CLOTILDE, de Gabriela Salomone
Clotilde es muy fea, tan horrorosamente indeseable que las brisas de primavera cambian su dirección para evitar el roce de sus rasgos. Sus ojos de mirada oblicua, la torpeza implacable de sus gestos y su figura opaca; declinan hasta el deseo de los más dispuestos caballeros. Pero no todo en ella es grotesco, Clotilde tiene el alma de una belleza celestial. Tan imponente que descompensa el oleaje del mar y así de intensa que no cabe en ningún aguacero de letras. Su alma se alza como luna de marfil en la noche de su oscura apariencia. Sin embargo, Clotilde no puede con esta belleza que nadie mira, lo injusto del reflejo hace eco en esos ojos que todos esquivan. Clotilde lo pensó una vez y no dudó. Se arrancó el alma y se la puso en el rostro. Ahora si, es una mujer que detiene las tormentas y acelera los latidos con su andar. Por supuesto, a Clotilde no le importó cambiar su mirada oblicua por otra hueca, ni su profundo misterio por la superficie de su vanidad.