I

He aquí la historia de una primavera que fue más auténtica, más deslumbrante y más violenta que las otras, que simplemente tomó en serio, al pie de la letra, su texto, ese manifiesto inspirado, escrito con un rojo de fiesta, el más claro, el del lacre y el calendario, del lápiz de color y del entusiasmo, amaranto de los telegramas felices de allá...

Cada primavera comienza así, con sus horóscopos enormes y embriagadores y que no están hechos a la medida de una sola estación; en cada primavera —digámoslo de una vez— hay todo esto: desfiles y manifestaciones interminables, revoluciones y barricadas; cada primavera es en un momento dado atravesada por un viento cálido de encarnizamiento, una tristeza, un encantamiento sin límites que busca en vano su equivalente en la realidad.

Más tarde, esas exageraciones y apogeos, esas acumulaciones y éxtasis entran en floración, se funden en la exuberancia de los follajes que se agitan en los jardines primaverales, en la noche, y el murmullo las absorbe. Así las primaveras se reniegan, sumergidas en los murmullos apagados de los parques en flor, en las crecidas y mareas; olvidan sus promesas, pierden una a una las páginas de su testamento.

Sólo esta primavera tuvo el coraje de durar, de permanecer fiel, de mantener todas sus promesas. Después de tantas fracasadas tentativas, anhelos, conjuros, quiso al fin establecerse verdaderamente, hacer explotar a través del mundo una primavera general y definitiva.

¡Viento, huracán de acontecimientos: el feliz golpe de Estado, días patéticos, espléndidos, triunfales! ¡Quisiera que el desarrollo de mi historia cogiese su ritmo animado, que adoptase el paso y el tono heroicos de esa epopeya, el ritmo de esa primaveral Marsellesa!

Insondable es el horóscopo de la primavera. Ésta aprende a leerlo de cien maneras a la vez, busca a ciegas, silabea en todos los sentidos, feliz cuando logra descifrar algo entre los engañosos pronósticos de los pájaros. Lee ese texto al derecho y al revés, perdiendo el sentido y volviendo a encontrarlo, en todas sus versiones, en miles de alternativas, de gorjeos y trinos. Su texto está por entero compuesto de elipsis, de puntos suspensivos trazados en el azul vacío, y, en los espacios entre las sílabas los pájaros deslizan sus caprichosas conjeturas y sus previsiones. Es por lo que mi historia, a imagen de ese texto, seguirá distintas vías ramificadas y será tejida con guiones, con suspiros y frases inacabadas.

II

En esas noches anteprimaverales, dilatadas y salvajes, cubiertas por un cielo inmenso, todavía austeras y sin aroma, conduciendo a través de los accidentes del firmamento hacia los desiertos estrellados, mi padre me llevaba a cenar al jardín de un pequeño restaurante, encerrado entre los muros ciegos de las últimas casas de la plaza que le daban la espalda.

Caminábamos bajo la luz húmeda de las farolas que vibraban ante los golpes de viento, a través de la gran plaza abovedada, solos, abrumados por la inmensidad de los laberintos celestes, perdidos y desorientados bajo los espacios vacíos de la atmósfera. Mi padre levantaba hacia el cielo su rostro inundado de una débil claridad y miraba con una tristeza amarga la grava de las estrellas diseminada, los torbellinos desatados. Sus densidades irregulares aún no se ordenaban en constelaciones, ninguna figura organizaba aquellas dimensiones estériles.

La tristeza de los desiertos estrellados pesaba sobre la ciudad, las farolas tejían la noche que se proyectaba en el suelo con haces luminosos, que ataban imperturbablemente, nudo tras nudo. Bajo las farolas, los transeúntes se detenían —ora dos, ora tres— en el círculo de luz que creaba en torno a ellos la ilusión efímera del comedor iluminado por su lámpara sobre la mesa, rodeados por una noche indiferente, inhóspita, que se dispersaba por arriba, y devenía un paisaje celeste inextricable, deshilachado por golpes de viento desoladores. Las conversaciones languidecían; con los ojos ocultos en la penumbra de los sombreros, sonreían, meditabundos, escuchando el murmullo lejano de las estrellas, que dilataba los espacios de esa noche.