DIPLOMÁTICOS

Marcos Rodríguez, obtuvo un pasaporte nuevo. El pasaporte argentino, falso, que aún en Cuba le amparaba, lo entregó a Joaquín Ordoqui. El PSP había decidido trasladarse a Europa. Era el mes de mayo.

El festival de la juventud, auspiciado por los países comunistas, se celebraría ese 1959, en Viena, a comienzos del verano. Marquitos saldría discretamente con la delegación de Cuba, y cuando concluyeran reunión juvenil y consabidas invitaciones, quedaría en Checoslovaquia, haciendo uso de la beca obtenida para él, el año anterior.

—Ven acá, Marquitos —Ordoqui llevóle a un rincón de su oficina—. Creo que mientras pese sobre ti el cargo que te hace el Directorio, no deberías ir para Checoslovaquia.

—Esa acusación no me interesa, en sentido que afecte mi integridad, porque nada tengo que ver con eso.

—¿Cómo vas a poder estudiar tranquilo, con un asunto tan grave pendiente?

—Puedo estudiar tranquilo, Joaquín, porque tengo mi conciencia limpia... No voy a perder toda mi juventud en esclarecer hechos, en una culpabilidad que las gentes del Directorio no me demuestran... Tienen que demostrar mi culpa, yo no tengo elementos para probar mi inocencia... Estoy seguro de ella. Están obstinados, no la quieren creer... Es más, se quiere tapar conmigo, un crimen que otro ha cometido.

—Sin embargo, no deberías irte, sino cuando se aclaren los pormenores.

—Y entonces, habré perdido la beca... Mañana, cuando tenga que responder, si hay que responder a lo que tú me dices, yo vendré a Cuba a responder, porque estoy limpio de toda responsabilidad.

—Bueno...

Joaquín Ordoqui intervenía sin convicción. Bajo sus pies el suelo no estaba firme. El buró del PSP había resuelto enviar a Marcos a Praga; él, ignoraba los motivos. ¿Cómo objetar el viaje si el mismo G-2 no encontraba culpable a Marquitos? Este bajó los ojos porque el semblante amistoso de Ordoqui, reveló gran abatimiento.

Ramón Calcines, Luis Más Martín, Marcos Rodríguez y otros comunistas relativamente jóvenes, recibieron del partido el control político de los cubanos que asistirían al festival de Viena. Eran muy numerosos, además la dirección del PSP había concertado con partidos de Europa oriental, viajes, visitas, actividades que en los respectivos países, causaran mayor seducción a los jóvenes cubanos. Se trataba de llevar al extremo, la marrullería iniciada por el PSP en torno a Fidel Castro. Trato que, en volumen superior y en lo internacional, iba a aplicarse a todos los cubanos proclives a seguir los derroteros de su jefe. Primero lo habían visto con el idealismo de un Lincoln o la audacia de un Robin Hood, descrito así por periodistas norteamericanos. Ahora Castro, inducido por el PSP, estallaba fácilmente en violenta hostilidad hacia los Estados Unidos ante el aplauso adulón de Moscú y de Pekín. Así, los cubanos se sentían facultados para insultar a unos y a adorar al régimen comunista que aún no conocían.

Concluido el festival en Viena, los responsables distribuyéronse tareas. A Marcos correspondió vigilar a veintiún jóvenes que viajaron con él durante quince días por Bulgaria. En Sofía les otorgaron visas para trasladarse a la Unión Soviética. En Bucarest, se reunieron con el grupo de cubanos que recorriera Rumania. Ambas agrupaciones, fundidas en una, salieron para Moscú. Marquitos Rodríguez, tomó el camino de Checoslovaquia a través de Hungría.

En Praga, buscó a Fabio Grobart. Este seguía siendo funcionario de la FSM y residía en la capital checoslovaca desde que, en 1956, expulsada de Viena, la Federación Sindical Mundial se trasladó a Praga. Marquitos en La Habana, había recibido instrucciones terminantes del partido. Estaría bajo la dependencia de Grobart; se le prohibía escribir a sus amistades no comunistas, de quienes en Cuba misma se exigió distanciarse; no debía casarse, se le prohibió hacerlo con una extranjera.

A pocos días de estar en Praga, un mexicano, un peruano, un brasilero, Marcos y un profesor checo, salieron hacia Marianske Lazne, para seguir en esa ciudad de Bohemia occidental, cursos intensivos de lengua checa.

En una ocasión citado a Praga por la Unión Internacional de Estudiantes, se encontró con Lionel Soto recién venido de Cuba. Traía para él una máquina de escribir enviada por Ordoqui, y una carta de Edith refiriendo que, muy enfermo, Joaquín había sido operado. Otra vez en casa de Grobart se vio con Juan Marinello. Este le hizo disuadir de continuar filosofía para dedicarse al estudio del cine, más acorde con sus inclinaciones.

Los checos no tuvieron inconveniente por el cambio. Marquitos era un estudiante aprovechado. Adquirió fluidez en el uso y cabal conocimiento del idioma checo.

Mientras tanto en La Habana, se supo en los primeros meses de 1960, que Faure Chomón iba como embajador de Cuba a la Unión Soviética. Los dirigentes del PSP, lograron vencer la resistencia de Fidel Castro y allanar el camino ante las autoridades soviéticas para que el secretario general del Directorio, fuese aceptado. Castro vio la oportunidad para alejar de la escena política a su odiado rival. Los dirigentes del PSP debieron explicar a los comandantes estudiantiles, la conveniencia de que Faure se alejara un tiempo y asumiese el cargo de mayor importancia internacional que Cuba tendría en el porvenir. El mismo Faure había puesto obstáculos, pero se vio compelido a dejar el país. Se nombró al poeta comunista Nicolás Guillén, agregado cultural de la embajada cubana en Moscú. A él aburría vivir en esta ciudad. Si hubiese sido designado para París o Roma, aceptaría con prisa, pero Moscú, “¡Chico, es deprimente y horrible!... Además, tengo yo el premio Stalin, no es diplomático mandarme allá, cuando Kruschev está destalinizando”. Guillén se valió de serios y de jacarandosos argumentos para no asumir nunca sus funciones. Pero sí dio a Faure la promesa de que le seguiría.

Marta Jiménez discutió con Chomón otras posibilidades de descubrir al delator de los muchachos de “Humboldt” 7; por poco la convence a declinar sus esperanzas.

—Ese crimen no quedará impune —susurró Marta manteniendo su determinación, cuando correspondióle despedir a Faure.

—Mima, no llores. Te digo yo que hallaremos al culpable, mima —había dicho en el endiablado idioma de los niños cubanos, el pequeño hijo de Fructuoso Rodríguez, enjugando las lágrimas de Marta. Reteniendo él mismo las suyas, agregó—: Ahora sólo tengo cinco años, pero pronto seré miliciano, tendré uniforme y fusil, voy a matar...

—¡Por Dios, niño! —interrumpió Marta—. ¡No quiero armas en esta casa, ni oir hablar de muertes!... Piensa en las primeras letras que aprendes y haz todo lo que digan en el kinder.

—No me gusta mucho —repuso el vivaz pequeñito—. La maestra dice que debemos acusar de contrarrevolucionarios a quienes hablen bien de los yanquis y mal de los rusos y de la revolución cubana, no importa si son los abuelitos, nuestros papás o nuestros amigos...

—¿Denunciar tú? —Marta abrió tremendos ojos indignada—. Nunca denuncies. Eso no es de hombre. ¡Tú eres ya un hombrecito!

El niño bajó la cara azorado, y cuando el rubor de las mejillas hubo disminuido, viendo a la madre tras las cejas, tímidamente se atrevió a preguntar:

—¿Quiénes son los yanquis, mima?... ¿Los rusos son nuestros amigos? —La madre no quiso responder, el niño continuó—. No te enojes mima, ya comprendo... A papi le mataron por una denuncia, dices que es así como acaban con los valientes... ¿Por qué quieren en la escuela que nosotros seamos chivatos? ¿Sabes?, lo ha dicho Fidel, que también así nosotros servimos a la revolución...

—Eso es ensuciarla, hijo, no servirla.

—Tal vez Fidel no quiere que los niños seamos dignos, como tú dices mima, o ¿querrá acabar con los valientes?

—Tú, no digas nada contra nadie. —Marta retuvo al hijito entre los brazos, aconsejándole sobre el proceder decoroso de los niños.

La tenacidad de Marta parecía cada vez más estéril. Todos los indicios se perdían en circunstancias fatales. Ella continuaba obsesivamente, recelosa, dándose cuenta de los intereses políticos que se agitaban en la tiniebla de su drama. El DIER, ahora se llamaba Departamento de Seguridad del Estado. Reinier Díaz, no estaba ahí desde la misteriosa muerte de Camilo Cienfuegos. El comandante Ramiro Valdés continuaba como jefe. Los investigadores provenían de países comunistas o de las escuelas de investigación y espionaje que en Cuba funcionaban bajo la diligente enseñanza de técnicos soviéticos y chinos. Pero no por ello las reiteradas gestiones de Marta Jiménez ante el Departamento de Seguridad, tuvieron resultado positivo.

Blanca Mercedes Meza recibió una tarjeta postal de Checoslovaquia. ¿Cómo era posible? Marcos Rodríguez limitábase a decir que estaba en aquel país. Después del triunfo de la revolución, se habían visto una o dos veces. Ella se percató dolorosamente de que, a pesar de haberse unido en los momentos más difíciles y trascendentes de la juventud, en él no había interés por mantener ningún género de relaciones. Aquella tarjeta vacua, formal, tuvo el valor de un epitafio sobre sentimientos otrora vivos y apasionados.

“Y yo te digo Marcos, no vayas a Praga, para ti mil veces más conveniente será estudiar libre de presiones y ataduras para que te halles filosóficamente... Vete a un país de Centro América”, dijo Jorge Valls a Marcos, cuando participóle del proyecto de usar la beca de estudios. Sin embargo, Marcos se fue. Sólo a la madre de Valls, había confiado la fecha exacta de su partida.

Y si la noticia de que Marcos se hallaba en Checoslovaquia sorprendió a sus amigos, Marta Jiménez tuvo con ella una nueva evidencia de lo que desde tiempo atrás, venía sospechando. Quizás por ello, dominando toda repugnancia, resolviera escribir a familiares suyos domiciliados en Miami. En esta misma ciudad norteamericana vivía refugiado el teniente coronel de policía Esteban Ventura Novo. En su carta rogó que propusieran a éste una entrevista con ella para escuchar de su propia palabra, el nombre del delator. Si Ventura Novo aceptaba, podrían verse en Santo Domingo, o bien, ella iría a Miami.

El ex-jefe policiaco, sabiéndose odiado por la viuda, temió una celada. “Ella sabrá muy pronto el nombre de los culpables”, se limitó a decir, sin aceptar el compromiso.

* * *

A mediados de 1960, Marcos Rodríguez concluyó los cursos en Marianske Lazne, y establecióse definitivamente en Praga, El día de su arribo a la ciudad, en las oficinas de Fabio Grobart, estaba el comandante Efigenio Almejeiras. Almejeiras le condujo consigo a la lujosa residencia del grupo de militares cubanos llegado a Praga el 27 de junio.

—Pasa, Marquitos, pasa... Tengo una sorpresa para ti, viejo...

—¡Hola, gran muchacho! —exclamó abrazándole el capitán del Ejército Rebelde y dirigente comunista, Luis Más Martín. No se veían desde el verano anterior cuando se separaron en Bucarest. Fueron juntos a las habitaciones del segundo piso.

—Ahora, yo voy a darte una sorpresa —dijo Más Martín presentándole al comandante Raúl Castro Ruz, ministro de la defensa en Cuba, y quien con sus colegas de los países comunistas, se reunía en Praga, desde el 2 de julio, en conferencia del “Pacto de Varsovia”.

Risas y voces estuvieron repercutiendo toda la tarde. El contento fue general. Raúl Castro pidió a Marquitos ayudar a varios, oficiales del ejército y la policía, a la sazón en Checoslovaquia, quienes requerían de un intérprete para visitar la capital y entrevistarse con personalidades.

Cuando Luis Más Martín y su amigo Marcos, estuvieron solos, el primero dio al segundo algunas instrucciones del PSP; dijo que en cuanto se organizara la embajada cubana en Praga, seguramente Marcos sería agregado cultural.

En la noche, antes de cerrar los ojos, vinieron a la memoria de Marquitos imagen y palabras de Raúl Valdés Vivó, durante una entrevista secreta, celebrada años atrás: “¿Te gustaría ser diplomático alguna vez?”, había preguntado el dirigente comunista universitario. Ahora el partido, estaba a punto de cumplir sus promesas. Parecía imposible. Sonriendo se quedó dormido.

Cicerone e intérprete de los oficiales del ejército y la policía, satisfizo los encargos del ministro de la defensa cubano. Asimismo por órdenes de Raúl Castro, acompañó a cinco de ellos a París. Ahí, debería entregarlos a otro miembro del PSP, Harold Gramatges. Este, se encontraba en Italia; hubo de ser llamado con urgencia. En París, Marquitos entrególe importantes materiales políticos y una carta de Más Martín, a lo que Gramatges respondería yendo a Checoslovaquia. Una semana más tarde, habiendo dado a otro camarada el encargo de conducir a los oficiales a Madrid, de donde se dirigirían a Cuba, ambos jóvenes comunistas llegaban a Praga. Pudieron saludar entonces, a Alfredo Guevara quien vino de La Habana con un mensaje de Fidel Castro para su hermano, a fin de que fuese personalmente a Moscú y agradeciera a Nikita Kruschev, declaraciones que había hecho amenazando con lanzar cohetes sobre los Estados Unidos, si éstos osaban intervenir en Cuba.

Guevara reiteró a Marcos, que sería designado diplomático. Al regresar Raúl Castro de Moscú a Praga, de paso para el Cairo, en donde el 26 de julio cumpliría una misión oficial, su inseparable acompañante Más Martín, insistió en el asunto. En breve, llegaría el embajador cubano, y justamente por tratarse de un individuo ajeno al partido comunista, Marcos estaba obligado a prestarle eficiente ayuda.

“Seré diplomático”, se decía Rodríguez a cada momento con extraño placer.

—Oígame, Marquitos, Aníbal Escalante está confeccionando la planilla de esta embajada. A usted se incluye como agregado cultural —había dicho, en efecto, el embajador Angel Ramos Ruiz Cortés a su arribo a Praga—. Los compañeros del PSP me han indicado que debe usted ayudarme. Mientras yo presento credenciales y se acreditan las personas que trabajarán con nosotros, funja desde ahora como agregado, colabore conmigo.

El joven no ocultó su complacencia. El partido en Cuba, cobraba todos los días mayor fuerza. Ninguna duda cabía. A Rodríguez no escapó, el que su porvenir personal estuviese a merced de tan venturosa circunstancia. Por ello, bien que menos agrado, no le produjo desconcierto cuando el jefe de la policía secreta de Cuba, comandante Ramiro Valdés, quien en Praga cumplíaa misiones especiales, dijo:

—Ven acá Marquitos, esto es muy secreto, exclusivamente para ti. Los agregados culturales a nuestras embajadas en todos los países, colaboran conmigo. Tú también lo harás. Por ahora, debes estar atento al proceder de Ramos Ruiz. Este tiene una hija, enamórala; estarás más informado. Controla al personal de la embajada. Comunícame al G-2, inmediatamente, cualquier anomalía, lo mismo que las opiniones políticas de cada uno... —Así empezaron las órdenes del jefe de Seguridad del Estado.

Volvió a pensar Marcos, en las palabras de Raúl Valdés durante aquella entrevista de años atrás: “Cuando el proletariado triunfa, estos elementos se destinan a la diplomacia o al servicio de inteligencia internacional, pues se les ha desarrollado una doble personalidad...” A él asignaban las dos actividades. No pudo menos que reconocer la perspicacia de los dirigentes comunistas, y hasta sonrió, recordando el estrecho parentesco entre Raúl y Ramiro Valdés.

* * *

Antes de hacer la presentación de credenciales, Angel Ramos Ruiz fue llevado a través de Checoslovaquia por funcionarios checos que le hicieron contemplar bellezas naturales, joyas urbanas e históricas, artesanías, poblados campestres, productos del trabajo de siglos, algunas fábricas, instituciones culturales y sociales datando de la primera república de Mazarick, que presentaron como obras del régimen de “democracia popular” o de la “ayuda del hermano soviético”, desde luego para impresionar al embajador con las bondades del sistema que ya estaba imperando en Cuba.

Marquitos aprovechó aquella ausencia para trasladarse a Liberec a seguir cursos de perfeccionamiento del idioma. De regreso se instaló en una residencia estudiantil del nororiente de Praga y concurría a la Universidad.

Cuando la representación diplomática fue acreditada, Marcos hizo la corte a la hija del embajador, sus sentimientos amorosos fueron trocándose sinceros y la señorita Ramos Ruiz correspondió a ellos enamorada del atormentador muchacho. Este tuvo una existencia compleja como diplomático, agente secreto y universitario. Cuando la delegación económica encabezada por Ernesto Guevara, y meses más tarde la delegación cultural presidida por Armando Hart, llegaron a Praga a concertar, la primera un acuerdo económico, la segunda un acuerdo cultural, entre Cuba y Checoslovaquia, correspondió a Marcos Rodríguez traducir los documentos secretos y participar en la discusión de los convenios.

En varias oportunidades había sido empleado por dirigentes de espionaje checoslovaco en misiones secretas, a Viena, Amsterdam, Madrid, Lisboa. Esos mismos le entrenaban e indujeron a tener prevención respecto a diplomáticos de otros países cuyo círculo frecuentaba por razones de oficio. Durante un recital en la embajada de Uruguay, experimentó extraño desconcierto porque un norteamericano a quien no conocía, se condujo hacia él amablemente, llamándole por su nombre. Parecida impresión tuvo durante un banquete; sentado entre un argentino y el secretario de la embajada francesa, conversaron sobre Kant, Sartre y otros literatos. El francés interesadísimo por Marcos, prometió invitarle a una cena en la embajada. El argentino se condujo con alguna impertinencia. Marquitos sabía el peligro que entrañaban estas relaciones, pues, aunque protocolares, eran sospechosas para los comunistas.

Una noche al regresar a su residencia, encontró esperándole a un joven músico del Brasil quien asistía al conservatorio de Praga. Llegado apenas mes y medio antes a Checoslovaquia, no le parecía necesario tomar precauciones en sus actos ni en sus palabras.

—Un nuevo diplomático de mi país, llegó a la embajada —dijo—. Procede de Atenas y de paso estuvo en Europa occidental. Desea hablar contigo Marquitos... Debe ser pronto. Me pidió traerte este recado y que le lleve respuesta sobre la fecha en que quieras verle.

Marcos había hecho múltiples señales para que el otro callara, sin conseguirlo. Exclamó en alta voz, que no tenía interés en hablar con ese señor y despidió al brasilero con un guiño.

A las pocas tres noches, juntos se dirigían al suburbio de Bubenec. Por una puerta lateral entraron al 19 de Na Zatorce, embajada del Brasil. Un empleado checo retiró los abrigos y dijo que el diplomático les esperaba en su despacho del último piso.

O cafecinho —ordenó, apenas fueron hechas las presentaciones. Un hombre con librea trajo café caliente y pequeñas tazas, y discretamente desapareció.

—¿Usted se llama Sócrates? —quiso Marcos estar seguro—. Muy significativo.

—¿Por la filosofía?... En efecto, un genio mi homónimo griego... Excusará Marquitos, no pretendo tener sus méritos ni su resignación ante la cicuta, pero escribo filosofía —rio el brasilero—. Acabo de estar en París en arreglos editoriales de una obra mía...

—Les ruego excusarme —interrumpió el estudiante de música, explicando iba a ver a otro de los funcionarios.

—Sócrates —repitió Marcos—, también es protagonista de una novela.

—Sí, novela... más bien hecho real. “Sócrates” fue agente doble en una de las operaciones de espionaje más fabulosas de la última guerra... Justamente epilogó en mi país. ¡Pobre Sócrates! —El diplomático, hablando con entusiasmo había abierto la puerta para convencerse de que nadie les escuchaba y vuelto a cerrar con pasador. Aproximándose añadió en tono de gravedad—: Mi caso no es ése, Marquitos. Quiero decirle el motivo real de esta reunión... He visto recientemente al doctor Vasco Leitao Da Cunha, un gran amigo suyo...

—¡Claro, un gran amigo!... ¿Cómo está el embajador?

—Bien está... Oigame, él me ha confiado decir a usted que le van a detener, que salga cuanto antes de Checoslovaquia, sin advertir a ninguno y con el mayor sigilo...

Marcos palideció súbitamente. No pudo articular palabra. El otro puso coñac en las copas y saboreando el suyo, dijo:

—Yo tengo a su disposición el dinero que necesite. Usted puede volar a cualquier país de Europa o a Brasil directamente, si lo desea. Tengo instrucciones para darle todas los facilidades de comunicación con el embajador Da Cunha. El me dio carta blanca para que le ayude hasta ponerle bajo seguridad en un país amigo del nuestro.

—No me parece —dijo Marquitos nervioso, después de beber el coñac de un sorbo—. Agradézcale en mi nombre a don Vasco esta fineza suya, yo agradezco a usted su preocupación, pero, figúrese, creo, se trata de un error... Yo estoy aquí estudiando, trabajando en la embajada y no puedo abandonar ninguna de las dos cosas.

—¡Marquitos, va su vida de por medio!

—No lo entiendo. Estoy al servicio de Cuba y de la revolución cubana, no veo el motivo por el que habrían de detenerme. Estoy en los mejores términos con todo el mundo.

—Es una cuestión que sólo incumbe a usted Marcos, pero cumplo con el encargo del embajador Da Cunha; le reitero la oferta de él y también mi mejor disposición de ayudarle... Si usted cambia de criterio, hágame favor de avisar a nuestro amigo, cuando quiera nos veamos nuevamente.

Se había hecho tarde y el diplomático insistió en conducir a la ciudad a los estudiantes en su automóvil. Al depositarlos en la residencia, se despidió:

—No olvide Marquitos, lo que he dicho... Avíseme. Cuanto antes mejor.

Las vacilaciones y temores que la advertencia suscitara a partir de aquella noche, parecieron reducirse a una absurda pesadilla, cuando días más tarde, varios funcionarios con los que Marquitos trabajaba secretamente, le comisionaron conducir bajo protección diplomática, una pesada valija. Debía entregarla en “rué Cahier”, cerca a la “Garde des Batignolles”, en París, a otro agente clandestino. Resultó ser un apartamento sórdido, sucio, donde en la primera pieza recibía una cartomanciana. En la parte posterior esperaba un comunista andaluz, quien hizo mil preguntas y trató de intimidar al muchacho con la policía francesa.

Cuando Marcos pudo salir de ahí, se sintió aliviado. Anduvo por la ciudad sin buscar a nadie, conforme sus instructores habían prescrito. Adquirió alguna ropa, homenaje a la Navidad que pasaría solitario en París. Sólo el 2 de enero de 1961 regresó a Praga.

Entonces tuvo la desagradable sorpresa de saber que el embajador Angel Ramos Ruiz Cortés, llamado con urgencia de La Habana, en breve emprendería viaje acompañado de su hija.

Partieron, en efecto, el 9 de enero en la mañana. El 10, Marcos Rodríguez, acudió a los servicios especiales del Ministerio del Interior, ahí le prodigaron felicitaciones por la forma como había llevado a término su misión.

—¡Lástima! —dijo el jefe de buró encendiendo un cigarro habano—. Usted pudo haber sido un agente magnífico... ¡Nos ha estado traicionando!... ¡A tiempo llega esa maldita información de Moscú!

Marcos sonreía estúpidamente, saboreando el elogio, sin atinar lo que el otro quería decir con las últimas frases.

Na ruzumin... No comprendo, y si ustedes me permiten voy a retirarme, pues...

—¡Momento! —gritó entonces el checo con violencia—. ¡Bien, camaradas!

En el acto dos mastodontes que habían permanecido silenciosos en la penumbra de la pieza, se arrojaron sobre el estudiante cubano, le sacudieron al verificar si no llevaba armas, y vaciaron sobre el escritorio el contenido de sus bolsillos.

—¿De qué se trata? —balbuceó Marquitos desconcertado.

Le arrastraron a la pieza contigua, donde un investigador de malévola sonrisa, preguntó:

—¿Qué significa esta cámara?

—¿Qué cámara?

—Será mejor que no se haga el tonto —previno brutalmente—. En su ausencia buscamos en el dormitorio. Hallamos esta cámara y en ella una película que al revelarla demostró que usted ha estado fotografiando objetivos militares... ¿Para quién trabaja?

—¡Por favor!... ¿Es una broma? —exclamó Marquitos tembloroso, pero los golpes que comenzaron a propinar los fornidos guardias, pronto le convencieron de la gravedad de su situación.

El violento interrogatorio duró todo el día, la noche y parte de la mañana siguiente. Marcos embrutecido por la extenuación, respondía frases incoherentes en español, quedaba dormido ante los grandes reflectores que a cada pregunta intensificaban su luz enloquecedora para forzarle a confesar. En los ratos de lucidez pensaba obsesivamente en lo que podría estar ocurriendo, sin fuerzas para explicarlo a sí mismo. Debe haber sido en la tarde del once, cuando le condujeron a la prisión de Pankrack. Los interrogatorios fueron menos ortodoxos; golpes e insultos menudearon sobre el joven diplomático. Después le confinaron a una celda oscurísima, en silencio y soledad completos. El hambre dañaba menos que el rigor del invierno que transía varios grados bajo cero por los desnudos muros del calabozo.

“Esa maldita información de Moscú”, recordaba Marcos haber oído en labios del jefe policiaco amable, pero no pudo determinar su significado, ni tampoco el de cuanto oyó durante el interrogatorio: “agente doble”, “espía al servicio del imperialismo” y otras patrañas.

Casi como bendición, al cabo de algunas semanas, llegaron a sacarle. Estaba convencido se trataba de un error. Compatriotas suyos, agentes del departamento de la Seguridad del Estado, le permitieron asearse y poner ropa adecuada para el viaje en avión que les conduciría a Cuba.

* * *

Puede que fuese mera coincidencia, mas a fines de noviembre de 1960, el teniente coronel de policía Esteban Ventura Novo, concluyó sus Memorias que estaba escribiendo. A primerísimos días de enero de 1961, el libro salió editado en la imprenta “M. León Sánchez, S. C. L.” de la ciudad de México, pero, ya partes y hasta capítulos enteros, circulaban por doquier.

Marta Jiménez quedó petrificada por el estupor al concluir la lectura del capítulo “Humboldt 7”. Ahí estaba en todas sus letras el nombre de los delatores de su esposo y compañeros. Ventura daba antecedentes de su amistad con Marina Quesada, fracasada artista, y los hermanos de ésta, conocidos delincuentes comunes de La Habana; explicaba cómo por estas razones protegía al hijo de ella, Raúl Díaz Argüelles, uno de los comandantes del Directorio. Refiriéndose al 20 de abril de 1957, el libro de Ventura Novo, concreta:

”... Ese día, a las 12.30, recibí una llamada telefónica. La voz me era familiar.

”—Quiero hablar con usted, en una cafetería, donde tomemos un refresco.

”—Creo que eso no te conviene —le dije.

”—¿Por qué? —respondió.

”—Porque te podrían ver —argumenté.

”—¿Entonces, cómo hacemos?

”—Yo tengo un apartamento en Carlos III número 902. Es el apartamento número 4, casi esquina con Espada. Sube y entra. No hay problema.

”—No, es mejor que usted pase y yo le vea desde la esquina.

”—¿A qué hora te conviene?

”—A la que usted diga, comandante.

”—¿A las tres?

”—Oicey.

Y colgó el teléfono.

A esa hora yo estaba en la puerta de la casa indicada. Allí estaba Raulito Díaz Argüelles y Faure Chomón.

Mi sorpresa fue grande. Yo reconocí la voz de Raulito; pero no sabía que iría con el secretario general del Directorio Revolucionario.

”—¿Cómo han hecho esta locura? Si los ven a ustedes junto conmigo...

”—Está usted equivocado. Si quiere vamos a tomar un café, —respondieron.

”—¿Están seguros?

”—Vamos. Mire, vamos a entrar aquí mismo —dijeron finalmente.

Era el café ‘Petit Codias', situado en la esquina de Carlos III y Espada. Allí el ‘Gallego’ Emilio, su propietario, nos sirvió café a los tres.

Ya el brigadier Hernando Hernández jefe de la policía, sabía que estos dos jóvenes revolucionarios querían $ 3,000.00 por el servicio que nos iban a proporcionar.

Subimos a la habitación. El jefe de la policía habló con ellos. Hernando Hernández temía una celada.

Raúl Díaz Argüelles dijo:

”—En Humboldt 7, están escondidos Juan Pedro Carbó Servia, José Machado Rodríguez, Joe Westbrook y Fructuoso Rodríguez.”

Ventura Novo en las páginas del libro, continúa describiendo el diálogo y los sucesos. Luego añade:

“—Si eso es verdad, a las 7.00 les traigo el dinero —dijo el jefe de la policía.

Allí esperamos a que se produjeran los hechos, con Raúl Díaz Argüelles y Faure Chomón. Ellos, claro, no lo dirán, pero, Hernando Hernández está preso y pueden preguntarle, y Emilio, el del café 'Petit Codias', también está en Cuba...

Y hoy dicen que fue Ventura quien dirigió el servicio.

Tan pronto se supo que había tiroteo en el lugar, dejé a los colaboradores y fui al teléfono.

”—¿Hubo lucha brigadier? —pregunté al jefe de policía.

”—Sí. Todos están heridos. Se fajaron como machos —respondió.

”—¿Dónde les condujeron? —volví a preguntar.

”—A la casa de socorros de San Lázaro —nos dijo.

”—¡Vaya coronel, vaya a la casa de socorros a ver si es cierto! —dijo muy nervioso Faure Chomón.

”—Bien, iré, pero quietecitos aquí hasta que venga el jefe con el dinero, ¿eh?

”—O. K. Ventura —dijo Raulito Díaz Arguelles.

Fui a la casa de socorros. Los cuatro estaban muertos. Regresé.

—¿Usted los vio, coronel? ¿Está seguro de que están muertos? —dijo más nervioso que antes Faure Chomón al verme regresar.

”—Sí, muchachos, los cuatro están muertos.

Y sentí repugnancia por estos jóvenes que así habían entregado a sus compañeros...

A las 7.05 de esa noche, llegó Hernando Hernández y en nuestra presencia les entregó, no $ 3,000.00 que era lo pactado, sino $ 500.00 más. Tocaron a $ 1,750.00. Me quisieron regalar los$ 500.00. No acepté. Los testigos están todos vivos.

—Otra cosa queremos, comandante —dijo Faure Chomón mientras se guardaba el dinero..

”—¿Qué cosa?

—Que ponga en todos los atestados los nombres de nosotros, como participantes de hechos subversivos... Eso nos da cartel revolucionario.

Y se marcharon acariciando los dineros de Judas.

Ya no necesita la viuda de Fructuoso Rodríguez ir a la República Dominicana o a Miami, para pedirme el nombre de los confidentes. Se llaman Raúl Díaz Arguelles, comandante de la policía nacional revolucionaria, y Faure Chomón, embajador de Cuba, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, respectivamente.”

Marta Jiménez no podía creer a sus ojos. No era de extrañar que, en su desordenado estilo, Ventura tratara de exculparse en hechos que le impugnaban y para ello empleara algunas mentiras, pero, lo esencial constituía que, el gran testigo del asalto a “Humboldt” 7, acusaba a Díaz Argüelles y a Chomón. Otros indicios en la conducta de Faure, daban veracidad a lo escrito por Ventura.

En un taxi, fue hasta el departamento de la Seguridad del Estado y expuso la sorprendente información al comandante Ramiro Valdés. Este, tras despedir a Marta, salió en busca de los dirigentes responsables del PSP y explicó cuanto Marta Jiménez había expuesto, entregándoles copia del capítulo escrito por Ventura.

Por cablegrama cifrado Faure Chomón fue puesto al corriente de la gravedad que las cosas tomaban para él. El testimonio de Ventura, en manos de Castro, sería un arma mortal para su encarnizado enemigo. Había que ganar tiempo, defenderse con la estatura de las circunstancias y loe métodos practicados en Cuba.

Moscú le daba cierta inmunidad. ¿Por cuánto tiempo? Faure en su angustia recordó que hasta ahora las sospechas se habían acumulado sobre Marcos Rodríguez. Lo tenía en sus manos. Si pudiera atribuirle un cargo de mayor gravedad política. El de infidencia sentaría por sí solo.

En los países comunistas, cualquier delación, aun la menos fundada, cobra caracteres de verdad. No habrá de decirse cuando viene de un embajador en Moscú, protegido por los comunistas que entregaron toda una nación al Kremlin.

Entonces procedió.