclaró Jana—. Creí que tú, más que nadie, desearías volver a verlo vivo.

El ceño fruncido de Álex le hizo comprender que se había aventurado en un terreno resbaladizo.

—Era mi mejor amigo —gruñó él, evitando su mirada—. Me habría gustado que las cosas fueran distintas… Pero ahora ya no podemos cambiarlas. Si Erik resucitase, ¿qué crees que pasaría? Muchos Medu lo interpretarían como un cumplimiento de su vieja profecía: el rey que retorna, el comienzo de una nueva era de esplendor para los clanes…

—¿Y eso sería malo? —preguntó Jana con sarcasmo.

—Sería peligroso. Daría una excusa a Glauco y a otros como él para intentar recuperar lo que han perdido. No creo que los humanos saliesen muy bien parados… Y empezarían otra vez las disputas entre clanes.

Jana contempló su joven y agresivo rostro con fijeza.

—No quieres que vuelva —dijo, leyendo más allá de sus iris azules—. Y no es por los Medu, ni por la profecía. Le tienes miedo… Es ridículo. Él dio su vida por ti.

Álex soportó en silencio la mirada acusadora de su novia.

—No le tengo miedo —se defendió en voz baja—. Pero no consigo entender por qué quieres que vuelva… Si él regresa, los Drakul recuperarán todo el poder que han perdido.

—Si Erik estuviera al frente, no me importaría —dijo Jana—. Sería un buen rey para los Medu… El único rey posible.

Álex se puso de pie y caminó hacia la ventana, dándole la espalda.

—La profecía no se cumplirá nunca, Jana —dijo—. Desde luego, no se cumplirá con Erik. Nadie puede regresar de la muerte, aunque sea un príncipe Medu. Ningún libro, por poderoso que sea, puede conseguir eso.

Las palabras de Álex cayeron sobre Jana como una lluvia helada y hostil. Sintió frío húmedo por dentro, un frío que era a la vez rencor.

—No intentes convencerme —musitó, volviendo la cara hacia la pared—. Tú no sabes nada.

Álex contestó desde el otro lado de la habitación, sin molestarse en alzar la voz.

—Me había imaginado este momento de un modo muy distinto.

—Podría haber sido muy distinto. Todo esto es culpa tuya. Puedes bajar a decirle a tu amiga Nieve que yo no he tenido nada que ver con la fuga de Argo, si quieres. A ti seguro que te creerá…

—Lo siento, no creo que eso sirva. —Álex caminó con desgana hacia la cama y se sentó en el borde—. Nieve no dejará que te quedes aquí mientras todos lo buscamos. Cree que tú tienes alguna pista acerca de adónde ha podido ir. ¿La tienes?

Jana se giró y le sostuvo la mirada, desafiante.

—Si la tuviera, no se lo diría a ella.

Álex suspiró y se puso de pie.

—Cambiarás de opinión cuando la veas —afirmó—. Nieve puede ser muy persuasiva… Incluso sin su antigua magia, es increíble lo que puede llegar a conseguir.

En el vestíbulo del palacio se había instalado una espesa penumbra, como si un mar de sombras hubiese engullido la luz cálida de la mañana. Nieve y Corvino esperaban de pie sobre el suelo embaldosado, ambos vestidos con pantalones y camisetas negras. En cuanto Jana apareció con Álex en el rellano de las escaleras, un relámpago de advertencia atravesó las pupilas de la antigua guardiana. Nieve estaba pálida de furia… Jana nunca la había visto así.

—No he tenido nada que ver —dijo, antes de llegar al último escalón. Inconscientemente su mano apretó la de Álex, buscando seguridad—. He estado toda la noche en mi cuarto… Tenéis que creerme.

—Sabemos que no has salido —dijo Corvino girando hacia los recién llegados su rostro moreno y contrariado—. Pero eso no significa que no hayas podido ayudarle.

—Me pidió que lo hiciera —admitió Jana sin acobardarse—. Y es posible que lo hubiese hecho… Pero no he tenido tiempo.

Nieve avanzó hacia ella con un fuego extraño en la mirada.

—¿Así es como nos pagas nuestra hospitalidad? —le reprochó—. Heru nos lo advirtió, nos dijo que nos traicionarías… ¡Pensar que no le hicimos caso! Si no se hubiese ido, ahora podría sernos de gran ayuda…

—No sirve de nada lamentarse, Nieve —murmuró Corvino—. Ahora ya no tiene remedio. Jana, tienes que decirnos lo que sabes —añadió con severidad, clavando sus ojos en los de la muchacha—. No lo debes.

—Yo no os debo nada —replicó Jana, irritada—. Vine aquí para haceros un favor, ¿os acordáis? Si no me hubiese entrevistado con Argo, los Varulf no os lo habrían vendido…

—Vamos, Nieve. Jana solo quiere ayudar —intervino Álex en tono conciliador—. No estáis siendo justos con ella, ni siquiera le habéis dado la oportunidad de explicarse.

—Que se explique ahora —la desafió Nieve—. Estamos esperando.

—No creo que sea buena idea. —Álex hablaba con creciente seguridad, como si viese muy clara la situación—. Cada minuto que pasa juega en nuestra contra. Debemos unir las fuerzas para localizar a Argo… antes de que sea demasiado tarde.

Nieve lo miró incrédula.

—¿Pretendes que ella también participe en la búsqueda? De eso ni hablar. Se quedará aquí.

—Vamos Nieve —dijo Álex, acercándose a la antigua guardiana con una sonrisa—. No estás siendo razonable. Jana puede ser decisiva para localizar a Argo. Puede hacer cosas que no están al alcance de ninguno de nosotros. Vendrá conmigo… Respondo por ella.

Jana no daba crédito a lo que acababa de oír. ¿Quién se creía Álex para hablar de esa forma? Como si ella tuviese mucho interés en ayudar a los guardianes a encontrar a su antiguo compañero. Estaba harta de todos ellos…

—Está bien —dijo Nieve, mirándola de reojo—. Pero con una condición: que no te apartes de ella en ningún momento.

—Hecho. —Álex se le acercó y la agarró por un brazo—. Vamos, Jana…

—A la una aquí mismo, si es posible —les gritó Corvino cuando ya habían salido a la brisa húmeda de la calle—. Avisad si lo encontráis… Y tened cuidado. Algo me dice que no está solo, y que no se dejará atrapar con facilidad.