DEDICATORIA INTERIOR

Quién me iba a decir, Mary Ann, que nuestro cuento habría de ser el germen de mi libro, y que se cumpliría, una vez más, lo que los poetas antiguos dejaron escrito: «Sin metrópoli no hay provincia; sin fundador no hay ley; sin musa no hay canto». Quién me iba a decir que rememoraría mi primera patria, Obaba, y a los amigos que dejé allí, especialmente a Lubis, desde la distancia de este rancho de Stoneham, y que gracias a esa distancia lograría vencer otra mayor y más temible: la que separa la vida de la muerte.