CAPÍTULO 18

—¡Nicky! ¡Gracias a Dios! —Gabe se sintió tan aliviado que, sencillamente, se inclinó, bajó al niño de la silla de montar y lo estrechó en un gran abrazo. Nicky lo abrazó a su vez—. ¿Estás bien? ¿Cómo te has escapado? ¡No puedo creerlo! —Abrazó al niño de nuevo—. Gracias a Dios.

Nicky alzó la vista hacia él con una amplia sonrisa.

—Me he fugado.

—¿Tú solo? —Gabe se rió y le alborotó el pelo—. ¿Cómo te las has arreglado? No, espera... —Entornó los ojos y miró a la oscuridad—. ¿Te sigue alguien?

—Es probable —dijo Nicky—. Depende de cuánto tarde el conde Anton en descubrir por dónde me he fugado.

Gabe volvió a reír ante el franco tono triunfal que había en la voz del niño, y también ante el deleite con que repetía la palabra «fugado».

—¡Buen chico! Vamos entonces, regresemos. Cuéntamelo por el camino. Los demás vienen detrás.

—¿Dónde está mamá?

—Viene detrás también, en el carruaje, con Harry.

Dieron la vuelta y volvieron a medio galope por donde Gabe había llegado. Troyano estaba cansado, pero se comportó con la gallardía de siempre.

Cuando se encontraron con Rafe, Ethan, Luke y Nash, todos dieron un grito de alegría. Mientras regresaban cabalgando a la posada, acribillaron a preguntas a Nicky, y éste las respondió de buena gana.

Con una amplia sonrisa en la cara, Gabe disfrutó también de su triunfo. El peso que tenía en el pecho había disminuido considerablemente ahora que el niño estaba seguro. Sólo esperaba el momento en que pudiera volver a poner a Nicky en los brazos de su madre.

Se sentía tan eufórico que no le importaba si el conde Anton enviaba a un ejército tras él; le daba igual. Nicky estaba seguro, y él iba a hacer que siguiera así.

Encontraron la posada y despertaron al patrón que, al ver el destello de las monedas de oro, se alegró muchísimo de ofrecer hospitalidad a un grupo de caballeros. Le metió prisa a su mujer para que se levantara y se encargara del suministro de comida, luego sacó a empujones de la cama a un soñoliento mozo de caballos para que cuidara de los animales y, por último, volvió a entrar corriendo a ocuparse de las bebidas.

Luke y Ethan se quedaron haciendo guardia fuera, en la carretera.

—Bueno, Nicky —dijo Gabe cuando estuvieron dentro—. Cuéntamelo otra vez desde el principio y no omitas ningún detalle. —En la historia había aspectos que no tenían sentido para él, aunque sólo la había entendido a retazos—. Los hombres que te sacaron de tu cuarto, ¿te llevaron por los tejados?

—No, me ataron como un saco de patatas y me bajaron con cuerdas al callejón de atrás. Yo veía, pero a causa de la mordaza no pude chillar ni nada.

Gabe asintió.

—Fuiste muy valiente. ¿Qué pasó después?

—Había un coche esperando, y me metieron en él. Estaba sucio y olía a cebollas. Entonces fuimos a un sitio, y llegó el conde y, y... —Al pequeño empezaron a temblarle los labios, pero se dominó y continuó—. Tenía una botella de algo desagradable y me hizo beber de ella.

Gabe soltó un taco en voz baja.

—Creí que era veneno, como el que empleó con mi perrito —prosiguió Nicky—, y forcejeé, pero no pude hacer nada. Me lo metió por la fuerza en la boca, pero yo no me lo tragué. Y luego me subió a su carruaje, así que yo dejé que me goteara por la pechera. Él no lo vio. Pero debí de tragar algo, porque después de eso no me acuerdo de nada hasta que desperté y estábamos en el campo, no sé dónde, y ya no tenía atados las manos y los pies, pero aún estaba envuelto en el edredón. Estaba adormilado y un poco mareado, así que me quedé tumbado en el asiento y no me moví, ni siquiera cuando nos detuvimos y el conde vino a echarme un vistazo.

»Pararon a cambiar los caballos y el conde entró en la posada, y entonces fue cuando me bajé del coche. Uno de los soldados me vio, pero sólo inclinó la cabeza y me dijo lo contento que estaba de que yo estuviera libre y regresara a mi tierra.

—¿Que él qué?

Nicky se encogió de hombros.

—Quería que entrara en la posada a comer algo, pero le dije que necesitaba orinar primero. Y bueno, oriné.

—¿Y él te dejó irte sin más? ¿Solo?

Gabe intercambió una mirada con Nash y Rafe.

Nicky asintió.

—Sí, y entró en la posada, así que oriné y después encontré los caballos, ya ensillados y esperando, de modo que los desaté todos. Me guardé uno para mí y solté a los demás. Después me monté en el mío... fue un poco difícil sin usted para impulsarme, señor, pero conseguí hacerlo, y arremetí contra los demás caballos para que salieran corriendo, y entonces me fui cabalgando.

Gabe frunció el ceño.

—¿El soldado sabía quién eras?

Nicky asintió.

—Sí, me llamó príncipe Nikolai. Pero no me vio robar el caballo. Creo que entonces me habría detenido.

Gabe estaba perplejo. El soldado debía haber detenido a Nicky en cuanto vio que estaba libre. No tenía sentido. Tomarse todas aquellas molestias para secuestrar al niño y luego dejarlo marchar sin más... ¡Era una locura!

Nicky dejó ver una amplia sonrisa.

—Nadie suponía que yo fuera capaz de montar a caballo. Oí al conde chillando y soltando palabrotas y gritándoles a todos.

Gabe se rió al ver la expresión de Nicky. Lejos de estar intimidado por su aventura, lo cierto es que alardeaba de su triunfo. ¿Y por qué no? Se había rescatado a sí mismo de la mejor forma posible.

Pero era una historia muy rara. Y Gabe estaba decidido a llegar al fondo de ella.

De pronto el golpeteo de unos cascos de caballo que se acercaban atrajo su atención. Oyó a Luke silbar y se puso en tensión... aunque se trataba de otro tipo de tensión.

—Prepárate, Nicky —dijo—. Tu madre ha llegado.

Al cabo de un instante un pequeño torbellino vestido con una gran capa de pieles entró volando por la puerta.

—¡Nicky! ¡Ay, Nicky! —exclamó Callie y abrazó a su hijo con desesperación. Luego lo revisó por todas partes—. ¿Estás bien, cielo mío? ¿No te han hecho daño?

—¡No, mamá, estoy completamente estupendo!

A Callie no le salían las palabras.

—¿Completamente estupendo? —Clavó la vista en él y meneó la cabeza. Después soltó una temblorosa risa y se enjugó una lágrima—. ¿Completamente estupendo? —Volvió a reír y lo abrazó—. ¿Cómo puedes estar completamente estupendo?

—Pues lo estoy, mamá. ¡He desbaratado los planes del conde Anton yo solo!

—¿Sí? Pero yo creía... —Le lanzó una mirada perpleja a Gabe, pero en seguida volvió a mirar a su hijo y lo abrazó de nuevo. Después lo llevó hasta un sofá—. Cruéntamelo todo.

Ella se apartaba de él. Aunque Gabe se lo esperaba, eso no lo hizo más fácil. Observó el alegre reencuentro entre madre e hijo. Callie era como una osa o una loba en defensa de su cachorro. Habría matado por él.

Él le había prometido proteger a su hijo y había fracasado. Así que ella le daba la espalda. Quizá si él hubiera rescatado al niño de un modo heroico... Pero Nicky lo había hecho él solo.

Y Gabe no lo lamentaba... Estaba orgulloso del chaval, tan orgulloso como si fuera su propio hijo. Nicky había mostrado valor, iniciativa y resistencia. Había manejado una situación completamente horrible con la cabeza maravillosamente fría. Y además sin ser un jinete experimentado. Enfrentarse a un largo recorrido en la oscuridad, solo y cabalgando en un caballo desconocido, era una proeza digna de celebrar.

Harry había entrado detrás de Callie. Él y Gabe vieron cómo Nicky le contaba la aventura a su madre e intercambiaron una mirada. Gabe no soportaba ver la compasión en los ojos de su hermano. Harry sabía lo que Gabe sentía por ella. Entonces tomó una decisión. Había un estrecho balcón que recorría la fachada de la posada, y Gabe salió a esperar al conde Anton allí. No volverían a pillarlo desprevenido.

El conde Anton era capaz de cualquier cosa, ahora que tenía testigos de su perfidia. Ya no le quedaba nada que perder. Y los hombres desesperados hacían cosas desesperadas.

Al cabo de unos minutos un chirriante silbido llegó desde abajo. Gabe entró e interrumpió la historia de Nicky.

—Ya vienen —dijo. No podía mirar a Callie a los ojos—. Salid al balcón, por favor. Si hay pelea, necesito que los dos estéis en lugar seguro.

A ella no pareció gustarle mucho aquella perspectiva, pero asintió y salió llevándose a Nicky. Se envolvió con él en la gran capa de pieles, justo cuando Ethan, Luke, Rafe y Nash llegaban y adoptaban una actitud defensiva.

Pocos minutos después, el conde Anton, acompañado por media docena de hombres uniformados, entraba como una flecha en la posada.

—¿Dónde está el prrínsipe? —preguntó al tiempo que escudriñaba la habitación.

—El príncipe está seguro —le dijo Gabe.

El conde dejó ver una mueca desdeñosa.

- Renunsie a él, nos pertenese. Y les superamos en número.

—Me parece que no —dijo Gabe gruñendo. Aquella noche había perdido casi todo lo que le importaba, y la causa de todo era aquel hombre.

El conde echó una ojeada a la espada que llevaba Gabe.

- Verremos si saben luchar como caballerros.

Dio una orden y los soldados desenvainaron las espadas. Gabe y los demás hicieron lo propio.

Pero en ese momento Callie entró en la habitación. Nicky iba detrás.

—¡Quietos inmediatamente! —ordenó.

En el acto, los soldados inclinaron la cabeza.

—Princesa Caroline —dijo el capitán—. ¿Estáis ilesa?

—¡Vuelve afuera! —le dijo Gabe a Callie, furioso—. Maldita sea, mujer, ¿aprenderás a cumplir órdenes por una vez en tu vida?

—¡No uses ese tono de voz con la princesa, cerdo! —le gritó a Gabriel el capitán de los soldados.

—¡Usaré el condenado tono que me dé la gana si así está a salvo! Ahora, por última vez, Callie: sal de aquí. ¡Esto va a ponerse peligroso!

—No toleraré más peleas —replicó ella con firmeza—. ¡No quiero que te hagan daño! No quiero que le hagan daño a nadie —miró al conde Anton—. Menos a él.

Sacó la pistola y le apuntó.

Sin poder ocultar su enfado Gabe le arrebató la pistola y le dijo: —Si alguien va a matar a ese demonio, seré yo. Ahora sal antes de que uno de estos imbéciles te hiera.

Ella lo miró enfadada y se alejó al tiempo que empujaba a Nicky. Pero no llegó a salir. Gabe le lanzó una mirada asesina.

—Princesa, ¿os ha hecho daño este matón? —preguntó el capitán de los soldados.

Ella lo miró frunciendo el ceño.

—Claro que no. Usted es el capitán Kordovski, ¿verdad? No puedo creer que un capitán de la Guardia Real zindariana esté metido en un asunto tan repugnante como éste.

—¿Asunto repugnante, Alteza? Hemos venido a rescataros.

El capitán le lanzó una mirada de odio a Gabe.

Gabe le devolvió la mirada de odio.

—¿Quieres dejar de hablar con ese hombre y volver afuera? —le dijo a Callie.

Ella hizo caso omiso de Gabe y miró al capitán, perpleja.

—¿Rescatarme de quién?

El capitán miró a Gabe y luego otra vez a Callie.

—Yo pensaba... ¿No es ese matón el enemigo que os secuestró? —preguntó sin demasiada convicción, y recurrió al conde como si buscara confirmación.

—Basta de tonterrías —ordenó el conde, y se abalanzó, empuñando su espada, contra Gabe.

—¡Callie, Nicky, largaos de aquí! Los demás, no se acerquen —avisó Gabe al tiempo que paraba la estocada del conde.

El conde Anton era un diestro espadachín y poseía un estilo efectista, pero Gabe había estado luchando a vida o muerte durante ocho años: no había comparación posible.

Gabe lanzó una estocada y al mismo tiempo le dio la vuelta a la hoja. Ésta dio un tajo en el hombro izquierdo del conde Anton y la sangre apareció a través de su casaca. Él gruñó y respondió lanzándole una descontrolada estocada a Gabe; con un rápido golpe de muñeca, Gabe desarmó al conde y mandó la espada dando vueltas al suelo. Harry la sujetó firmemente con una bota y la pelea se acabó.

Entre jadeos, el conde clavó la vista en Gabe con franca malevolencia.

—¡Matadlos a todos! —ordenó a los guardias.

—Envainad las espadas —ordenó el capitán Kordovski, y los guardias envainaron las espadas.

Al verlo, el conde se puso a soltar juramentos con saña.

—Ya está bien —le espetó Gabe bruscamente—. Si no fuera por la presencia de esta dama y su hijo, haría una carnicería con usted aquí mismo. Tal como están las cosas, me conformaré con verlo bailar en el extremo de una soga.

—Usted no puede tocarme —dijo gruñendo el conde.

—Nash, tú eres el diplomático, ¿qué tienes que decir? Imagino que un miembro de una familia real extranjera no goza de inmunidad procesal en caso de incendio premeditado, secuestro e intento de asesinato, ¿no?

—¿De qué habla? —preguntó el capitán Kordovski en tono belicoso—. ¿Incendio premeditado? ¿Qué incendio premeditado? Y en cuanto al secuestro... Mira quién fue a hablar, tú, que nos robaste a nuestro príncipe y a nuestra princesa. Y en cuanto al intento de asesinato, todos somos testigos de que ha sido una pelea limpia.

—¿De qué habla usted? —Callie dio un paso adelante—. A mí nadie me ha secuestrado. Menos él... —señaló al conde Anton, que estaba valorando la gravedad de su herida—. Él secuestró a mi hijo de su propia cama anoche, cuando dormía.

—Lo secuestraron sus agentes —la corrigió el capitán Kordovski—. Él se ha encargado de montar el intento de rescate para salvar al príncipe del malvado que lo tenía prisionero.

Mientras hablaba le lanzó una mirada de odio a Gabe.

De pronto Gabe lo comprendió todo. Los pretendidos agentes del conde... Apostaba a que el plan primitivo era que asesinaran a Nicky. Y que estaba pensado para la noche de la fiesta, cuando todo el mundo estuviera distraído y el conde en persona estuviera en el piso de abajo, alternando de forma inocente con el grupo de testigos de más alta alcurnia del país.

Pero entonces el capitán Kordovski y sus Guardias Reales habían entrado en escena, y el asesinato tuvo que convertirse en un intento de rescate.

—¡Deje de llamarlo malvado! —le espetó Callie, enojada—. Es mi esposo. Mi querido esposo.

Gabe parpadeó. ¿Cómo acababa de llamarlo? ¿Querido esposo?

—Y además no tenía prisionero ni escondido a nadie. Nicky estaba tranquilamente dormido, y Gabe estaba en el piso de abajo, bailando conmigo en la fiesta con la que celebrábamos nuestra boda.

El capitán Kordovski se quedó boquiabierto.

—¿Cómo? No lo comprendo.

—Ni yo tampoco —dijo Callie.

Ni tampoco Gabe. ¿De verdad lo había llamado su querido esposo? Y, de ser así, ¿lo decía en serio, o era sólo para tranquilizar a aquel tipo, el capitán?

—Yo sí —dijo una voz con la que nadie contaba. Nicky dio un paso adelante y señaló al conde—. Él les dijo que éramos prisioneros del señor Renfrew, ¿verdad? Y además les hizo creer que el señor Renfrew era responsable de que huyéramos de Zindaria.

—¿Huir? —repitió el capitán Kordovski—. A vos os secuestraron.

—No, mamá y yo huimos porque él —volvió a señalar al conde— intentaba matarme y nadie creía a mamá. —Nicky miró al capitán Kordovski—. Por eso no me ha detenido usted antes, ¿no? No me tenía prisionero, creía que estaba rescatándome.

El capitán Kordovski asintió, con una adusta expresión en la mirada.

Nicky dejó ver una amplia sonrisa.

—Y como él —señaló con el dedo al conde por tercera vez, ahora con regocijo— ignoraba que yo supiera montar, pude robar un caballo y fugarme.

Con el ceño fruncido, el conde miró al chiquillo.

- Deberrían haberte ahogado al naser, so pequeño y retorsido pelele —gruñó.

—Tan pelele que soy más listo que tú —se jactó Nicky, imperturbable.

Y entonces Callie lo vio... En aquella diminuta fracción de segundo, mientras Nicky se pavoneaba, ella vio que la expresión de la cara del conde cambiaba. Vio que su mano se movía...

—¡No!

Vio el destello de la pistola al alzarse, apuntando directamente al corazón de Nicky, y supo... supo...

—¡No!

Más tarde, al recordarlo, no estaba segura de si había gritado o no. Debió de ser sólo durante aquella sola fracción de segundo en que él apuntó con la pistola, pero le dio la impresión de que era una eternidad, una pesadilla que parecía que no iba a acabar nunca.

No podía llegar hasta él. No podía...

Pero Ethan lo vio también, y se lanzó por el aire para interponerse entre el arma del conde y su hijo. Gabe iba detrás de Ethan. Ella no veía... No veía...

—¡Nicky!

El sonido del disparo de la pistola cortó su grito, rompiéndolo y haciendo que contuviera el aliento, horrorizada. Y entonces, antes de que pudiera ver nada, antes de que pudiera siquiera reaccionar, otro disparo rompió el silencio...

Gabe estaba delante de ella... ¿Qué...? ¿Qué...?

En la mano de Gabe había una pistola, fría y gris, mortífera, que apuntaba directamente al conde.

Y en ese momento lo vio. El conde se dobló hacia adelante. Una mancha de un rojo encendido se extendía sobre su chaleco. Tenía los ojos muy abiertos, con una expresión atónita, como si lo hubieran pillado desprevenido... Su mano subió y luego bajó. Su arma cayó con estrépito al suelo...

Pero había habido dos disparos. ¡Dos!

—¡Nicky! —gritó Callie de nuevo, e intentó apartar a Gabe de un empujón.

Él la cogió como cogería a una niña pequeña, y la abrazó.

—Déjame...

—Ethan... —dijo Gabe en tono apremiante, y la puso a un lado.

Callie agarró a Nicky, lo estrechó contra su pecho y lo abrazó como si no fuera a soltarlo jamás.

—¿Te ha dado? Dios mío, Nicky, ¿te ha dado?

—Mamá, no... mamá, el señor Delaney...

Ella miró fijamente a Nicky, incapaz de creer que de verdad estuviera ileso. Pero no había nada. Ni rastro de sangre. Ni rastro de herida.

El señor Delaney...

Por fin se atrevió a mirar a los demás actores de aquel horror.

El cuerpo inerte del conde estaba hecho un ovillo sobre el arma, con la mirada sin vida clavada en el techo.

El conde Anton estaba muerto. Muerto. Por fin había acabado todo. Nicky estaba vivo y el conde Anton estaba muerto. Y Gabe estaba vivo.

Y Ethan...

—Maldita sea, no he sido lo bastante rápido —estaba diciendo Gabe mientras cargaba a su amigo hasta un sillón y le examinaba el brazo, preocupado—. Condenado héroe...

—Sólo me ha rozado en el hombro, señor —dijo Ethan con un jadeo—. Nada serio.

—Señor Delaney, ha salvado usted la vida de mi hijo —consiguió decir Callie, todavía sin acabar de creer que aquello estuviese ocurriendo—. ¿Cómo podré agradecérselo alguna vez? —Sin saber cómo, se obligó a soltar a Nicky. Apartó la mirada de la forma exánime del conde, dio un paso adelante e intentó ver los daños—. A ver... A ver, déjeme ayudarlo.

Sacó un diminuto pañuelo de encaje y empezó a enjugarle la sangre. Aquello no servía de nada. La sangre le rezumaba por entre los dedos.

—Estoy bien, señora —dijo Ethan, dirigiéndole una mirada de súplica a Gabe.

—Está bien —reiteró Gabe, al tiempo que la apartaba con delicadeza—. Da la impresión de que ni siquiera ha alcanzado al músculo. Sólo le ha rozado el hombro. Lo que necesita es un tampón. —Lanzó una mirada de aversión hacia el suelo, al conde—. Callie, mi amor, ve a buscar al patrón. Necesitamos deshacernos de estos despojos y además necesitamos paños limpios.

—Tengo que ayudar a Ethan... —dijo ella.

—Tienes que cuidar de tu hijo —replicó él—. Tienes que abrazarlo y sacarlo de aquí mientras nosotros lo limpiamos todo. Este no es sitio ni para ti ni para el niño. Yo me ocuparé de Ethan. Tú abraza a Nicky... Y Nicky, tú abraza a tu madre.

Callie abrazó a Nicky y luego lo soltó.

—Gabriel, esta sangre se ha derramado por mí y por mi hijo, así que dame tu pañuelo y déjame que haga lo que debo hacer —le dijo ella.

Al ver la decisión que había en sus ojos, Gabe le pasó el pañuelo. Callie se arrodilló y lo apretó contra la herida de Ethan.

—La sangre no me molesta en absoluto —le comunicó a Gabriel.

Éste se apartó un poco, con una leve sonrisa en la cara.

—Ya lo veo... Eso le enseñará a ser un héroe —le dijo a Ethan.

De repente el patrón, que había oído el disparo, entró como una exhalación en el cuarto.

—Ah, patrón, traiga brandy, por favor; y además, bastante ropa blanca limpia —ordenó Callie por encima del hombro.

—¿Eso ha sido un tiro? ¿En mi posada? —preguntó el hombre. Vio el cuerpo del conde en el suelo y se echó atrás—. ¿Está...? ¿Está...?

—Sí, hay un cadáver, pero no se preocupe, el capitán Kordovski lo retirará, ¿verdad, capitán?

—S...sí, desde luego, princesa.

El capitán Kordovski aún seguía en trance por el manifiesto atentado que el conde había intentado cometer contra la vida del príncipe heredero.

Al patrón parecía que iban a salírsele los ojos de las órbitas.

—¿Princesa?

—¿Sí? —contestó Callie—. Patrón, ¿y el brandy? ¿Y esa ropa blanca limpia? Dese prisa, por favor. ¡Aquí hay un hombre sangrando!

—Sí, doña Alteza Real.

El patrón hizo una profunda reverencia y se fue corriendo.

Más tarde el capitán Kordovski se explicó. El día después de que desaparecieran la princesa Caroline y el príncipe Nikolai, el conde Zabor (no, tío Otto no había muerto) bloqueó de forma oficial todas las propiedades y bienes del conde Anton a la espera de una investigación oficial sobre la desaparición del príncipe y la princesa. Acusó al conde Anton de asesinato, pero éste afirmó que la desaparición no tenía nada que ver con él, y que a la princesa y a su hijo los habían secuestrado unos enemigos de Zindaria.

—Pero a vos no os secuestraron, ¿verdad, princesa? —terminó el capitán Kordovski—. Ni este hombre ni ningún otro.

—No —le dijo ella—. El señor Renfrew no me secuestró, nadie nos secuestró. Al contrario, no ha parado de salvarnos a mí y a mi hijo, y además me he casado con él por propia voluntad.

Cada generosa palabra de Callie era como una puñalada en el corazón de Gabe. Él no había salvado a nadie. Y además la había chantajeado para que se casara con él con el pretexto de proteger a su hijo. Y luego no lo había hecho.

El capitán Kordovski prosiguió: —El conde Anton se fue de Zindaria, insistiendo en que encontraría al príncipe y a la princesa. Juró traerlos de vuelta, sanos y salvos.

—Supongo que era eso o convertirse en un indigente y un paria en su propio país —intervino Nash.

—Sí, es cierto —convino el capitán—, Pero ahora pienso que tal vez el conde Zabor no se fiaba de él, pues me envió a mí y a los Guardias Reales tras el conde Anton para garantizar la seguridad del príncipe y la princesa. —Miró a la princesa—. Sabía que yo moriría antes de permitir que os pasara algo a ninguno de los dos —dijo, sin dejar traslucir ninguna emoción.

Callie asintió.

—Lo sé, capitán. De lo contrario, yo no habría entrado en esta habitación —afirmó, dirigiéndole a Gabe una expresiva mirada.

—¿Estuvo usted en la casa de Tibby? —dijo Ethan con voz fría.

El capitán Kordovski alzó una ceja.

—¿Dónde dice usted?

—En Lulworth. Una pequeña casa de campo, blanca, cubierta de rosas.

El capitán Kordovski meneó la cabeza.

—No, dimos con el conde en Londres, hace sólo dos días. Tardamos varios días en descubrir que había zarpado hacia Inglaterra, pero lo localizamos a través de los contactos de la embajada, y de allí fuimos a la casa del embajador austríaco, el príncipe Esterhazy.

Ethan dio un gruñido.

Gabe asintió. Era como él pensaba: la llegada del capitán había salvado a Nicky. Nada más. Nadie más.

—Llevaremos el cadáver del conde de vuelta a Zindaria —informó el capitán Kordovski a Callie—. Es lo correcto. Da igual lo que haya hecho, su lugar está en Zindaria.

Callie asintió.

—Sí, tiene usted razón.

—Y en cuanto a vos, princesa, vuestro lugar también está en Zindaria, el de vos y el del príncipe Nikolai —el capitán Kordovski titubeó—. En Zindaria os quieren mucho, princesa.

—¿A mí? Querrá decir a Nicky.

Él meneó la cabeza.

—No conocen al príncipe Nikolai... Nunca ha hecho ninguna aparición pública.

Callie asintió. A Rupert le daba vergüenza la cojera de Nicky.

El capitán Kordovski prosiguió: —Estoy seguro de que llegarán a amar al príncipe Nikolai, pero vos, princesa... Vos sois muy especial para nosotros. Zindaria jamás ha tenido una princesa tan amada por el pueblo.

—¿Yo? —Callie estaba asombrada.

—El país entero llora su pérdida.

—¿La mía? —Callie no podía creerlo—. Pero si era a Rupert a quien amaban. Yo lo veía cuando salía en público con él. La gente siempre daba vítores y saludaba con la mano, y algunos tiraban flores.

El capitán Kordovski meneó la cabeza.

—Era por vos, princesa, sólo por vos. Al príncipe Rupert se lo respetaba enormemente, pero no se lo amaba, no como a vos. Y por eso os necesitamos, así como al príncipe Nikolai, allá en Zindaria.

Todos los Guardias Reales inclinaron la cabeza, dieron un taconazo y le dirigieron a Callie expresivas miradas para mostrar su acuerdo.

Callie los miró sonriendo, con los ojos empañados. No tenía ni idea. Aún no acababa de creerlo, pero una cosa estaba clara: no tenía elección. Debía regresar.

—Gracias. Volveremos pronto, lo prometo.

No miró a Gabe.

Gabe sentía en el pecho un dolor insoportable. Ella iba a dejarlo.

Volvieron a Londres mucho más despacio de lo que se habían marchado. En parte se debía a la calidad inferior de los caballos que habían alquilado, pero también a que todos estaban cansados. Estaba amaneciendo.

Para gran desilusión de Callie, fue Harry quien los llevó de vuelta a ella y a Nicky en el carruaje. Ella creía, esperaba, que lo hiciera Gabriel, pero éste se había encerrado en sí mismo y se había mantenido alejado de ella mientras se ocupaba de organizar caballos y hombres y de pagar al posadero. Y además, de ordenarle a su hermano que los llevara de vuelta a casa.

—¿De verdad volverás a Zindaria? —le preguntó Harry al cabo de un rato. Nicky estaba dormido con la cabeza apoyada en el regazo de Callie, ambos envueltos en la capa de pieles.

—Tengo que hacerlo —dijo ella—. Nicky es el príncipe heredero. Su futuro está allí.

—¿Y qué pasa con Gabe?

Ella suspiró.

—No lo sé. Ya no sé qué es lo que quiere.

—¿Qué quieres decir?

—Apenas me ha mirado. Todo el tiempo que hemos estado viviendo esa horrible posadilla, ni siquiera me ha tocado; ni siquiera se me ha acercado.

Harry frunció el ceño.

—Pero tú sabes por qué. Ya te lo dije antes.

Ella se quedó perpleja.

—¡No, no sé por qué!

—Te ha fallado. Y supone que estás decepcionada con él.

—¿Pero por qué? Nicky está a salvo. Todo está bien ya.

—Sí, pero es que Gabe se siente responsable de lo ocurrido y luego no fue capaz de rescatarlo.

Callie clavó la mirada en él con expresión incrédula.

—¡No es posible que hables en serio! Eso es ridículo. Como si yo fuera a reprochárselo. A mí me da igual el modo en que se rescatara a Nicky. Sólo me importa que esté a salvo. —Mientras hablaba pasó suavemente la mano por el dormido cuerpo de su hijo—. Nada de lo que hubiera pasado habría hecho cambiar lo que siento por Gabriel. Como te dije, el amor no es una serie de pruebas.

—De veras lo amas, ¿verdad?

—Sí, por supuesto. Pero ¿por qué insistes en preguntármelo? ¿Es tan difícil de creer? Gabriel es un hombre muy digno de ser amado —suspiró—. Es un hombre maravilloso.

Y ella no sabía cómo iba a ser capaz de vivir sin él.

Harry la miró con expresión escrutadora.

—Antes yo pensaba que estabas utilizando a mi hermano para tus propios fines.

—Y eso hacía. Eso hago —dijo ella con aire culpable. El amor era un fin, ¿no?

La cara de Harry se dulcificó.

—Sí, pero es que lo amas. Eso cambia mucho las cosas. No quiero que le hagan daño. Las mujeres pueden hacerle cosas terribles a un hombre.

—Los hombres pueden hacérselas a las mujeres también —replicó ella.

—Quizá, pero Gabe no es de los que se abren a una mujer... El siempre ha tenido cuidado. Se ha mantenido protegido, desde que era un niño y la arpía de su madre lo dejó tirado.

—¿Su madre lo dejó tirado?

El asintió.

—Lo utilizó como peón en las partidas que jugaba con nuestro padre. Lo tenía encerrado en el piso de arriba de esa casa en la que os habéis quedado, escondido, como si no existiera. Siete años estuvo allá arriba, y ni una sola vez vio a su padre ni a los otros hermanos, ni la casa solariega; ni en Navidades ni en Pascua ni nada. Y él era legítimo. —Se calló un momento para franquear un estrecho paso entre un carro parado y una pila de cajas—. La anciana señora, la tía abuela Gert, se lo llevó, y a su madre no le importó lo más mínimo. Ni siquiera lo visitó. Él no volvió a verla más.

Callie estaba horrorizada. Aquello era peor que quedarse huérfano.

—Él me ha hablado de la tía abuela Gert. Da la impresión de que era una dama maravillosa.

Harry dio un resoplido.

—No estaba mal, pero no era exactamente una madre, tampoco. Nos trataba a los dos igual que a los perros que criaba. Dura, estricta y muy exigente. Una anciana imponente, con buen corazón pero no de las que abrazan a un pequeño.

—¿Y entonces quién abrazaba a Gabriel? —preguntó Callie, con el corazón conmovido por la idea del pequeño cuya madre no lo quería.

—Nadie —dijo Harry.

—Debisteis de estar muy solos —dijo ella; acarició el cabello de su hijo, que seguía durmiendo.

—No estaba mal. A mí la señora Barrow me acogió como si fuera suyo, pero aunque ella le tenía cariño, nunca se atrevió a tratar de la misma manera a Gabe. La tía abuela Gert no se lo habría permitido. Daba igual que la cocinera abrazara a un bastardo huérfano como yo de vez en cuando, ¿pero mimar al hijo legítimo de la casa de Renfrew? No mientras ella viviese.

—Pues entonces tendré que compensar todos los abrazos que se ha perdido —dijo ella—. Si me deja, claro.

Vio amanecer sobre Londres. Ella y Nicky tendrían que regresar pronto a Zindaria. Ojalá no volvieran solos.

Aunque no estaba nada segura de eso.

Primero tenía que decirle a su marido que lo amaba.

Luego tenía que averiguar si él la amaba también.

Y después, averiguar si renunciaría a todo lo que tenía por ella.

Era pedir demasiado, lo sabía. Pero no tenía elección. Y además, como mínimo, iba a pasar una noche más con él. Una noche más de amor.

Los habitantes de la casa aún seguían despiertos cuantío llegaron. Nadie había podido dormir por culpa de la preocupación. Todos se metieron atropelladamente en la sala, y, una vez más, Nicky contó su secuestro y fuga, y todo el mundo lanzó exclamaciones y manifestó asombro y espanto en cantidades iguales.

Callie estaba sentada, con aire cansado, viendo a su hijo disfrutar de su momento de gloria. No había dormido nada y estaba agotada, y además, pese a su alivio y alegría por el desenlace, también estaba desalentada. Gabriel no le había dirigido ni una palabra. Ni siquiera la había mirado desde que ella le había prometido al capitán que regresaría a Zindaria.

Gabe se había situado en el otro extremo de la habitación, sin decir nada, sólo observando. Cada vez que ella lo miraba, él dirigía la vista a otro sitio, a Nicky o a Rafe o a Nash... a cualquier sitio menos a ella. Entonces se dio cuenta de que veía parte de su cara en el espejo que estaba en la otra pared; se cambió de postura hasta que pudo verle la cara entera y la expresión.

Y Callie vio que la observaba. Si ella volvía la cabeza, él apartaba la vista, pero en cuanto ella desviaba la vista, él la miraba de nuevo.

La miraba con gesto triste, ávidamente, como si estuviera pensando en algo que no podía tener, en algún buen recuerdo.

Callie suspiró. Harry tenía razón. Gabriel parecía creer que su amor dependía de que él hubiera evitado el secuestro de Nicky. Qué querido y tonto insensato... Ya lo sacaría de su error en ese punto. Justo después de decirle que lo amaba.

Quien no arriesga no gana.

—Vamos, Nicky —dijo, al tiempo que se ponía de pie—. Ya es hora de que te vayas a dormir. Ya es hora de que todos durmamos un poco.

En la cara de Nicky se pintó un gesto de decepción.

—Pero, mamá, si es de día. El sol ha salido.

—Sin discutir, cariño. Has corrido una gran aventura, pero hasta los héroes necesitan dormir algo.

—Sí, mamá —dijo, pesaroso, el protagonista del momento.

Gabe salió a la terraza con una copa de brandy. Todos los demás se habían ido a la cama. Él estaba demasiado abatido como para dormir.

Al cabo de unos instantes dio un respingo cuando los suaves brazos de su esposa le ciñeron la cintura. Callie lo abrazó con fuerza.

—Gracias —dijo.

—Yo no he hecho nada —murmuró él—. Nicky se las apañó solo, yo simplemente me topé con él en la carretera.

—Al contrario: tú le enseñaste a montar a caballo, y de ese modo le brindaste el medio de efectuar su propia fuga, lo cual es mil veces mejor que aguardar a que lo rescataran... ¿O no te has fijado en que mi hijo mide en este momento varios centímetros más de altura?

Lo abrazó de nuevo.

—Es culpa mía que lo secuestraran.

—Qué interesante que digas eso. Yo pensaba que todo era culpa mía, pero Harry me sacó de mi error. Y además estoy muy segura de que Tibby y Ethan han estado culpándose a sí mismos, y lady Gosforth también, sin duda... así que entre todos podemos hacer un concurso para ver quién tiene más la culpa. O, sencillamente, podemos alegrarnos de tener a mi hijo de vuelta otra vez.

—Era responsabilidad mía.

—Era responsabilidad nuestra. Pero creíamos que estábamos defendiendo a Nicky en condiciones legales...

¿Quién iba a imaginar que el conde mandaría a sus hombres por los tejados en mitad de una fiesta?

—Yo debí imaginarlo.

—Ya entiendo... Bueno, pues si prefieres tirarte de los pelos y estar hundido a besarme, tendré que buscar a otro a quien besar.

Gabriel volvió bruscamente la cabeza.

—¿Cómo?

—Hace ya varias horas que necesito que me besen y me abracen, y si a ti no te interesa...

—¿Quieres decir...?

La boca más adorable del mundo hizo un mohín.

—¿Gabriel Renfrew, tú qué crees que quiero decir...?

Gabe no iba a tentar a la suerte. La tomó entre sus brazos y la besó, fuerte y posesivamente. Y con cierta dificultad, pues su falda era bastante estrecha, ella lo rodeó con las piernas y le devolvió el beso, agarrándose a él, pegando su cuerpo al de él y llenándole la cara de húmedos, entusiastas y apasionados besos.

—Llévame a la cama, Gabriel. Necesito que me lleves a la cama.

Gabe apenas podía creerlo. Le daban una segunda oportunidad... No iba a desperdiciarla.

La subió en brazos a la alcoba que le habían asignado cuando llegaron la primera vez. Su tía Maude había dispuesto que llevaran de vuelta sus cosas desde la casa de su hermano y que las colocaran allí. Sabía que Callie no estaría dispuesta a separarse de nuevo de su hijo.

Gabe pensaba que esa noche iba a dormir solo. Ni en sueños habría imaginado que conseguiría pasar otra noche con ella.