Capítulo VII

“El cazador quiere cazar”

 

 

Después de esa pequeña confesión, la tarde se les pasó rapidísimo. Celebraron en un restaurante frente a la playa. Caminaron por las calles del pueblo como si fueran turistas, incluso Nicolás le compró una camiseta con el nombre del pueblo cuando se dio cuenta que ella miraba la prenda como si fuera de un importante diseñador.

En un principio Daniela se negó a aceptarla, pero fue tal la insistencia que terminó por recibirla y no solo eso, sino que ahora caminaba con ella puesta.

En un impulso de agradecimiento a un globo color fucsia que también le regaló, ella saltó y le dio un gran beso en la mejilla como si fuera una niña de diez años, sorprendiéndolo totalmente. A ella no le importaba el valor económico, sino el valor sentimental de las cosas.

Esas eran las actitudes directas y espontaneas que a él le encantaban y le dejaban a cada segundo más desconcertado. A veces parecía una niña inocente, y otras toda una mujer totalmente resuelta por la vida.

Era como si en cierta forma no hubiera tenido una niñez, y claro, eso lo podía entender ya que había vivido en un orfanato toda su vida, pero por alguna extraña razón que aún no era capaz de comprender deseaba que la viviera ahora junto a él. Así pasaron el resto del tiempo, paseando, mientras el sol y su atardecer los cobijaba.

En medio de risas y más risas, Daniela se percató de la hora.

—¡Dios! Es tardísimo, Nicolás.

—No seas exagerada, no es tarde, tranquila, son recién las ocho. ¿No tienes que estar allá a las nueve?

—Sí, pero no quiero regresar volando en esa cosa tuya, quiero llegar sana y salva.

—Está bien —dijo poniendo los ojos en blanco—, iremos a paso de tortuga.

Nicolás tomó su mano y así caminaron hasta donde se encontraba estacionada la motocicleta. Una vez que estuvieron en ella él comenzó a acelerar, pero se movían lentamente. Daniela sabía que lo estaba haciendo a propósito. Manejaba a menos de cuarenta kilómetros por hora y las calles del pueblo estaban atestadas de automóviles detenidos por el alto tráfico inusual en un lugar como ese, pero era típico que sucediera en fines de semana. Los nervios de Daniela ya no daban más.

—Puedes acelerar un poco, Nicolás —dijo sin siquiera tener que gritar para hablarle.

—No.

—¿No crees que estás siendo un poco infantil?

—Infantil, ¿yo? Si acelero dirás que estoy loco. ¡¿Quién entiende a las mujeres?! —suspiró en forma irónica y Daniela lo abrazó más fuerte en respuesta—. Ya, ya está bien, pero después no te quejes —advirtió haciendo rugir el motor—. Afírmate bien.

—¿Qué? —preguntó sin entender bien. Pero no hicieron falta explicaciones, porque al primer tirón que dio la motocicleta Daniela, con manos temblorosas, se aferró con todas sus fuerzas a Nicolás, que sonreía como un niño sin que ella lo notara.

—No hables y aprieta bien los dientes —ordenó al mismo tiempo que maniobraba con habilidad por entremedio de los automóviles hasta que de pronto se subió a la acera, cruzando peligrosamente por entremedio de los autos.

—¡Estás loco! —gritó desobedeciéndolo.

—No hables —volvió a decirle—. ¡Y… será mejor que cierres los ojos!

Eso si la inquietó. Por supuesto que no lo hizo, y cuando vio hacia dónde se dirigían estos casi se le salen de sus orbitas, ¡ante ellos solo estaba la ladera rocosa del cerro! Ella ya se veía aplastada por la motocicleta. Le estaban bajando unos instintos asesinos que no había sentido nunca, bueno, sí con Andrés, pero estos eran diferentes, eran peores; quería matarlo con sus propias manos, pero eso debería esperar, ahora no tenía más opciones que cerrar la boca y apretar los dientes. Cuando comenzaron a pasar por sobre las rocas el trasero le dolía más que los dientes, con suerte se podría sentar.

—¡Esto no te lo voy a perdonar nunca! —gritó y cerró los ojos, abrazándolo fuertemente.

Al terminar de avanzar por el sendero rocoso, que se le hizo interminable, pudo respirar tranquila aunque su cuerpo temblaba completamente y por su cabeza no pasaba ni un solo pensamiento coherente.

Ahora la calle por la que transitaban estaba bastante expedita, y como no, si además de todo iban contra el tránsito, pero gracias a eso rápidamente llegaron a la carretera.

En exactamente una hora llegaron a la casa de Daniela, quien casi antes de apagar el motor ya se estaba bajando de la motocicleta.

Caminó hacia la puerta de su casa sin siquiera mirarlo. Se quitó el casco y prácticamente se lo lanzó a los pies.

—¡Daniela! —la llamó en tanto estacionaba la moto, pero esta no le respondía—. ¡Daniela!

Con las manos temblorosas y con la rabia que sentía no podía poner la llave en la cerradura, así que como posesa comenzó a tocar la puerta. Rápidamente Almudena le abrió, ellas ya la estaban esperando.

—Pero, nena, ¿qué te sucede? —preguntó la española, asustada al verla en ese estado.

—Nada, cierra la puerta —demandó entrando.

—Daniela, por favor, espera —pidió Nicolás tratando de alcanzarla. En ese momento ella estalló, y como un vendaval se giró para encararlo.

—¡No sé qué mierda tienes en la cabeza! Y peor aún, ¡qué tengo yo! —gritó histérica acercándose a él—. ¡Nos podríamos haber matado!

—No… —respondió y no pudo evitar reír ante la situación, la verdad es que para él ver a Daniela así lo enternecía. En otro momento, si alguien o alguna mujer le hubiera gritado e insultado de esa forma jamás habría reaccionado así, pero con ella todo era diferente.

—¡Deja de reírte de mí! —bufó molesta tratando de calmarse, pero lo que sentía era superior a ella.

—No, no me estoy riendo de ti, es…

—¡Nada!, vete —le indicó entrando, y mirando a Almudena continuó—. Cierra la puerta, y si se te ocurre dejarlo entrar te olvidas de todas tus piedras, porque mañana mismo las desaparezco. —Sin esperar respuesta subió hacia su habitación.

Nicolás, que aún no sabía cómo reaccionar, se acercó hasta Almudena para tratar de dialogar con ella.

—Olvídalo, guapo, de aquí no pasas, mira que la princesa está en sus cinco minutos.

—Pero, Almudena…

—Ni Almudena ni leches, no sé qué le hiciste pero debió ser grave.

—Nada, no le hice nada —respondió pasándose las manos por el pelo.

En ese momento y ante tanto alboroto apareció Luz, que estaba terminando de regar las plantas del jardín cuando comenzó a escuchar gritos.

—¿Qué sucede?

—Aquí, el guaperas, no entiende que la Dani no quiere verlo.

—¿Pero vos qué le hiciste ahora?

—Nada, nada, por Dios, ¿cómo quieren que se los explique?

—¡Cómo que nada! —chilló Daniela lanzándole la camiseta—. Casi nos matamos por tu imprudencia. ¡¿Quién se mete al cerro en esa cosa?!, conduce contra el tráfico y además corre, ¡no!, perdón, no corre, ¡vuela como alma que persigue el diablo por la carretera!

—¿Eso hiciste? —preguntó Luz con los ojos muy abiertos.

—¡Claro que sí!, habla, no me vas a dejar de mentirosa —lo instaba aún histérica.

—¡Eh…!

—Calma, Dani, que la vena del cuello te va a explotar.

—¡Quiero que se vaya! —suplicó a punto de ponerse a llorar. Luz fue la primera en reaccionar, le daba igual si ella tenía o no la razón, Daniela era su amiga y la defendería de todo y de todos, y esta no sería la excepción.

—Lo siento, Nicolás, por muy bueno que estés ya escuchaste a Daniela —comentó prácticamente echándolo de su casa.

—Sí, es verdad, mejor te vas antes de que nos obligues a echarte.

—Solo cinco minutos —pidió mirando hacia el interior de la casa como dirigiéndose a ella y a nadie más.

—¿Pero vos sos boludo o realmente tonto? ¿Creés que Daniela te va a escuchar ahora y así? No —aseguró Luz plantándose frente a él. Ya estaba a escasos centímetros de echarlo definitivamente—. No sé qué le hiciste, pero te aseguro que ahora no arreglarás nada.

—Es verdad, espera a mañana para arreglar las cosas.

—Ni mañana ni nunca, Aguirre —soltó Daniela, que aún estaba parada en la escalera—. Usted y yo no tenemos nada de qué hablar.

—Sabía que no nos sucedería nada, jamás te pondría en peligro —confesó suspirando al tiempo que retrocedía.

—Tú no eres Dios para saber lo que puede suceder.

—Está bien, piensa lo que quieras —habló derrotado, ya no podía hacer nada. Caminó de vuelta a su motocicleta y cuando escuchó cómo se cerraba la puerta sintió un vacío que jamás imaginó, aceleró más fuerte de lo normal y se marchó.

Dentro de la casa, ahora sus dos amigas intentaban averiguar qué había sucedido. Daniela bebía pequeños sorbos de agua con azúcar que Luz le había traído y entre sorbo y sorbo les relataba a su manera lo vivido.

Almudena tuvo que mirar hacia la ventana para que no la viera sonreír. Al principio, al verla tan histérica pensó que era algo realmente grave, pero lo que escuchaba no era más que una locura, arriesgada pero locura al fin. Luz pensaba lo mismo, incluso al ver la cara de Almudena se mordió la mejilla por dentro para no reír.

—Bueno che, ahora date una ducha para que te tranquilices, nosotras te esperamos abajo, ¿bueno?

Ella solo asintió positivamente.

Luz abrazó a Almudena, bajaron las escaleras, y una vez que se sintieron seguras y lejos de ser escuchadas comenzaron a reír.

—¿Pero qué bicho le picó a Daniela? ¿Desde cuándo reacciona así?

—No lo sé, Luz, pero creo que su reacción fue desmedida, y eso solo puede ser…

—Miedo.

—Exacto. Por primera vez en su vida ella no era dueña de la situación, no tenía el control.

—¿Pero cómo? Cuando se lanzó del puente tampoco.

—Sí, Luz, sí lo tenía, ella ya se había asegurado de todo. Aquí no se esperó nada, tuvo que aferrarse a Nicolás y ese es su problema, aunque no lo quiere reconocer.

—¡Uf!, y de que es terca, es terca.

—Estoy de acuerdo contigo —respondió Almudena y volvieron a reír.

Casi cuarenta minutos después bajaba por la escalera una renovada Daniela, de la enojada e histérica no quedaba nada.

—¡Che! ¿Y en qué minuto te presté esa ropa, que no me acuerdo?

—¡Eh…!bueno no, es que no tenía nada adecuado que ponerme y… quería verme linda —respondió un tanto apenada.

—¡Linda? Pero si así no te ves linda, te ves…

—Guapa —cortó Almudena, antes de lo que seguro diría Luz—. Muy guapa —recalcó.

Daniela había elegido un conjunto que le levantara el ánimo y por sobre todo le diera seguridad, la misma que había perdido esa tarde. En conclusión, era otra, solo los pendientes calipsos que hacían contraste con su ropa eran de ella.

—Si el lunarcito lo tuvieras sobre el labio en la parte izquierda, y no tan arriba cerca del ojo, serías igualito a la diva.

—No pretendo parecerme a ella.

—No, si eso está claro, pero mirá que esa consigue hasta hombres a punto de casarse. ¡Si hasta un toy boy tuvo! —se mofó, pero su burla no fue bien recibida.

—Prefiero no responderte. Solo te diré que el que ríe último, ríe mejor.

—Chicas, chicas, por favor, la noche acaba de empezar y la idea es disfrutar —recordó Almudena mirando al cielo y elevando una súplica silenciosa, conocía perfectamente a ese par.

Las tres salieron de la casa en dirección al karaoke. Como nunca se ponían de acuerdo, fue Almudena la que decidió manejar.

El lugar era tal cual como le habían descrito a Luz, era una especie de teatro ambientado con decoración contemporánea en elegantes tonos negros, rojos y blancos, la iluminación le daba un toque elegante, en tanto el escenario por sí solo las invitaba a cantar. En ese lugar cualquiera que subiera se sentiría artista, no era necesario serlo ni cantar bien, solo las ganas de disfrutar.

Luz, que aunque no pareciera estaba bastante preparada, ya había llamado y reservado una de las mejores mesas, así que rápidamente fueron conducidas por un amable mesero, quedando casi al frente al escenario, gozando de una vista privilegiada.

Pidieron diferentes cócteles y, además, aprovecharon anotarse para cantar.

—Perfecto, según la lista voy la quinta —aplaudió Luz.

—¿Y qué vas a chillar? Perdón, cantar —rio Almudena.

—A mi amorcito.

—¿Otra vez Bublé? —rezongó Daniela.

—No, ese ya me cambió por otra compatriota, así que ya di vuelta a la página. Ahora voy a cantar como Miley Cyrus.

—¡No! —dijo con incredulidad Almudena. Eso no sería solo cantar, conociendo a su amiga haría un show completito.

—Sí y cierra esa boquita, que acá vinimos a pasarlo bien. Y vos, Dani, ¿qué vas a cantar, Desesperada de Marta Sánchez?

—No, y no estoy desesperada para tu información.

—¡Ah!, es que lo parecías cuando llegaste a casa —la aguijoneó con cariño.

—¡Eh!, ya basta —las regañó de verdad Almudena—. No es necesario que cantes si no lo deseas Dani.

—Tranquila, sí tengo ganas, a eso vinimos, ¿verdad?

—Vale, pero, por favor, no comiencen la tercera guerra mundial.

—Bueno —respondieron las dos al unísono después de retarse por unos segundos solo con la mirada, cosa que no pasó desapercibida para la española, quien solo suspiró.

Cuando les llegaron los aperitivos brindaron por la amistad y por todo lo vivido hasta el momento. Almudena, Daniela y Luz estaban sentadas en un gran sillón blanco riéndose y cantando con los participantes que se atrevían a subir. Cuando el chico que estaba cantando terminó, el presentador subió al escenario y anunció con bombos y platillos a Luz.

Las luces violetas se dirigieron hacia donde ella estaba al momento que se ponía de pie, en tanto una luz blanca le recorría el cuerpo y vítores se escuchaban por la chica. Mientras se dirigía al escenario se sintió nerviosa, este a cada paso que daba se veía más imponente, era como cantar de verdad, pero como en todo en su vida, no se amilanaría. Llegó hasta donde estaba el presentador y este muy amable le dio la mano. Ahora estaban parados frente al público, iluminado completamente.

Las chicas se levantaron para aplaudir a su amiga y hacerle saber que estaban ahí para apoyarla, y en respuesta, Luz les lanzó un beso. El lugar estaba casi a reventar, no cabía ni un alfiler, incluso la barra estaba repleta.

—Señores y señoras —habló el presentador—, con ustedes, traída directamente desde el país vecino, los dejo con Miley Cyrus y su canción “Wrecking Ball”.

Los aplausos no tardaron en estallar. Luz caminó con toda seguridad al medio del escenario y con un gesto sexy se soltó el cabello. Almudena se llevó las manos a la boca con incredulidad por lo que veía que su amiga estaba haciendo.

Las luces se apagaron, dejándola únicamente iluminada a ella. Cuando la máquina de humo comenzó a funcionar, el primer acorde retumbó y Luz, sin mover un ápice de su cuerpo, con más prestancia que nunca comenzó a cantar.

 

We clawed, we chained our hearts in vain

We jumped, never asking why

We kissed, I fell under your spell

A love no one could deny…

Cuando la canción llegó al coro, empezó a mover las caderas y ya no era Luz Batagglia la que estaba en el lugar, era Miley en persona. Todos se volcaron a cantar con ella mientras recorría el escenario como si fuera de ella. Sus amigas no podían creer lo que veían, ahora la argentina se tiraba al suelo y cantaba desde ahí. Cuando volvió a levantarse para concluir el tema, todo el mundo estaba de pie y la aplaudía a rabiar, sus amigas las primeras.

Con una reverencia histriónica terminó, incluso el presentador la aplaudía. Daba lo mismo si era entonada, la performance que había hecho superaba cualquier cosa.

—¡Bravo! ¡Bravo! —chillaban sus amigas, quienes fueron a recibirla cuando bajaba del escenario.

—Sin palabras, te luciste —la felicitó Daniela besándola y abrazándola.

—Ahora te quiero ver a vos, che —recordó recibiendo un vaso con agua que le entregaba Almudena.

—Sí, claro, pero ni en sueños hago una cosa así.

Las chicas volvieron riendo hasta el sillón. Se les acercó un camarero, entregándole una copa de champán a Luz.

—¡Eh!, yo no la he pedido —respondió confundida.

—No, señorita, el joven de la barra se la envía.

Las tres se giraron para mirar en la dirección que el mesero indicaba. La primera en reír fue Daniela, en tanto Luz no podía cerrar la boca.

—Daniela Fernández —regañó Luz mirando intercaladamente a su amiga y al joven de la barra. Esta en respuesta solo se encogió de hombros, tomó su copa y gritó:

—¡Salud!

Aplaudiendo se acercaba el joven, mirándola directo a los ojos, poniéndola realmente nerviosa, ella no esperaba verlo de nuevo.

—Pa… Pablo… —susurró casi sin aliento, ahora sí se sentía avergonzada por lo que había hecho.

El aludido no la dejó terminar, la estrechó entre sus brazos y sin importarle sus amigas ahí presentes, la besó. La besó como deseaba tiempo hacerlo desde que la vio cantando.

Las chicas dejaron de mirarlos para darles intimidad, aunque eso a ellos claramente no les importaba.

—Sabes que Luz te la va a cobrar, ¿verdad cariño?

—Sí, ¡claro que lo sé!, pero por hoy yo he reído la última —comentó riendo.

Luego de varios besos sucesivos, la pareja se incorporó a la mesa y conversaban animadamente.

Che, ¿y vos no vas a cantar? —preguntó a Daniela.

—Sí, me toca luego —respondió riendo.

—¿Y qué cantarás?

—Mmm, sorpresa.

—No vale, yo les dije.

—Sí, pero esta vez lo verás en el escenario.

—Lo veremos, querrás decir —aclaró Luz haciendo referencia a ellos tres, pero fue Almudena quien la sacó de su error.

—No, esta vez ustedes dos nos verán. No daremos el mismo espectáculo que tú, pero al menos la coreografía nos quedó perfecta —afirmó cerrándole uno de sus maravillosos ojos color violeta.

Varios minutos después, el presentador las anunciaba a ellas y ante el asombro de su amiga, ambas corrieron al escenario dejándola sin palabras, porque esas miradas cómplices solo podían significar una cosa: harían una doña coreografía y no se equivocó.

En completa oscuridad, y luego de ser presentadas como el “Dúo rebelde”, las voces de ellas interpretando “Single Ladies” se escuchaban a todo pulmón por los parlantes. Pero eso no era todo, bailaban moviendo las caderas perfectamente sincronizadas. Luz las fulminaba con la mirada, ese era un baile que siempre practicaban las tres, pero cuando se dio la vuelta para besar nuevamente a Pablo sonrió triunfante. Ella había ganado.

Los hombres silbaban por las chicas y aplaudían ante aquel descaro, y ellas le regalaban maravillosas sonrisas.

Por otro lado, después de mucho debatirse entre sus propios pensamientos y recriminaciones, como si fuera una marioneta de sus sentimientos, Nicolás dejó de lado su cordura y entró al karaoke que Luz le había dicho en que estarían. Cuando la trasandina se lo comunicó justo antes de cerrarle la puerta en las narices, pensó que no iría, no seguiría disculpándose con Daniela por algo que se creía inocente, pero no, ahí estaba casi a las once de la noche sin poder dejar de pensarla.

El alboroto era tal que instintivamente miró en dirección al escenario. Todo el público estaba de pie y él quería averiguar por qué. Tardó varios segundos en entender qué es lo que realmente sucedía: Daniela, su chiquitita con cara de ángel, estaba sobre el escenario moviendo las caderas, las piernas y los brazos como la más sexy de las mujeres. ¿Pero qué mierda hacia ella bailando así? A su lado estaba Almudena bailando exactamente igual, pero él tenía ojos solo para ella. Por el rabillo del ojo vio cómo Luz sonriente le hacía señas, pero su cuerpo no se movía, parecía que estaba clavado al piso.

Los pantalones de cuero negro que tenía Daniela se le adherían como si fueran una segunda piel, la pequeña camiseta que se le subía al bailar lo dejaba ver su nívea piel, causando estragos en su entrepierna como si fuera un adolescente. No podía apartar su mirada de esos sensuales movimientos, que inevitablemente lo estaban llevando a mirar más hacia el sur. Decidió levantar la cabeza antes de que todo el mundo supiera lo que le estaba sucediendo a él bajo su cintura. Pero nada, incluso le resultaba peor, ver su cara y su sonrisa acompañada de los movimientos de su tórax lo tenían atontado. Cada vez que levantaba los hombros y subía su pecho lo hacía desearla más, quería deslizar sus manos por su espalda y pegarla tanto que no pudiera respirar, para tener que ser él quien le ayudara a hacerlo.

«Mierda, me estoy comportando como un puto adolescente lleno de testosterona, si solo está bailando, ¡y con ropa!», se dijo a sí mismo. Pero por alguna maldita razón, se la estaba imaginando sobre él desnuda y bailándole.

Daniela reía, sus movimientos eran absolutamente coordinados con los de Almudena, reían con picardía levantando una pierna y ondulando la pelvis, en tanto se daban golpes en el trasero. No era difícil adivinar lo que el resto de su género estaba pensando en ese momento. Sexo… sexo, sexo era lo que eso evocaba y era lo que más le molestaba. No era el único que la quería para él. La imagen de Andrés se le cruzó un instante por la mente, haciéndolo empuñar las manos. Menos mal que el hombre no estaba ahí, él sí había sido merecedor de ese cuerpo y para remorderle la conciencia la había poseído.

Daniela caminaba hacia adelante con los talones levantados lanzando puñetazos simultáneos al suelo. Cuando llegó casi al borde, con gracia se giró, movió simultáneamente manos y brazos sobre su cabeza meneando las caderas de un lado a otro, pero no fue ahí cuando Nicolás sintió que le faltaba el aire, sino cuando separó las piernas, mientras movía las caderas junto con los brazos bajando al suelo. Inmediatamente, y casi sin tocar el suelo las juntó, arqueó la espalda y volvió a la posición original, quedando de lado apuntando al dedo de un anillo imaginario.

Nicolás tuvo que obligarse a respirar, y no le quedó más remedio que aceptar que deseaba con todas sus fuerzas estar ahí con ella, disfrutando de su alegría, porque aunque el mundo creyera que era una mujer experimentada, esos ojitos, a pesar de la distancia que los separaba, le decían lo contrario. Comenzó a caminar sin dejar de mirarla hasta donde estaba Luz, deseaba más que nada recibirla y si era necesario pedirle, no, suplicarle perdón por lo de la tarde con tal de estar con ella.

Almudena miró a Luz, que se estaba besando escandalosamente con Pablo en ese momento, haciéndole un gesto a Daniela para que también la viera, pero solo rieron, conocían a su amiga y eso era típico en ella. No le importaba el resto del mundo, pero su sonrisa se congeló cuando a un costado vio a Nicolás.

A solo un par de metros estaba él, aquellos ojos que de algún modo le producían enfado, mirándola con inclemencia, como si él fuera alguien para reprocharle algo. Mirándolo con rabia y con la adrenalina del momento decidió dejar de bailar para el público, ahora lo haría para él.

Su cara ya no era la de antes, ahora lo miraba directo a los ojos dejándolo casi sin respiración, seduciéndolo con sexys movimientos, pero cuando Nicolás esbozó algo parecido a una sonrisa, a Daniela se le clavó como un rayo directo al corazón. Por unos segundos olvidó todo: el incidente de la tarde, el lugar en donde se encontraba… y lo veía solo a él, en una declaración que pedía mucho más que solo amistad.

Cerrá la boca, que se te cae la baba —espetó Luz mirando a Nicolás, despertándolo de su ensoñación.

Cuando Nicolás dejó de mirarla, Daniela experimentó una extraña sensación de vacío, pero se dio la vuelta para terminar la canción en medio de aplausos, vítores y miles papelitos metalizados que caían desde el cielo, haciéndolas indudablemente las ganadoras de la noche.

El presentador las besó en público y las felicitó por lo bien que lo habían hecho. Almudena fue la primera en bajar para abrazar a Luz, que ya venía a su encuentro, pero no tuvo que avanzar mucho más para saber por qué Daniela caminaba detrás a paso de tortuga.

—¡Lo veo y no lo creo! —exclamó la española mirando al cielo, en tanto Luz como una nena pequeña se reía y se mordía una uña sabiéndose vencedora.

—Dani —llamó Luz— ¿quién rio último esta noche? —se mofó.

—Jamás, pero jamás esperé una cosa así de ti —bufó enojada.

—¿Pero qué pasa con ustedes? —las detuvo Almudena, sosteniéndolas a las dos de las manos sin dejarlas avanzar.

—¿Como que qué pasa? ¿No ves que ahora Nicolás está aquí, cuando yo misma les dije que no lo quería ver? —se defendió.

—¡Ah no!, de eso nada, dos minutos atrás te lo estabas morfando con la mirada, ¿y ahora te las das de ofendida? ¿Acaso Pablo es un florero? ¡No! Tú le diste la dirección, así que ahora no te vengas a hacer la santa, y menos conmigo.

—No pero…

—Pero nada, dejá las inseguridades de lado, no todos los hombres son iguales.

—Sí, Dani —intervino Almudena—, en eso Luz tiene razón. No todos los hombres son como Andrés, al menos Nicolás ha sido sincero y…

—¡Es soltero! —la interrumpió la argentina chillando.

A pesar de lo oscuro del lugar, Luz notó como los ojos de su amiga brillaban por la rabia ante su comentario.

—Dani… disculpa, no debí recordártelo —reconoció arrepentida tomándole la mano—. Pero es verdad, nadie te está diciendo que te vayas al fin del mundo con Nicolás, solo… —dudó un momento para escoger bien las palabras, ya había dicho demasiadas sandeces en muy poco tiempo—, para pasarlo bien, distraerte y ahora… cambia esa carita, que los chicos nos están esperando.

—Estoy de acuerdo y ahora daos un abrazo de oso.

—¡No! —respondieron las dos divertidas. Pero Almudena, que estaba entre las dos, se abalanzó hacia ellas y las abrazó.

Con eso dieron por terminado el problema. Además, Daniela no quería seguir hablando del tema estando tan cerca de Nicolás. Él no dejaba de observarla.

Luz no perdió el tiempo y prácticamente corrió a los brazos de Pablo, que la recibió feliz con un beso en los labios.

Al llegar, Nicolás se acercó con cautela a Daniela tendiéndole la mano, pero ella no podía ser tan cínica ni con él ni con ella misma para saludarlo así, se acercó sorprendiéndolo para darle un beso en la mejilla.

—¿Eso quiere decir que estoy perdonado?

—No, esto es un saludo.

—Daniela, no fue mi intención asustarte esta tarde.

—Nicolás, no quiero hablar de la tarde, si viniste es porque Luz te invitó.

—No.

—¿No? ¿Cómo que no?

—Vine porque quería verte. Estar aquí —respondió encogiéndose de hombros—, y aunque me moleste la sensación, no me avergüenza decírtelo.

—¿Quieres… quieres beber algo? —preguntó para desviar el tema, pero él no se lo haría tan fácil, no señor, se acercó a su oído y susurró:

—¿De verdad quieres que te pongan un anillo?

A Daniela casi se le sale el corazón en ese instante, ella estaba tratando de poner distancia y mantener el control, pero el solo hecho de escuchar esa simple pregunta mientras los labios de Nicolás rozaban su oreja le crispó el vello de la piel, y cuando este puso su mano en el hueso de su cadera creyó que se iba a quemar.

«¿Pero qué me pasa?», pensó buscando algo coherente para responderle. Cerró los ojos para ver si así obtenía algo de autocontrol, pero parece que este se había fugado junto con la razón.

—Si es así, yo puedo regalarte uno —insistió acercándola más a su cuerpo, regocijándose del pequeño temblor que sintió en ese instante.

Las manos de Nicolás la situaron como si fuera una marioneta frente a él y disfrazando una mirada de fortaleza que no tenía lo miró directo a los ojos.

—No, no necesito un anillo, es solo una canción que practicamos desde hace mucho. ¡¿Verdad, Almudena?! —chilló más alto de lo normal, evidenciando el estado en que se encontraba.

—¿Qué, mi vida? No te oí.

—Que la canción que acabamos de bailar la ensayamos siempre.

—Sí, desde hace mucho, ¿por qué?

A regañadientes Nicolás la soltó, sabía que la pequeña burbuja de intimidad se había roto. Ahora no eran ellos dos, conversaban los cinco alegremente, aunque no dejaba de mirarla sin importarle quien lo notara.

—Bueno chicas, no quisiera ser aguafiestas, pero pasan de las dos y mañana madrugamos —les recordó Almudena, terminando de beber su tercer mojito.

—¡Sí! —reaccionó Daniela, viendo una salida que hace rato buscaba para poder marcharse.

«¿Pero por qué no se me ocurrió a mí? Porque no me quiero ir», se respondió automáticamente.

—Cinco minutitos —pidió Luz haciendo un puchero digno de niña de tres años.

—Dos minutos y nada más —recalcó Daniela levantándose.

—¿Las llevo? —preguntó Nicolás sintiéndose desconcertado por la pronta partida, el tiempo se le había pasado volando.

—Yo en mi vida vuelvo a montar contigo.

Nicolás levantó las cejas divertido, claramente pensando en otra cosa y ella se sonrojó.

—Eso lo veremos.

—¡Che! —les cortó el momento Luz—. Yo me voy con Pablo.

—Luz —le regañó Almudena.

—No, tranquila, llego luego, mañana como angelito estaré en la misa.

—¿Misa?

—Nada, nada —se apresuró en decir Daniela, no quería seguir encontrándose con él, menos en la casa de Dios y con el padre Gerardo.

—Bueno, vamos.

—Ya nos traen la cuenta, Nicolás.

—Yo lo arreglo.

—Estás loco tío si crees que tú vas a pagar por nosotras, no sé con qué clase de tías sales tú, pero aquí cada uno se paga.

Ante ese comentario hecho con tanta vehemencia no le quedó más que aceptar y ver como las chicas se pagaban ellas mismas. Tuvo que controlar las ganas de pagarle a Daniela, que fue la que tardó más en encontrar su billetera, pero sabía que no lo aceptaría.

Afuera del local se despidieron y cada uno partió en la dirección que le correspondía, no sin antes recordarle a Luz por enésima vez que debía llegar temprano.