29
Se levantaron muy temprano para recoger sus cosas y desayunar pronto, el avión de regreso cuyos billetes previamente había reservado Nicolás, saldría en menos de una hora y media con destino a la capital y de allí cogerían otro con rumbo a Madrid.
Carolina, según iban pasando las horas en el reloj adoraba más a su ciudad, no es que estuviera viajando a disgusto, tan solo que no se puede evitar sentir añoranza de su hogar cuando uno está tan lejos de él. Cuando todo acabara tenía decidido que iría a tomarse un capuchino tranquilamente con Nicolás al café Colón. Al café donde tantas charlas había mantenido con su padre, al café donde ya no volvería jamás con él.
Recordaba con añoranza la última vez que ambos visitaron el café, fue el jueves anterior a la muerte de su padre, su padre había cogido un resfriado atípico para el mes de Agosto y, como siempre, se negaba rotundamente a ir al médico para vérselo.
—Carolina hija, hacen falta más de mil resfriados juntos para que yo vaya a un matasanos de ésos, vas con un simple catarro y te acaban sacando cualquier cosa, seguro que pronto me encuentro mucho mejor.
—Papá, deja de ser un cabezota, aunque todavía estás hecho un chaval ya vas teniendo una cierta edad y para ti no es lo mismo un resfriado ahora que hace veinte años, ahora tienes que tener más cuidado, debes mirártelo, anda, hazlo por mí.
Carolina le puso los mismos ojos que le ponía cuando era pequeña y deseaba conseguir algo frente a la negativa del director.
Salvador sabía que cuando su hija decía esa frase y colocaba esos ojos en posición de niña buena que no había roto un solo plato en toda su vida, no le quedaba más remedio que ceder y hacer lo que ella quería.
—Bueno, iré, pero que sepas que si no salgo de su consulta, pesará en tu conciencia —dijo su padre mientras removía por enésima vez su café.
—¡No digas eso papá!, no lo digas ni en broma, no me hace gracia.
—No, no, no bromeo, conozco muchos casos en los que han ido a verse el dolor de una muela y han acabado alimentando a los gusanos.
Desde luego no sé cómo puedo aguantarte —dijo Carolina sonriendo a su progenitor.
—Hija, me aguantas porque me quieres igual que yo a ti.
Cuando Carolina salió de sus pensamientos no pudo evitar mostrar una amplia sonrisa, le alegraba que su padre, aunque hubiera muerto en fatales circunstancias, se hubiese ido con un amor hacia ella tan solo comparado por el que ella sentía hacia él.
En el despacho del Cardenal Guarnacci, éste mantenía una acalorada conversación con el secretario del papa, de todos los residentes en el Vaticano, éste era el único en quien podía confiar plenamente. En sus largos años de amistad, había demostrado que era una persona que pensaba igual que él y que con tanto progresismo como había actualmente en el seno de la iglesia, éste acabaría por destruirla.
Ahora que todo iba acabando, sentía la necesidad de contárselo a alguien y qué mejor que a su amigo, a su único amigo.
Le contó con todo lujo de detalles como había transcurrido toda la operación desde que empezó, que el viejo ya estaba muerto y, que ahora su hija les estaba ahorrando todo el trabajo buscando las tres llaves que se suponen que abren el tesoro perdido. Todo estaba saliendo a pedir de boca y ambos se sentían felices mientras charlaban.
—¿Y qué harás una vez lo encuentres? —se interesó el secretario.
—Lo destruiré todo sin la menor contemplación, no me apenará en absoluto deshacerme de todo.
—Me alegra oír eso —dijo el secretario satisfecho, el cardenal era un hombre sin escrúpulos, como debía de ser sin duda alguna.
—Ambos sabemos que lo hago por el bien de la iglesia, no podríamos enfrentarnos a algo así, no estamos preparados, hemos capeado muchos temporales, pero éste es distinto.
—Lo sé, y sé que actuaras guiado por nuestro señor, pronto serás nuestro Papa, espero que cuando llegues a lo más alto te acuerdes de quien siempre ha permanecido a tu lado.
—Gracias, así lo haré viejo amigo.
Estaba en la puerta aguardando para entrar y sin querer escuchó toda la conversación. El nuevo Cardenal Flavio Coluccelli sintió que le flaqueaban las piernas, toda su fe, toda su vida, todo en lo que había creído y había luchado, todo se esfumó de golpe al oír las palabras de Guarnacci a través de la puerta.
Sabía que la iglesia había cometido atrocidades, nunca jamás las había defendido, pero estaba claro que era otra época, eran otro tipo de mentalidades, ahora en el mundo actual no había cabida para actos tan deleznables, no, no se podía justificar la muerte de personas de ninguna manera.
Y lo que había comentado del tesoro, ¿sería verdad?, ¿existe algo de tal magnitud?
Lo que estaba claro que eso del tesoro que había oído estaba haciendo tambalearse a su fe, pero la fe que sí que había destruido totalmente era por la iglesia, no podía creer que en pleno siglo XXI todavía se pudieran escuchar cosas así, tenía que actuar, tenía que actuar cuanto antes.
No sabía cómo, pero debía impedir que mataran a la chica y al policía.
Carolina y Nicolás llegaron a las 13:00 a la comisaría, nada más llegar, el comisario los citó a ambos para que le contaran cómo se iba desarrollando todo.
—¿Yo también? —preguntó Carolina a Nicolás muy extrañada.
—Sí, quiere mantener una reunión como la que tuvimos al principio, para ver qué tenemos cada uno para intentar esclarecer el asunto del asesinato.
—Bueno si es así…
Ambos se dirigieron a la misma sala en la cual hace tan solo unos días se decidió que la joven debía de inmiscuirse en la investigación policial, saltándose todas las normas del cuerpo.
Carolina volvió a sentarse en la mesa ovalada, acompañada por los mismos rostros que había en la anterior reunión. Estaban todos, la psicóloga, los tres subinspectores, el representante de la policía científica, el comisario, Nicolás y ella.
De nuevo comenzó el comisario.
—Si les he reunido aquí, como bien sabrán, es para que me vayan poniendo todos al día en cómo va la investigación sobre el asesinato de Don Salvador Blanco, veamos si somos capaces entre todos de juntar las piezas y de resolver el puzle.
—Empezaré yo si me lo permiten —dijo el representante de la policía científica.
—Hágalo.
—Me duele muchísimo admitir que estaba en lo cierto en mis primeras premisas, el asesino es todo un profesional, cada vez descartamos más la idea de que entrara invitado por Don Salvador, creemos que entró por la ventana del salón con una pericia desde luego increíble.
—Ya les dije que era imposible que mi padre le hubiese abierto la puerta, pero ¿acaba de decir que el asesino entró por la ventana del salón?, pero es imposible —dijo Carolina.
—No del todo señorita Blanco, hemos hallado la puerta del piso que está justo encima de su padre, cuya familia se encontraba de vacaciones, un poco forzada, nada apreciable a la vista, pero visible si lo busca como hemos hecho nosotros. Creemos y estamos casi seguros de que el asesino se descolgó de una ventana a otra aprovechando el amplio saliente que poseen ambas. Además, he de decirles que mediante una orden del juez y con el consentimiento de la familia que vivía encima de don Salvador, hemos analizado toda la vivienda de arriba sin encontrar nada que nos acerque al asesino.
Carolina no pudo evitar imaginarse la imagen.
—Lo que no podemos demostrar es dónde esperó a Don Salvador, ahí tan solo podemos imaginar que estuvo esperando en las sombras hasta que el director llegó del museo y aprovechó su momento para echarse encima de su víctima.
—Buen trabajo —dijo el comisario Pérez, ¿tiene algo más?
—De momento no comisario, pero seguimos trabajando en ello.
—¿Quiere hablar usted señorita Balaguer?
—No, de momento no tengo nada más que añadir a lo que dije en su día.
—De acuerdo. Ahora es su turno Inspector Valdés, díganos, ¿qué han averiguado en Dinamarca?
—Bien, empezaré, lo primero es que hemos conseguido la segunda llave, es decir, que vamos en el buen camino de averiguar el móvil del asesinato, aunque ya sabemos que el asesino quería apropiarse de algo que Don Salvador conocía pero no lo consiguió.
—¿Y cómo está usted tan seguro que no lo consiguió?
—Pues porque encontré un micrófono diminuto de alta precisión en una lamparilla en nuestra habitación, el asesino nos ha estado espiando.
Todos se sobresaltaron.
—¿Cómo que les están espiando?
—Parece ser que durante nuestras largas salidas para averiguar lo que podemos sobre todo este asunto, se colaron en nuestra habitación y nos colocaron un sofisticado sistema de escucha, desde luego esto confirma que la persona que asesinó a su padre es todo un profesional, no todo el mundo dispone de estos medios de espionaje.
El comisario se levantó de su silla.
—Inspector Valdés, no me queda más remedio que abortar la búsqueda de lo que sea que andan detrás. Intuíamos un peligro sobre la señorita Blanco, pero ahora se nos confirma plenamente y no estoy dispuesto a que le ocurra nada.
—Comisario —dijo Nicolás en un tono apaciguador—, desde mi humilde opinión, por ahora no corremos ningún peligro.
—Explíquese.
—Mire, yo pienso que al asesino no le valdríamos de nada si estuviésemos muertos, estoy totalmente de acuerdo que es un gran riesgo seguir con esto hacia delante, pero si el asesino hubiera querido matarnos, ya lo hubiese hecho. Hasta que no encontremos lo que realmente buscamos, nuestras vidas no corren un auténtico peligro.
—¿Y si no fuera así?
—Estoy totalmente seguro de que es así y todos los aquí presentes, si lo piensan detenidamente durante unos instantes, comprenderán que tengo razón en lo que digo, el asesino nos necesita vivos.
—Pensado de esa manera creo que el inspector tiene razón —dijo uno de los subinspectores.
—Yo también lo creo —dijo otro.
—De acuerdo —dijo el comisario satisfecho—, de todas maneras inspector Valdés, usted es una persona que me ha demostrado siempre que piensa con la cabeza, espero que esta vez no me falle, recuerde que la vida de la señorita Blanco y la suya propia están en juego.
—Soy consciente de ello, y no pienso decepcionarle —dijo totalmente convencido Nicolás.
—De todas maneras si necesitan algún tipo de protección adicional no dude en comunicármelo, se le enviará al número de agentes que necesite para asegurar su protección.
—Gracias, pero por el momento, vamos a intentar resolver el enigma nosotros solos, sin protección, si acaso la necesitaremos en cuento tengamos las tres llaves en nuestro poder y nos dispongamos a buscar el emplazamiento final. Creo que ese será el momento en el que el asesino decida actuar, al menos yo lo haría así.
—Muy bien, si nadie más tiene nada que aportar, doy esta reunión por finalizada, por favor inspector Valdés, para que no haga falta un informe sobre toda su visita a Dinamarca, quédese aquí un momento conmigo y a solas me lo cuenta todo y no le hago perder el tiempo con papeles innecesarios.
—De acuerdo —miró a Carolina—, ve hacia mi despacho y espérame allí, enseguida nos pondremos con la búsqueda del tercer emplazamiento.
—Muy bien, allí te espero —dijo Carolina mientras se dirigía hacia la puerta.
Salió.
—De acuerdo —dijo el comisario—, comience desde que salieron de la comisaría.