9. La exploración del espacio como empresa humana — 3. El interés histórico

Huellas humanas en la Luna. La fiesta ha terminado, y se han marchado los invitados. Las huellas dejadas por la tripulación del Apolo 15 durarán un millón de años. A lo lejos se ve el Monte Hadley.
A la larga, el mayor significado de la exploración espacial es que alterará la historia de manera irreversible. Como ya hemos mencionado en el capítulo primero, el grupo con el cual el hombre se identifica se ha ido ampliando gradualmente durante la historia de la Humanidad. Hoy día, el volumen de la población mundial tiene al menos una identificación personal principalísima con superestados nacionales. Aunque el progreso no haya sido suave, y existen ocasionales reversiones, se tiende claramente hacia una identificación de grupo con la Humanidad como conjunto. Los astronautas y cosmonautas han hecho declaraciones, profundamente sentidas, sobre la belleza y serenidad de la Tierra contemplada desde el espacio. Para muchos de ellos, un vuelo por el espacio fue una experiencia religiosa que cambió totalmente sus vidas. En las fotografías que desde el espacio se han hecho de la Tierra, no se distinguen fronteras nacionales. Como Arthur C. Clarke dijo en algún lugar, es difícil imaginar, incluso para el más ferviente de los nacionalistas, el hecho de no revisar de nuevo sus puntos de vista al ver cómo la Tierra se va alejando poco a poco hasta convertirse en un diminuto punto de luz perdido entre millones de estrellas.
La exploración espacial nos obliga a rectificar muchas cosas sobre el significado de nuestro diminuto planeta perdido en un Universo enorme y desconocido. La búsqueda de vida en otros lugares seguramente provocará que la gente reflexione acerca de la singularidad del hombre: el sendero serpeante, inseguro, improbable y evolutivo que nos ha traído a donde estamos; y la improbabilidad de encontrar —incluso en un Universo poblado por otras inteligencias— a alguien con forma muy parecida a la nuestra. En esta perspectiva, las similitudes entre los hombres se destacarán de forma abrumadora contra nuestras diferencias.
Hay un geocentrismo práctico, en nuestra vida diaria. Todavía hablamos del Sol que sale y se pone, en lugar de hablar de una Tierra que gira. Todavía pensamos en un Universo organizado para nuestro beneficio y poblado tan sólo por nosotros. La exploración del espacio, en este sentido, nos hará ser un poco más humildes.
Harold Urey se ha referido, de manera perceptible, al programa espacial como una especie de construcción contemporánea de pirámides. Visto en el contexto del Egipto faraónico, la analogía parece ser particularmente idónea, ya que las pirámides fueron un intento de tratar los problemas de la cosmología y la inmortalidad. Desde una perspectiva histórica a largo plazo, esto es lo que precisamente será el programa espacial. Las huellas de pies dejadas por los astronautas en la Luna sobrevivirán un millón de años, y los diversos instrumentos y embalajes que allí quedaron pueden durar tanto como el Sol.
Por otra parte, las pirámides son monumentales y hoy día creemos que han sido inútiles esfuerzos para asegurar la supervivencia tras la muerte de un hombre, el faraón. Quizás haya una mejor analogía en los zigurats, las torres dotadas de terrazas de los sumerios y babilonios, los lugares donde los dioses bajaban a la Tierra y la población como conjunto intervenía en la vida diaria. No cabe duda de que hay un poco de pirámide en los grandes cohetes que se envían al espacio, pero creo que su significado esencial, probablemente, sea el de unos zigurats contemporáneos.
Una sociedad inmersa en una relativamente modesta, pacífica e intelectualmente significativa exploración de cuanto le rodea, posee, sin duda alguna, posibilidades de alcanzar la grandeza. Es difícil demostrar esto que podríamos llamar eslabones causales, e, históricamente, no existe correlación alguna entre unos y otros. Pero resulta sorprendente el hecho de que las naciones y épocas caracterizadas por un gran florecimiento de la exploración, también están marcadas por un enorme desarrollo cultural. En parte, esto se debe al contacto con las cosas nuevas, con nuevas formas de vida y también con modernos caminos de pensamiento desconocidos para una cultura cerrada, con sus vastas energías introspectivas.
Hay ejemplos que pueden tomarse del bíblico Oriente Medio, de las Atenas de Pericles y de otras épocas, pero me siento más atraído, en este sentido, por la época de las exploraciones europeas y sus descubrimientos. Las lenguas vernáculas de Francia, Inglaterra y la Península Ibérica hallaron definitiva expresión literaria al mismo tiempo que se emprendían los primeros viajes trasatlánticos de descubrimientos. Rabelais y Montaigne, en Francia; Shakespeare, Milton y los traductores de la Biblia del rey Jaime en Inglaterra; Cervantes y Lope de Vega, en España; Camoens, en Portugal, todos datan de la misma época. A juzgar por los escritos de Francis Bacon, resulta evidente que el descubrimiento de nuevas partes del mundo tuvieron una profunda influencia sobre el pensamiento de aquellos tiempos. Este período contempló la invención de instrumentos tan fundamentales como el telescopio, el microscopio, el termómetro, el barómetro y el reloj de péndulo.
También fue en la época de Galileo (1564-1642), quien, aunque no residía en una de las nuevas naciones exploradoras, estaba muy vinculado a Holanda, cuando se inventó el telescopio que él mejoró. Muchas de las obras de expresión gráfica de esta época —por ejemplo, las de Hieronymus Bosch y El Greco— reflejan el espíritu de cambio que caló en la época. Fue la era de la institución de la física moderna por Isaac Newton. Descartes, Hobbes y Spinoza —genios básicos de la historia de la filosofía— florecieron asimismo en tales momentos. El tiempo en que se desarrollaron las actividades y escritos de Leonardo da Vinci, Gilbert, Galileo y Bacon, también corresponde al origen del método experimental en la ciencia.
Un caso histórico, muy interesante en este sentido, nos lo proporciona Holanda, país que ha contribuido de modo notable a la cultura occidental con su aportación de individuos realmente geniales. Si hubo un período de florecimiento cultural en Holanda, fue el comprendido en la segunda mitad del siglo XVII. Los puertos españoles se hallaban cerrados y resultaban inaccesibles a la república holandesa a causa de la guerra entre Francia y España. Obligada a encontrar sus propias fuentes comerciales, Holanda fundó la «Dutch East» y «West India Companies». Se dedicó entonces una buena parte de los recursos nacionales a la inversión en Ultramar, y la consecuencia fue que Holanda se convirtió, por una sola vez en su historia, en una potencia mundial. A causa de ello, hoy día se habla holandés en Indonesia y varios individuos de ascendencia holandesa alcanzaron la presidencia de los Estados Unidos. Mucho más importante es el hecho de que, durante el mismo período de tiempo, florecieran, en Holanda, Vermeer y Rembrandt, Spinoza y Van Leeuwenhoek. Era una sociedad estrechamente unida: Van Leeuwenhoek fue, de hecho, el albacea de los bienes de Vermeer. Holanda era la nación más liberal y menos autoritaria de Europa en aquella época.
En toda la historia de la Humanidad, únicamente habrá una sola generación que sea la primera en explorar el Sistema Solar, una generación para la cual, en la infancia, los planetas son discos claros y distantes que se mueven a través del cielo nocturno, y para la que, en la vejez, los planetas sean lugares, diversos nuevos mundos en el curso de la exploración aún no acabada.
Habrá un momento en nuestra futura historia en el que se explorará y habitará el Sistema Solar. Tanto para esa generación que antes he mencionado como para todos los que vengan detrás de nosotros, el momento actual será importantísimo en la historia de la Humanidad. No hubo muchas generaciones a las que se les haya concedido una oportunidad tan importante como ésta. La oportunidad es nuestra si no la dejamos perder. Aquí podríamos parafrasear a K. E. Tsiolkovski, fundador de la astronáutica:
«La Tierra es la cuna de la Humanidad, pero no podemos vivir para siempre en la cuna.»
Una criatura humana, desde muy pequeña, comienza a adquirir madurez mediante los descubrimientos experimentales de que él no es todo el Universo. Lo mismo puede decirse de sociedades dedicadas a la exploración de todo cuanto las rodea. La perspectiva que debe provocar la exploración espacial puede acelerar la madurez de la Humanidad, una madurez que no puede llegar demasiado pronto.

Les mystères des Infinis de Grandville, 1844.
Hubo una época —y muy reciente— en la que se consideró insensata la idea de la posibilidad de estudiar la composición de los cuerpos celestes, idea que también consideraban carente de sentido común incluso los pensadores y prominentes científicos. Ese tiempo, esa época, ya ha pasado. La idea de la posibilidad de estudiar el Universo, desde mucho más cerca, y más directamente, es algo que hoy día, creo yo, adquiere mayor primacía e importancia en las mentes de todos nuestros congéneres, e incluso en las de nuestros nuevos pensadores y prominentes científicos. Pisar el suelo de los asteroides, alzar con una mano una de las piedras de la Luna, moverse de acá para allá en estaciones situadas en el espacio y establecer círculos vivos alrededor de la Tierra, la Luna y el Sol, para observar a Marte desde una distancia de varias decenas de verstas, aterrizar en sus satélites e incluso en la superficie de Marte, ¡qué podría ser más fantástico! Sin embargo, sólo con el advenimiento de vehículos a reacción será posible iniciar una nueva era en la Astronomía, la época de un cuidadoso estudio del cielo... El motivo primordial de mi vida es hacer algo útil para la gente... Ésa es la razón de que me haya interesado por cosas que no dan pan ni fuerza. Aunque espero que mis estudios, quizá pronto o acaso en un futuro lejano, proporcionen a la sociedad montañas de grano y de poder ilimitado.
K. E. Tsiolkovski
1912