Capítulo XXIV

“La desazón del cazador y…la aparición del lobo”

 

Daniela no escuchaba ni sentía nada, ni los ruegos de Nicolás, ni las intervenciones de los médicos. Había entrado en coma y su mente estaba en algún lugar donde solo existía paz, libre de dolor.

Una vez en el hospital, toda la sección de traumatología y neurología se volcó a atenderla. Le encajaron el brazo y le cosieron las heridas. Tenía el cuerpo entero lleno de contusiones y tres costillas quebradas, pero lo realmente preocupante eran las heridas de la cabeza. Estaba en pleno proceso de electroencefalogramas, para ver si la inflamación el cerebro disminuía.

Luego, dependiendo de eso, acudirían a un cirujano plástico para reconstruir su rostro. Daniela tenía un corte en la ceja, en el labio y en el ojo.

En la sala de espera, Nicolás, angustiado, esperaba noticias cuando su móvil comenzó a sonar. Al ver la pantalla, se dio cuenta de que no había avisado a nadie. Era Almudena la que llamaba. Dudó un momento, hasta que al final respondió con voz trémula:

—¿Sí…?

—Nicolás, perdona que te llame, pero intento ubicar a Daniela, ¿me la pasas, por favor? —Largos segundos de silencio hasta que de nuevo escuchó su voz—. Nicolás, ¿estás ahí?

—Da… Daniela está conmigo. —Silencio otra vez—. Estamos en la clínica.

—¿Pero qué narices estáis haciendo en la clínica? ¡No me digas que la dejaste embarazada!

—¿Podrías avisarle a Luz y venir?, a Daniela la están… operando.

Almudena sintió que moría en ese momento, se quedó en estado de shock unos segundos, pero rápidamente reaccionó.

Casi media hora después, Nicolás estaba completamente abatido en sus propios miedos, con la espalda pegada a la pared y la mirada perdida en un punto fijo, cuando sintió que alguien lo zarandeaba con fuerza sin hablar primero.

—¡¿Dónde está Daniela, Nicolás?! —preguntó con vehemencia Luz, al verlo completamente manchado de sangre.

—Nicolás —intervino igual de nerviosa Almudena, pero ese hombre no reaccionaba y de alguna manera debían enterarse del estado de su amiga.

Como si fuera un robot o una máquina comenzó a hablar, con la vista perdida en un punto fijo.

—Daniela está herida, no sé qué le sucedió, yo… yo la encontré así en mi casa después de entregarle su sorpresa. No sé qué sucedió, solo sé…

—¿Qué sorpresa? —interrumpió Luz, al ver la lentitud de él para explicarles.

—Encontré a Germán y...

Almudena sintió que su sangre se paralizaba y que sus pulmones dejaban de respirar.

—¿Germán… Germán Fernández? —logró articular tan bajo que casi ni se escuchó.

—Sí, lo ubiqué después de mu…

No alcanzó a terminar cuando sintió cómo un golpe de puño se centraba justo en su pecho, uno, otro y otro.

—¡Hijo de la gran puta! ¡¿Qué mierda hiciste?! ¡Qué hiciste! —gritó histérica Luz, en tanto se ponía a llorar como si fuera una niña pequeña.

Almudena, como una autómata, afirmó a Luz y la tomó entre sus brazos para que no lo siguiera golpeando.

—Cálmate, mi vida, cálmate —repitió varias veces, más que para su amiga, también para ella misma.

—Almudena, explícame, por favor —suplicó Nicolás, que a cada minuto entendía menos y se estaba comenzando a desesperar.

—Germán Fernández mató a la madre de Daniela e intentó matarla a ella cuando era una nena, creyó… creyó que lo había logrado, luego se fue, dejándolas tiradas en la cocina de su casa. Daniela despertó al día siguiente, se quedó con su madre y cuando se sintió sola fue hasta la capilla….

—Daniela estaba llorando, mojada entera, manchada de sangre, fue espantoso verla, el agua que corría por su cuerpo era roja, incluso sus lágrimas —continuó Luz, quien había sido la primera en verla y regalarle su dulce en señal de amistad. Desde ese día se habían hecho inseparables, con tan solo cinco años de edad.

—¡Dios mío, qué he hecho! —aulló de dolor Nicolás, dándole un fuerte golpe a la pared. Él había llevado al monstruo a su casa para encontrarse con ella, ya no le cabía duda de quién había sido el culpable de todo. Movido por una fuerza incontrolable caminó hacia las mamparas, tenía que verla, pedirle, ¡no!, suplicarle perdón, pero fue interceptado por un enfermero, y al no poder contenerlo, llegó otro.

Entre tres hombres lograron impedir que ingresara, pero los gritos se podían escuchar en todo el lugar.

Estaba sufriendo y consumiéndose por dentro, él le había hecho daño a la mujer que amaba, y si le pasaba algo… esta vez ni él mismo se lo podría perdonar.

Dentro de la sala de operaciones un equipo médico entregaba a Daniela a una nueva unidad de doctores, ya que la sección de traumatología ya la había atendido durante casi cuatro horas. Tenía contusiones espantosas, tres costillas rotas y el brazo fracturado en dos partes, aunque lo que realmente les preocupaba era su cabeza, y después de varias pruebas y un encefalograma, se había confirmado que su cerebro sí soportaría la inflamación, por eso ahora ingresaba un cirujano plástico para recomponer su rostro.

Daniela poseía un corte bajo el mentón, que producía un gran sangrado, también otro en la ceja y uno aún más grande en la parte baja de la cabeza.

Después de curar las heridas el médico se mostró conforme con su trabajo, y al verla limpia, se quedó mirándola un poco más. Algo en ese rostro le parecía familiar.

—¿Quién es? —preguntó sin dejar de mirarla.

—Daniela Fernández, veinticuatro años, chilena, periodista… —comenzó una enfermera a relatarle rutinariamente, pero de pronto levantó la mano para que se callara, entendiendo por qué le resultaba conocida.

Salió sacudiendo la cabeza con la historia clínica de Daniela y el semblante preocupado para hablar con el jefe del otro equipo. La chica estaba estable a pesar de que había soportado dos operaciones esa tarde, una con él y la otra con traumatología.

—Eduardo —lo llamó cuando llegó al departamento de traumatología—. ¿Quién ingresó a la paciente que acabo de operar?

El médico miró el expediente y respondió:

—Su novio, Nicolás Aguirre, justo ahora salía a hablar con él, acabo de terminar una operación urgente, accidente de carretera —se justificó por la demora, pero no era eso lo que le preocupaba al doctor.

—¿Ya habló con la policía?

—Ellos la vieron, pero en el estado que ingresó era imposible que la interrogaran. Le dieron una buena paliza, solo ella sabe lo que le sucedió. ¿Qué pasa? ¿La conoces?

Se demoró unos segundos en responder. No la conocía, pero sí sabía quién era, en ese lugar todo el mundo se conocía, y si estaba Nicolás Aguirre esperando noticias él sabía a quién debía avisarle que la chica estaba ahí, por lealtad, por amistad y porque él estaba pagando muy caro un error, y ahora veía la posibilidad, aunque remota, pero posibilidad al fin, para acercarse nuevamente a la que él creía que siempre sería su mujer.

—Conozco a Nicolás Aguirre —respondió escuetamente—, ¿ya le informaste de su estado?

—No, voy en un minuto, quería hablar contigo primero.

En ese momento ambos, como médicos, cavilaron la situación y fue Eduardo quien salió a hablar con Nicolás, en tanto Fabián sacaba su móvil. Luego iría a reunirse con ellos para darle más información.

Al salir, el médico, aún vestido con su traje de cirugía verde, antes de que terminara de pronunciar su nombre, ya tenía a las chicas y a Nicolás a su lado.

—Quiero ver a Daniela —exigió Nicolás sin cortarse un pelo.

—¿Cómo está? —preguntó Almudena tomando las manos del médico, rogando para sus adentros que todo estuviera bien.

Luz no podía hablar, estaba muda y su cuerpo solo temblaba.

—El estado de la señorita Fernández es crítico —fue lo primero que dijo, haciendo que todos quedaran pálidos—. Tiene múltiples lesiones, algunas más antiguas. —Almudena y Luz supieron de inmediato a qué se refería y cerraron los ojos amargamente—. Pero esta vez el daño ha sido casi mortal, tiene dañados los riñones y el hígado a causa de las patadas, aunque la cabeza es la que nos tiene más preocupados, tiene el cerebro inflamado. Daniela está en coma.

—¡No! —chilló Luz en un grito desgarrador, desde lo más profundo de sus entrañas.

—¿Puedo verla? —afirmó más que preguntó Nicolás, que en ese momento vio como otro doctor conocido de él salió por las mamparas, dirigiéndose hasta ellos.

—Nicolás —saludó protocolarmente—, soy el cirujano de la señorita Fernández y me gustaría comentarles la situación de Daniela.

—¡No quiero que comentemos nada! Quiero verla —pidió entre sollozos Luz, ahora era Almudena la que sentía que perdía todas sus fuerzas.

—Necesito verla.

—En este momento está en la UCI y es imposible que la puedan ver.

—Escúchame —comenzó Nicolás en un tono amenazador—, me importan una mierda las reglas de este hospital, exijo ver a Daniela en este momento.

—Lo siento, en eso no te puedo ayudar.

—¡Mi familia construyó el pabellón de oncología! —gritó presumiendo de ese donativo por primera vez, pero no le importaba nada, solo quería verla, entrar.

—Sé todo lo que ha hecho tu familia, Nicolás, y estamos muy agradecidos, pero en este momento lo mejor para Daniela es lo que estamos haciendo, lo que tú si puedes hacer es decirnos qué sucedió.

—No lo sé —respondió abatido, bajando los hombros.

—¡Cómo que no lo sabes, imbécil! —chilló Luz desesperada, y mirando al médico prosiguió—. En vez de estar preguntando boludeces deberías estar avisándole a la policía que Germán Fernández acaba de darle una paliza, ¿querés saber qué sucedió? ¡Pues preguntale a él!

El médico entendió la frustración de la chica, no hizo ningún comentario, tomó nota mental del supuesto nombre del agresor y habló:

—La policía tomó fotos de Daniela para ver el estado en que se encontraba. Están esperando alguna declaración, sería bueno que alguien hablara con ellos.

—Yo iré —comentó Nicolás, pasándose las manos por el pelo.

—¿Vos? ¡Vos! Que por tu culpa está así, ¿qué sabés vos de Daniela, imbécil? —lo insultó Luz, pasando por el lado para buscar a la policía. Ella sí hablaría, tenía muchas cosas que decir.

Almudena, al ver los ojos de Nicolás, supo que él estaba sufriendo tanto como ellas y con una sonrisa dulce le habló, acariciándole el brazo.

—Nosotras iremos con la policía a relatarles quién es Germán Fernández, luego tú, por favor, cuéntales todo lo que sabes de él, esa será por ahora la única forma que tenemos de ayudar a Daniela, y si crees en Dios —dijo en tanto se le quebraba la voz—, reza, Nicolás, reza mucho para que vuelva con nosotros —aseguró y caminó hasta donde la esperaba Luz junto al médico para llevarlas hasta donde se encontraba la policía.

Desesperado, enfadado y alterado llamó a la única persona que lo podía ayudar.

—Mamá… —susurró cuando Patricia le respondió y con la voz quebrada comenzó a relatarle lo ocurrido.

En otro lugar del hospital Luz y Almudena hablaban con la policía y no se estaban guardando nada de lo que sabían con respecto a Germán. Le estaban relatando los hechos como si los hubieran vivido ellas mismas, y ahora la policía tomaba notas y comenzaba a desplegar una búsqueda por toda la región.

Cuando fue el turno de Nicolás terminó de proporcionarles lo que había recopilado y, cuando apareciera el inspector Vallejos, también cooperaría con ellos.

Al llegar la noche, Nicolás parecía un león enjaulado de tantas vueltas que se daba por la sala de espera, mientras un guardia lo vigilaba de cerca. En dos ocasiones había intentado entrar infructuosamente y ya lo habían amenazado con sacarlo del hospital y no volver a dejarlo a entrar nunca más si lo volvía a intentar.

Luz estaba abrazada a Almudena, ya no le quedan lágrimas que derramar, solo hipaba sin parar, rogándole a su fierita que, por favor, hiciera algo, que su amiga estuviera bien, en tanto Almudena elevaba plegarias a sus padres, convencida de que ellos podrían hacer algo.

El doctor Gálvez estaba terminando de comprobar el estado de Daniela, que seguía estable, conectada a varias máquinas, cuando sonó su móvil, al ver quién le llamaba se le iluminó el rostro. Salió de la habitación y respondió:

—Buenas noches…

—¿Daniela está bien? —Fue lo primero que escucho el médico—. Por lo que más quieras dime que sí, Fabián.

—Está estable —respondió con un suspiro—, y de verdad, espero que agarren al hijo de puta que le hizo esto. ¿Tú cómo estás?

—Estoy…

—Lo siento, debo dejarte, tengo una emergencia —respondió cortándole, la paciente que estaba al lado de Daniela estaba teniendo un ataque cardíaco, en ese momento varios enfermeros, médicos y paramédicos invadieron el lugar. Ella, que aún estaba del otro lado, sintió que el estómago se le estrujaba, solo había escuchado “la perdemos” pensando en que era su amiga.

De pronto, las puertas de la sala de espera se abrieron apareciendo Patricia y Alberto tomados de la mano. Ella, al ver a las chicas, le hizo un gesto a su ex para que fuera con su hijo, alguien tenía que cobijarlas y en tanto no llegaran los chicos sería ella misma la que se encargaría de Luz y Almudena.

Nicolás, al ver a su padre, se aferró a él igual que cuando tenía diez años, ya no era el gran Nicolás Aguirre, prominente empresario de la región, solo era un hombre muy asustado.

—¡Fue mi culpa papá! Otra vez fue mi culpa —confesó en un sollozo ahogado pensando en Sandra, muy en su interior él siempre se había culpado y otra vez estaba en un hospital, solo que esta vez esperando por los resultados de la mujer que amaba.

—No, hijo, Patricia me contó lo que pasó, no es tu culpa…

—Si yo no lo hubiera llamado… —suspiró lamentándose—, nada de esto estaría sucediendo. ¡Quiero verla! —se exaltó.

—Tranquilo, hijo, así no lograrás nada —lo acunó en un abrazo trasmitiéndole fuerza, comprensión y amor.

Patricia tenía las manos de las chicas tomadas y les hablaba, tratando de tranquilizarlas, igual como lo haría una madre, dándoles la fuerza para que aguantaran, sabía que todo podía cambiar en cualquier instante y todos los que estaban en esa fría sala de hospital quedarían devastados, incluso sus vidas cambiarían.

Decidida, y sin querer molestar a nadie, Macarena se acercó hasta el mostrador para pedir hablar con el doctor Fabián Pavés, pero le informaron que él estaba en una situación complicada, en un procedimiento.

No se atrevía a acercarse a las chicas, las veía contenidas y no quería molestarlas, pero no por eso se iría, Daniela, a pesar de todo, también era su amiga, incluso la había visitado en el hogar un par de veces. Ella, como editora, había abogado por su buen desempeño con Agustín Reuters.

De pronto Fabián, cabizbajo, salió llamando a la familia Torres, la paciente no se había salvado.

Al verlo aparecer, no solo Macarena lo vio, produciéndole lo que siempre hacía, sino que Nicolás también, se levantó rápidamente y esperó educadamente dentro de lo que podía permitirle su paciencia que terminara de hablar con los familiares para preguntarle por Daniela.

—¿Cómo está? ¡Dime algo!

—Está estable, sigue igual, las próximas horas son críticas, pero no ha experimentado ninguna anomalía.

—Eso es bueno, ¿verdad? —lo interrumpió Macarena.

—Sí —respondió sin poder evitar una sonrisa disimulada en el rostro—, pero no significa que esté bien. No quiero mentirles, su estado sigue siendo crítico y las próximas horas son vitales.

—¿Qué haces aquí? —gruñó Nicolás al darse cuenta de su presencia—. Daniela ya no trabaja para ti.

—Ella es mi amiga —se defendió—, y tú no me impedirás estar aquí, los problemas ocasionados por…

—¡No te atrevas a nombrarlo! —se exaltó—. Y te prohíbo que le avises, ¿me oíste?

—Tú no me das órdenes, Aguirre —respondió en la misma forma en que le hablaba, a ella ningún hombre le imponía nada.

Las chicas al verla se alegraron, también habían compartido con ella en una ocasión en el hogar.

Macarena, después de un gesto de sincero agradecimiento con los ojos a Fabián, se quedó con ellas, acompañándolas.

—Gracias por venir —dijo Almudena protocolarmente, estaba desecha por dentro, pero tenía que ser fuerte para Luz, no se podía derrumbar, menos en ese momento—. No lo tomes a mal, pero… ¿cómo te enteraste?, ¿la prensa lo sabe?

—Fabián, el médico cirujano que atendió a Daniela, es el padre de mis hijos, y por la prensa no se preocupen, les doy mi palabra de que al menos en el periódico “La Era” no se publicará nada de Daniela, yo misma me encargaré de eso.

—Gracias.

Dentro de las instalaciones, Fabián hacía lo único que le había prometido a su exmujer, vigilaba a Daniela en reiteradas ocasiones personalmente, pero ella seguía exactamente igual.

Almudena, cansada y para poder respirar un poco, ya que se sentía ahogada y agobiada, le dijo a las chicas que iría por un café, necesitaba salir de ahí.

Apoyada con la cabeza en la máquina estaba cuando sintió cómo unas manos la rodeaban por la espalda. No necesitó preguntar quién era para saber de quién se trataba, ese calor era único, esa tranquilidad que él le irradiaba era como ninguna.

Lentamente se giró para verlo, y al hacerlo se derrumbó en cosa de segundos como no lo había hecho en todas esas horas.

—Mi nena se va a morir, Fernando…

—No —la tranquilizó, obligándola a que lo mirara—. Saldrá de esta, ya lo veras, y tú estarás para cuidarla, no puedes pensar así.

—Germán casi la mata, esta vez ni Tere nos podrá ayudar.

—Shhh —le dijo besándole el pelo, jamás la había visto tan vulnerable—. Todo va a salir bien, solo debemos esperar y ver qué nos dicen los médicos. ¿Cómo está Luz?

—Habla, y eso es importante, cuando Tere… —se calló y tragó saliva para hablar de nuevo—, cuando la mexicana nos dejó, Luz se encerró en sí misma como una ostra y no habló en un par de meses. Si Daniela… si a Daniela…

—A Daniela nada, va a salir de esta porque es fuerte, e igual como está luchando ella en esa habitación, tienes que hacerlo tú, aquí afuera, tienes que ser fuerte por ella, por Luz y por ti.

Después de varios segundos en que se miraron a los ojos, expresándose muchos sentimientos, al fin Almudena habló.

—Gracias… gracias por estar aquí… conmigo.

—Siempre, Almudena, siempre estaré para ti, no hay ningún otro lugar en esta tierra en el que quiera estar.

Los ojos de la española volvieron a tener brillo y un poco de esperanza. Ahora, con él a su lado se sentía más fuerte, más capaz de contener a Luz.

A pesar de que todos estaban juntos, un silencio sepulcral los embargaba por igual. El único que no dejaba de moverse era Nicolás, no podía, sentía que poco a poco se estaba quemando por dentro. Había llamado a Vallejos y nada, aún no tenían ninguna pista de Germán Fernández, parecía como si la tierra se lo hubiese tragado, pero él confiaba en que si lo había encontrado una vez, lo volvería a hacer.

Durante el resto de la noche y gran parte de la mañana, Daniela era vigilada por enfermeras y no se había movido ni una sola vez, ni siquiera parecía respirar, pero los monitores mostraban signos vitales positivos.

Al no ver mejorías el neurólogo decidió realizarle otro electroencefalograma, que nuevamente resultó normal. Eso los tranquilizaba, pero de todas formas, Daniela seguía en coma.

Cuando el doctor salió a informarles que aún no había mejoría, los ánimos de todos volvieron a decaer. Patricia, al ver el estado de las chicas y sobre todo el de su hijo, hizo algo que jamás pensó que haría.

Se separó del grupo y subió directamente hasta la oficina del director del hospital, y en muy buenos términos, le exigió de forma amenazante que dejara, aunque fuera un solo minuto, a sus seres queridos ver a Daniela.

En un principio el director lo rechazó, pero cuando escuchó que ella retiraría la valiosa ayuda que entregaba no tuvo más remedio que aceptar. Cuando Patricia regresó le informaron que Nicolás se estaba preparando para reunirse con Daniela, que el médico lo había autorizado a él y a las chicas por un minuto para que la vieran.

Ella se hizo la sorprendida, pero Alberto, que la conocía mejor que nadie, en cuanto le vio una sonrisa casi imperceptible en sus labios supo que había sido la artífice, pero le guardaría el secreto.

Mientras Nicolás caminaba por el pasillo, que se le hacía interminable, era advertido por segunda vez que no podía tocarla ni hablarle, que solo la vería desde la puerta y que si desobedecía nadie más podría entrar. A medida que se acercaba, su corazón bombeaba exaltado, tanto que hasta sentía que un pitido lo acompañaba en los oídos. Al detenerse frente a la puerta doble, le entregaron una mascarilla, luego una enfermera deslizó la mampara y lo dejó ingresar, dejándolo a una distancia prudente para que la pudiera ver.

La habitación era como un semicírculo en donde las camas estaban separadas por cortinas blancas, que en ese momento estaban abiertas, y en medio una enfermera controlaba todo, mirando los monitores de los pacientes, en tanto otras enfermeras se encargaban de los medicamentos.

Si antes Nicolás tenía el corazón acelerado, ahora se le había paralizado completamente, incluso tuvo que afirmarse para no caer. Daniela parecía muerta, solo una especie de cilindro, que subía y bajaba, haciendo un ruido infernal, le decía que estaba viva. Sin importarle quién lo estuviera viendo sus ojos se llenaron de lágrimas, que no dejaron de caer ni se detuvieron en ningún momento.

—Dios mío… ¿qué hice? —murmuró intentando dar un paso, siendo detenido por dos enfermeras, que solo le advirtieron con la mirada.

Cuando a regañadientes salió de aquella habitación se sentía destruido y la culpa lo mataba lentamente. Al llegar donde las chicas, Almudena le dio el turno a Luz, pero ella se lo cedió, no quería perjudicar a su amiga, y sabía que si era la siguiente en entrar, lo haría.

Almudena al verla contuvo la respiración, la que estaba en esa cama no era la Daniela Fernández que ella conocía, estaba irreconocible, su cara estaba inflamada y su cuello tan negro como una berenjena madura.

La enfermera, que estaba anotando algunas cosas, al verla supo que no estaba bien, y con cuidado se acercó hasta ella y acariciándole el brazo, le susurró muy despacio al oído:

—La paciente está estable. —En respuesta ella le agradeció con la cabeza y fue la misma enfermera la que la acompañó hasta la puerta.

Ahora al fin le tocaba el turno a Luz, que al ver el estado en que habían salido, ya podía hacerse una idea de cómo estaba Daniela, pero ella no quería esperar más y a paso decidido caminó por el pasillo. Cuando llegó una enfermera le entregó la mascarilla y la guió hasta el lugar en el que la podía observar, pero ella no había ido solo a mirar. En cuanto se dio la vuelta, se acercó hasta su amiga y le susurró en el oído:

—Por el fierita, Daniela Fernández, que si te morís te voy a dar una paliza tan grande que preferirás estar viva para defenderte y jamás, óyeme bien, jamás te iré a ver al cementerio, y si estás pensando que con Teresa y tu madre estarás feliz, pues déjame decirte que estás muy equivocada, porque el que se muere se muere —siseó reprimiendo las lágrimas, viendo a la enfermera que estaba concentrada, inyectando un medicamento a otro paciente—, no te vas al cielo, te vas seis metros bajo tierra y…

—¡Señorita! —exclamó bajito la enfermera, distrayéndola—, no puede acercarse. ¡Retírese! —le ordenó enérgica y decidida.

Luz, que ya había hecho lo que tenía que hacer, a pesar del regaño, besó el hombro de su amiga y fuerte, para que ella la escuchara, espetó:

—Ya sabés, Daniela Fernández, que te quede claro.

Enojada la enfermera, fue ella misma quien la escoltó a la salida, llamando la atención de todos cuando salió.

Almudena, que la conocía, soltó un suspiro y entendió de inmediato por qué tanta amabilidad anteriormente de parte de su amiga.

—¿Qué le dijiste?

—¿Yo…?

—No te hagas la tonta —la increpó tomándola del brazo para alejarse de todos—, que te conozco, Luz Batagglia. No es momento para jugar.

—Vale… —respondió sorbiéndose las lágrimas—, solo le dije la verdad —concluyó y no dijo ni media palabra más.

Luego de eso, ambas volvieron con los demás y se sentaron a esperar. El tiempo transcurría y nada nuevo sucedía, el médico salía cada hora y les informaba del estado de Daniela, pero todo seguía igual.

En un momento que el médico salió a hablar con todos, Luz aprovechó para salir, se sentía ahogada y los nervios la estaban traicionando, se estaba comportando peor que una niña, hasta la dulce de Patricia había sido increpada por ella en una ocasión. Se dirigió al único lugar en que sabía que encontraría paz.

La capilla del hospital estaba vacía, caminó directo hasta el altar y se arrodilló para suplicar por la vida de su amiga, y muy bajito comenzó a murmurar:

—Fierita… yo sé que no soy una sierva ideal, y claro… estoy lejos de serlo, soy, soy diferente a las chicas y tú sabes el porqué. —Hizo una larga pausa antes de continuar—. Cuando… cuando mi madre se fue, dejándome en el hogar, no había noche en que no te pidiera, no te rogara que volviera, que me la trajeras de vuelta, y tú… tú nunca me la trajiste —suspiró con amargura—, y era el padre Gerardo quién me sacaba de la capilla —recordó—, me quedaba dormida rogándote —sonrió—. Luego, cuando mi Tere, nos dejó volví a pedirte que me la regresaras, no lo hiciste y… y lo entendí. ¿Sabes que te odie por eso? Nuevamente dejabas que se fuera de mi vida alguien importante, y ahora... ahora me quieres arrebatar a mi amiga, a mi hermana, a la única persona que he amado más que mi propia vida. ¿Tan mala he sido que me quieres arrebatar todo? ¿Quién fui en la otra vida, que estoy pagando los pecados en esta? ¿Cleopatra? ¿Hitler? ¿No se supone que tú eres un Dios misericordioso? ¡Todo poderoso! ¿Qué malo hizo Daniela para que ahora te la quieras llevar? ¡Nada! Ella no ha hecho nada, ¡¿dime por qué te la quieres llevar?! —exclamó al fin, perdiendo la cordura, hasta que sintió que unos brazos la tomaron por la espalda.

Pablo había llegado a la capilla casi al mismo tiempo que ella, y cuando la vio arrodillada, no quiso interrumpirla, pero cuando la vio tiritar y gritar supo que debía apoyarla y ahora la tenía entre sus brazos, otra vez.

—Bonita, escucha, Dios no tiene nada que ver en esto, no te está castigando por nada, él no actúa así.

—¡Sí! Es que tú no lo sabes —se defendió tratando de soltarse, pero Pablo la tenía bien firme entre sus brazos—. Toda la gente que amo se muere, él, él me está castigando y no sé por qué.

En ese momento él comprendió mucho de la forma de ser de Luz, ella aparentaba ser algo que estaba lejos de ser y con la voz quebrada le habló.

—Luz, no dejes que el pasado defina tu presente, porque si lo dejas, definirá tu futuro también… nuestro futuro, bonita.

—Yo no soy como tú piensas, no soy capaz de amar —reconoció impávida, hablaba casi en un susurro, mirando directo a los ojos del fierita, mientras intentaba separarse—. Aprendí la lección hace mucho tiempo. Cuando más quiero a alguien, cuando más lo necesito, cuando más lo añoro, se va… me deja y se aleja para siempre —expresó cerrando los ojos con amargura, para ahora voltearse y mirarlo a los ojos—. Aunque me digas que ellos me amaron, que estoy equivocada, las palabras son solo palabras y algunas veces engañosas. Mi madre no murió, Pablo —negó con la cabeza y una lágrima rodó por su mejilla—, simplemente se marchó, diciéndome que me amaba con toda su alma. Sus palabras me dijeron una cosa, sus… acciones otras.

Un escalofrío que nunca había sentido recorrió el cuerpo de Pablo, mientras pensaba e imaginaba a Luz de pequeña escuchando a su madre despedirse, por eso ella era tan dura y aparentaba no necesitar a nadie, para no tener que perderlo después, porque creía que en algún momento, si se aferraba a alguien, este le sería arrebatado.

Ella era una mujer llena de pasión que se negaba a amar plenamente para no salir dañada, y en su lucha por escudarse él era uno de los daños colaterales de esa Luz que sabía podía cambiar y, lo mejor de todo, es que estaba dispuesto a luchar por ella, aunque lo rechazara una y mil veces.

Al volver los chicos de la capilla vieron que las caras de todos estaban más preocupadas que antes. Luz se adelantó y preguntó sin cortarse ni un pelo, mientras sentía que perdía todas las fuerzas que recientemente había recuperado después de hablar con Pablo.

—¿Qué sucede con Daniela?, habla Almudena.

Almudena, que estaba cobijada por Fernando, tardó un poco en responderle, estaba buscando las palabras adecuadas para decirle.

—Daniela sigue en coma y su estado aún es crítico, los médicos no entienden bien por qué.

—¡Todo esto es tu culpa, Nicolás! —lo increpó delante de todos, y él, que se sentía tan culpable, no fue capaz de defenderse, solo se dejó atacar, abatido por toda la situación.

Mientras estaban todos reunidos, Fabián salió y se dirigió a Nicolás, después de besar en la mejilla a Macarena, que esperaba cualquier tipo de noticias.

—Acabo de tomar el turno de la noche, y si me prometes que no causarás problemas, te dejo entrar a ver a Daniela un momento, creo que sentir algo de este mundo le vendría muy bien para… apegarse y luchar.

—¡Entonces voy yo! —chilló Luz, que también había escuchado.

—¡O yo! —contraatacó Almudena, pero fue el padre Gerardo, que estaba rezando en un rincón, el que intervino.

—Mis niñas —suspiró con dolor—, dejen que entre Nicolás, él tiene cosas que decirle a nuestra niña.

—Pero, padre…

—Tranquila —la cortó con dulzura—, confía en mí, es lo mejor.

—¡Por su culpa está aquí! —lo atacó directamente, mirándolo con odio a los ojos.

Al sentirse atacado y presa de los nervios, Nicolás se volteó y caminó decidido a encarar a la argentina. Fue tanta la rabia que vieron en los ojos de él, que Fernando y Pablo se interpusieron en su camino para que no se acercara más, pero de todas formas, Nicolás se hizo escuchar.

—¡Yo… no… sabía!

—Tranquilo, Nicolás —lo atajó Fernando—. Ve con Daniela, ella te necesita ahora.

Con esas palabras siguió al médico y, mientras ingresaba, sintió que volvía a sentirse como un crío asustado.

Cuando ingresaron a la habitación, Fabián le indicó dónde sentarse, mientras él revisaba y verificaba los monitores de su paciente y, mientras lo hacía, vio un pequeño movimiento, pero dudó en si era un reflejo o un signo que la conectara con la realidad.

—Nicolás, háblale —lo apremió, mientras sacaba una pequeña linterna.

—¿Chiquitita...?, Daniela, ¿me escuchas?, ¿puedes oírme? —preguntó en un susurro, y al ver que no sucedía nada, miró a Fabián, que le dijo que siguiera intentándolo—. Si me escuchas, mi vida, aprieta mi dedo —pidió introduciendo un dedo en su mano.

Pasaron varios minutos, en tanto no dejaba de hablarle, y justo cuando dándose por vencido, lo iba a quitar, sintió que la mano se movió.

—¡Daniela! —gritó más fuerte, desesperándose.

—Nicolás —vociferó Fabián en tono serio—, la vas a asustar, con calma hombre.

—Daniela… —susurró de nuevo, pero más despacio—. ¿Puedes escucharme?

Desesperado porque no sucedía nada, estaba a punto de hablarle, cuando ambos vieron cómo sus párpados cerrados se movieron, intentando reaccionar. Antes de que Nicolás le hablara, el médico se adelantó.

—Calma, nos está escuchando —dijo feliz y llamó a la enfermera para que lo asistiera y luego volvió a hablar con mucha seguridad—. Va a despertar.

Durante mucho rato estuvieron esperando otra reacción, pero nada, y por más que Nicolás le hablaba, ella no respondía.

Se negó a salir cuando la enfermera se lo pidió para hacerle algunas curaciones. Fue tanta la insistencia y el dolor que ella vio en sus ojos que lo dejó quedarse. Nicolás sintió que por primera vez en su vida se iba desmayar al ver la envergadura de las lesiones de su chiquitita. Tenía el torso completamente morado de un color muy oscuro, cosa que lo dejó sin respiración.

En el cambio de turno fue obligado a salir, a pesar de la insistencia en quedarse, pero en ese momento no conocía a ningún médico que abogara por él. Cuando salió, las chicas se abalanzaron sobre él en busca de noticias. No quiso contarles a ellas el breve movimiento que tuvo para no alertarles, solo le contó a su padre y este lo obligó a pensar positivo.

El padre Gerardo se acercó hasta él para pedirle que lo acompañara a rezar, que seguro así encontraría la fuerza que estaba perdiendo, pero se negó, él no era creyente y creía más en los médicos que en Dios para ayudar a su chiquitita.

Dos días y ninguno se movía del hospital. Fernando le traía ropa a Almudena y Pablo lo hacía con Luz, pero Nicolás ni siquiera se cambiaba, y ahora una tupida barba oscura cubría su varonil rostro, endureciendo mucho más sus facciones.

Macarena había vuelto a ir y esta vez todos, excepto él, la recibían con los brazos abiertos y, tal como había prometido, la prensa se mantenía al margen.

Como Daniela estaba en una habitación se les permitió a todos verla por unos minutos, y todo el que salía lo hacía desbastado. Y ahora nuevamente ingresaba Nicolás, que contra todo pronóstico, se sentó en la cama y, desobedeciendo a la enfermera que le había pedido silencio, comenzó a hablarle como la noche anterior le había indicado Fabián.

—Por favor, chiquitita, dime algo, lo que sea, tienes que volver con nosotros, todos te estamos esperando —dijo besándole los labios, que parecían una mora a punto de explotar, y al separarse vio como Daniela hizo una mueca de dolor.

La enfermera, que también lo vio, rápidamente llamó al médico para que viniera a ver a la paciente.

—¿Me estás escuchando verdad? —preguntó Nicolás, y antes de que siguiera hablando llegaron Fabián y otro médico para hacerse cargo de la situación, relegándolo a un segundo plano.

—Muy bien, Daniela, sabemos que nos estás escuchando, ¿por qué no nos dejas ver tus ojos? —le habló intentando que volviera a la realidad, tenía que ver sus pupilas para ver realmente cómo estaba y muy a su manera siguió intentando regresarla, sabía que si había algo que la ligara a la vida él tenía que encontrarlo pero ya—. Vamos, que sé que son hermosos, no los escondas, y si no me los quieres enseñar, ¿por qué no me cuentas algo?, ¿alguna noticia que quieras comentar? —En ese momento, Daniela soltó algo parecido a un gemido, que parecía la expresión de un animal herido—. Eso, vamos, quiero escuchar tu voz, pero en este idioma, uno que todos conocemos.

—¿Qué haces? —lo increpó Nicolás, molesto porque le hablara así, pero el médico que le acompañaba le explicó que así era el actuar de Fabián y que él sabía muy bien lo que hacía.

Mientras él seguía aguijoneándole para que hablara ella, con gran esfuerzo, volvió a gemir y los médicos comprendieron que ya estaba lista para volver al mundo de los vivos. Esta vez no se trataba de ningún reflejo, sino que de su estado consciente, que intentaba manifestarse, tratando de abrir los ojos, pero como aún estaban muy hinchados la tarea se le dificultaba enormemente. Así que Fabián comenzó, con cuidado, a ayudarle y sus ojos azules comenzaron lentamente a aparecer.

Lo primero que vio Daniela fue una silueta borrosa sobre ella, que la estaba tocando, y detrás un par de cuerpos que veía aún más borrosos y no pudo distinguir las lágrimas que salían a borbotones del rostro de Nicolás. Poco a poco estaba dejando el mundo del más allá, donde solo encontraba paz, para regresar al mundo de los vivos, donde si le había traído penas y dolor.

—Hola, señorita Fernández, al fin despierta.

Un gemido de dolor fue lo que volvieron a escuchar, tenía los labios demasiado hinchados para lograr hablar, pero Fabián sabía que era porque seguro ahora se estaba dando cuenta de todo y su cerebro estaba procesando demasiado rápido la información, y era probable que no supiera bien dónde se encontraba.

—Estás en el hospital, a salvo, nadie te hará daño aquí.

Asustada afirmó con la cabeza y sintió un gran dolor que le hizo cerrar los ojos, pero un segundo después volvió a abrirlos.

—Eso es, muy bien, ¿cómo estás? Te parecerá extraña mi pregunta, pero quiero que me respondas.

—Duele…—logró articular desesperando a Nicolás, que intentó acercarse, pero la enfermera se lo impidió.

—¡Por Dios! Denle algo para el dolor, ¿que no ven que está sufriendo?

—La sedaremos, señor, pero no en este momento que está saliendo del coma, y si no se comporta tendrá que salir.

—Sé que te duele, ya pasará, ¿es la cabeza? —preguntó Fabián.

De pronto, Daniela cerró los ojos con terror y un bramido proveniente de su interior les impactó a todos por igual.

—¡Germán!

En ese momento, los monitores comenzaron a detectar fuertes pulsaciones y su presión comenzó a elevarse abruptamente, en tanto Daniela sentía que la habitación daba vueltas, se tuvo que afirmar de la cama para no caer.

—Tranquila, tranquila, él no está aquí.

—Daniela, mi vida —vociferó Nicolás para que la oyera y eso pareció tranquilizarle. Fabián, al darse cuenta, dejó que se acercara, lo importante es que ella estuviera bien y sobre todo consciente.

Cuando sus miradas se conectaron, al fin Daniela sintió que volvía a este mundo y recuperaba las ganas de quedarse. Intentó estirar la mano, pero Nicolás fue más rápido y se la tomó.

—Bien —comenzó de nuevo el doctor, que con una gran sonrisa la veía reaccionar coherentemente—, ahora que estás con nosotros, me gustaría saber si sabes dónde estás.

—Hos… hospital.

—Perfecto —dijo mientras le revisaba la pupila con la linterna. La primera reacción de ella fue cerrarlos bruscamente y un nuevo gemido de dolor salió de su interior.

—¿Qué más te duele?

—Bra… zo, costillas…

—Está bien, entiendo —reconoció satisfecho, la verdad es que para la paliza que le habían dado estaba reaccionando bastante bien y no debía cansarla. Más tarde o al día siguiente le hablaría de nuevo, ya que ella había vuelto a cerrar los ojos y, para que dejara de sufrir, él había ordenado que le pusieran calmantes.

—Muy bien, ya es nuestra otra vez —habló cuando la vio descansar—, eso es todo, ahora Daniela debe descansar, debes dejarnos trabajar Nicolás, pero puedes estar tranquilo, tu novia ya está con nosotros.

—Gracias —le agradeció dándole la mano para luego ser llevado hacia afuera, escoltado por la enfermera.

Ahora sí que salía con una gran sonrisa llena de felicidad.

—¡Mi chiquitita despertó, Daniela despertó y está con nosotros!— Esta vez todos se abalanzaron y lo atosigaron con preguntas, pero todo estaba mejor, Daniela ya estaba con ellos.

Sin que nadie se diera cuenta, Macarena se apartó un poco y llamó por el móvil a alguien que también estaba tan o más expectante que ellos por recibir noticias.

Las chicas se abrazaban entre ellas como si ese día fuera el más importante de sus vidas y junto con el sacerdote fueron a agradecer a la capilla.

—Hijo, creo que deberías ir a casa y asearte, no es bueno que Daniela te vea así, pensará que eres un hombre de las cavernas.

—No quiero dejarla.

—Hijo —habló Patricia con dulzura—, no la estás dejando, en media hora estarás de vuelta, tu padre tiene razón, ¿por qué no lo acompañas tú, Alberto? —ordenó mirando a su exmarido, que de inmediato aceptó.

Un par de horas después salió una enfermera, para avisarles que los exámenes que le habían vuelto a realizar estaban mucho mejor y que Daniela ya estaba despierta y consciente, que había pedido ver al padre Gerardo.

Aunque eso fue una putada para Nicolás, quien quería ser el primero en entrar, entendió la importancia de ese hombre para ella.

Cuando momentos después el padre regresó venía tranquilo, aunque con el corazón oprimido, ver a su niña en ese estado lo había destrozado, pero más que eso fue escuchar de su propia boca lo que le había sucedido y el miedo enorme que había sentido. Se lo contó a él porque nuevamente se convertía en una mujer valiente y quería que lo atraparan, y tal como lo hizo cuando tenía cinco años, le relató los nuevos hechos al padre, él sabría qué hacer y claro que así era, ahora se dirigiría a la policía con todos los antecedentes recabados.

Luz no iba a permitir que otro que no fuera ella ingresara, así que antes de que la enfermera dijera algo, ya estaba cruzando las mamparas seguida por Almudena, que apenas podía hablar, asimilando toda la situación, ella era diferente, tardaba un poco más en procesar toda la información.

Al entrar la vieron con los ojos cerrados y la cara más amoratada que la primera vez.

—Por el fierita, Dani, ¡parecés un higo!

Daniela, al escucharla, abrió los ojos, regalándole una maravillosa sonrisa que hizo que le volviera el alma al cuerpo de sus amigas.

—¿Tan… tan mal me veo? —preguntó con dificultad.

—Bueno, che —respondió quitándose una lágrima rebelde—, cómo diría Trinidad, te ves… feíta.

—No —habló una voz desde la puerta, que las hizo voltearse a todas—, jamás podría verse así, porque es una mujer hermosa, fuerte y valiente —murmuró con la voz quebrada.

—¡Qué mierda creés qué hacés vos aquí! —gruñó Luz acercándose.

—Luz —intentó calmarla Almudena, que estaba tan sorprendida como ella—, estamos en el hospital.

Sin importarle nada, Luz lo agarró de la solapa de la chaqueta para sacarlo, pero le era imposible, Andrés Monsalve no se movía y no lo haría hasta hablar con Daniela.

—Sal de aquí —siseó entre dientes, poniéndose eufórica, y al ver que no lo conseguía, salió indignada del lugar.

—Almudena, serán solo dos minutos, por favor.

La española miró a Daniela, que apenas hablaba, y cuando ella con un gesto, apenas audible, le dijo que estaba bien, lo dejó pasar, quedándose cerca de la ventana, ella no dejaría sola a su amiga aunque a Andrés le molestara.

—Daniela, yo… yo no sé por dónde comenzar…

—Por el principio —lo interrumpió Almudena, que sabía que debía apresurar la conversación. Ella tenía muy claro dónde había ido Luz, pero sabía que Daniela se merecía una explicación y nadie mejor que Andrés para dársela.

Daniela asintió intentando acomodarse, pero como le era imposible, fue él quien con mucho cuidado la ayudó.

—Tienes razón —afirmó—, sé que estas últimas semanas han sido un caos para ti y en gran parte por mi culpa, yo jamás debí dejar que esto se me fuera de las manos, jamás debí mentirte ni… ni obsesionarme contigo.

—Eso ya lo llevamos claro guapo —volvió a interrumpirlos, pero esta vez le salió del corazón.

—Cuando te conocí en la playa pensé que eras una sirena, tu alegría y tu vitalidad me hicieron pensar en que podía tener esperanzas para la vida que llevaba. Fui un egoísta, quise vivir una aventura porque pensé que jamás te volvería a ver, pero me equivoqué, y cuando apareciste en el periódico me cegué, creí que podía seguir con mi vida, pero fue imposible sacarte de mi cabeza —suspiró abatido—. La última vez que… que estuvimos juntos, estaba decidido a terminar con Camelia, aunque eso fuera un desastre para mi familia, pero fue ese día el que me enteré de que estaba embarazada y… no pude.

—Vale, pero sí pudiste dejarla plantada en el altar —soltó Almudena acercándose a su amiga, ya que no la veía nada bien.

—¡No podía casarme! —exclamó mirándolas a ambas—. No sin amarla, ¡no era justo! Y jamás pensé en las consecuencias que esto podría traerte. Daniela, por favor, tienes que creerme, no me oculté por ser un cobarde, todo lo contrario, quería salir y gritarle al mundo que toda la responsabilidad era solo mía, pero la reacción de los medios hubiera sido peor, esto se transformaría en una caza de brujas y, aunque me duela decirlo, la más perjudicada serías tú…

—Lo sé… —murmuró Daniela, tomándole la mano.

Andrés se acercó a ella para abrazarla y fue justo en ese momento que llegó Nicolás, alertado por Luz, que lo seguía desde atrás.

—¡Suéltala! —gritó separándolo de un solo tirón. Toda la rabia, toda la ira, toda la impotencia que había pasado esos días quería descargarla con él, el único enemigo declarado que tenía hasta ahora.

—Nicolás, escucha…

—No te voy a escuchar, maldito cabrón, ¿sabes todo el daño que le has hecho a Daniela?

—No más que vos —aseguró Luz. Una cosa era buscarlo para sacar a Andrés, y otra muy diferente perdonarlo por resucitar a Germán.

—Chicos —habló Almudena poniendo cordura, ellos estaban a punto de golpearse y todo frente a Daniela—. Creo que será mejor que salgáis y…

—Yo no me iré a ninguna parte, tú en cambio ¡sí te vas!

—Tengo que hablar con ella.

—No tienes nada que hablar —espetó sosteniéndolo del saco para sacarlo, pero al sentir la mano, Andrés, en un movimiento brusco, se la apartó, y Nicolás reaccionó empujándolo fuertemente. Estaban a punto de golpearse, incluso Andrés tenía la mano empuñada, cuando ambos escucharon un alarido de Daniela.

—¡No…!

—¡Por la mierda! par de imbéciles ¿que no se dan cuenta dónde están? —gritó Luz enajenada, empujándolos a ambos fuera de la habitación, no sabía de donde estaba sacando fuerzas, pero increíblemente los estaba arrastrando fuera y ninguno de los dos decía nada.

Cuando estuvieron fuera, cerró la puerta y, a pesar de que era varios centímetros más pequeña que ellos, los encaró con furia.

—¡Qué mierda creen que están haciendo! ¡No se dan cuenta que por la violencia Daniela está así! —Y con lágrimas en los ojos continuó—. ¿Qué tienen en la cabeza? ¡Ah…! Nada, porque si tuvieran algo de cerebro podrían ser capaces de razonar solos y darse cuenta que su problema, su gran problema no es Daniela, solucionen su pasado para que sean capaces de vivir el presente y dense cuenta de una vez por todas que Sandra está muerta y sepultada. ¡Qué! ¡No me miren así! No les estoy diciendo nada que no sea verdad. A mí me importa un comino lo que hayan hecho en su vida sexual, si tríos, orgías o Dios sabe qué, pero tuvieron consecuencias y ya son hombres maduros y con capacidad de razonar, ¿o me van a decir que aún siguen creyendo que podrían haber hecho algo? Vamos, por lo que sé la chica murió de un aneurisma cerebral, le podía haber pasado con ustedes teniendo sexo o corriendo por la playa. ¿Cómo pueden ser tan tarados que no lo ven?

—Él no me lo informó —se justificó Andrés, como remontándose de nuevo a esos años

—¡Ella me pidió que le guardara el secreto! ¡Si te lo decía, la traicionaba!

—¿Pero si podías traicionarme a mí, ocultándomelo? ¡Anda dime!

Luz, en ese momento, se dio cuenta que no tenía nada más que hacer entre ellos. Ese era su momento y, además, ella quería volver con su amiga, así que mientras ellos seguían inmersos en una discusión de pasillo, se escabulló mucho más tranquila de vuelta a la habitación con las chicas.

—Aunque no me lo creas, te lo iba a contar.

—¿Sí? ¿Cuándo?

—Ese mismo día, Andrés, quería que lo conversáramos los tres.

—Pues fue demasiado tarde, ahora está muerta.

—¡Pero yo no la maté! —se volvió a alterar.

—No digo que lo hicieras, solo esperaba más consideración de tu parte. Sandra era la mujer que yo amaba y tú lo sabías muy bien.

—Andrés…—titubeó unos segundos, pero ya no quería más secretos y ese era el momento de acabar con ese tema de una vez por todas y tenía que ser con la verdad, aunque doliera—. Sandra ya…

—¿Ya no estaba enamorada de mí? —concluyó en forma burlesca—, ¿eso me querías decir?

—Sí —reconoció bajando la cabeza.

—¿Y crees que era tan estúpido como para no darme cuenta?, ¿para no sentirlo? María Pía fue la primera en advertírmelo, me dijo que ustedes también se veían a solas.

—No puedo creerlo —expresó pasándose las manos por el pelo—. ¿Todo el odio es porque creías que Sandra y yo teníamos una relación? No lo puedo creer Andrés, éramos amigos de toda la vida y siempre habíamos confiado el uno en el otro al cien por cien. Me duele saber que la razón de tanto odio es porque creyeras que yo, tu amigo, tu hermano, iba a jugar solo con Sandra. ¿Cómo pudiste creer una cosa así? ¡Y viniendo de María Pía! —habló aún más enfadado, con un tono de voz muy alto—. Porque déjame recordarte, Andrés, que fuiste tú al que se le ocurrió la idea de experimentar en el sexo y con Sandra, que era tu mujer. No digo que yo no disfrutara, porque disfrutábamos, ¡los tres! Y sí, siempre creí que era una gran mujer, que me encantaba, pero siempre te dije que eran una pareja ideal, porque así lo sentía y me alegro saber al fin el motivo de tu odiosidad. Lamento decirte que solo has perdido el tiempo, yo jamás la miré de otra forma y menos sentí algo parecido al amor con ella, ¿y sabes cómo lo sé? Porque amor es lo que siento por esa mujer que está ahí adentro, con Daniela aprendí lo que era el amor y jamás se me ocurriría compartirla.

—¿Estás diciendo que yo no amaba a Sandra?

—Andrés, eres un hombre inteligente para darte cuenta de lo que te estoy tratando de explicar y de saber en quién creer. Si decides seguir creyendo a María Pía vas a salir perdiendo, porque a pesar de los años, yo te sigo respetando como hombre y como amigo —terminó de decir, y al ver que él solo cerraba los ojos, decidió volver con Daniela, él no seguiría perdiendo su tiempo con alguien que no quería comprender y reconocer el valor de la verdadera amistad.

Al entrar en la habitación, inmediatamente sus ojos conectaron, diciéndose más que con palabras, hasta que una lágrima rodó por su mejilla y él se abalanzó a abrazarla.

—Tranquila, mi vida. Todo está bien.

—Y Germán, ¿qué pasará ahora? ¿Volverá? ¿Y si vuelve? —preguntó aún más espantada, produciendo un miedo inigualable en todas las chicas.

—La policía se está encargando de eso, el padre Gerardo ya habló con ellos y están esperando a que te sientas mejor para escuchar tu declaración.

—Yo… yo no sé si podré ser capaz de decírselo a ellos.

—¡Claro que podrás! —habló Almudena acercándose—. No estarás sola, Daniela, nos tienes a nosotros.

—Como me gustaría a mí agarrar a Germán para cantarle unas cuantas verdades —espetó enojada Luz, sentándose en los pies de la cama.

—Luz… te escuché.

—Pues claro, si estás como un higo de amoratada pero no sorda.

—No, lo que me dijiste del cielo, de Teresa y de mi madre.

—¿Qué le dijiste? —preguntó Almudena alarmada.

Bue… bueno, cosas entre ella y yo. Pero ya veo que tengo razón y me creíste, si no, no estarías aquí.

Daniela negó con la cabeza y tragó saliva para hablar.

—Teresa no te abandonó, solo dejó de luchar, ahora lo sé, y ella quería que tú lo supieras también.

—¿Qué… qué estás diciendo?

—Creo que debo dejarlas para que hablen.

—No, Nicolás, no te vayas, no me importa. —Con eso él quedó feliz, no es que quisiera dejarla sola, pero sí quería darle espacio para que hablara con sus amigas, claro, solo si ella lo necesitaba.

—Teresa no nos dejó, solo que no quiso luchar más y está bien donde está.

—Que hayas estado a punto de morirte no te da derecho a decir esas cosas —respondió nerviosa Luz, no quería escucharla porque estaba aterrada, y lo que su amiga le estaba diciendo era justo lo que ella le reprochaba a Teresa una y otra vez siempre que la veía en sueños.

—Está bien —susurró cansada—, ella solo quería que lo supieras. ¡Ah…! Y… me dijo que rojo.

—¿Rojo? ¿Qué es rojo? —quiso saber Almudena, limpiándose las lágrimas de su cara.

—Repite lo que dijiste, Daniela Fernández, o seré yo quien te dé la paliza de tu vida.

Ella sonrió, y ahora comprendía que el sueño que había tenido con Teresa había sido más que eso.

—Rojo, Luz, me dijo que rojo.

—No puede ser… imposible —negó con la cabeza, temblando.

—¿Qué no puede ser, mi vida? —preguntó Almudena abrazándola.

—Cuando… cuando nos compramos el auto, le pregunté a Teresa de qué color lo quería, después de todo, el dinero era las cuatro y ella… ella nunca me contestó… hasta ahora.

—Pero no entiendo —intervino Nicolás—, su auto sí es de color rojo.

—Porque la tarada esta—indico a su amiga, que la miraba con amor desde la cama—, se empeñó en que ese color nos representaba a todas —sonrió con dulzura—, nosotras habíamos elegido azul, incluso Daniela había votado por ese color, pero a último momento eligió el rojo.

—Era Tere —suspiró Almudena, tocando ahora la mano de su amiga—. Ella siempre ha estado con nosotras.

Las tres amigas se fundieron en un abrazo fraterno ante la atenta mirada de Nicolás, que aunque le costaba creer lo que escuchaba, decidió callar, él no era nadie para contradecirlas.

En eso estaban cuando la puerta sonó un par de veces, y luego ingresó Andrés.

Esta vez las chicas no dijeron nada y, sin ningún escándalo, lo dejaron pasar, viéndolo con una cara que jamás le habían visto.

—Disculpen, necesitaba hablar con ustedes dos —dijo con las manos en los bolsillos, tenso y nervioso, dando un par de pasos adelante—. Siento todo el daño que te causé a ti, Daniela, no volveré a acosarte, y por supuesto puedes volver al periódico cuando te recuperes, te esperaremos el tiempo que sea necesario.

—Olvídalo —afirmó Nicolás en un tono que no admitía reproche de ninguna de las dos partes.

Andrés afirmó con la cabeza y le extendió la mano a Nicolás en son de paz.

—Lo siento, Nicolás, discúlpame por creer en la persona equivocada, y aunque sé que no me corresponde, deseo que sean muy felices, son dos personas estupendas que están hechas el uno para el otro. Daniela no podría estar en mejores manos.

Daniela los miraba emocionada, cuando segundos después escuchó:

—Te disculpo, Andrés, tan amigos como antes.

—¡Ah, no! —intervino Luz—. No como antes, acá nada de compartir.

—Estoy de acuerdo —aseguró Nicolás, quien ahora se enfrascaba en un abrazo de reconciliación con su único y gran amigo Andrés. Ya luego solucionaría las cosas con María Pía.

Andrés salió tranquilo de la habitación. No había dejado de tener sentimientos por Daniela, pero de corazón sabía que estaba en las mejores manos y, aunque le doliera reconocerlo, ella estaba profundamente enamorada de Nicolás, él y cualquiera que los viera juntos lo podía notar.