12. La historia detectivesca de Venus

Mapa de radar de la superficie de Venus, invisible para el ojo humano a causa de la densa atmósfera y de la cubierta de nubes del planeta. Cortesía del Arecibo Observatory, Cornell University.

Una de las razones por las cuales en nuestros días la astronomía planetaria se ha convertido en una auténtica delicia, es que resulta posible averiguar lo que es realmente correcto o exacto. En otras épocas, uno podía intuir o pronosticar a su gusto sobre un medio ambiente planetario, por muy improbables que fuesen tales cálculos, con la seguridad de que nadie iba a demostrar que se estaba equivocado. Hoy día, las naves espaciales u otros ingenios similares, cuelgan como espadas de Damocles sobre cada hipótesis emitida por los teóricos planetarios, y se puede observar a los teóricos en curiosa amalgama de esperanzas y temores cada vez que nos llega a la Tierra nueva información proporcionada por los ingenios espaciales.

Antiguamente, cuando los astrónomos disponían de telescopios, ojos, y muy poco más para prestar ayuda a sus observaciones, Venus era un mundo hermano. A fines del siglo XIX se supo que Venus tenía aproximadamente la misma masa y radio que la Tierra. Venus es el planeta más cercano a la Tierra, y era natural que se pensara en él como algo muy parecido o igual a la Tierra, al menos en ciertos aspectos.

Immanuel Kant imaginó en Venus a una raza de seres tiernos y apasionados, casi humanos. Emmanuel Swedenborg y Annie Besant, una fundadora de la teosofía, encontraron —por métodos descriptos como viajes espirituales y proyección astral— criaturas muy parecidas a los seres humanos situándolas en Venus. En años más recientes, algunos de los relatos más audaces relacionados con los platillos volantes —por ejemplo, los de George Adamski— poblaron Venus con una raza de seres poderosos y benignos, muchos de los cuales aparecen con largos cabellos y también con largos vestidos blancos, claro simbolismo, en la América previa a 1963, de una intención profundamente espiritual. Hay una larga historia de ávidos caminos de pensamiento, especulación meditativa y fraude consciente o inconsciente, que produjo expectación popular sobre el hecho de que nuestro más cercano vecino planetario esté habitado por seres humanos, más bien parecidos a nosotros, o que sea un lugar habitable para los terrícolas.

Por tanto, se produjo considerable sorpresa y yo diría que incluso molestia, cuando finalmente se recibieron las primeras observaciones de radio sobre Venus. Estas mediciones llevadas a cabo por C. H. Mayer y sus colegas, en 1956, en el Laboratorio de Investigación Naval de los Estados Unidos, descubrieron que Venus era una fuente de emisión de radio mucho más intensa de lo que se había supuesto. A juzgar por la distancia que hay desde Venus al Sol y la cantidad de luz solar que devuelve al espacio, el planeta debía ser frío o fresco. Como Venus devuelve en su reflejo tanta luz al espacio, su temperatura debía ser incluso inferior a la de la Tierra, a pesar de su proximidad al Sol. El grupo de Mayer halló que Venus, en una longitud de onda de radio de 3 cm, proporcionaba tanta radiación como si fuera un cuerpo caliente a una temperatura de unos 315 °C. Posteriores observaciones realizadas con numerosos radiotelescopios a muchas y diferentes frecuencias de radio confirmaron la conclusión general de que Venus poseía una «temperatura brillante» de entre los 315 ºC y los 425 ºC aproximadamente.

Sin embargo, hubo una gran renuencia en la comunidad científica a creer que la emisión de radio procedía de la superficie de Venus. Un objeto caliente emite radiación en muchas longitudes de onda. ¿Por qué Venus sólo parecía caliente en longitudes de onda de radio? ¿Cómo podía mantenerse tan caliente la superficie de Venus? Y, finalmente —puesto que los factores psicológicos pueden ser dominantes, consciente o inconscientemente, incluso en la ciencia—, un planeta Venus caliente, mucho más caliente que un horno casero, era perspectiva menos agradable que el Venus poblado por seres graciosos con inclinaciones amorosas o espirituales, siguiendo la larga tradición desde Kant hasta Adamski.

Este problema del origen de la emisión de radio de Venus fue parte principal de mi tesis doctoral. Escribí unos veinte documentos científicos sobre el tema entre 1961 y 1968, cuando finalmente el problema se consideró solucionado. Miro hacia atrás y contemplo con placer este período de tiempo. La historia de radio de Venus es muy similar a un relato detectivesco en cuyas páginas hay gran cantidad de posibles pistas. Algunas son vitales para la solución; otras son falsas y conducen a una dirección errónea. Algunas veces puede deducirse la verdadera respuesta teniendo en cuenta todos los hechos principales y recurriendo a un razonamiento plausible y lógico.

Había varias cosas que ya conocíamos acerca de Venus. Sabíamos cómo variaba con la radiofrecuencia la «temperatura brillante». Sabíamos cómo Venus reflejaba sobre la Tierra ondas de radio enviadas mediante grandes telescopios con radar. La primera prueba con éxito del hombre —el Mariner 2 de los Estados Unidos— descubrió, en 1962, que Venus era más brillante en longitudes de onda de radio en su parte central que en sus bordes.

Había varias teorías en contra de tales observaciones. Podían agruparse en dos categorías generales: El modelo de superficie caliente, en el cual la emisión de radio procedía de la superficie sólida del planeta, y el modelo de superficie fría, en el cual dicha emisión provenía de cualquier otro lugar, desde una capa ionizada en la atmósfera venusina, de descargas eléctricas entre gotitas en las nubes de Venus, o de un hipotético gran cinturón de partículas cargadas eléctricamente que se movía con suma rapidez alrededor de Venus (como las que, de hecho, rodean a la Tierra y a Júpiter). Estas últimas hipótesis permitían que la superficie se mantuviera fría, situando la intensa emisión de radio sobre la superficie. Si deseábamos la presencia de buques en Venus, entonces nos convertíamos en defensores del modelo de superficie fría.

Si comparamos sistemáticamente los modelos de superficie fría con las observaciones hechas, hallamos que todos tropezaban con graves dificultades. El modelo o hipótesis en el cual la emisión de radio procedía de la ionosfera, por ejemplo, pronosticaba que Venus no debía reflejar, en absoluto, ondas de radio. Pero los telescopios-radar habían descubierto ondas de radio reflejadas desde Venus con una eficiencia del 10 ó 20 %. Para obviar tales dificultades, los que abogaban por el modelo ionosférico construyeron hipótesis muy sofisticadas en las que existían muchas capas ionizadas con orificios especiales en ellas para permitir el paso del radar a través de la ionosfera, tocar la superficie de Venus y regresar a la Tierra. Al mismo tiempo, no podían existir demasiados orificios, ya que de ser así la emisión de radio no sería tan intensa como se observaba. Estos modelos me parecieron excesivamente detallados y arbitrarios en sus circunstancias.

Poco antes de las notables observaciones de 1968 hechas por una nave espacial, acerca de Venus, entregué un documento a Nature, revista científica británica, en el cual resumía estas conclusiones y deducía que sólo el modelo o hipótesis de la superficie caliente era el que mejor se ajustaba a todas las pruebas. Antes de esto, ya había propuesto una teoría específica, en términos del efecto llamado «invernadero», para explicar cómo la superficie de Venus podía registrar tan elevadas temperaturas. Pero mis conclusiones en contra de los modelos de superficie fría, en 1968, no dependían de la validez de la explicación «invernadero»: sucedía que una superficie caliente explicaba los datos y una superficie fría no. A causa de mi interés por la exobiología, hubiese preferido un Venus habitable, pero los hechos me condujeron a otra parte. En un trabajo publicado en 1962, yo concluía, por pruebas indirectas, que la temperatura promedio en la superficie en Venus era, aproximadamente, de 425 ºC y la presión atmosférica promedio en la superficie era unas cincuenta veces mayor que en la superficie de la Tierra.

En 1968, una nave espacial americana, el Mariner 5, voló cerca de Venus, y una nave espacial soviética, el Venera 4, penetró en su atmósfera. En 1974, ya habían entrado en la atmósfera de Venus cinco cápsulas soviéticas con instrumentos. Las tres últimas descendieron sobre el planeta y enviaron datos de la superficie del planeta. Eran los primeros artificios de la Humanidad que se posaban en la superficie de otro planeta. El promedio de la temperatura de Venus era aproximadamente de 500º C; el promedio de presión en la superficie era de aproximadamente noventa atmósferas. Mis conclusiones iniciales eran bastante correctas, aun cuando un tanto conservadoras.

Es interesante, ahora que conocemos por mediciones directas las verdaderas condiciones de Venus, leer algunas de las críticas hechas al modelo de superficie caliente que se publicaron en la década de los sesenta. Un año después de haber recibido el título de doctor en Filosofía, hubo un famoso astrónomo planetario que me hizo una apuesta de diez contra uno, asegurando que la presión sobre la superficie de Venus no era diez veces superior a la de la Tierra. Gustosamente entregué mis diez dólares contra sus ciento, y he de confesar en honor suyo que me pagó los cien dólares, cuando tuvimos en la mano los resultados de las observaciones hechas en los aterrizajes soviéticos.

La teoría y los artificios espaciales obran recíprocamente en otras formas. Por ejemplo, el Venera 4 radió su última temperatura, o, mejor dicho, su último punto de presión-temperatura a 230 ºC y veinte atmósferas. Los científicos soviéticos concluyeron que éstas eran las condiciones de la superficie de Venus. Pero los datos de radio ya habían demostrado que la temperatura de la superficie tenía que ser mucho más elevada. Combinando el radar con los datos del Mariner 5, supimos que la superficie de Venus se hallaba mucho más abajo de donde los científicos soviéticos habían concluido que el Venera 4 se había posado. Ahora parece demostrado que los diseñadores de la primera nave espacial Venera, creyendo que eran reales los modelos de superficie fría de los teóricos, construyeron una nave espacial relativamente frágil que quedó aplastada por el peso de la atmósfera de Venus muy por encima de la superficie, lo mismo que un submarino no construido para grandes profundidades resultaría aplastado en el fondo del océano.

En la reunión de la COSPAR *, celebrada en Tokio en 1968, yo emití la opinión de que la nave espacial Venera 4 había dejado de funcionar a unos 30 km de altura sobre la superficie. Mi colega el profesor A. D. Kuzmin, del Instituto Físico Lebedev de Moscú, alegó que la nave había aterrizado en la superficie. Cuando le rebatí que los datos del radar y la radio no situaban la superficie a la altura deducida para el aterrizaje del Venera 4, el doctor Kuzmin respondió que el Venera 4 había tocado la cima de una alta montaña. Acto seguido, repliqué que los estudios de radar realizados en Venus mostraban montañas con una altura máxima de 2.000 m y que, en consecuencia, era improbable que el Venera 4 hubiese aterrizado sobre una montaña de 30.000 m de altura en Venus, aunque pudiera existir semejante montaña. El profesor Kuzmin me contestó preguntándome qué opinaba sobre la probabilidad de que la primera bomba alemana lanzada sobre Leningrado, en la Segunda Guerra Mundial, hubiese liquidado al único elefante que había en el parque zoológico de la ciudad. Admití que la posibilidad era muy pequeña, sin duda alguna. El profesor respondió triunfalmente con la información de que éste había sido, en realidad, el destino del elefante de Leningrado.

* _ Comisión de Investigación y Estudios Espaciales. N. del T...

Los diseñadores de las siguientes naves espaciales soviéticas, a pesar del caso del zoológico de Leningrado, tuvieron sumo cuidado en aumentar la fuerza material de las naves espaciales para sucesivas misiones. El Venera 7 pudo soportar presiones ciento ochenta veces superiores a las que reinan en la superficie de la Tierra, margen adecuado para las reales condiciones de la superficie de Venus. Transmitió datos desde la superficie de Venus durante veinte minutos antes de quedar abrasada. El Venera 8, en 1972, transmitió durante cuarenta minutos. La presión de la superficie no es de veinte atmósferas y el espectacular monte Kuzmin no existe.

La principal conclusión acerca del método científico que saqué de esta historia es la siguiente: Aunque la teoría es útil en los proyectos o diseños de experimentos, sólo las experiencias directas convencerán a cualquiera. Basándose únicamente en mis conclusiones indirectas, hoy día habría mucha gente que no creería en un planeta Venus caliente. Como resultado de las observaciones del Venera, todo el mundo acepta las terribles presiones de Venus, calor fantástico, escasa iluminación y extraños efectos ópticos.

El hecho de que nuestro planeta hermano sea tan diferente a la Tierra es problema científico de primer orden, y los estudios de Venus son de sumo interés para comprender la más temprana historia de la Tierra. Por añadidura, ayuda a calibrar la seguridad de la proyección astral y viaje espiritual popularizados por Emmanuel Swedenborg, Annie Besant, e innumerables imitadores actuales, ninguno de los cuales captaron detalle alguno de la verdadera naturaleza de Venus.