LAURA EN NOVIEMBRE
Laura tuvo la impresión de que esas flores azules y moradas habían estado desde siempre en ese lugar. Llenas y carnosas, cubiertas de pequeños pelitos que brillan adornados de rocío. Abiertas, enteras, totales. Y se imaginó a sí misma de esa forma, por lo que no pudo evitar excitarse. Tendida en la cama, con las rodillas juntas y su mano en la entrepierna, Laura conoció el placer en noviembre.
Un par de semanas después, las flores no eran más que un reseco montón de pétalos arrugados sobre el césped. Laura las observaba a través de la ventana, con la mirada húmeda. Hizo, a sus jóvenes catorce años, la lógica analogía y decidió vivir la vida plenamente antes de terminar marchita y olvidada. Laura conoció la urgencia en diciembre.
El año nuevo trajo el verano intenso, el calor húmedo del norte. Y enero descubrió a Laura en el galpón, perfectamente desnuda, brillando sobre el pasto adornada de sudor. Abierta, entera, total, entregada dócilmente a un joven e inexperto peón que torpemente se apuraba en cobrar su inesperado regalo de reyes.