7
Sydney
Ridge deja la guitarra por primera vez en más de una hora. No nos hemos escrito ningún mensaje, porque estábamos muy concentrados. Mola que se nos dé tan bien trabajar juntos. Él toca la misma canción una y otra vez mientras yo estoy tumbada en su cama con un cuaderno delante. Escribo la letra tal y como me sale, así que en la mayoría de las ocasiones acabo arrugando el papel, lanzándolo a la otra punta de la habitación y empezando de cero otra vez. Pero esta noche he conseguido terminar casi toda la letra de una canción y él sólo me ha tachado dos líneas que no le gustaban. Yo diría que hemos progresado, ¿no?
Hay algo que me encanta en estos ratos que pasamos escribiendo canciones. Cuando componemos juntos, las preocupaciones y los pensamientos sobre todo lo que no funciona en mi vida desaparecen sin más. Es genial.
Ridge: Vale, ahora haremos toda la canción. Siéntate para que pueda verte cantarla. Quiero asegurarme de que esté perfecta antes de enviársela a Brennan.
Ridge comienza a tocar la canción y yo empiezo a cantar. Me observa con mucha atención, y la verdad es que la sensación de que su mirada esté analizando cada uno de mis movimientos me pone un poco nerviosa. A lo mejor es porque no puede expresarse hablando, pero el resto de su persona parece compensar ese detalle.
Aunque resulte muy fácil leerle, lo cierto es que eso sólo ocurre cuando él quiere. La mayor parte de las veces consigue ocultar sus expresiones y me resulta muy difícil saber qué narices está pensando. Es el rey del terreno no verbal. Estoy segurísima de que, con esas miradas que es capaz de lanzar, no le haría falta hablar ni aunque pudiera hacerlo.
Me siento incómoda mirándolo mientras me observa cantar, así que cierro los ojos y trato de recordar la letra a medida que él va tocando la canción. Me resulta extraño cantar si él está a pocos centímetros de mí. Cuando escribí la letra, él estaba tocando, es cierto, pero en su balcón, a unos doscientos metros de donde estaba yo. Y por mucho que me esfuerce en fingir que en aquel momento estaba escribiendo sobre Hunter, la verdad es que a quien me imaginaba cantando la letra era a Ridge.
3
ALGO MÁS
¿Por qué no quieres
que nos marchemos de aquí?
Podemos vivir como tú querías,
un día aquí y otro allí.
Seré tu hogar,
construiremos el nuestro los dos,
porque si estamos juntos es muy difícil
que nos sintamos solos.
Tendremos todo lo que siempre hemos querido,
incluso algo más,
algo más.
Ridge deja de tocar la guitarra, así que, naturalmente, yo paro de cantar. Abro los ojos y descubro que me está mirando con una de sus inexpresivas expresiones.
Retiro lo dicho. Esa expresión no es en absoluto inexpresiva. Está pensando. Sé, por la forma en que entrecierra los ojos, que se le acaba de ocurrir una idea.
Aparta un momento la mirada para coger su teléfono.
Ridge: ¿Te importa que intente algo?
Yo: Sólo si me prometes que nunca volverás a proponer algo preguntándome si me importa que intentes algo.
Ridge: Buen intento, pero no tiene sentido.
Me echo a reír y luego levanto la cabeza para mirarlo. Asiento con prudencia, pues me da un poco de miedo eso que se dispone a «intentar». Se arrodilla y se inclina hacia delante, al tiempo que me apoya las dos manos en los hombros. Trato de contener una exclamación, aunque sin demasiado éxito. No sé qué se propone ni por qué se me acerca tanto, pero… Joder.
Joder.
¿Por qué se me ha desbocado así el corazón?
Me empuja hasta que quedo tendida de espaldas en la cama. Luego se da la vuelta, coge la guitarra y la deja junto a mí, a un lado, mientras él se tiende al otro lado.
«Calma, corazón. Por favor. Ridge tiene sentidos supersónicos, es capaz de percibir tus latidos a través de las vibraciones del colchón».
Se me acerca aún más y, por la forma en que vacila, sé que no está muy seguro de que vaya a permitirle seguir acercándose.
Voy a permitírselo. Vaya si se lo voy a permitir.
No deja de mirarme mientras estudia su siguiente movimiento. Estoy convencida de que no tiene intención de ligar conmigo, pero sea lo que sea lo que está a punto de hacer, parece mucho más inquietante que si sólo pretendiera besarme. Me mira el cuello y el pecho como si estuviera buscando una parte de mi cuerpo en concreto. Detiene la mirada en mi abdomen, la deja ahí un instante y, por último, vuelve a fijarla en el teléfono.
Ay, señor. ¿Qué va a hacer? ¿Ponerme las manos encima? ¿Quiere sentir cómo canto su canción? Para notarlo, tiene que tocar y para tocar, necesita las manos. Sus manos. Tocándome.
Ridge: ¿Confías en mí?
Yo: Ya no confío en nadie. Esta semana se ha agotado toda mi confianza.
Ridge: ¿Puedes recuperarla durante aproximadamente cinco minutos? Quiero sentir tu voz.
Respiro hondo y luego lo miro. Sigue tendido a mi lado. Finalmente, le digo que sí con la cabeza. Aparta el teléfono sin dejar de mirarme. Me observa como si quisiera advertirme que debo conservar la calma, aunque lo que está consiguiendo es justo lo contrario. Ahora mismo, estoy al borde de un ataque de pánico.
Se aproxima aún más y me pasa un brazo por debajo de la nuca.
Oh.
Ahora está aún más cerca.
Acaba de poner la cara justo encima de la mía. Me pasa un brazo por encima del cuerpo y me apoya la guitarra en el costado, muy cerca de ambos. Sigue observándome con esa mirada que, supuestamente, debería tener un efecto tranquilizador.
Pero no es así. La verdad es que no me tranquiliza en absoluto.
Baja la cabeza hasta mi pecho y apoya una mejilla sobre mi camiseta.
Vaya, genial. Ahora seguro que percibe lo alborotado que tengo el corazón. Cierro los ojos, muerta de vergüenza, pero no tengo tiempo para eso, porque Ridge empieza a rasguear las cuerdas de la guitarra, junto a mí. Me doy cuenta de que está tocando con ambas manos, una por debajo de mi nuca y la otra por encima de mi cuerpo. Tiene la cabeza apoyada en mi pecho y su pelo me hace cosquillas en el cuello. Digamos que está despatarrado encima de mí para poder sujetar la guitarra con ambas manos.
Ay, madre mía de mi vida.
¿Y espera que cante?
Intento calmarme controlando la respiración, pero es difícil en esta posición. Como ya es habitual cuando no entro a tiempo, Ridge ni se inmuta y empieza de nuevo desde el principio. Cuando llega al momento en que me toca entrar, empiezo a cantar. Bueno, por así decirlo. Lo hago en voz muy baja, porque aún no he conseguido volver a llenarme los pulmones de aire.
Tras las primeras frases, consigo que mi voz suene firme. Cierro los ojos y hago todo lo posible por imaginar que estoy sentada en su cama, sin más, igual que durante la última hora.
Yo llevaré mi maleta
y tú tus viejos mapas.
Podemos vivir según las reglas
o no volver jamás.
Sentir la brisa
nunca ha sido tan hermoso.
Contemplaremos las estrellas
bajo el cielo luminoso.
Tendremos todo lo que siempre hemos querido,
incluso algo más,
algo más.
Cuando termina el último acorde, no se mueve. Deja las manos inmóviles sobre la guitarra. Sigue con la oreja firmemente pegada a mi pecho. Me noto la respiración más agitada después de haber cantado una canción entera, y la cabeza de Ridge se eleva un poco cada vez que cojo aire.
Suelta un suspiro profundo y, luego, levanta la cabeza y se deja caer de espaldas sin establecer contacto visual conmigo. Guardamos silencio durante unos minutos. No sé muy bien por qué se muestra tan indiferente, pero estoy tan nerviosa que no me atrevo a hacer movimientos bruscos. Ridge aún tiene un brazo bajo mi nuca y no parece dispuesto a retirarlo, así que sigo sin tener muy claro si ya ha terminado con su pequeño experimento.
Y tampoco estoy muy segura de si podría moverme.
«Sydney, Sydney, Sydney, ¿qué estás haciendo?».
Estoy segurísima y convencidísima de que ésta no es la reacción que quiero tener ahora mismo. Hace una semana que rompí con Hunter. Lo último que quiero —o necesito— es colgarme de este chico.
Aunque creo que eso podría haber ocurrido antes de esta última semana.
Mierda.
Ladeo la cabeza para mirarlo. Él también me está mirando, pero no sé muy bien qué intenta transmitir esa expresión. Si tuviera que descifrarla, diría que está pensando algo así: «Esto, oye, Sydney. Tenemos los labios muy cerca. ¿Por qué no les hacemos un favor y terminamos de unirlos?».
Deja caer la mirada hacia mis labios y me quedo admiradísima ante mi capacidad telepática. Entreabre ligeramente los labios carnosos mientras coge aire varias veces, muy despacio.
En realidad, lo oigo respirar, lo cual no deja de sorprenderme, porque es otro de los ruidos sobre los cuales parece ejercer un control absoluto. Me gusta la idea de que ahora mismo no sea capaz de controlarlo. Por mucho que me precie de no querer atarme a ningún chico, de ser fuerte e independiente, ahora mismo sólo puedo pensar en lo mucho que me gustaría que Ridge ejerciera un control absoluto sobre mí. Quiero que domine la situación poniéndose encima de mí, pegando esos increíbles labios que tiene a los míos y obligándome a depender por completo de él para poder seguir respirando.
Me llega un mensaje al teléfono, cosa que interrumpe mi claramente desbocada imaginación. Ridge cierra los ojos y se vuelve hacia el otro lado. Suspiro, pues sé que no ha oído el mensaje, así que lo de darse la vuelta ha sido decisión suya. Eso quiere decir que ahora mismo me siento un poco rara por el hecho de estar manteniendo este intenso diálogo interno conmigo misma. Con una mano, busco a tientas detrás de mi cabeza hasta que encuentro el teléfono.
Hunter: ¿Estás ya preparada para hablar?
Hago un gesto de impaciencia. «Bonita manera de estropear el momento, Hunter». Esperaba que, después de haberme pasado días ignorando sus mensajes y sus llamadas, lo hubiera pillado. Niego con la cabeza y le contesto.
Yo: Tu actitud roza el acoso. Deja de contactar conmigo. Hemos terminado.