“¿Lobo está? Siempre está”
Daniela habló durante todo el viaje para no ser interrogada. Sabía por la cara con que la miraba Almudena que esta quería saber más, pero ella estaba dispuesta a ocultar todo, no por no querer contarle, sino porque no sabía bien qué era lo que sentía realmente. Lo pasaba bien con él, sí, no podía negarlo, es más, algunas cosas le habían pasado durante el baile, pero si pensaba en él con tranquilidad rápidamente aparecía la imagen de Andrés, y era por él por quien suspiraba y bebía los vientos.
‹‹No, no y no, me estoy volviendo loca», se dijo mientras subía a su habitación. Estaba realmente agotada, no supo cómo ni cuándo, pero cuando cerró los ojos se durmió instantáneamente.
A la mañana siguiente Luz como un torbellino se lanzó a la cama de Daniela, sobresaltándola.
—¿Qué, qué pasa?
—Gracias, gracias —repetía sin cesar su amiga.
—¿Qué, por qué? —intentaba preguntar al mismo tiempo que cogía aire para respirar, esa sensación la estaba desesperando.
—Por traer a Pablo, es tan…
—¡Ya! Para, para, no sigas, ni siquiera quiero saber qué hicieron.
—¿No? —preguntó abriendo mucho los ojos.
—Me lo imagino si vienes llegando a esta hora y con la misma ropa de ayer.
—¡Ah, bue!, es que no podía llegar sin ropa.
—¡Cállate! —chilló divertida pegándole con la almohada para que se retirara, pero esta en vez de eso se acostó bajo las tapas.
—Sal de aquí, ¡hueles a sexo!
—¡Ah…!, eso lo decís porque vos no, y no, no huelo a nada.
—¿No? —ahora sí quiso saber.
—No, por eso te digo que gracias. Pablo es un caballero, me dijo que no, solo nos besamos y vimos el amanecer desde la arena.
—Tú si estás loca, tía —dijo Almudena, quien venía entrando con un par de cafés en las manos para ellas.
—¿Y eso por qué lo dices?
—Porque quedarse solo a ver el amanecer es perder el tiempo.
—¡Ah!, pero al menos yo lo pierdo, en cambio tú...
—Alto ahí las dos —espetó Daniela sabiendo lo que se avecinaba—. Desayunemos en paz, que luego debemos ir a misa.
—Yo solo decía, nada más —se defendió Luz tomando un sorbo de café.
Después de ordenar entre las tres la casa y dejarla como nueva, se ducharon y decidieron ir caminando aunque les tomara un poco más de tiempo, pero el día estaba maravilloso y sentir la brisa marina las llenaba de energía.
El padre Gerardo estaba parado en la puerta de la iglesia recibiendo a todos los feligreses, con algunos conversaba un poco más y a otros solo les daba la bienvenida. Las chicas se quedaron un momento observándolo sintiéndose muy orgullosas de él, después de todo él era como un padre para ellas, prácticamente era lo más cercano a una imagen paterna que habían tenido.
—Che, ¿viste que bien vestidas están las personas? Ni que fuera un matrimonio.
—Sí, parece que es más importante aparentar que otra cosa —acotó Almudena riendo.
—Pero nos vemos lindas —sonrió Daniela.
—Sencillas es la palabra correcta querida, porque al parecer acá un jeans y una remera no son suficientes.
—Bueno, la próxima semana nos vestimos de gala y ya está.
—¿Cómo está el trío de angelitos? —preguntó con una amable sonrisa el cura, en tanto, además, las besaba en la mejilla.
—Muy bien, padre, pero esto en vez de parecer misa parece…
—Nada, padre, no le haga caso —intervino Almudena—. Se ve linda la iglesia con tanta gente.
—Sí, en esta ciudad contamos con muchos feligreses, y eso nos ayuda para mantener el hogar en muy buenas condiciones.
—Esto parece un evento social —murmuró Luz, llevándose un codazo en las costillas de Daniela.
—Bueno niñas, entren, la primera banca está reservada para mis angelitos preferidos —les comunicó cerrándoles un ojo.
—Uf, y yo que pensaba dormir —volvió a murmurar, pero esta vez no se llevó un codazo, sino un pellizco de Almudena.
—Permiso, padre —pidió Daniela, llevándose a Luz adentro para sentarse.
—¡Qué irritables están hoy! —se quejó.
—No, pero te estás comportando como una insolente y estamos en la casa de Dios.
—Epa, Dani, que para eso te haces monja, ¡ah, no!, perdón, las monjas son célibes y no bailan como vos —se carcajeó sin poder contenerse. A pesar de que un gran silencio se formó entre ellas, y pasados unos segundos las tres reían.
El padre comenzó la misa agradeciendo la audiencia y haciendo algunas peticiones especiales por sus niños, la gente lo escuchaba atentamente y participaban activos. Al concluir, las chicas pensaron que regresarían a su casa, pero el padre las invitó a almorzar con los niños del hogar y ellas no se pudieron resistir, incluso regresaron muy tarde, pasadas las nueve de la noche.
Al otro día Luz bajó a desayunar en pijama. Ella comenzaba en la tarde a trabajar, así que no era necesario madrugar, pero de igual modo compartiría con sus amigas. Además, Almudena no regresaría hasta dentro de tres días, se tenía que quedar en la minera a trabajar.
Almudena estaba en su habitación terminando de cerrar la maleta cuando Daniela entró, sorprendiéndola.
—Enseguida bajo.
—Lo sé, es que quería despedirme antes.
—¿Y eso?
—Te pareceré una tonta, pero aunque sé que serán solo tres días, nunca nos hemos separado y… tú eres como la más centrada de las tres y siempre nos pones en orden.
—Dani, solo serán tres días. Cambia esa carita tuya, que es muy linda para que estés así. Luz es una nena, pero sabrá comportarse y tú eres toda una mujer.
—¡Lo sé! Pero te voy a extrañar igual.
—Dani, ¿puedo hacerte una pregunta sin que te enojes?
—Claro que sí, no tienes que preguntar.
—Yo creo que deberías ir a terapia para superar lo de tus…
—No —negó efusivamente con la cabeza—. No puedo.
—¿No puedes o no quieres?
—¿Y qué le voy a decir al especialista?
—Todo —suspiró abrazándola—, la verdad y lo que realmente sucedió.
—¿Para qué, Almu?, ya han pasado demasiados años, ya no soy una niña, soy una mujer, no lo necesito.
—Sí lo necesitas, no me lo niegues a mí y no lo hagas contigo misma.
—Pero…
—Pero nada, lo veo en tus ojitos ahora, tienes pánico Dani, y eso no lo puedes disimular aunque quieras.
—Es que no sé si quiero recordar todo lo que sucedió ese día.
—¿Y prefieres tenerlo bloqueado y seguir fingiendo que no sientes nada? —la interrogó con cariño.
—Ahora soy adulta —sentenció en un murmullo—, y… sabría a dónde ir —concluyó avergonzada.
—Mi niña, no se trata de saber a dónde ir, se trata de que tu corazón lata tranquilo por una vez en la vida. Lo que hizo tu padre….
—Yo no tengo padre. —No la dejó seguir y se separó de ella rápidamente. Almudena entendió, sin tener que escuchar palabras, que la charla había llegado a su fin. Cuando Daniela se ponía así no había nadie que la convenciera, y ella llevaba muchos años intentando hacerle entender que debía sacar sus miedos afuera para poder superar el incidente de su niñez.
Juntas, sin decir ni media palabra, bajaron a desayunar a la cocina donde Luz ya les tenía todo preparado.
—¿A vos te dio por usar mi ropa sin permiso?
—No, esta falda es mía.
—¡¿Tuya?!
—Sí, tú dijiste que no te había gustado y me la regalaste.
—¡Ah!, sí, tenés razón, es que el color rojo a mí no me queda —pensó en voz alta—, pero creo que es demasiado para ir a trabajar, claro, si tus intenciones no son darle un ataque al corazón a tu jefe.
—No pretendo nada de eso, solo… me quiero ver bien.
—Mmm. —Fue todo lo que se escuchó.
Terminaron de desayunar y Daniela se fue al trabajo un poco antes de lo normal. Le gustaba llegar de las primeras y tomarse un café antes de empezar su rutina laboral.
Como era de esperar el lugar estaba vacío, fue a la máquina expendedora de café y espero a que esta lentamente llenara el vaso.
—¡Wow! Pero qué buena forma de empezar la mañana, ¡es verdad que al que madruga, Dios le ayuda! —exclamó Luciano, quien también venía por un café, claro, que el de él sería para despertarlo.
—Te miro y me da sueño.
—Es que anoche… —dijo rascándose la nuca—, dormí poco.
—Se nota —rio Daniela entregándole su vaso, que él aceptó gustoso.
Después de conversar un rato ambos se fueron hacia sus puestos, pero Daniela no alcanzó a sentarse cuando escuchó la voz de Macarena, que la llamaba desde lejos.
—¡Estoy alucinando! —chilló la editora abrazándola—. ¡Todos los ejemplares de ayer se agotaron! Y eso es gracias a ti.
—¡No!, ¿cómo crees?, este es un trabajo de todos.
—No, se vendieron por el reportaje, no seas modesta, y es más, tengo un diario de la capital interesado en el artículo. No sé cómo conseguiste tanta información, nadie lo había logrado, así que solo me queda darte mis más sinceras felicitaciones.
—Gracias, no sé qué decirte.
—Nada, solo sigue así, ya hablaremos luego, después de la reunión de pauta. Te espero en diez minutos en la sala de reuniones. ¡Ah!, y lleva el material del reportaje del hospital.
—Pero no está terminado aún.
—Lo sé, es para el domingo, pero como no sé de qué humor llegará mi adorado primo, es mejor estar preparados —dijo cerrándole un ojo, dejándola nerviosa. Debía enfrentarse a Andrés y eso no era nada fácil para ella, menos después del viernes y… de haberlo soñado la noche anterior.
Ya todos estaban reunidos en la sala de juntas, analizando los reportajes que saldrían. Daniela estaba feliz, para eso había estudiado tanto, era lo que realmente le apasionaba. Ella siempre quería llegar a fondo del problema y encontrar una respuesta, y que cuando la diera a conocer toda la gente entendiera el porqué, aunque en su vida personal ella no hiciera lo mismo.
Enfrascados en una pequeña discusión de redacción estaban ella y dos colegas más que también veían actualidad, cuando de pronto la puerta de vidrio se abrió y, sin necesidad de mirarlo, supo que Andrés había llegado. Con disimulo levantó la vista, por el ceño fruncido que llevaba no le costó nada intuir que estaba enojado. Tenía una mirada fría, incluso dura. Se encogió en su silla para que no la viera y así poder mirarlo tranquilamente, pero sus ojos no aguantaban la curiosidad, llevaba un traje azul marino, camisa celeste y una corbata roja en contraste. «Como su falda», pensó y para no reír se mordió el labio.
Andrés desde que había entrado al edificio no dejaba de pensar en qué le diría a Daniela, no había podido quitársela de la cabeza ni un solo minuto, ni siquiera Camelia lo había conseguido. Se demoró en llegar porque inevitablemente pasó primero por su escritorio, quería verla aunque solo fuera un segundo, y se recriminaba por eso, él era un hombre puntal, predicaba con el ejemplo y ahora venía llegando diez minutos atrasado.
Se sentó en la cabecera de la mesa y comenzó a organizar los papeles. Con un solo gesto de cabeza pidió un café y su secretaria corrió ante su pedido.
—Podrían guardar silencio y sentarse cada uno en sus puestos, señores —bufó y todos obedecieron en silencio. Macarena, que estaba a un lado, solo lo miró con reproche, pero él ni se inmutó.
—En esa carpeta está la pauta de la semana por día.
Andrés la observó y analizó en silencio los puntos. En cada día siempre había espacios vacíos que se llenaban a último minuto con las noticias importantes, pero en general siempre todo estaba cubierto con antelación, se podría decir que el periódico funcionaba como “relojito” en ese sentido.
—Jefe —le habló uno de los periodistas más antiguos que, además, lo conocía desde pequeño. Andrés solo levantó una ceja—. Ayer le ganamos a la competencia.
—Sí, y se lo debemos al buen desempeño de Daniela —recalcó Macarena.
—Este es un periódico, no un diario de vida, Macarena, es un trabajo de todos, y los domingos siempre hemos llevado la ventaja con nuestra competencia —expresó sin mirar a nadie en especial.
—Pero debes reconocer que el reportaje estuvo bueno.
—No lo leí —mintió, porque en realidad lo había hecho y no solo una vez sino más de cinco veces—. Ahora, ¿podríamos dejar de hablar del pasado y pautear la semana?
Tocaron todos los puntos de la pauta organizando y delegando los reportajes a quienes correspondieran. Interactuó con los periodistas pidiéndoles lo que él encontraba necesario. Cuando lo hizo con Daniela fue como si fuera una periodista más, frío e impersonal, cosa que le llamó la atención a su prima, sabía que era una persona malhumorada, pero le extrañaba el trato con esa chica, y como que se llamaba Macarena Monsalve lo descubriría.
Casi una hora después, todos menos ellos volvían a sus puestos de trabajo.
—¿Se puede saber qué es lo que te pasa con Daniela?
—Nada. ¿Por qué?
—Porque la tratas como si te molestara su presencia, y no quiero pensar que eres un prejuicioso y te molesta que sea huérfana.
—¡No! ¿Cómo se te ocurre una cosa así? —se defendió ofendido, nada más lejos de lo que en realidad le pasaba.
—Entonces explícame, porque te conozco y sé que algo pasa, lo intuyo.
—Nada, y deja de hablar estupideces y centrémonos en el trabajo, que bastante hay por lo demás.
—Está bien, está bien, pero te diré una última cosa antes de irme.
Ni siquiera levantó la cabeza para mirarla, no se atrevía, conocía a su prima y seguro no sería nada agradable.
—En un minuto pensé que Camelia sería tu salvación, que así volverías a ser el de siempre, pero veo que estaba muy equivocada.
—Soy el de siempre —gruñó entre dientes.
—No, Andrés, no eres ni la sombra del de antes —afirmó y se fue, dejándolo inmerso en sus pensamientos y en su propia paz hasta que la puerta se abrió nuevamente.
Camelia se sentó a su lado después de besarle los labios, y como una niña comenzó a sacar todo lo que traía dentro de su bolso: varios tipos de géneros de diferentes colores.
—Andy, ¿qué color te gusta más para vestir las mesas el día de la boda?
Si las miradas mataran Camelia estaría muerta y sepultada, la mirada con que le respondió Andrés se lo decía todo y más. Sin siquiera responder a esa pregunta se puso de pie y caminó a la puerta, pero no sin antes descargar un poco de su ira en ella.
—Te recuerdo que si no haces tu trabajo como corresponde, te pondré a escribir el horóscopo.
Camelia abrió mucho los ojos, pero se obligó a respirar y a ponerse en estado zen, no quería responderle a Andy, y por lo demás, era verdad que últimamente no estaba haciendo bien su trabajo.
Andrés se encerró en su oficina y de ahí no salió en toda la mañana, pidiendo que no le pasaran ni llamadas ni visitas, solo lo podían interrumpir si la tercera guerra mundial estallaba o había un atentado terrorista.
Daniela ya estaba totalmente integrada en la oficina, de hecho conversaba con todos y ya había comenzado a ganarse el aprecio de sus compañeros. Después de la comida, cuando volvía del casino que estaba en el tercer piso, Javiera la llamó emocionada.
—¡Dani, esto es para ti! —chilló entregándole un maravilloso ramo de rosas rojas de tallo largo.
Las tomó y revisó, pero no tenían ninguna tarjeta. Se rio para sus adentros pensando en Nicolás.
—Gracias, Javiera —expresó antes de volver a su puesto. No las quiso poner sobre su mesa, ya que no quería tener problemas con su jefe.
Camelia, que pasaba por su lado, sí las notó y le hizo un gesto de desprecio al verlas, porque en realidad se moría de envidia, eran realmente hermosas.
—Así que tienes un admirador —comentó sin quitar la vista de las flores—. ¿O son de Nicolás?
—Esa información es personal —respondió sintiendo como se sonrojaba.
—Bueno, lo preguntaba para ser amable, creo que comenzamos con el pie izquierdo.
—No te preocupes —se obligó a regalarle una sonrisa—, todo está olvidado.
—Perfecto, ahora me despediré de mi amorcito para seguir trabajando.
‹‹Seguir trabajando, pero si no has movido un dedo».
Daniela sonrió y sin poder evitarlo la siguió con la mirada. Ella ni siquiera tocó a la puerta de Andrés, solo ingresó y cuando salió lo hizo con una maravillosa sonrisa arreglándose el labial. Esa fue una puntada en el estómago para ella, definitivo, el almuerzo ya le había caído mal.
Mientras trabajaba en su computador, un mensaje entró en su correo interno. Lo abrió de inmediato por si era algo importante.
De: Andrés Monsalve
Para: Daniela Fernández
Fecha: 29 de marzo 15:35
Asunto: color de tu falda
Espero que las rosas hayan sido de tu completo agrado. Además, hacen juego con el color de tu falda, que me proporciona una vista privilegiada de tu trasero.
Andrés Monsalve
Director del periódico “La Era”
Daniela no creía lo que leía, comenzó a sentir cómo la rabia aparecía en su cuerpo, ella creía que las flores eran de Nicolás, pero jamás imaginó que no fuera así y además, con tal descaro, no estaba segura de qué era lo que le molestaba más, si las flores o lo referente a su trasero. Sin pensárselo dos veces se levantó de su asiento, cogió las flores y con decisión caminó hacia la puerta de su jefe. Llamó, pero no le dio tiempo a responder, ingresó a la oficina, en tanto Andrés la miraba como si la estuviera esperando, tenía los brazos cruzados y estaba sentado echado hacia atrás. Era como si disfrutara del espectáculo.
—¿A qué crees que estás jugando? —espetó parándose delante de la mesa, al tiempo que colocaba las rosas encima.
—A nada —respondió sonriente, sacándola de sus cabales totalmente.
—¡¿Cómo que a nada?! ¿Qué es esto? —chilló.
Andrés sonrió de medio lado enseñándole su perfecta dentadura, como si disfrutara del espectáculo. Ese gesto lo hacía parecer el niño malo del cuento, se pasó la mano por el pelo y arrastró la silla hacia atrás para poder tener una mejor visión de las cosas.
—Sí, definitivamente la falda es del mismo color que las rosas. ¿No crees?
—¿A qué estás jugando? —volvió a preguntar. La forma en que la miraba no la estaba dejando pensar, le estaba bloqueando los sentidos.
—A nada, no estoy jugando a nada, solo quiero saber si te gustaron —señaló comenzando a mirarla de otra manera, recorriendo su cuerpo y deteniéndose en su escote. Se levantó quedando a un costado.
—¡Estás loco, Andrés! ¿Cómo se te ocurre mandarme flores? ¡Camelia las vio! —le dijo tratando de hacerlo entender.
—No sabe de quién son, incluso vino a recriminarme por qué no le había mandado a ella.
—Me alegro —murmuró, porque ahora que él se acercaba desapareciéndose iba quedando sin palabras.
—¿De qué te alegras?, ¿te gustaron las rosas, sirenita? —preguntó dando un par de pasos más hacia ella, poniéndole la mano en el hombro.
Daniela sintió que su olor la embriagaba, quería cerrar los ojos y perderse en él, hasta ese momento llegaba su rabia y rápidamente olvidaba la razón de su molestia.
—No me hagas esto —balbuceó en un hilo de voz—… te odio.
—No me odias, sirenita, me deseas tanto como yo a ti.
—No, tú estás de novio, te vas a casar —protestaba a medida que iba recuperando la cordura—. ¡Me mentiste!
—Porque no podía contarte la verdad, no pensé que serías tan importante.
Daniela se aventuró a levantar la cara, pero no se atrevió a mirarlo, esas palabras retumbaron en su corazón.
‹‹Dios, soy importante para él».
—Mírame —pidió como un encantador de sirenas. Él le hacía perder toda su voluntad.
«Tengo que salir de aquí, tengo que salir ahora».
Y en ese momento en que ella estaba pensando, Andrés la agarró con la mano que tenía libre, pegándola a su cuerpo, subió la otra mano por su nuca y la besó.
«No», fue todo lo que pudo espetar en su mente, porque ya era tarde, su cuerpo la traicionaba dejándose llevar por las placenteras sensaciones de ese beso. Daniela subió los brazos a su cuello, en tanto él la levantaba para ponerla sobre la mesa de su escritorio, enrolló las piernas en su cintura y le permitió recorrerla con su lengua por el cuello. Las manos de Andrés bajaron hasta el comienzo de la falda, que como presintiendo lo que venía a continuación, se subió para dejarle acceso.
Las manos de Daniela se movieron solas hasta llegar a los botones de su camisa y empezaron a desabrocharlos con rapidez, hasta que por fin al tocarlo él sintió que era quemado y quería perderse en esa sensación. Eso era lo que tanto había extrañado y necesitado, lo que no había podido olvidar desde la primera vez.
—La puerta —jadeó Daniela. Estaba sin pestillo y cualquiera podría entrar.
—Nadie entrará —aseguró haciéndose espacio entremedio de sus bragas. Cuando la sintió suspiró aliviado y cualquier tipo de cordura en Daniela se perdió, ya era tarde, estaba en las puertas del infierno y de ahí no quería salir. El cinturón no representó ningún problema, y sin saber cómo, Andrés ya tenía los pantalones por los tobillos. Estaba esperando ser embestida, pero antes él la miró a los ojos viendo el mismo deseo que sentía.
Azul contra azul se perdían en un mar de emociones que se reclamaban a la vez, sensaciones que por separado no podían sentir.
De una sola embestida Andrés la penetró. Daniela se mordió el labio, expulsando todo el aire de sus pulmones. Buscaba sus labios como si de eso dependiera su vida para seguir penetrándola una y otra vez, hasta que juntos explotaron al placer, bebiéndose los jadeos como si fuera el aire que ambos necesitaran para respirar.
En medio de las embestidas ella clavó sus uñas, haciéndolo gruñir de excitación.
Minutos después ambos respiraban con dificultad sin separarse. Él la miraba intensamente, pero Daniela no podía, ahora que recuperaba la cordura se sentía culpable, sucia y… su amante. De solo pensarlo un escalofrío recorrió su cuerpo y sin decir nada se separó.
—Daniela…
—No me hables, no digas nada —pidió arreglándose las bragas, pero él no la dejó bajar del escritorio, no quería verla así. Se le partía el corazón, que solo sentía que poseía con ella.
—¿Qué sucede? —quiso saber un tanto preocupado por esa reacción.
Daniela no pudo responder, solo se llevó las manos a su cara y se la tapó, sabía que estaba colorada, incluso lo sentía, la vergüenza la estaba consumiendo.
—Sirenita, mírame, por favor.
—No soy tu sirenita —siseó.
—Sí lo eres, así llegaste a mí y así te recuerdo a diario —respondió divertido. Ya sabía qué era exactamente lo que le sucedía, esa inocencia hecha mujer era lo que lo estaba trastornando. La tomó por sorpresa, la abrazó y al tiempo que la besaba en el pelo le susurraba en su oído:
—Esto que acaba de suceder no tiene nada de malo.
—¿Cómo que no? Acabamos de…
—Follar —concluyó Andrés, rompiendo la burbuja mágica junto con su corazón.
‹‹Follar, coger, tirar, eso es lo que acabas de hacer, y yo… yo te hice el amor, soy una… idiota».
Ahora sí se bajó rápidamente de la mesa, se arregló la falda, la blusa y se pasó la mano por el pelo para dirigirse a la puerta, frente a una mirada consternada de él, que ahora sí que no entendía nada.
—Que sea la última vez que me regalas flores, Andrés, no te puedo pedir que no me mires el culo porque eres hombre y eso es lo que hacen, pero esto que acaba de suceder no se repetirá jamás. Si tienes ganas de follar con alguien, búscate a otra —espetó y salió rauda hacia los baños. En su camino no divisó a nadie, no porque no pudiera pensar, esta vez el engranaje de su cabeza iba a mil por hora, pero las lágrimas que tenía contenidas en sus ojos no la dejaban.
Sentada sobre el escritorio como era su costumbre, Macarena la había visto entrar, miró su reloj y de eso habían pasado treinta y cinco minutos, treinta y cinco minutos en que ella dio rienda suelta a su imaginación y como mujer astuta que era comenzó a sacar conclusiones. Por salud mental esperó un par de minutos más, se levantó y caminó a la oficina del director. Esta vez por respeto, pero a ella, tocó a la puerta.
—Susana, te dije que no estaba para nadie —gruñó mirando por la ventana y con las manos en los bolsillos.
Macarena cerró la puerta e hizo caso omiso de lo que escuchó.
—Tomás —suspiró aventurándose con lo que pensaba. Al escuchar ese nombre, rápidamente Andrés se giró.
Por unos segundos se miraron a los ojos, retándose con la mirada, pero fue ella la que habló.
—Si el abuelo supiera lo que acaba de suceder en esta oficina le daría un ataque al corazón.
—¿Qué dices? —bufó entre dientes, dejándose caer sobre la silla.
—Lo que escuchaste, ahora empieza a hablar antes de que sea yo la que saque mis propias conclusiones —comentó tomando las rosas que aún estaban sobre el escritorio.
—No tengo nada que decirte.
Macarena comenzó a reír.
—¿Tan idiota crees que soy? Ahora sí entiendo todo.
—No hay nada que entender.
—Tienes razón —caviló unos segundos—, no hay que entender, hay que explicar y muchas cosas —aclaró, pero al ver que su primo desviaba la vista su rabia aumentó—. Habla, Andrés Monsalve.
—No —dijo tomándose la cabeza con ambas manos—, es mi vida personal.
—Sí, ¡claro que es tú vida personal!, pero Daniela trabaja en este periódico, por lo tanto es de mi incumbencia, ¿cómo es posible que no puedas tener el zíper arriba cuando ves a una mujer bonita? —lo toreó de esa manera, conocía a su primo y la forma de hacerlo hablar—. ¿O fueron las ganas de marcarla como macho alfa las que te impulsaron?
—¡Pero qué dices! ¿Estás loca? —espetó ahora mirándola con decisión. Él no le temía a nadie, menos a su prima—. Yo no pensé que esto sería así.
—¿No? ¿Y cómo pensaste que sería? —quiso saber con suspicacia, en tanto su rabia crecía a pasos agigantados—. ¡Acabas de tener sexo en la oficina! —explotó, ya era tarde para poder contenerse—. ¡Cómo se te puede ocurrir hacer una cosa así! ¡Daniela es diferente! ¡La vas a lastimar! ¡Trabaja aquí! ¡Estará en boca de todos! No estás respetando nada, ¡maldita sea!, ni tu trabajo, ni a ella ni a… Camelia —gruñó dándose cuenta de algo que hasta ahora no había sopesado. Aunque su novia no le cayera bien, tampoco era justo que la estuviera engañando.
—Jamás podría dañar a Daniela, y tampoco voy a permitir que nadie en esta puta oficina hable mal de ella —aseguró tomándole el peso a las palabras que Macarena decía. Sabía que había cometido un gran error al mentirle y al dejarse llevar por el momento en la playa, pero ya no podía mentirse más, no porque no quisiera, sino porque su corazón no se lo permitía, pero… ¿dónde quedaba Camelia en esto?
Macarena lo escuchaba atentamente mientras su mente procesaba la información, ella era una gran analizadora y le extrañaba que toda su defensa fuera en la periodista y no en su novia, pero si su primo no era claro y conciso no lo podría entender.
—¿Y por cuánto tiempo crees que podrás protegerla?, ¿una semana?, ¿un mes? ¡Ah, no!, si no tienes meses, tu matrimonio es en abril, en días —se burló—. Te informo, por si lo has olvidado, que afuera no hay informáticos trabajando en computadoras, hay periodistas y, ¿adivinas a qué se dedican? —se mofó, sintiéndose impotente, quería hacer que entendiera la situación, ¿pero cómo hacerlo sin su ayuda?
—Sé lo que te digo, no soy imbécil ni un adolescente —reprochó sintiéndose cada vez más enredado en sus palabras—, nadie se enterará de nada.
—No eres un adolescente, pero te estás comportando como tal —sentenció con dureza—. Y a Camelia, ¿en qué parte de la historia la dejas? ¡Ah!, desharás el compromiso.
—¡No!, ¿cómo se te ocurre?, ¡es que tú no entiendes!
—¿Qué yo no entiendo? —preguntó negando con la cabeza—, ¿qué quieres que entienda? ¿Que solo te sacaste las ganas con la periodista nueva que, además de todo, es huérfana y no tiene quién la defienda? —inquirió con sorna.
Andrés dio un paso al frente para quedar más cerca, ahora sí parecía un ogro de tomo y lomo.
—¡Sal de mi oficina, Macarena!, por el amor que te tengo te lo estoy pidiendo, no me hagas perder la paciencia, ¡se acabó!
—¡Se acabó una mierda, Andrés! Dime de una vez por todas como comienza esta historia, por qué mierda conoce el yate del abuelo y, además, creyó que te llamabas ¡Tomás!
—Porque la conocí en la playa en los días de vacaciones que me tomé, porque pensé que podía solo tirármela y olvidarla, ¡pero no! ¡No! Ella apareció aquí, en mi oficina, con… con esa cara que me vuelve loco y no me deja pensar, no me deja vivir. No es solo algo sexual —reconoció sentándose sobre el escritorio, agarrándose la cabeza.
—¡Entonces termina con Camelia y comienza tu historia con Daniela!
—No puedo —advirtió entre dientes.
—Esto sí que no, realmente eres un imbécil, te quieres aprovechar de las dos, qué buen ejemplo de hombre eres. Pero solo una cosa te digo, no tengo paciencia para tus idioteces, sigue con tu vida y deja a Daniela en paz, yo la voy a apoyar, ella es una buena chica y no se merece que un imbécil como tú se quiera aprovechar de ella —dijo poniéndose de pie para irse, ya no quería escuchar más, no sabía quién era el hombre que tenía enfrente—. Por hombres como tú existen zorras que no dejan ser felices a las mujeres como yo, nunca me esperé esto de ti.
—¡Ese es tu maldito problema! ¡Yo no soy tu exmarido! ¡Fabián era un hijo de puta que no le interesaban ni sus hijos ni tú, solo le interesaba tener amantes, quería solo el dinero de la familia y lo que significaba estar contigo! No tienes que compararnos a todos con él, ni vivir la vida de otros porque no eres capaz de afrontar la tuya, porque emocionalmente aún no lo has superado. —En el punto en que se encontraba la conversación Andrés sabía que no se estaba expresando de la mejor manera, pero necesitaba que ella, su prima, su amiga, lo entendiera y no lo juzgara como estaba haciendo, y sobre todo que volviera a la vida otra vez.
—No voy a seguir discutiendo contigo de la forma que yo he decidido afrontar mi vida, ni mucho menos de cómo veo a los hombres como tú —apuntó con desdén—. No tienes el derecho ni la moral para decirme nada —reclamó sosteniéndole la mirada y clavándosela como si fuera un puñal, blindándose ante esas palabras que habían calado hondo en su corazón—. Pero ya estás advertido, Daniela no está sola.
—Está bien —suspiró—. No tengo ni derecho, ni la moral para meterme en tu vida, pero tú tampoco, solo necesito que confíes en mí.
—Mi confianza la perdiste desde el mismo momento en que decidiste seguir adelante con Camelia, convirtiendo a Daniela en un capricho —le dijo con seguridad sin mirarlo, para que no se diera cuenta que sus ojos estaban a punto de ser desbordados por lágrimas.
—Piensa lo que quieras entonces, vete a la mierda tú y tus prejuicios. No me conoces, y mucho menos sabes cómo me siento… —reprochó con dolor en sus palabras. La única persona en que podía confiar le estaba dando la espalda.
Le dio un puñetazo a la mesa cuando la puerta se cerró, haciendo temblar todo lo que estaba encima y haciendo así que las flores cayeran al fin al suelo, como si fuera algo premonitorio de lo que se avecinaba para él.
‹‹No puedo dejar a Camelia, no soy un hijo de puta insensible como todos creen que soy», pensó con los ojos cerrados, tratando de calmar sus emociones.
Daniela, en el baño sentada sobre la taza, aún no podía creer lo que había sucedido. Se maldecía una y mil veces por ser tan idiota.
Decidió que lo mejor sería irse, no podía seguir ahí escondida por el resto de su vida. Fue hasta su escritorio, apagó su computador, tomó sus cosas y se marchó, no sin antes decirle a Javiera que salía hacia el hospital.
‹‹Ahora, además de amante, mentirosa».
Mientras se dirigía a su casa intentó mirar el paisaje para distraerse y no pensar. Al llegar se fue directamente al baño, se duchó para quitarse los restos de Andrés y sobre todo el olor que se le había impregnado en la piel. Al salir se puso un pantalón de pijama y una camiseta verde con tirantes. Sin zapatos bajó al jardín, necesitaba aire, pero sentía que su cuerpo iba a explotar. Después entró y se sentó en el sillón y cuando no pudo más, de repente, sus ojos empezaron a volverse acuosos y comenzó a caer un río de lágrimas por sus mejillas. Buscó su teléfono móvil y llamó a Luz.
—¿Cuánto falta para que llegues?
—Dani, ¿qué pasa?, ¿estás llorando?
—Nada, o sea sí, estoy llorando, ¿puedes venir, por favor?, no quiero estar sola.
—En veinte minutos estoy en la casa, quédate donde estás, no te muevas, Daniela. —Luz, sin pensárselo dos veces, fue hasta donde estaba su jefe para pedirle permiso para salir. No le fallaría a su amiga, sabía que algo realmente importante debía estar pasando.
Diecisiete minutos exactos habían pasado cuando Luz apareció en la casa. Cerró la puerta y la vio como si fuera una niña pequeña asustada sobre el sillón. El pelo enmarañado en su cara estaba pegado por las lágrimas. Con sigilo se acercó y con cuidado se sentó junto a ella, acunándola entre sus brazos mientras le besaba el pelo. Necesitaba ofrecerle seguridad para que le contara qué le sucedía. Rápidamente, al sentirse acompañada, Daniela dejó de llorar para dar paso a suspiros lastimeros que solo le rompían el corazón a la argentina, que ya se hacía una idea de lo que había sucedido. La separó de su pecho, acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja, le secó las lágrimas y la miró con ternura.
—¿Es lo que yo creo que pasó?
Ella asintió, se sentía demasiado avergonzada para hablar.
—¿En la oficina? —volvió a preguntar, necesitaba tener una respuesta un poco más explícita para no equivocarse.
—Me siento la persona más idiota que pisa la tierra. Vulgar, sucia y una desgraciada.
—Dani, eso es mucho decir, y tenés que saber que no sos para nada idiota, ni mucho menos vulgar, sos una mujer justa, con buenos sentimientos y la más buena que existe en el mundo mundial y en la tierra. Pero necesito que me digás por qué te sentís así.
Daniela cerró los ojos y tomó aire un par de veces antes de hablar.
—Andrés me regaló unas rosas del mismo color de tu falda, yo enfadada fui a su oficina a devolvérselas, pero terminamos cogiendo en su escritorio. —Luz le dio un beso en la frente y esbozó una pequeña sonrisa.
—¿Y eso qué tiene que ver con que vos, que sos soltera y sin compromisos, que no le has mentido, te sientas sucia y desgraciada? ¿Acaso vos lo obligaste? —preguntó lo más seria que podía estar.
—¡No, cómo se te ocurre! —afirmó con decisión para que no le quedaran dudas—. Él me besó primero y yo le correspondí, luego una cosa llevó a la otra y yo… yo ni siquiera pensé en Camelia, pero eso no fue lo peor.
—¿No?
—No, cuando terminamos él me dijo que habíamos follado y yo, la muy estúpida, pensé que todo sería como en la playa, que se quedaría conmigo. Soy mala persona —volvió a sollozar.
‹‹¡Hijo de la gran puta!», pensó en silencio.
—A ver, Dani, vamos por partes, vos no sos una mala persona, dejáte de pensar así, entiendo lo que te sucedió, vos estás más enganchada que él y, aunque me duela decírtelo, ese… Andrés solo se está quitando las ganas contigo, pero no por eso vos tenés la culpa, amiga. ¿Acaso lo provocaste?
—No.
—Entonces se acabó, dejá de llorar y de sentirte mal, disfruta lo que viviste, no sos una nena para llorar como Magdalena, y mucho menos por algo que vos no tenés la culpa. Tenés veinticuatro años y todo el derecho a vivir.
—¡Ay, Lu!, ¿qué debe estar pensando él ahora de mí?
—¡Ah claro!, te preocupás lo que él piense de vos, pero no lo que vos pienses de él. No, Daniela Fernández, así no es la cosa, debes dejar de pensar que vos siempre tenés la culpa, y sabés muy bien por qué te lo digo, acá vos tampoco hiciste nada.
—No tienes que recordarme eso.
—Sí, sí tengo, porque quiero que de una vez por todas disfrutes de la vida, para eso estamos acá, las tres cumpliendo nuestro sueño y no vas a dejar —dijo mirándola directo a los ojos—, que un boludo como Andrés te pase por encima. Lo que pasó fue sexo entre dos personas adultas, vos libre y él no, así que quitáte cualquier sentimiento culposo, porque como te conozco sé lo que estás pensando, es más, podría apostar mi ropa a que lo sé.
—A ver.
—Estás pensando en ir a confesarte, ¿o me equivoco?
—Sí… no… no sé… bueno sí.
—¡Ah ves, lo sabía! Te lo prohíbo, ¿me escuchaste bien?
—Es que me juré a mi misma que nunca más iba a ocurrir —respondió apenada.
—Pero ya fue, ya pasó, no podés ver lo bonito del futuro si te quedás pegada en el pasado.
—Está bien, tienes razón.
—Ahora quiero saber una cosa.
—Dime.
—¿Lo disfrutaste?
—Sí, tonta.
—¡Yo!, si acá la que hizo cosas indebidas fuiste vos, y mirá que yo si te estoy abrazando y me aguanto el olor —rio para subirle el ánimo.
—No sigas y no me mires así, que conozco esa mirada tuya y no te voy a contar nada, yo no cuento mi intimidad como lo haces tú —comentó entre risas que ahora le alegraban un poco el alma, su amiga podía lograr ese resultado en ella.
—Vamos a preparar la cena y después ver una peli de acción, donde los malos sean muy malos y los buenos muy ingenuos.
—Bueno, pero…
—¿Pero qué?, y encima me ponés condiciones —dijo poniendo los ojos en blanco.
—Pero en mi cama, ¿bueno?
—Bueno, bueno, si al final soy una santa —acotó levantándose del sillón, ya al menos la tempestad había pasado un poco y siempre después de la tormenta salía un arcoíris. Pero ella, como que se llamaba Luz Batagglia, se las iba a cobrar a Andrés, aunque fuera el puto dueño del periódico y tuviera que rezar mil avemarías.