MUERTE Y VIDA DE LAS PALABRAS

Así mueren

las palabras antiguas:

como copos de nieve

que tras dudar en el aire

caen al suelo

sin un lamento.

Debería decir: callando.

¿Dónde están ahora las cien

maneras de decir mariposa?

En la costa de Biarritz recogió

Nabokov uno de aquellos

nombres: miresicoletea.

Mira, está ahora bajo la arena,

como la astilla de una concha.

Y los labios que se movieron

y dijeron justamente

miresicoletea

los de aquellos niños

que fueron los padres

de nuestros padres,

aquellos labios duermen.

Dices: un día de lluvia

mientras caminaba

por una calzada de Grecia,

vi que los guías de un templo

llevaban chubasqueros amarillos

con un gran dibujo de Mickey Mouse.

También los viejos dioses duermen.

Las nuevas palabras, añades

están hechas con materiales vulgares.

Y hablas del plástico, del poliuretano,

del caucho sintético, y afirmas

que acabarán todas muy pronto

en el contenedor de las basuras.

Pareces un poco triste.

Pero mira a las niñas

que chillan y juegan

frente a la puerta de la casa,

escucha atentamente lo que dicen:

El caballo se fue a Garatare.

¿Qué es Garatare? les pregunto.

Una palabra nueva, responden.

Ya ves, las palabras no siempre surgen

en solitarias áreas industriales;

no son necesariamente producto

de las oficinas de propaganda.

Surgen a veces entre risas,

y parecen vilanos en el aire.

Mira cómo marchan hacia el cielo,

cómo está nevando hacia arriba.