21

Asia y Mauro hacen un pacto

Asia no sabía qué ropa ponerse para ir a clase. Se probó una camiseta y luego otra y otra. Casi todas eran demasiado cortas y a nada que se movían dejaban ver algo el tatuaje. Lo odiaba. Aún no había cicatrizado del todo y ya sabía lo que le recordaría para el resto de su vida. El día fatídico. Maldita la hora. Se dejó puesta la camiseta más larga que tenía. Y luego probó a cubrirla con un jersey. Pero el azul no le gustó y lo intentó con el naranja. Nada. Siguió con los pantalones, ninguno le convenía porque tenían la cintura demasiado baja, con todos se veía parte del tatuaje. Y el problema no sólo era el tatuaje, a cada prenda nueva que se probaba le devolvía la misma imagen delante del espejo. Nada le quedaba bien, con todo se veía muy fea, insegura. Vació todo el armario y fue poniendo cada prenda encima de la cama. ¿Por qué su ropa era tan horrible? Su madre pasó por el pasillo y al ver cómo vaciaba el armario entró.

—¿Qué haces?

—Nada, no sé qué ponerme para ir a clase.

—¿Quieres ir hoy? ¿Ya?

—No me voy a quedar en casa.

—Te puedo firmar todos los justificantes que necesites. No hay prisa.

—Quiero ir.

—Voy contigo.

—No, papá ya se ofreció ayer y le dije que no.

—¿Pero tú estás segura de que estás preparada? —Petra no sabía cómo preguntarle esto—. ¿Preparada para verlos? ¿Y a Nerea?

—¿Qué pasa con Nerea? —le preguntó Asia con brusquedad.

Petra no sabía qué contestarle a eso. Así que decidió atajar el asunto de la única manera que se le ocurría.

—Te quiero aquí tan pronto acabes, que vengas directamente a casa. No quiero que andes por ahí.

—¿Estoy castigada?

—¿Debería castigarte?

—Yo qué sé mamá, tú eres mi madre, tú sabrás.

—Sólo quiero tenerte aquí cuanto antes, ¿vale?

—No sé...

—Asia, si a las cinco y media de la tarde no estás aquí, mañana te llevo yo al colegio y me quedo esperando a que salgas. ¿Entendido?

—Joder, mamá...

—Ni joder ni nada. Me haces caso y ya está. No quiero que hables con ninguno de ellos, ni con Nerea.

Ya está, por fin lo había dicho. No había sido tan difícil mostrarse firme. Y no iba a ceder ni un ápice. Salió de la habitación de su hija, dejándola allí desorientada, sin saber muy bien cómo afrontar todo lo que se le venía encima. A los tres segundos Petra volvió a entrar.

—¿Sabes qué? Voy a ir contigo. Quiero hablar con los profesores, yo creo que lo mejor es que te cambien de clase este último mes.

—¿Pero qué dices, mamá?

—No quiero que tengas que ver a esos desgraciados, no quiero que compartan clase contigo.

—Mamá, no, eso sería mucho peor, ya bastante vergüenza pasé en comisaría, vamos a dejarlo así.

—Asia, pero es que no tienes por qué tenerlos delante, no tienes que enfrentarte a eso.

—Yo no tengo por qué irme a ningún sitio. ¿O tú crees que me tengo que esconder?

Petra se quedó sin palabras. Odiaba no tener respuestas. Y llevaba dos días así, improvisando sobre la marcha. Lo de Pablo de la noche anterior también había sido fruto de la improvisación. Por muy firme que se quisiera mostrar, siempre había algo que la descolocaba y entonces su firmeza se venía abajo como un castillo de naipes. Que lástima que su carácter no se impregnara de la fuerza de su nombre. Que lástima no ser dura como una roca, como una piedra. Pétrea. Pero las piedras no estaban vivas y ella sí. Y por eso había tenido ese desliz con Pablo. ¿O no era un desliz y podía significar el principio de algo? Pero nada bueno saldría de aquella situación. Ella, desde luego, no lo iba a permitir. Le había echado de casa justo después del polvo, nada de quedarse a dormir. Tenían mucho que pensar, mucho que reflexionar, y lo último que necesitaban ahora era liar más las cosas y liar más a su hija. Mientras ellos no lo tuvieran claro, mejor que Asia no se enterara de nada. Petra miró a su hija para centrarse en lo que le tenía que decir.

—Vale, pero prométeme una cosa, si no lo puedes soportar...

—Voy a estar bien.

Su madre volvió a probar la firmeza. No se iba a rendir tan fácilmente.

—Asia, que no me entere yo dentro de unas semanas que has dejado de ir a clase para no verlos. Antes de eso, ya te digo que te cambio de clase o de colegio si hace falta.

—Que sí. Que lo he entendido. Y yo creo que cuanto antes papá y tú me dejéis de tratar como una enferma, mejor. ¿Vale?

—Prométeme que no vas a hablar con ellos, que te vas a mantener alejada.

—¿Por qué?

—Porque lo digo yo. Porque lo dice tu padre. Y porque es lo que tiene que ser. No hay más que hablar. Y hasta que no me digas que me vas a obedecer no sales de casa.

—¿Ves como sí que me estás castigando?

—No, Asia, te estoy dando unas órdenes, que es distinto. ¿Me vas a obedecer o no?

Su hija entonces asintió. Pero estaba mintiendo. No iba a ser capaz de mantener su palabra y no hablarle a ninguno de ellos.

Asia temía el momento de encontrarse con Nerea. Vale que ella había roto con su amiga y que era ella la que se había hecho la ofendida al descubrirla durmiendo abrazadita a Mauro, pero ahora sabía que la cosa era distinta. Si ella se había enfadado por esa tontería, ¿cómo estaría Nerea?

Por los pasillos no se había chocado con ella. Y tampoco la iba a llamar por teléfono si seguían enfadadas.

Alguien le tocó en la espalda, casi a la altura del culo. Se dio la vuelta, era Andrés, en su silla de ruedas.

—Asia...

—Hola, Andrés —dijo ella con incomodidad.

—Te he llamado un par de veces.

—Sí, lo sé... Es que... He estado ocupada.

—¿Podemos hablar?

—¿Ahora? ¿De qué?

—¿De qué? —preguntó Andrés algo ofendido—. ¿Te parece que no tenemos que hablar de nada? De lo que ocurrió el sábado, por ejemplo.

—Mira, Andrés, no te hagas líos. Yo no era yo, estaba muy borracha... Y no te ofendas, pero nunca me imaginé que entre tú y yo... Vamos, que no. —Andrés bajó la cabeza. Asia se dio cuenta de que había sido muy brusca—. Perdona, Andrés... Es que... ¿sabes qué pasa? Que nunca hemos hablado mucho. Y... y que prefiero olvidarme de toda esa noche. No es nada personal, ¿vale?

—¿Y no podemos quedar un día y tomar algo tranquilamente?

—No lo sé, a lo mejor...

Y se escabulló. No sabía bien por qué, pero no le apetecía tener una charla con él. Sí, se había despertado a su lado en la piscina, desnuda, y a saber qué habrían hecho, pero eso no le daba derecho a él a reclamar su amistad y mucho menos una relación. Que no, que no quería nada con Andrés. Y no tenía que ver con que estuviera en una silla de ruedas, o no sólo por eso. Es que le recordaba a primera hora en la fiesta, tan borracho, tan faltón, tan pesado, tan capullo... que no. Que no viniera ahora exigiendo nada. Y ya.

Entró a clase con miedo a la reacción de Mauro. Le había dejado un mensaje la noche anterior pidiéndole perdón por lo de la denuncia, asegurándole que había sido cosa de sus padres, pero él ni había contestado.

El chico no la miró durante la primera hora. Prefería evitarla. Y ella casi lo agradecía, mejor eso que un enfrentamiento directo. Ya buscaría la manera de acercarse a él en el siguiente cambio de clase.

Sergi, que estaba sentado al lado de Mauro, cruzó con ella dos miradas fugaces. El chico tenía ojeras. Había estado distraído las dos horas de clase, incapaz de centrarse en lo que decían los profesores. Admiraba la sangre fría de Mauro. Desde que Asia había entrado en clase, la había ignorado como si no la conociera de nada y como si jamás hubiera estado en su casa y en su jacuzzi. A Sergi le había costado mucho volver a clase. El día anterior había rozado el paraíso y en comparación aquello era el puto infierno. Nada había cambiado y su conciencia volvía a jugarle una mala pasada.. No podía soportar la presencia de la chica, era el recordatorio constante de que había obrado mal, de que era un cobarde que se había posicionado del lado de los malos. Y todo por no perder la amistad ni el respeto de su adorado Mauro.

La profesora de física dio la clase por terminada. Se marchó y casi todos los chavales salieron al pasillo. Asia, antes de que Mauro saliera, se interpuso en su camino.

—Mauro, tenemos que hablar.

—¿De qué?

Asia miró a los pocos que quedaban en clase.

—Cuando no haya nadie mejor.

—Prefiero tener testigos. No vaya a ser que me vuelvas a acusar de algo.

AAsia le dolió ese comentario, pero podía entenderlo. Le habló en voz baja para que no pudieran escucharla.

—Mauro, que no fue cosa mía. Que mis padres se pusieron muy histéricos. Y piensa que yo no le dije nada a la poli. Y por eso os soltaron.

—Encima quieres que te lo agradezca.

—No, sólo te cuento cómo fue.

Mauro se acercó a Asia. A su oído.

—Te pido que salgamos y así me lo pagas.

Asia perdió la paciencia y gritó.

—¡Que no fui yo! ¡Imagina qué habría pasado si yo hubiera hablado!

—¿Y qué mentira ibas a contar?

Asia sintió odio en la mirada de Mauro. Y le dolió muchísimo.

—¿Ya no quieres estar conmigo?

—No seas patética, tía —dijo él con todo el desprecio del que fue capaz.

El profesor de matemáticas entró con el resto de compañeros y vio cómo Asia se dirigía a la salida hecha una furia.

—Asia, ¿a dónde vas? Si vamos a empezar ya.

—¡A ti qué te importa! —le dijo al profesor y luego miró a Mauro—: Eres un hijo de la gran puta. ¡Y te vas a enterar!

A Mauro se le heló el gesto y decidió seguirla. Salió al pasillo mientras el profesor se asomaba a la puerta.

—Mauro, vuelve a clase.

Pero el chico no le hizo caso y caminó por el pasillo en la misma dirección que había tomado Asia.

—¡Asia! ¡Asia!

Asia entró en el baño de las chicas sin mirar atrás. Y Mauro, sin pensarlo demasiado, la siguió hasta allí.

—¿Qué haces? Aquí no puedes estar.

—¿Me acabas de amenazar, tía?

—Porque me has insultado.

—¿Qué dices? ¿Cuándo?

—Me has llamado patética. Y fuiste tú el que quería rollo antes de ayer. Dime qué ha cambiado.

—Tía, que me pasé media noche en una comisaría por tu culpa. ¿Te parece poco cambio? ¿Sabes cómo están mis padres de cabreados? ¿Qué quieres que les diga ahora? Hola, papá, esta es mi novia, la tía que me denunció.

—¡Yo no te denuncié! Yo te encubrí. Fueron mis padres. No tengo la culpa de tener los padres que tengo. —Mauro sacudió la cabeza. Asia le miró a los ojos—. Dime que ya no te gusto.

Mauro resopló.

—Tía, ¿pero no ves que todo esto es muy raro?

—El otro día te pedí algo de tiempo. Pero ya no lo necesito. Me gustas. Y quiero estar contigo.

—¿Y por eso me amenazas delante de media clase? Joder, tía, que yo no le he dicho nada a nadie de lo de la comisaría. Nadie se tiene por qué enterar. Aunque podría hacerlo, porque se ha demostrado que soy inocente y la que ibas a quedar mal sobre todo eres tú. Y a ti casi te falta tiempo para largarlo.

Asia bajó la cabeza completamente arrepentida.

—Lo siento. No lo volveré hacer.

—Júramelo.

—Te lo juro. Perdóname.

Mauro empezaba a ceder y por eso Asia, para convencerle del todo, dijo lo que dijo:

—Haría cualquier cosa por ti. Cualquier cosa.

El chico tragó saliva.

—¿De verdad?

—Dime qué quieres qué haga y lo haré.

Y eso a Mauro le excitó muchísimo. Más de lo que se hubiera imaginado. Y en menos de un segundo se le puso dura como una piedra. A lo mejor no era tan mala idea darle una oportunidad a la chavala. Tenía tal grado de excitación que deseó pedirle allí mismo que se la comiera. Además, estaba seguro de que ella diría que sí. Y eso aún le excitó más. No había nada que le pusiera más cachondo que la posibilidad del sí. Pero se tenía que contener. Ya habría tiempo y tenía que asegurarse de que la tía no iba a salir corriendo arrepentida nada más haberlo hecho.

—¿Qué piensas? —le preguntó Asia.

—Que vale, que no nos cerremos ninguna puerta. Pero mejor despacito, ¿vale? Sin ningún tipo de expectativas, ni de ataduras, ni de nada.

—¿Me vas a dar una oportunidad?

—Puede. No sé.

Se acercó a él y le dio de manera impulsiva un beso en los labios.

—Gracias.

—Pero por ahora que no lo sepa nadie, ¿vale? Y se acabó lo de volver a hablar de lo que pasó en mi fiesta o lo de la otra noche en comisaría.

—Prometido. Si yo también te iba a pedir algo parecido. ¿Tú sabes lo que me harían mis padres si descubrieran que tú y yo nos vemos? —preguntó ella.

—Vale, pues en secreto entonces.

—En secreto.