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Carolina ahora pensó con más fuerza que esto no era real, que no podía estar sucediendo, era la peor pesadilla de su vida, era imposible que lo que estaban viendo sus ojos hubiese ocurrido de verdad, no podía ser cierto, no podía creer que su padre estuviera frente a ella en esas circunstancias tan horribles, nadie en el mundo era tan sumamente cruel como para hacer eso a una persona tan buena como lo era su padre.

Tardó mucho en moverse de dónde estaba de pie petrificada, en su cuerpo no había ningún tipo de reacción, sus nervios estaban desconectados de su cerebro, no quería mirar pero no podía apartar la mirada de tan macabro espectáculo.

Su padre, Don Salvador Blanco, no sólo había sido brutalmente asesinado, sino que había sido humillado crucificándole en su propio salón, en su propia casa. Hasta que no pudo recuperar la lucidez en sus pensamientos, no pudo derrumbarse de rodillas en el suelo y empezar a llorar desconsoladamente maldiciendo todo lo que había a su alrededor. Comenzó a chillar desesperadamente dando puñetazos en el suelo, hasta tal punto que Nicolás tuvo que agarrarla para que la joven no se hiciese daño en los nudillos. ¿Por qué le habían hecho eso a su padre?, y sobre todo, ¿quién se lo había hecho? Por más que lo intentaba no encontraba una respuesta coherente. Hacía tan sólo cinco años un conductor borracho al que nunca pudieron atrapar acabó con la vida de su madre y su hermana mayor y ahora un loco le había arrebatado a su padre, la única persona que le quedaba dentro de su vida, Carolina no hacía más que preguntarse qué le había hecho ella a la vida para que la tratase de esa manera tan cruel.

Aún en el suelo y llorando desconsolada, observó como una mano femenina se tendía frente a ella con un pañuelo.

—Señorita Blanco, siento mucho esta escena que está usted presenciando. Ante todo quiero expresarle mi admiración por su entereza, las personas comunes no podrían soportar lo que usted está viendo. Mi nombre es Marta Balaguer, psicóloga del cuerpo experta en este tipo de atrocidades.

Carolina, sin dejar de llorar cogió el pañuelo y se limpió un poco la cara, seguidamente se aferró a la mano de la psicóloga y se puso en pie nuevamente.

—Señorita, aunque le suene a lo de siempre, comprendo la dureza de la imagen que tiene frente a usted, y por eso estoy yo aquí. Seré su apoyo psicológico siempre que usted lo necesite, y al mismo tiempo, ayudaré en la investigación elaborando un perfil psicológico del psicópata que ha hecho esto a su padre.

Carolina seguía sin poder articular ni una sola palabra, las lágrimas le seguían cayendo por el rostro sin control alguno.

—Ahora mismo me encuentro con usted señorita Blanco, pero le doy mi número de móvil personal para que sepa que estoy a su servicio en el momento del día que me necesite —cogió un post-it y un bolígrafo de su bolso y apuntó su número de teléfono—, tome, de verdad no dude en llamarme para lo que necesite, comprendo su angustia y su pesar, créame.

—Muchas Gracias —logró por fin decir Carolina sin poder apartar ni un solo instante la mirada del cuerpo de su difunto padre crucificado.

Aunque había conseguido hablar, Carolina seguía llorando a mares y consternada por lo ocurrido, pero de repente e increíblemente, su mente volvió a funcionar casi con claridad y escaneó con decisión la imagen de su padre asesinado. Lo habían crucificado sin el madero, es decir, estaba en la misma posición en la que murió Jesús, pero en vez de en una cruz, estaba clavado en la madera de su propia estantería.

Viendo el mueble jamás se le hubiera ocurrido ni por asomo que se pudiera hacer tal brutalidad ahí, pero quedaba demostrado de sobra que sí que se podía.

Sus manos estaban clavadas con unos hierros muy gordos, a su parecer antiquísimos. De las manos todavía goteaba algo de sangre que se entremezclaba con la sangre seca que tenía en las dos palmas. Sus pies también estaban clavados en la estantería, sólo que se encontraban uno encima de otro. Su cuerpo estaba desnudo y ensangrentado, al menos el asesino había tenido la decencia de tapar los genitales de su padre con una pequeña toga blanca.

Tenía miedo a acercarse ni siquiera un centímetro más, pues la imagen le infundía un pánico que jamás había conocido, pero dio unos pasos más hacia delante para observar qué era el objeto que llevaba en su cabeza. ¡Una corona de espinas!, la imagen pasó de ser macabra a no tener nombre que pudiera definirla, pues el asesino había recreado la crucifixión de Jesucristo con toda exactitud, de no ser por su cabello blanco y corto y, que su padre iba perfectamente afeitado, podría haber sido perfectamente la imagen que se podía ver en las iglesias de Jesús crucificado.

Nicolás, que se encontraba en esos momentos hablando como un poseso por teléfono, colgó y se dirigió al forense que había con ellos en la sala.

—El juez acaba de darme la orden de que procedamos al levantamiento del cadáver y procedamos a investigar este salón en busca de alguna prueba incriminatoria.

—Muy bien señor, necesitaré la ayuda de un par de agentes pues la posición en la que está es algo complicado —le contestó el forense mientras miraba a Don Salvador.

Nicolás llamó a dos agentes de los que tenía recogiendo pruebas para que lo ayudara.

El forense, ayudado por los dos agentes de la policía, procedió a quitarle los clavos que tenía incrustados en las manos y los pies y descolgaron al difunto con sumo cuidado y algo de dificultad depositándolo sobre una sábana blanca perfectamente dispuesta en el suelo.

—Mira, a esto lo podríamos llamar la Sábana Santa —dijo por lo bajo un policía joven a otro mientras ahogaban una risa sin darse cuenta de que Nicolás los había escuchado.

Una simple mirada glacial del inspector jefe bastó para que se acabara el buen humor de estos dos jóvenes y supieran la reprimenda que les esperaba tan sólo llegar a la comisaría, se les iba a quitar las ganas de broma a los dos.

Ensimismada y con el llanto ya casi seco, Carolina contempló como con la temperatura del hígado, el forense determinó la hora de la muerte. Hacía alrededor de dos horas que habían matado a su padre, hacía tan solo dos horas, su padre todavía estaba vivo y ahora lo estaban montando en una camilla blanca inmaculada en la que seguidamente lo taparían con una manta también blanca que mantenía otro agente y lo trasladarían donde consideraran oportuno para practicarle la pertinente autopsia.

El inspector ordenó que desalojaran el pasillo de curiosos y periodistas para proceder a bajar el cuerpo sin vida del director y montarlo en el coche fúnebre que esperaba en la puerta. Una vez los policías le confirmaron que los periodistas habían bajado a la calle y por lo menos guardarían el debido respeto al cadáver del director, Nicolás dijo que ya podían bajarlo.

Una vez se llevaron el cuerpo, Carolina recuperó en cierta medida la calma, una calma que sin duda tardaría en recuperar del todo en muchísimo tiempo. Viendo esta situación, Nicolás y la psicóloga se acercaron para hablar con ella.

—Señorita Blanco, se preguntará por qué la hemos traído para que contemple esta atrocidad, aún sabiendo que seguro la marcará de por vida, pero necesitamos su ayuda.

—Sí —añadió Marta—, sabemos que es un momento muy difícil, pero ahora viene cuando entramos nosotros y nos dedicamos a investigar quién ha hecho esta locura y sobre todo, por qué.

Carolina mostró en su rostro que no comprendía nada.

Al fin habló.

—Pero… No entiendo en qué podría ayudarles yo, sí, de acuerdo, soy su hija, pero soy licenciada en historia no soy policía ni médico forense y dudo que pueda ayudarles en algo-dijo extrañada Carolina.

—Se equivoca, sí que puede servirnos de ayuda señorita Blanco —dijo convencido Nicolás—, al menos nos puede ayudar a descartar varias posibilidades, la primera que se nos plantea es el robo, pero como puede ver, aparte de lo atroz de la estantería, todo parece estar en correcto y perfecto orden, además usted conoce bien este piso ¿es así?

Carolina dio una vuelta sobre sí misma y miró lo mejor que su cerebro la dejaba toda la estancia. Todo parecía estar donde siempre, las fotos, la TV, el DVD, los cuadros, los muebles, los libros, los cajones…

—Lo siento señor Valdés, según mi memoria me deja recordar en estos momentos, a primera vista todo está en correcto orden y no parece faltar nada.

—¿Y usted sabe si su padre tenía algo de mucho valor en este piso? —siguió preguntando Nicolás— ¿algún objeto o documento relacionado con el museo… algo que tuviera tanta importancia como para matar por él?

—Dudo mucho que mi padre fuera tan inconsciente de tener aquí algo de tales características, pero aunque hubiese tenido no hay objeto en este mundo que pueda justificar lo que le han hecho en el día de hoy.

Nicolás y la psicóloga se miraron y asintieron, Carolina pudo comprender que con esa mirada los dos descartaban el robo. Ahora le tocaba preguntar a Marta.

—¿Sabe usted si su padre tenía algún tipo de problema con alguien, tenía algún tipo de deuda o algo que pudiera estar relacionado con el juego?

—¡No por dios! —Dijo molesta Carolina— a menos que me haya engañado durante toda la vida, mi padre no era de ésos, odiaba todo lo que tenía que ver con el juego y no creo que le deba dinero absolutamente a nadie, además, creo que es bastante evidente que mi padre no anda falto precisamente de él.

—Perfecto, entonces descartamos todo esto… —dijo Nicolás mirando hacia su alrededor.

—Pero entonces si solo querían que comprobase que todo estaba en orden, ¿por qué motivo me han traído aquí cuando aún se encontraba mi padre de cuerpo presente en el lugar del crimen?

—Verá señorita —fue Marta la que habló—, es algo que hemos discutido mucho, yo personalmente me he opuesto por su reacción y por no marcarla de por vida, pero el inspector Valdés ha insistido en saltarse el procedimiento e ir él mismo a buscarla al lugar en el que esperaba a su padre, además de que usted viera el cadáver tal y como nosotros lo hemos encontrado.

—¿Pero por qué? ¿No lo entiendo?

—Siento mucho haberla hecho pasar por este trago señorita, pero hay unos ciertos casos, en los que la presencia de un familiar observando el cadáver puede ser determinante para que nos ayude a esclarecer en el momento las causas del asesinato. El impacto visual produce muchas veces la reacción y la necesidad de decir lo primero que se piensa y eso, aunque le sorprenda ha ayudado a resolver muchos casos.

—¿Y de verdad piensa que yo voy a saber el porqué le han hecho esta barbaridad a mi padre?

—Es algo que no puedo saber señorita, no la conozco, pero es una posibilidad que debíamos de agotar, por favor, le pido nuevamente que me disculpe y no se sienta ofendida, solo hago mi trabajo.

—Bueno, está bien, necesitaba una explicación, no me ha parecido normal.

Los tres quedaron un momento en silencio, sin saber muy bien qué decir.

—Muchas gracias señorita, ha sido realmente muy amable, si le parece bien, nosotros nos vamos a la comisaría y arreglamos desde allí todo el papeleo correspondiente y si lo deseara la puedo acercar a su casa —dijo Nicolás en un tono amable—, me ocuparé personalmente del acoso de los periodistas y también de su seguridad, pues no sabemos si usted corre también peligro o no.

Carolina no pudo evitar sentir un escalofrío al oír esas palabras. Sabía que si le habían hecho semejante atrocidad a su padre, fuese quien fuese también se lo podría hacer a ella.

Miró una última vez la estancia para disponerse a salir por donde había venido. Observó rincón por rincón con la esperanza de encontrar algo que pudiese servir para ayudar a la investigación.

Entonces lo vio.

—Un momento —dijo extrañada—, esos dos cuadros de ahí no están colocados como lo han estado siempre, están cambiados de lugar el uno por el otro.

Nicolás y Marta miraron los cuadros y después se miraron ellos perplejos.

—¿Cómo dice? —dijo la psicóloga intrigada por las palabras de la joven.

—Que esos dos cuadros de ahí mismo están mal colocados, no es su sitio habitual.

—¿Y no puede ser que simplemente su padre los cambiara de lugar porque no le gustaba como quedaban en su sitio? —preguntó Nicolás bastante escéptico.

—No, eso es totalmente imposible, mi padre jamás cambiaría algo de la decoración, eso me lo dejaba para que lo hiciese yo, decía que tenía el mejor gusto del mundo.