Capítulo XV

“Descubriendo los secretos del lobo que el cazador siempre guardó”

 

 

Muy temprano, al otro día, el despertador le anunció a Daniela que ya era la hora de levantarse. Había dormido pésimo. Despertó con un fuerte dolor de cabeza por haberse aguantado las ganas de llorar el día anterior, así que sin muchas ganas salió de la cama, se tomó un par de ibuprofenos y se fue a la ducha. Al salir vio su imagen en el espejo, era una vergüenza: ojeras profundas, oscuras, y como si eso no fuera suficiente, sus ojos estaban pequeños e hinchados.

No pensó mucho en qué ponerse, quería una mañana tranquila, decidió que ir discreta, con un vestido color azul entallado, era la mejor opción. Se hizo en el pelo una cola alta que adornó con un pinche brillante del mismo color, y cambió los tacos por un par de zapatos bajos.

En la cocina se encontró con Almudena que ya tenía el desayuno listo y la estaba esperando.

—Voy a extrañarte esta semana.

—Yo también te extrañaré, pero te dejo con Luz que está en su tercer sueño.

—Pero que habladora que sos —anunció bajando con cara de sueño—. ¿Creés qué no bajaría a tomar el desayuno de madrugada con vos antes de que te fueras y me abandonaras por cinco días y cuatro noches?

—Viéndolo así, Almudena, eres mala, muy mala —se rio Daniela entregándole una taza a Luz, que aceptó de buena gana.

—¿Ustedes quieren que me vaya con pena o qué?

—No, queremos que sepas que te extrañaremos y que te adoramos —recalcó Daniela, tampoco era justo hacerla sentir culpable por tener que subir a la mina a trabajar, después de todo no se estaba yendo de fiesta.

—Pues no lo parece.

—No, de verdad que lo entendemos, pero no sería yo si no te lo digo —dijo abrazándola y casi le vuelca el café encima.

Luego del desayuno y de una larga despedida, Daniela se fue a su trabajo. Al entrar se quedó un rato con Javiera mientras ella le contaba lo aburrido que había sido su fin de semana, en cambio el de la preguntona había sido de todo menos eso.

—¡Vaya, Dani! No sé qué es mejor, si verte sin ropa o así y tener que imaginarte —saludó Luciano, quien venía entrando con una hermosa sonrisa en los labios.

—Qué atrevido —se burló sonriente devolviéndole un beso—, y yo que pensé que preferías recordarme en tu mente.

Javiera los miraba sin entender, ¿desde cuándo ellos se hablaban así? Pero no dijo nada, ella sabía demasiadas cosas y secretos del periódico, no por nada llevaba tantos años trabajando ahí.

Los chicos se despidieron y se fueron a sus respectivos puestos de trabajo. Se alegró al no ver flores en su mesa. «Al menos es un avance», pensó.

A las nueve treinta de la mañana, y como de costumbre, se reunieron todos en la sala de juntas para planear la semana.

Se extrañó al no ver en su silla habitual a Macarena, eso no podía ser otra cosa que la mañana sería dura, sin su aliada seguro su jefe estaría de lo peor.

En eso estaba pensando cuando por la puerta y con ese aire elegante expeliendo testosterona apareció Andrés, vestido con un impecable traje hecho a medida color gris, sus tan característicos anteojos y una barba incipiente.

—Buenos días, disculpen la demora —habló con voz suave y profunda, esa que a Daniela le erizaba el vello.

Caminó directo a su sitio, tomó las carpetas y como si le apremiara el tiempo comenzó a asignar las tareas de la semana y a visar algunos proyectos pendientes. Después de casi una hora, miró a Daniela.

—Como siempre, el reportaje estuvo a la altura de lo que esperaba de ti —dijo viéndola con tal intensidad que la dejó en silencio, a ella y a todos—. El próximo reportaje será de una zona que me imagino conoces bien.

En ese momento el cerebro de Daniela empezó a procesar lo que sus palabras le decían. ¿De qué lugar estaba hablando? ¿Playa Blanca?

—Aunque no conozca el lugar, lo haré lo mejor posible.

—No lo dudo —respondió observándola sin inmutarse, sabía que la estaba atacando y ella se estaba defendiendo, pero tenía rabia y no se quedaría con esa sensación.

—¿De… de qué será el reportaje? —tartamudeó.

—De una pisquera del Valle de Elqui.

—¡Wow! ¡Qué bien, dos viajes al valle en menos de una semana! —exclamó Luciano, frotándose las manos ante la noticia.

—No es necesario que acompañes a Daniela, Luciano —afirmó mientras buscaba algo entre sus papeles—, la acompañaré yo —finalizó entregándole el motivo del reportaje.

—No es necesario, Andrés, Luciano y yo estamos perfectamente capacitados para hacer el reportaje. —«Imbécil».

—Escúchame bien, Daniela, no dudo de… sus capacidades, pero ya he tomado una decisión y esta la llevaré a cabo hasta el final.

«Como lo de tu boda con Camelia».

—Perfecto, como digas.

Luego de revisar un par de puntos más, la reunión de pauta se dio por terminada. Luciano se acercó a Daniela para ver cómo estaba y ella con una dulce sonrisa, que no expresaba la verdad, le dijo que bien.

Al llegar a su escritorio vio que tenía un correo interno, tardó solo dos minutos y lo abrió.

 

De: Andrés Monsalve

Para: Daniela Fernández

Fecha: 5 de abril 11:37

Asunto: Reunión

 

Necesitamos hablar. Te espero a las dos en el café.

 

Andrés Monsalve

Director del periódico “La Era”

 

«¿Y tú qué te crees imbécil? ¿Que yo tengo que estar dispuesta para ti?».

 

De: Daniela Fernández

Para: Andrés Monsalve

Fecha: 5 de abril 11:45

Asunto: Reunión

 

Si es un asunto de trabajo, podemos hablarlo en la oficina. Si es un asunto personal, no tenemos nada de qué hablar.

 

Daniela Fernández

Periodista del periódico “La Era”

 

«¡Toma ya!».

 

De: Andrés Monsalve

Para: Daniela Fernández

Fecha: 5 de abril 11:47

Asunto: Reunión

 

Estoy perdiendo la paciencia que no tengo. A las dos en el café, no es una propuesta, es una orden.

 

Andrés Monsalve

Director del periódico “La Era”

 

Daniela dudo unos momentos en si responder o no, hacerlo sería caer en su juego y, aunque estuvo tentada, prefirió hacerle caso a su cordura y seguir trabajando.

Como siempre que se centraba en el trabajo, la mañana se le pasó volando. A mediodía decidió ir por un café, cuando recordó que tenía que ir al encuentro con su jefe. Maldijo un par de veces, pero se armó de valor y decidió que ella no tenía nada que temer.

Salió del edificio repitiéndose, como si fuera un mantra, que ella era soltera y no tenía nada que ocultar. Cruzó nerviosa por el vestíbulo y le dio una sonrisa a Javiera.

Al llegar al café lo vio sentado al fondo del lugar, rápidamente Andrés se puso de pie y la ayudó a sentarse.

—Gracias por venir —reconoció un tanto nervioso, era la primera vez que lo veía así.

—Tengo trabajo —respondió con voz cortante.

Andrés, sin necesidad de escucharla, levantó la mano para pedirle al camarero un chocolate caliente. Daniela sintió que su corazón la traicionaba con ese simple gesto, que él se acordara de ese detalle era demasiado. Él ya había dado el primer paso hablando y el silencio la tenía incómoda, tenía que romper el hielo o sus nervios la traicionarían de la peor manera.

—¿Para qué me has llamado?

—¿Estuviste en el Valle de Elqui el fin de semana?

Una media sonrisa involuntaria se le escapó al recordar. ¿Pero qué le sucedía?

—Creo que Nicolás hará cualquier cosa para acercarse a ti, la entrevista personal fue solo una excusa. Él no es un buen hombre, tiene costumbres… peculiares que jamás entenderías. —La miró intensamente—. Y por otro lado, lo estás provocando para olvidarte de mí. Esa ropa que usaste no fue la más adecuada para estar en el valle, sin contar el escándalo de la cafetería.

—¡Andrés…!

Daniela casi escupió el líquido que bebía cuando escuchó lo del café, quedándose con la boca abierta. No podía creer lo que oía.

—Lo siento —dijo solo por cortesía—, pero María Pía me lo contó todo.

Daniela dejó la taza sobre la mesa y se puso de pie, no sabía si abofetearlo o tirarle la taza por la cabeza.

«Maldito pollo».

—No voy a permitir que ni tú ni nadie me diga lo que debo o no hacer.

—Lo siento —siguió disculpándose, ahora sí un poco culpable al ver su expresión de dolor, ese no había sido su objetivo—, pero no soporto que no nos hablemos, que me ignores y… —le costó seguir para hacer la siguiente confesión—, hagas como si nada hubiera sucedido entre nosotros. Sales con Nicolás como si…

—¡Alto! —Lo detuvo con un gesto de la mano—. ¿Pero qué mierda me estás diciendo? ¡¿Me estás recriminando a mí, cuando eres tú el que se va a casar en menos de un mes?!

De pronto Andrés sintió la necesidad de contarle todo de una sola vez a Daniela. También quería decirle cuánto la quería y cómo se había metido en su piel desde el primer día, reafirmándolo cuando la había vuelto a ver. Pero se acordó de Camelia y dudó.

—Perfecto, como me lo temía, eres un…

—No hables cosas que después te puedas arrepentir, Daniela, lo único que quiero que sepas es que Nicolás Aguirre no es un hombre para ti.

—Yo elegiré quién es para mí, Andrés, y disculpa si no sigo teniendo esta charla contigo, pero me resulta patético escucharte.

—No estoy enamorado de Camelia… —empezó a decirle y se detuvo.

Daniela sintió que sus piernas comenzaban a flaquear, incluso le faltaba el aire, pero de igual modo él prosiguió.

—Llevamos tanto tiempo juntos que confundí un gran cariño por amor. Ella estuvo conmigo en un momento muy especial y delicado de mi vida, me apoyó y no me abandonó. Daniela, lo siento, yo me he comportado como un…

—Soberano imbécil —lo interrumpió y continuó—, y ahora lo estás haciendo de nuevo.

—Lo sé, tienes razón, pero es que no puedo hacer otra cosa —reconoció tomándola de las manos atrayéndola hacia él, olió su perfume y la acarició hasta llegar a la parte baja de su espalda—. Daniela, me estás volviendo loco, sé que nos conocemos hace poco, pero no puedo dejar de pensar en ti.

«Quisiera creerte, quisiera que supieras que yo siento tanto por ti… pero sé que no es así, si no tú no te casarías, solo quieres volver a follar», pensó.

Andrés se acercó aún más y puso las manos en su nuca para besarla, pero Daniela se retiró.

—No, Andrés, tú… tú te vas a casar —le recordó con amargura, luego se giró y se retiró del lugar, no podía seguir así y ahí con él, no sabía cuánto tiempo podía seguir conteniéndose.

La rotundidad de las palabras de Daniela hizo que él no insistiera. La vio marcharse con el corazón encogido, pero no podía seguir ocultándole tanta información, ahora se sentía un poco mejor.

Ella temblaba completamente ante tamaña confesión, su mente funcionaba a miles de kilómetros por hora. Llegó a su oficina y ni siquiera se quedó en la recepción cuando Javiera quiso detenerla para comentarle algo realmente increíble de lo que se había enterado. No, ella no quería saber más nada.

Al llegar a su escritorio se dio cuenta de que no podía concentrarse, tomó algunos papeles y se fue al único lugar en que sabía que sí lo haría.

Luciano, al verla entrar al cuarto de revelado, se alegró muchísimo y rápidamente comenzó a distraerse. Casi a las cinco de la tarde salió del cuarto oscuro, su cara era mucho más relajada. Cuando volvió a su mesa vio que tenía varios mensajes privados, no abrió ninguno y comenzó su investigación: la pisquera más grande y prospera de la región era la que tenía que visitar y hacer un buen reportaje a la altura de los que ya había realizado.

Todos en el periódico comentaban y susurraban algo, parecía que era importante y claramente no de dominio público. Decidió ir a la cocina y hacerse un café, seguro alguien le contaría el chisme. El destino no pudo haber puesto a mejor persona que a Javiera.

—Es que no me lo puedo creer —le dijo eufórica al ver que su amiga y compañera entraba. Daniela decidió seguirle el juego, pues tampoco quería quedar como la última en enterarse de algo que se suponía que todo el mundo sabía.

—¿Sí verdad?, ¿quién lo iba a creer? —mintió.

—Es que yo jamás pensé que ella, dándose tantas ínfulas de mujer superada, pudiera ser tan estúpida en ese aspecto.

—Mmm —fue todo lo que dijo. ¿Qué más podía decir?—. Claro —volvió a hablar soplando el café que sostenía entre las manos.

—Por eso siempre la veía correr al baño, de hecho Susana me dijo que todo el día pasaba tomando aguas de hierba.

«Por fin voy entendiendo, ¿pero quién es la enferma?».

—Ojalá y se recupere pronto.

—No, si a esa le deben quedar al menos dos meses más vomitando todo lo que come.

—¡¿Tanto?! —preguntó preocupada.

—Sí, cuando estaba embarazada de mi primer hijo vomité hasta el cuarto mes, y con lo exagerada que es Camelia, seguro estará así todo el embarazo.

La taza que sostenía entre sus manos Daniela se estrelló contra el piso, al igual que cualquiera de sus ilusiones. Un zumbido invadió sus oídos, aturdiendo sus pensamientos. ¿Realmente había escuchado que Camelia estaba embarazada? ¿Andrés iba a ser padre?

—¡Dios mío! ¿Daniela, estás bien? —preguntó Javiera sacándola de su ensoñación.

—Sí…, sí qué tonta.

—No tranquila, ni que hubieras sido tú la embarazada —bromeó.

Daniela se obligó a sonreír, y como autómata limpió el líquido derramado. Salió de la cocina directa a su escritorio, quería llorar, gritar, patalear y sobre todo matar a Andrés, pero no, ella no haría nada de eso, aun con todo lo que sentía fue capaz de sentarse frente al computador y comenzar a escribir un correo.

 

De: Daniela Fernández

Para: Macarena Monsalve

Fecha: 5 de abril 17:32

Asunto: reportaje Pisquera “El Sol”

 

Macarena, lamento molestarte hoy, pero me he enterado de que mañana habrá una inauguración en la pisquera, habrá diversas personalidades de la zona y creo que sería bueno que Camelia pudiera hacer algún reportaje a ese gran evento social.

 

Atenta a tu respuesta.

 

Daniela Fernández

Periodista del periódico “La Era”

 

Leyó un par de veces el mensaje antes de enviarlo, no sabía si estaba haciendo lo correcto, pero era lo que en ese momento su mente le dictaba, ella no podía estar sola con Andrés y menos después de todo lo que había averiguado durante la tarde.

Cerró los ojos y apretó enviar. Esperó unos minutos y nada. Cuando comenzó a guardar sus cosas, sonó su teléfono celular.

—¿Sí?

—Daniela, ¿estás segura de lo que me escribiste en el correo?

—Sí, Macarena, puedes corroborarlo con la prensa.

—No me refiero a eso, ¿estás segura de que quieres ir con Camelia y Andrés? ¿Todos juntos?

—Camelia también es periodista y ella debe cubrir ese tipo de noticias, no sería justo que por una aventura de su novio se viera privada de hacer su trabajo —habló tan profesionalmente y con tanta tranquilidad que Macarena no tardó nada en darse cuenta de que algo estaba pasando, pero sabía que no le contaría nada.

—Está bien, Daniela, hablaré con Camelia, mañana nos vemos.

—Gracias —respondió después de unos segundos de silencio.

Terminó de guardar sus cosas y cuando el reloj marcó las seis de la tarde se marchó.

No quería ir a su casa todavía, no podía ir a la iglesia, realmente ella estaba comportándose patéticamente en el último tiempo. Su vida no era ni de lejos lo que siempre había querido o soñado. «¿Mujer independiente? No. ¿Mujer resuelta? No. ¿Mujer feliz? Ni en sueños. Ese es el problema», dijo mientras se sacaba los zapatos para comenzar a caminar por la arena.

Siempre había planeado toda su vida, había sido siempre la primera en todo y esta vez en la única cosa que no podía controlar había llegado segunda, había entregado su corazón en bandeja y se lo habían destrozado, sobre todo ahora que sabía que Andrés iba a ser padre. Tal vez no estaba enamorado de Camelia, tal vez sí sentía algo por ella, pero jamás se interpondría en la felicidad de una criatura que aún no nacía, no, ella sería la que se apartaría de en medio.

Su mente no paraba de dar vueltas y pensar y repensar la situación. Lo único que sí tenía claro era que no podía estar enamorada de Andrés, porque si fuera así no sentiría cosas por Nicolás, ¿o sí? Él era su amigo, pero por sobre todo la escuchaba y nunca había tenido que mentirle.

El viento comenzó a soplar más fuerte y las olas ya no eran tan serenas. Siguió caminando hasta que escuchó que alguien la llamaba. Miró en todas direcciones hasta que lo vio.

—¡Daniela! —volvió a gritar Nicolás, acercándose a pasos agigantados. Se había fijado en ella cuando estaba bebiendo unos cócteles en la terraza de su restaurante. Primero pensó que se la estaba imaginando, incluso sonrió para sí al darse cuenta que esa mujercita le salía hasta en los momentos más distendidos, mientras compartía con otras personas, pero a medida que se fue acercando, su corazón comenzó a latir más aprisa, y una vez que ya la pudo reconocer su semblante lo alarmó, no era la chica alegre y vivaz de siempre, esta caminaba cabizbaja con la mirada perdida en algún punto del océano.

Cuando Daniela se giró para verlo, saltó a sus brazos y se cobijó en su pecho, como si ese lugar fuera lo único que la reconfortaba en ese momento.

—Chiquitita, ¿qué pasa, qué tienes?

Ella quería hablar pero las palabras no le salían, y lo único que salió de sus ojos fueron miles de lágrimas contenidas que brotaban sin control, estaba desconsolada.

—Daniela, no me hagas esto, ¿qué pasa? —comenzó a desesperarse Nicolás, y en un movimiento más brusco la separó de él para ver si estaba bien o tenía alguna marca, el solo hecho de pensar una cosa así lo estaba volviendo loco—. Daniela… —gruñó casi suplicando una respuesta.

Varios segundos de silencio, que se le hicieron eternos, pasaron hasta que ella casi en un susurro dijo:

—No me pasó nada… o sí, ¡todo en realidad!

—Háblame, por favor.

—Camelia está embarazada —soltó de pronto, y sin mirarlo se volvió a aferrar a él como si fuera una tabla de salvación.

Nicolás suspiró fuerte y relajado al mismo tiempo, cosa que Daniela no pasó por alto. Lentamente se separó de él para mirarlo a través de sus ojos brillantes e inundados de lágrimas.

—Tú, tú lo sabías, ¿verdad? —hipó.

—Eso no importa —le dijo besándole el pelo e inspirando su olor.

—¿Por qué no me lo dijiste? —le recriminó separándose de él.

—Porque no me correspondía a mí, no es mi hijo —sentenció con dureza—. Y tampoco quería hacerte daño.

—El daño está hecho igual, Nicolás, pensé que eras… mi amigo.

—¡Y lo soy! ¡Claro que lo soy! —bufó subiendo el tono de voz—. Pero jamás utilizaría una cosa así a mi favor, Daniela, quiero que estés conmigo por elección propia, no porque sea tu segunda opción.

Otra lágrima rodó por su mejilla, ¿acaso ese hombre siempre iría un paso más adelante que ella en sus pensamientos? Por unos segundos se retaron con la mirada, diciéndose más cosas que con las palabras, hasta que un escalofrío lo alertó.

—Ven, vamos, estás temblando y la temperatura ha bajado.

—No, no quiero ir…

—Daniela —suspiró intentando controlarse, la paciencia ya la había perdido—, no voy a dejarte acá a esta hora y tengo que volver a la terraza.

En ese momento ella se percató de que no estaba solo, y aunque no lo esperaba, al ver hacia el restaurante vio a una mujer esperándolo. No era Pía, de eso estaba segura, pero sí era una mujer. Y se molestó.

—No iré contigo, Nicolás, no pienso interrumpirte con tu… tu amiga, cita, compañera o qué sé yo —se defendió retrocediendo hasta que una ola la mojó.

Nicolás, sin importar mojar sus zapatos, al ver como ella se alejaba la tomó por el brazo, la atrajo hacia él y comenzó a caminar con ella directo a la terraza.

—¡Suéltame, Nicolás! —refunfuñó en tanto se limpiaba las lágrimas—. Me importa una mierda con quien estás, me da igual a quién te estás tirando ahora…

—Cállate, Daniela.

—No me voy a callar, ¡déjame!

—Camina o te llevo al hombro —le advirtió sin mirarla, en tanto seguía tirándola para que avanzara, no pensaba dejarla sola.

La escena que estaban montando no era escandalosa, pero tampoco destilaba flores y corazones. Daniela, cada vez que se acercaba un poco más, temía por lo que se iba a encontrar, a qué mujer maravillosa iba a conocer para que él se la enrostrara en la cara.

En tanto, la mujer que los observaba miraba la escena con una gran sonrisa de satisfacción en el rostro.

Una vez que llegaron, sin soltarla, la tomó de la cintura pegándola más a él.

—Bruto, insensato, troglodita…

—Patricia —le dijo interrumpiéndola para que no siguiera insultándolo—, te presento a Daniela.

La aludida, al verse totalmente expuesta, puso su mejor cara, tampoco haría el ridículo y menos frente a una desconocida, la mujer que tenía enfrente era regia, aunque un tanto mayor para su gusto, pero le sonreía con amabilidad.

«Es de lo peor, no perdona a ninguna», pensó, en tanto le daba la mano a la señora para saludarla.

—Buenas noches, yo no quería incomodarlos —y mirando a Nicolás prosiguió—. Ahora que ya he saludado, puedes quedarte tranquilo con tu…

—Su madre —intervino Patricia al ver con la furia que ella miraba a su hijo. Era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo. La situación era realmente cómica, partiendo por ver la cara de preocupación de su Nicolasito desde que la había visto aparecer, y ahora la cara de cabreo que tenía era monumental.

—Perdón, yo…

—Es que este niño siempre insiste en llamarme Patricia —se disculpó riendo, sabía exactamente cómo se estaba sintiendo la joven.

—¿No dirás nada, Daniela? —le sonrió para sacarla de la estupefacción, pero ella estaba sin palabras.

«¿Su madre? ¿Ella? ¿Pero si tiene…?».

—Oh, sí claro, es un gusto conocerla —y fulminándolo con la mirada le habló a Nicolás—. Debo irme, lo siento, no quiero interrumpirlos.

—No, nos interrumpes —intervino Patricia, bastaba verle la cara a su hijo para saber lo que pensaba—, encantada de que nos acompañes. Nicolás me ha hablado de ti.

—¿De mí? —preguntó girando la cabeza hacia al aludido, y este solo se encogió de hombros.

—Sí, me contó que estuvieron juntos en el valle este fin de semana, me podrían haber pasado a ver.

Daniela carraspeó, porque era eso o se atragantaba, pero aclararía de inmediato ese error.

—No… no estuvimos solos, yo fui con mis amigas y Nicolás con la…

—María Pía —rectificó, sabía perfectamente como le diría.

—Bueno, sí, con ella.

—¿Otra vez con ella, Nicolás? —recriminó su madre, cosa que le hizo gracia a Daniela.

—Madre…

—No, solo me llamas así cuando estás enfadado, pero ya sabes lo que pienso de María Pía, te lo he dicho en innumerables ocasiones.

Daniela se sintió un tanto incómoda ante la situación. Además, ella quería abstraerse de todo, de los problemas, pero sentada junto a ellos se sentía extrañamente en paz, no se le había cruzado por la cabeza ni una sola vez Andrés, y ya llevaban más de una hora conversando animadamente.

—Creo que es tarde, mañana tengo un reportaje que hacer. Si me disculpan, me retiro.

—¿Donde será, Daniela?

—En una pisquera del valle, Patricia.

—¡No me digas! —comentó sonriente Nicolás.

—Sí, por eso creo que es mejor que me vaya ahora, antes de que se me haga más tarde.

—¿Irás con Luciano?

—No, con… —no quiso terminar la frase pero no hizo falta, porque de todos modos Nicolás comprendió.

Solo un bufido de su parte y la respiración acelerada se escuchó, levantó la mano y Manuel fue el primero en aparecer.

—Dígame señor.

—Ve a dejar a Daniela a su casa, luego vuelves.

—No, no es necesario… —comenzó a decir la aludida, que ya se estaba levantando para irse, pero la cara de él no aceptaba negativas—. Está bien —suspiró y luego añadió—,un “por favor” no te costaba nada.

En respuesta él solo la miró y Patricia sonrió con gusto.

La acompañó hasta el auto, y una vez que se hubo ido se pasó las manos por el pelo y gruñó por fin con tranquilidad.

—¡Maldito Andrés! Maldito seas, hijo de puta.

Cuando regresó, Patricia notó que volvía a ser el mismo de siempre, el que no tenía chispa ni luz propia. Su rictus era nuevamente serio y había perdido el brillo de sus ojos, que solo se lo daba Daniela, esa chica a la que él no le había perdido el rastro desde que la vio aparecer, y su madre se había dado cuenta de todo. Madre no hay más que una.

Quince minutos después Daniela estaba en su cama acostada, mirando hacia el techo, pensando en todo lo que había acontecido. Andrés iba a ser padre, aún le costaba creerlo pero así era, ahora sí que tenía que sacárselo de la cabeza a como diera lugar, ya no podría seguir pensando en él. Tenía que sacarse del corazón las palabras bonitas que le había dicho esa tarde. ¿La quería? No, eso era imposible. Con la mente funcionando a mil por hora y con ideas cruzadas, o mejor dicho rostros cruzados, no supo cómo pero se durmió profundamente, hasta que al otro día el ruido del despertador la volvió a la realidad.

No tenía ganas de abrir los ojos y la pena acumulada del día anterior le estaba pasando factura: dolor de cabeza, ojos rojos y cara hinchada, resultado, un completo desastre. Si su amiga la veía así no se salvaría de un interrogatorio inminente, así que rápidamente se metió a la ducha y dejó que el agua ayudara a su recuperación, pero esta no era milagrosa, pero lo que sí lo era, sería el maquillaje.

Una vez que hubo terminado se vio al espejo, era otra la que le devolvía la mirada. Ahora vestía un conjunto de dos piezas, falda de color rosa claro hasta la rodilla, un top blanco de encaje que no dejaba mucho a la imaginación, y sobre esto una chaqueta corta del mismo color que la falda. Se dejó el pelo semisuelto, que le daba un aire más sofisticado. En lo que sí no claudicó fue en ponerse unos zapatos de tacón que la hacían verse mucho más alta de lo que era en realidad. Suspiró contenta y cansada a la vez con el resultado, en revisión, su maquillaje era perfecto y cubría cualquier vestigio de lo que sentía en realidad, porque por dentro su cabeza le martilleaba. Pendientes perfectos, top que enseñaba lo justo y necesario, o tal vez un poco más, falda un tanto larga para su gusto, le hubiera quitado al menos diez centímetros, pero no iba a la playa, iba a una entrevista, y por si fuera poco, un evento social, y nada más y nada menos que acompañada de su peor pesadilla.

Una vez abajo, cuando terminó de tomarse su taza de leche, volvió a subir para despedirse de Luz, que había trabajado hasta la madrugada, así que decidió dejarle el desayuno calentito junto a la cama. Su amiga con los ojos cerrados se lo agradeció, recién estaba en el primer sueño.

Mientras manejaba su auto pensaba en que bajo ningún punto de vista se iría en el mismo auto que Andrés, no, ella se iría sola.

Llegó casi junto con Macarena, que al verla se quedó impresionada, se veía realmente linda.

—Hoy sí que acapararás la atención de más de uno, eso te lo aseguro.

—Esa no es mi intención, solo quiero y pretendo hacer un buen reportaje.

—Lo harás, Daniela, eso te lo aseguro como que me llamo Macarena Monsalve —sonrió—. Yo estaré ahí para corroborarlo.

—¡¿En serio?!

—Más en serio imposible, además, Luciano también nos acompañará, alguien debe sacar las fotos, ¿no? —aseguró feliz la editora.

En un acto impensado Daniela la abrazó y besó en la mejilla. Ir con Macarena sería una muy buena oportunidad para conocerse, y sobre todo porque no tendría que estar sola con Andrés.

Una vez arriba en la oficina se les unió Luciano, quien estaba feliz por volver al valle y trabajar nuevamente con Daniela, no por nada sus reportajes eran los más aclamados.

Estaban todos reunidos en el pasillo cuando vieron llegar a Andrés seguido por Camelia. Parecía que discutían, aunque desde esa distancia nadie podía saber el porqué.

—¿No tienen nada mejor que hacer ustedes, que no están trabajando? —bufó al darse cuenta que lo observaban atentamente, pero cuando se fijó en Daniela sintió que perdía fuerzas, ella estaba preciosa. Su rabia se acrecentó aún más cuando sintió el brazo de Camelia rodearle la cintura, eso lo hizo estremecer y cerrar los ojos un momento.

—Tenemos mejores cosas que hacer, sin duda. Pero da la casualidad de que te estábamos esperando a ti.

—¿A mí?

—Sí, bueno, a ustedes, porque como me imagino que ya sabrás, iremos todos juntos a la pisquera.

—Define todos juntos —habló de mala manera, esto cada vez se ponía peor para él.

—¿Cómo? Pensé que Camelia ya te lo había informado, le envié un correo ayer por la tarde. —El aludido volteó la cabeza, fulminándola con la mirada, y su novia solo le devolvió una maravillosa sonrisa de disculpa. Cuando volvió a mirar a su prima, ella continuó—. Daniela, Luciano, tú y yo… a último minuto decidí acompañarlos.

—¡Qué! ¿Tú? ¿Y para qué? ¿Por qué?

—¡Vaya! Te han salido dotes de periodista a último segundo —se burló, sabía lo que él estaba pensando—. Fácil, y te juro que siempre quise decir esta frase que leí en un libro, “porque puedo”.

Daniela no pudo evitar reír al escuchar esa frase tan típica de un personaje literario, claro, rápidamente decidió dejar de mirar la escena y concentrarse en otra cosa. Aunque sabía que iría acompañada de igual forma estaba dolida, eso no lo podía negar, aunque ahora, después de haberlo pensado mucho, no sentía que tenía un puñal clavado en el corazón.

La discusión se extendió por algunos minutos, hasta que Andrés decidió dar media vuelta e ir hasta su oficina, dando su típico portazo.

—Daniela, tú y Luciano se vienen conmigo —afirmó Macarena entrando a su oficina para recoger los últimos papeles, en tanto Daniela iba a su escritorio para buscar su libreta y su tan característico lápiz.

Al mediodía todos salían en dirección al valle y a la pisquera. El ambiente en el auto de la editora era distendido, incluso Luciano las hacía reír. Aunque Daniela no podía dejar de pensar en Camelia y su embarazo, en un par de ocasiones también rio.

En cambio, en el auto de Andrés la situación era tensa, la pareja lo único que hacía últimamente era discutir, más aún cuando para Andrés las cosas se ponían cada vez peor. Él quería recuperar a Daniela, incluso le había abierto su corazón, pero iba a ser padre y eso no lo podía seguir ocultando. Necesitaba buscar la forma de poder contárselo a ella y que no se enterara por terceras personas, sabía que eso sí que no se lo perdonaría.

Claramente el evento era apoteósico, incluso una fila de autos estaba esperando para poder ingresar, aunque ellos al ser de prensa tuvieron acceso de inmediato por otro costado. Una vez todos reunidos, les dieron sus pases. Daniela rápidamente cogió a Luciano del brazo para alejarse lo más posible.

—Vamos —comenzó Daniela—, tenemos que justificar el sueldo y creo que este reportaje será uno de los mejores.

—¿Quieres justificar el sueldo o alejarte de la víbora?

—¡Luciano!

—Yo solo digo lo que veo, amiga. Y creo que el jefe no es un buen partido para ti.

—¿Ah no? —preguntó medio en broma medio en serio—. ¿Y quién lo sería? ¿Tú?

—¡No! —rio de buena gana el fotógrafo—. Pero conozco a un candidato que sé que te hace reír, y bueno, rabiar también.

—Nicolás y yo solo somos amigos —le aclaró antes de que le diera nombres. Eso lo hizo reír aún más fuerte y abrazarla con cariño. Lo que ellos no sabían era que estaban siendo observados muy de cerca y no con muy buena cara.

Siguieron su recorrido por la fábrica, que era la más grande de la región, aspirando el tan característico aroma a pisco. Dentro de la casona colonial roja, donde comenzaba el recorrido, un guía experimentado los estaba esperando. Les informó el proceso de producción del licor, poniendo énfasis en el segundo proceso de elaboración, la vinificación, que es transformar los azúcares de la uva en alcohol. O sea hacer el vino. Daniela estaba fascinada con todo lo que les decían y tomaba notas, olvidándose de todo y de todos. La gran infraestructura y el profesionalismo de los trabajadores los dejaron sin aliento. Y por supuesto tanto hablar de pisco ya les estaba dando sed. Pasaron por una de las habitaciones aledañas, donde estaba todo el merchandising de la pisquera. Daniela no se pudo resistir y compró un par de cosas para llevarles a sus amigas. Y por último, llegaron a la tercera fase de la elaboración, la destilación, donde por fin se transformaba el vino en alcohol pisquero. Este era depositado en enormes alambiques de cobre a altas temperaturas para obtener vapor. Luciano sacaba fotografías a todo, incluso le tomó a su amiga detrás de una de las barricas.

El recorrido ya casi terminaba y ellos tenían material de sobra para hacer un gran reportaje. Estaban terminando cuando la guía les comunicó que Juan Antonio, el nieto del dueño, los recibiría en su oficina para ultimar los detalles finales.

Los chicos se miraron felices. Daniela había intentado reunirse con él, pero le había sido imposible, solo les habían permitido el acceso a la planta, pero nada más. Felices, la siguieron hasta la oficina.

Esta era como un museo. Varias máquinas antiguas para la elaboración del alcohol estaban exhibidas, fotos de la zona y por supuesto varios trofeos y premios que la marca había ganado desde sus inicios.

—Don Juan Antonio los recibirá enseguida —les dijo una mujer, sacándolos de su conversación.

—Gracias.

Instantes después, se abrió la puerta de roble y desde dentro salió Juan Antonio acompañado por uno de sus grandes amigos.

—Cierra la boca, Dani, que te van a entran las moscas —se mofó Luciano viendo a su amiga, que estaba literalmente sin palabras.

—¿Tan malo es verme acá que ni siquiera me saludas? —bromeó.

—No, yo…

—Si no fuera mucha la molestia —los interrumpió Juan Antonio haciéndose el ofendido—, ¿me podrías presentar a la preciosidad que tengo en frente?

Nicolás, que hasta minutos antes estaba disfrutando del encuentro, dejó de hacerlo al instante en que escuchó la voz de su amigo de la infancia.

—Daniela Fernández, señor —se presentó—, y él es Luciano, mi compañero y fotógrafo.

—Muy bien, ahora que están hechas las presentaciones, pasemos a mi oficina para… conversar.

Él, como un caballero, la dejó entrar primero y no pudo evitar mirarla al pasar. La chica tenía un trasero digno de admirar y no solo él se la quedó viendo, pero lo que no esperaba era escuchar el comentario de Nicolás.

—No te pases, Juan Antonio, y por el cariño que te tengo, te diré que esa chica no se mira, ni se toca. No quiero tener problemas contigo —le advirtió en un tono no menor.

El aludido levantó las manos poniendo cara de yo no fui.

Una vez dentro y ya hechas todas las presentaciones, se sentaron frente a una gran mesa de reuniones y Juan Antonio fue el primero en comenzar a hablar.

—Le habrá dicho mi secretaria que no doy entrevistas, ¿verdad?

—Sí, señor —asintió con la cabeza, aún sin creer que Nicolás estuviera ahí y con una maravillosa sonrisa expectante a todo lo que ella decía.

—Bueno, no doy entrevistas porque me parece que siempre ustedes los periodistas cambian las cosas a su favor, y de alguna u otra manera tergiversan la información.

—No se preocupe, Nicolás puede dar fe de que nuestro trabajo es serio.

—Ya sé que son amigos, por eso te estoy concediendo esta entrevista.

Daniela se acomodó bien sobre su asiento y con la mejor voz que pudo, para no sonar antipática, replicó:

—Cuando menciono a Nicolás, no me refiero en calidad de amigo, ni para que abogue por mi calidad periodística, se lo sugiero porque hace un tiempo le realicé un reportaje a él y a sus empresas, y sé que quedó gratamente sorprendido y…

—Alto ahí —la interrumpió y mirándolo a él siguió—. ¿Le diste un reportaje al periódico de Andrés? ¿Tú? No lo puedo creer. Si ustedes no se hablaban desde…

—Le di una entrevista a Daniela —lo cortó y le aclaró con convicción—. Y sí, puedo dar fe que Daniela es una excelente profesional y antes de imprimir el reportaje lo podrás leer. Eso sí —continuó con una mueca—, atente a miles de preguntas.

—No lo puedo creer, y dicen que los milagros no existen —murmuró realmente sorprendido Juan Antonio.

Por primera vez Daniela sonrió ante el comentario, recordar el día de la entrevista con Nicolás le traía buenos recuerdos.

—Con todo lo que me has dicho, no me queda más remedio que aceptar de buena gana esta entrevista. Lo que sí quiero que sepas es que soy exigente, me gusta la perfección y todo lo que acordemos debe ir impreso. No me gustan las sorpresas, y si veo algo que no me parece daré por terminado el reportaje…

—Hasta este punto no tengo ningún problema —lo interrumpió Daniela—. Soy profesional en mi trabajo y pretendo que usted quede conforme.

—Como decía —dijo mirándola bastante serio—, si algo no me gusta, daré por terminado el reportaje. Y como ahora estoy a punto de comenzar con el discurso de la inauguración de la nueva cepa, tendrá que ser en otro momento. ¿Le parece si cenamos? —Antes de que Nicolás fuera a responder, Daniela le ganó el turno.

—Imposible.

—¿Por qué? —preguntó molesto, en tanto Nicolás soltaba el aire contenido que ni sabía que tenía.

«Sigue así chiquitita, mantenlo a raya».

—Porque no corresponde que tengamos una entrevista fuera del horario laboral. Si está ocupado puedo venir en la mañana. —«Por favor, Nicolás, no digas nada, no hables», imploró en silencio.

Contra todo pronóstico, y no importándole los presentes ni las advertencias, soltó:

—¿Tiene novio?

Nicolás ya no aguantó un minuto más y se puso de pie, pero Daniela, que lo conocía, con la tranquilidad que la caracterizaba y con su preciosa sonrisa, respondió:

—Estamos hablando sobre el reportaje para el periódico, temas netamente laborales, y con todo respeto, mi vida privada no entra en esto.

«¿Qué te crees? ¡Toma ya, idiota!».

«Qué mujer», pensó Juan Antonio, molesto y divertido a la vez, poniéndose de pie.

—Sé de lo que hablábamos, por eso estás acá —comunicó tuteándola—, era una simple pregunta, no veo el motivo ni por qué te incomoda tanto.

—No me incomoda, solo le aclaro el punto.

«¿Que no se calla nunca y no pierde jamás? Ya sé que te traes, Nicolás Aguirre». Y mirándolo directamente a él dijo:

—Me encantaría quedarme a terminar este asunto pendiente, y por supuesto a tener una charla aclaratoria contigo amigo, pero el deber me llama.

—Cuando quieras, Juan Antonio.

—Ahora, si no le incomoda y su horario laboral se lo permite, me gustaría que me acompañara a la inauguración. Tómelo como parte del reportaje.

Daniela no tenía intención de ir a esa dichosa inauguración y estar cerca de “ellos”, y al notar la indecisión en los ojos de ella, fue Nicolás quien habló.

—Vamos, yo estaré contigo en todo momento.

—Es que…

—Dani, es una buena oportunidad para mí —acotó Luciano—. Además, podrás divertirte un poco.

—Está bien —suspiró. «Que sea lo que Dios quiera, y si puedes Tere, échame una ayudadita».

Nicolás salió de la oficina feliz con la mano apoyada en la espalda de Daniela, y ella agradeció ese contacto.

Dentro de la carpa, donde sería la presentación de la nueva cepa, Macarena conversaba animadamente con la gente del evento y veía por el rabillo del ojo como Andrés buscaba en todas direcciones a Daniela, sabía que era a la periodista a quien buscaba, porque su mujer estaba delante de sus narices entrevistando a algunas personas.

—Vamos cambia la cara, si no, ¿para qué viniste?

—No vinimos a divertirnos, Macarena, te recuerdo que estamos acá para trabajar.

—¡Oh, sí! claro, por eso tú estás trabajando tanto.

—No empieces si no quieres que las cosas terminen mal.

—¡Mal! Mal es como estás tú, Andrés, ¿hasta cuándo seguirás así? —interrogó tomándolo del brazo para llevárselo a un lugar más apartado—. Es imposible no darse cuenta cómo miras, no perdón, cómo devoras a Daniela con la mirada. ¡Hombre, por Dios, estás acá con Camelia y la estás buscando a ella! ¿Qué es lo qué pretendes, Andrés, por el amor de Dios?

Consternado por lo que oía y porque veía que la situación le era insostenible, miró a su prima por primera vez en la vida con dolor.

—No sé qué hacer —confesó.

—¿Cómo que no, Andrés? Termina el noviazgo, habla con Camelia.

—No puedo.

—Sí puedes hombre.

—No… no puedo —espetó a cada momento más desesperado.

—Entonces no eres más que un desgraciado que pretende jugar a dos bandas, eres un hijo de…

—Camelia está embarazada —soltó antes de que terminara de hablar.

Macarena, al escuchar lo que decía, sintió que no podía ser cierto. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? Fueron las primeras preguntas que comenzó a hacerle a su primo.

Casi media hora estuvieron hablando los primos. Andrés se veía abatido y Macarena totalmente consternada, sentía pena por él, y a la vez lo entendía completamente, no podía dejar a su hijo sin padre. Para ellos el concepto de familia era demasiado importante, sobre todo después de que Fabián la abandonara a ella y a sus hijos.

—Andy, estoy cansada, ¿podríamos sentarnos un ratito? —pidió Camelia acercándose a ellos.

—Estoy conversando. ¿Que no ves?

—Andrés —le regañó cariñosamente esta vez—. Es mejor que vayamos a sentarnos todos, Juan Antonio ya debería estar por aparecer para dar a conocer la cepa nueva.

—Está retrasado —bufó caminando hacia las sillas.

Una vez que se sentaron, Camelia fue la primera en ver que aparecían Daniela, Luciano, Nicolás y Juan Antonio.

—Es rápida la huerfanita —comentó con ponzoña.

Andrés al ver la dirección dónde le indicaban fue a levantarse, pero la mano de su prima se lo impidió.

—Es lógico que vengan juntos, Camelia, Daniela está aquí por una entrevista, no viene a pasear.

—¿Lógico? Si Juan Antonio no da entrevistas, ni siquiera a mí me las ha dado.

—Ya ves —comentó con una sonrisa imposible de disimular Macarena.

—Bueno, está claro que utiliza algún método poco ortodoxo, así fue como también logró que Nicolás le diera una exclusiva, y mírenlo ahora, está baboso tras ella.

Cada palabra que escuchaba Andrés lo ponía de peor humor, por su cabeza pasaban miles de preguntas sin responder y cada respuesta era peor que la anterior.

Nicolás le pidió a Daniela que lo acompañara hasta donde tenía unos puestos reservados y ella, al ver como la miraba Andrés, decidió aceptar.

El discurso de Juan Antonio fue más bien breve, pero realmente conmovedor, él hablaba de una tradición familiar de ancestros dedicados al cultivo, y el que estaba sobre el podio no tenía nada que ver con el que antes había hablado en la oficina.

—Qué increíble —suspiró Daniela, mirando atentamente a Juan Antonio.

—¿Qué es increíble? —le preguntó girándose, interesado en lo que su chiquitita acababa de expresar desde el fondo de su alma.

—El amor con que habla José Antonio de la pisquera, de la cepa y de su tradición familiar, creo que es un hombre que ama lo que hace.

Nicolás sonrió aliviado y feliz, se sentía tan cómodo a su lado que sin meditarlo, y sin saber cómo, su mano se fue a la de ella, cubriéndola.

—Nicolás…

—¿Te molesta?

Luego de unos minutos en que se miraron a los ojos, Daniela respondió:

—No me incomoda, pero… no sé si es correcto.

Solo una sincera sonrisa le regaló Nicolás, esa respuesta era más de lo que podía esperar.

«Paso a paso», pensó cruzando la pierna mientras se ponía cómodo y al fin escuchaba a Juan Antonio en el discurso.

Cuando todo acabó se escucharon vítores por el lugar, dando así comienzo a una recepción. Tal y como Nicolás le había dicho, no la dejó sola en ningún momento, incluso le presentaba a todo ser que lo saludaba. Daniela sabía que con eso se estaba abriendo muchas puertas en sentido laboral, y todos quedaban totalmente encantados con ella.

Por otro lado, Macarena sin maldad disfrutaba viendo como la sangre de la futura mujer de su primo hervía. A ella le encantaba figurar, pero era Daniela la que lo estaba haciendo.

De pronto, y como si el destino los quisiera juntar a todos, Andrés, Camelia, Macarena, Daniela y Nicolás coincidieron en el mismo círculo, el que en ese momento presidia Juan Antonio, que además fue el primero en hablar.

—Hombre, estoy anonadado, no puedo creer que Nicolás le haya dado una entrevista al periódico “La Era”.

—No fue al periódico —rectificó atrayéndola más, la notaba incómoda—, fue a Daniela.

—Y dicen que los milagros no existen, ahora a mí también me hará una entrevista.

—¿A ti? —preguntó extrañado Andrés, que en ningún momento había dejado de mirar la mano de Nicolás—. ¿Cuándo?

—Yo quería esta noche, pero parece que la señorita acá presente tiene planes, y como son con mi buen amigo Nicolás…

—¿Qué tienes que hacer con Nicolás? —soltó sin pensar.

—Sería genial que coincidiéramos los cuatro de nuevo —aplaudió Camelia siendo fulminada por su novio, ¡cómo odiaba ese tipo de comentarios!

—Lo siento, esta noche es nuestra —respondió con una sonrisa sardónica Nicolás, cosa que la molestó y atacó.

—¿Y María Pía lo sabe?

—Disculpen —los interrumpió Macarena, viendo la incomodidad de la conversación—. Daniela, me gustaría aprovechar para entrevistar a algunos empleados, ¿te parece si me acompañas?

—¡Claro! —dijo saliendo rápido del paso, y así de su incomodidad, ella no tenía ganas de pelear ninguna batalla, menos con Camelia, una mujer embarazada, y para ella ahora intocable.

—Daniela —la detuvo Nicolás tomándole la mano—. ¿Nos regresamos juntos? —pidió más que preguntó.

—¿Puedes?

Por ella podía eso y mucho más, cómo le gustaba la inocencia e ingenuidad de esa mujer.

—Por ti siempre puedo.

—Daniela —la llamó Andrés molesto—. Tienes que regresar al periódico, quiero visar hoy —recalcó la última palabra—, el material obtenido aquí y…

—¡Pero, Andy! —lo interrumpió Camelia con una exclamación—, tenemos hora con…

—La iglesia puede esperar.

—No, es con…

—También puede esperar.

Sulfurada y molesta por no poder terminar de decir la frase, soltó sin pensar las consecuencias:

—¡No! Con el ginecólogo.

Daniela sintió que el mundo se abría debajo de sus pies, pero la tierra no se la tragaba a ella, sino que la dejaba de espectadora y en primera plana. Andrés furioso por el comentario fue a responder, cuando Juan Antonio estalló en vítores para el futuro padre.

—¡Felicidades, hombre! Ahora entiendo por qué tanta prisa por el matrimonio.

Macarena vio la inseguridad de Daniela, pero jamás se esperó su reacción, ella estoica se giró hacia Camelia y con una sincera sonrisa, aunque destrozada por dentro, le habló.

—Mis más sinceras felicitaciones, no debe existir experiencia más hermosa que traer a un hijo al mundo, y por más cansador que sea el trabajo, eso no quita lo extraordinario que debe ser ver crecer a tu primogénito. Es el amor más puro y verdadero que existe —y mirando a Andrés continuó—, para cualquier hombre, saber que existe alguien que lleve su sangre y es fruto del amor es algo maravilloso. Ser padre le debe cambiar la vida a cualquiera y un hijo te puede dar motivos para ser mejor cada día, de trabajar para que no le falte nada, de protegerlo ante todo, pero lo más importante, de criarlo con amor, dentro de una familia, para que nuca se sienta diferente.

—Daniela, yo…

—¡Dios mío, Andy! Esta mujer podría hacer nuestros votos matrimoniales —y mirándola a ella pidió—. Por favor, por favor, es que a mí nunca se me hubiera ocurrido decir algo tan bonito, de hecho me gustaría que me lo repitieras para anotarlo.

—Lo siento, no hemos venido aquí para hablar de tu matrimonio, Daniela y yo tenemos que trabajar —anunció Macarena sacándola por fin del lugar. Una vez que estuvieron lejos se detuvo y preguntó—. ¿Estás bien?

—Como tú lo dijiste, Macarena, vinimos a trabajar —respondió dando con eso finalizada la conversación. Desde ese punto en adelante se concentró solo en el reportaje.

Casi una hora después, mientras apuntaba algo en su libreta muy concentrada, llegó Nicolás sorprendiéndola.

—¿Estás lista?

—Desde hoy en adelante… sí.