15. Las lunas de Barsoom

Durante mi adolescencia tuve la suerte de tropezar con una serie de novelas ampulosamente escritas con títulos como: Thuvia, maid of Mars, The chessman of Mars, The princess of Mars, The warlords of Mars, y así sucesivamente. Ni que decir tiene, se trataba de novelas sobre Marte. Pero no acerca de nuestro Marte, el Marte revelado por el Mariner 9.

Portadas de los primeros seis libros de la serie de Edgar Rice Burroughs sobre Barsoom.

Por lo menos, no creo que nuestro Marte sea como el de estas novelas escritas por Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán. Su Marte era el de Percival Lowell, un planeta de antiguos fondos marinos, canales y estaciones de bombeo, bestias con seis patas y hombres (algunos sin cabeza) de todos los colores, incluyendo el verde. Tenían nombres como Tars Tarkas.

Mapa de Barsoom de Larry Ivie que apareció en The readers guide to Barsoom and Amtor.

Probablemente, la hipótesis más notable propuesta por Burroughs en estas novelas era que los seres humanos y los habitantes de Marte podían tener descendencia, prole, proposición biológicamente imposible si los marcianos y nosotros tenemos orígenes biológicamente distantes. Burroughs escribió muy honestamente acerca de la interfertilidad de un virginiano, milagrosamente transportado a Marte, y de Dejah Thoris, la princesa de un reino con el improbable nombre de Helium. No tengo dudas de que el precedente de un reino llamado Helium condujera directamente al planeta llamado Kryptón, patria de Superman, el protagonista de una historieta para niños. Hay aquí una rica vena de material literario que aún no se ha explotado bastante. El futuro puede mostrar planetas, estrellas, o incluso galaxias completas, llamadas Neón, Argón, Xenón, y Radón, gases nobles.

Pero el nombre ideado por Burroughs, que a través de los años me ha obsesionado, es el que imaginó que los marcianos dieron a Marte: Barsoom. Y fue una frase suya más que ninguna otra cosa la que se grabó en mi pensamiento:

«Las violentas lunas de Barsoom.»

Pues, sin duda, Marte es un mundo con dos lunas, situación que parecería completamente natural para los habitantes de dicho planeta como para nosotros lo es contar con una sola Luna. Sabemos cómo se presenta nuestro solitario satélite a simple vista desde la superficie de la Tierra. Pero, desde la superficie de Marte, ¿qué aspecto tienen las lunas de Barsoom? Esta pregunta que, de vez en cuando, me preocupaba en mi adolescencia, no iba a tener respuesta hasta el año 1971 y el viaje del Mariner 9.

Las lunas de Marte fueron creación de Johannes Kepler, el descubridor de las leyes del movimiento planetario y hombre de escasa talla intelectual. Pero vivió en el siglo XVI, en un clima intelectual muy diferente del actual. Confeccionaba horóscopos para poder comer; la astronomía era su pasión más que su ocupación. Su madre fue juzgada y condenada por bruja. Cuando Kepler se enteró del descubrimiento de Galileo, con uno de los primeros telescopios astronómicos, de las cuatro grandes lunas de Júpiter, él inmediatamente concluyó que Marte tenía dos lunas. ¿Por qué? Porque Marte se hallaba a una distancia intermedia del Sol, entre la Tierra y Júpiter. Sin duda, parecía evidente que debía poseer un número intermedio de lunas. Las observaciones parecían demostrar que Venus carecía de lunas, la Tierra contaba con una y Júpiter con cuatro (el verdadero número que hoy día conocemos es de doce). Kepler pudo haber deducido dos o tres lunas para Marte, pero la pasión de toda una vida por las progresiones geométricas le llevó a elegir dos. El razonamiento, por supuesto, es falso. Las diez lunas de Saturno, las cinco de Urano y las dos de Neptuno no encajan en este esquema, que no es científico, sino más bien estético.

Pero el prestigio de Kepler era inmenso, particularmente después de que las leyes del movimiento planetario se derivasen de la teoría de la gravitación de Isaac Newton; y así, las alusiones literarias a las dos lunas de Marte perduraron a lo largo de los siglos. En la un tanto larga historia corta de Voltaire, Micromegas, un ciudadano de la estrella Sirio se da cuenta, por casualidad, cuando viajaba por nuestro Sistema Solar, de que Marte tenía dos lunas. Hay una referencia más famosa a las dos lunas marcianas en la sátira de Jonathan Swift de 1726, Viajes de Gulliver, no en las partes de los liliputienses, ni en la de los gigantes o en la de los caballos inteligentes, sino en la menos leída de todas, la que se refiere a la isla flotante y aérea de Laputa. El episodio es, sin duda, una crítica descaradamente razonada de las tensas relaciones hispano-británicas en la época de Swift, porque la puta es una palabra española que equivale a prostituta. Las metáforas políticas son obscuras, al menos para mí. De todos modos, Swift anuncia casualmente que los astrónomos de Laputa han descubierto dos lunas de Marte, las cuales poseen rápidos movimientos y han proporcionado información sobre su distancia a Marte y sus períodos de traslación alrededor de Marte, información que es incorrecta, pero que es inteligente como intuición. Existen toda una serie de publicaciones sobre cómo era posible que Swift conociera las lunas de Marte, incluyendo la sugerencia de que Swift era marciano. Sin embargo, las pruebas demuestran que Swift no era marciano y que su conocimiento sobre las dos lunas, sin duda, puede deberse a las especulaciones de Kepler.

El verdadero descubrimiento de las dos lunas de Marte se hizo desde las afueras de Washington D.C., en 1877. El Observatorio Naval de los Estados Unidos acababa de terminar un gran telescopio refractor. El astrónomo del observatorio, Asaph Hall, intentó averiguar si las lunas de Marte, ensalzadas en canciones y en la literatura, existían realmente. Sus primeras noches de observación constituyeron un fracaso, y de mal humor incluso anunció a su esposa que se proponía abandonar la búsqueda. La señora Hall no admitió esto y animó a su marido a que trabajara unas cuantas noches más con el telescopio, hasta que el hombre tuvo a su alcance los satélites marcianos. Durante un corto período de tiempo pensó que había hallado tres satélites, porque el interior se movía tan rápidamente que en una noche le vio a un lado de Marte y a la noche siguiente en el otro. Hall bautizó a las lunas con los nombres de Fobos y Deimos, como los caballos que arrastraban la cuadriga del dios de la guerra en la mitología griega; significan, respectivamente, temor y terror. (Los adjetivos adecuados implican algunos problemas: ¿Hablamos de órbitas fóbicas y de noches deimónicas?) Si algún día se descubre otra luna de Marte, espero que se la bautice con un nombre menos feroz y más optimista, como, por ejemplo, «Paz».

También confío en que cuando se fijen definitivamente las características de Fobos y Deimos por parte de la Unión Astronómica Internacional, una de ellas se llame como la señora Hall. Pero como la otra seguramente será llamada como Asaph Hall, tendremos un problema: dos cráteres llamados Hall serían algo perturbador. En una charla que di en Harvard, sobre astronomía comenté que el problema se resolvería si conociésemos el nombre de soltera de la señora Hall. Mi amigo Owen Gingerich, profesor de Historia de la Ciencia en Harvard, inmediatamente se puso en pie replicando: «Angelina Stickney» Así pues, cuando llegue el momento, espero que habrá un «Stickney» en una de las lunas de Barsoom.

El subsiguiente estudio de Fobos y Deimos llevado a cabo entre 1877 y 1971 tiene una curiosa historia. Las lunas de Marte son tan pequeñas que aparecen, incluso contempladas con los mejores telescopios, como simples puntos de luz. Son excesivamente pequeñas para haber sido observadas con los telescopios anteriores a 1877. Sus órbitas pueden calcularse anotando sus posiciones en varios tiempos. En 1944, en el Observatorio Naval de los Estados Unidos (donde sin duda debió desarrollarse un comprensible interés por Fobos y Deimos), B. P. Sharpless reunió todas las observaciones que tenía a su disposición por entonces para determinar las órbitas con la mayor precisión. Halló —sin duda con enorme sorpresa— que la órbita de Fobos parecía decaer en lo que los astrónomos llamaban aceleración secular. En largos períodos de tiempo, el satélite parecía estar aproximándose cada vez más a Marte, a la vez que se movía también mucho más rápidamente. Este fenómeno nos es muy familiar hoy día. Las órbitas de los satélites artificiales decaen durante todo el tiempo en la atmósfera de la Tierra. Inicialmente se reducen a causa de las colisiones con las difusas capas superiores de la atmósfera de la Tierra, pero mediante las leyes de Kepler el resultado neto es un movimiento más rápido.

La conclusión de Sharpless, de una secular aceleración para Fobos, continuó siendo una curiosidad sin explicar y casi sin examinar, hasta que alrededor de 1960 la tuvo en cuenta el astrofísico soviético I. S. Shklovskiii. Éste pensó en una amplia gama de hipótesis en cuanto se refería a la aceleración secular, entre ellas la influencia del Sol, la de un campo magnético de Marte y la de la gravedad de este planeta. Halló que ninguna de estas hipótesis encajaba con exactitud. Entonces volvió a considerar la posibilidad del arrastre atmosférico. En los días anteriores a la investigación de Marte con naves espaciales, se conocía escasa e indirectamente el tamaño exacto de los satélites marcianos, pero se sabía que Fobos tenía unos 20 km de diámetro. La altitud de Fobos sobre la superficie de Marte también se conocía. Shklovskii y otros antes que él descubrieron que la densidad de la atmósfera marciana era demasiado baja para producir el arrastre indicado por Sharpless. Fue precisamente en este momento cuando Shklovskii hizo una audaz y brillante suposición.

Todos los cálculos efectuados para demostrar que no existía arrastre atmosférico habían presupuesto que Fobos era un objeto de densidad corriente. Pero, ¿y si su densidad era muy baja? A pesar de su enorme tamaño, entonces su masa sería muy pequeña, y su órbita podría resultar afectada por la enrarecida superior atmósfera marciana.

Shklovskii calculó la precisa densidad de Fobos y halló un valor que alcanzaba a una milésima parte de la densidad del agua. Ningún objeto natural o substancia tiene una densidad tan baja; hay una madera que tiene la mitad de la densidad del agua. Así pues, con densidad tan baja sólo quedaba una conclusión posible: Fobos tenía que estar hueco. Un objeto enorme y hueco, con 20 km de diámetro, no podía crearse mediante procesos naturales. Por tanto, Shklovskii concluyó que había sido creado por una avanzada civilización marciana. Indudablemente, un satélite artificial de 20 km de diámetro requiere una tecnología mucho más avanzada que la nuestra.

Como no había señales de tal civilización avanzada en Marte, Shklovskii supuso que Fobos —y posiblemente Deimos— habían sido lanzados al espacio en un lejanísimo pasado por una desaparecida civilización marciana. (El lector que se sienta interesado por este tema hallará más detalles de este notable razonamiento de Shklovskii en el libro Vida inteligente en el Universo, escrito en colaboración por Shklovskii y por mí [San Francisco, Holden-Day, 1966; New York, Delta Books, 1967].) A continuación de los primeros trabajos de Shklovskii sobre el tema, los movimientos de las lunas de Marte fueron examinados en Inglaterra por G. A. Wilkins, quien manifestó que era probable no existiera aceleración secular. Pero no podía estar seguro.

La extraordinaria sugerencia de Shklovskii en el sentido de que las lunas de Marte podrían ser artificiales es una de las tres hipótesis que hay sobre su origen. Las otras dos —interesantes por derecho propio, pero sin duda muy inexpresivas en comparación con la hipótesis de Shklovskii— son: 1) que las lunas son asteroides capturados, o 2) que son una especie de restos que quedaron allí cuando se formó Marte. Los asteroides son pedazos de roca y metal que giran alrededor del Sol entre las órbitas de Marte y Júpiter. No es probable, aunque teóricamente posible, que sean escenarios en los cuales la gravedad de Marte pueda capturar a un asteroide que pase a su alcance.

En la hipótesis de «restos marcianos» se considera que trozos de roca de diversos tamaños se unieron para formar Marte; que la última generación de tales piezas produjo los enormes y antiguos cráteres sobre Marte, y que Fobos y Deimos son, por casualidad, los únicos restos que aún perduran de la primitiva historia catastrófica de Marte.

Es evidente que el hecho de confirmar alguna de estas hipótesis, cualquiera de las tres, sobre el origen de las lunas de Marte, sería un logro de suma importancia científica.

La misión del Mariner sobre Marte, en 1971, en la cual tuve el placer de trabajar, en principio implicaba el empleo de dos naves espaciales, el Mariner 8 y el Mariner 9. Iban a situarse en órbitas diferentes también con distintos propósitos en el estudio de Marte. Cuando finalmente hubo acuerdo acerca de estas órbitas me percaté de que no estaban lo suficientemente lejos de las órbitas de Fobos y Deimos. También me pareció que las observaciones realizadas por televisión y con otros medios sobre Fobos y Deimos, por la nave espacial Mariner, podrían permitirnos determinar parte de su origen y naturaleza. Por tanto, solicité permiso a los funcionarios de la NASA que organizaban y dirigían la misión, para programar observaciones de Fobos y Deimos. Aun cuando los directores de la misión en el Jet Propulsion Laboratory, verdadera organización operativa, no se mostraran muy contrarios a la idea, algunos funcionarios de la NASA se oponían a ella. Por supuesto, existía un plan de la misión escrito en un grueso libro donde se determinaba taxativamente lo que harían los Mariner 8 y 9. Pero en dicho plan no se mencionaba para nada a Fobos y Deimos. Así pues, yo no podía mirar ni observar a Fobos ni a Deimos. Pura burocracia.

Indiqué que mi propuesta solamente requería mover las plataformas de registro en la nave espacial para que las cámaras pudiesen observar los satélites marcianos. La respuesta, una vez más, fue negativa. Poco tiempo después presenté otro documento en el que decía que, si Fobos y Deimos eran asteroides capturados, el hecho de examinarlos desde el Mariner 9 equivalía a efectuar una misión casi o del todo gratuita en el cinturón de asteroides. La maniobra que les había propuesto en la plataforma de la nave espacial ahorraría a la NASA doscientos millones de dólares o así. En algunos círculos esta propuesta se consideró como más apremiante. Al cabo de un año y tras muchos cabildeos, se formó un grupo técnico y se hicieron proyectos para examinar Fobos y Deimos. El grupo que podríamos llamar de trabajo sobre astronomía de satélites, ante mis sugerencias, lo presidió el doctor James Pollack, antiguo alumno mío; pero uno de los signos que dio la NASA acerca de su mala disposición fue que el grupo se formó con posterioridad al lanzamiento del Mariner 9 y sólo dos meses antes de su llegada a Marte. (Mientras tanto, había fallado el Mariner 8.) Cuando el Mariner 9 llegó a Marte, encontramos un planeta casi enteramente obscurecido por el polvo. Puesto que en Marte había muy poco que observar, de repente estalló un insólito entusiasmo por examinar Fobos y Deimos. El primer paso fue tomar fotografías desde cierta distancia con objeto de establecer con cierta precisión las órbitas y situaciones de las lunas. Esta tarea se cumplió de forma preliminar dos semanas después de que la nave espacial penetrara en la órbita marciana. El Mariner 9 tiene un período orbital de aproximadamente doce horas, de manera que daba la vuelta a Marte dos veces al día.

Las fotografías que el Mariner 9 envió por televisión a la Tierra fueron radiadas de forma muy parecida a como se envían en nuestro planeta fotografías de un continente a otro por cable. La fotografía está dividida en gran número de pequeños puntos (para el Mariner 9, varios centenares de miles), cada uno de los cuales con su propio brillo, o sombra o gris, desde el negro al blanco. Una vez que la nave espacial ha tomado la fotografía y allí se registra sobre cinta magnética se envía a la Tierra punto por punto. En efecto, la comunicación dice: Punto número 3277, nivel gris 65; punto número 3278, nivel gris 62, y así sucesivamente. La fotografía se «reúne» por medio de computadora en la Tierra, esencialmente siguiendo los puntos.

La primera fotografía de Fobos, un primer plano relativamente claro, se obtuvo en la revolución 31. A continuación se muestra una foto Polaroid de la imagen del videomonitor de Fobos en la revolución 31, recibida el día 30 de noviembre de 1971. Aun así la imagen es excesivamente borrosa como para poder llegar a conclusión alguna.

La primera imagen de Fobos vista desde el Mariner 9, sin procesar por computadora.

Ya tarde, aquella misma noche, el doctor Joseph Veverka, de Cornell, otro antiguo alumno mío, y yo, trabajamos durante la madrugada en el Image Processing Laboratory de JPL para conseguir —mediante técnicas de ampliación y contraste por computadora— todos los detalles que se pudiesen lograr de la imagen. El resultado se muestra a continuación. La forma es irregular. ¿Son cráteres esos manchones?

La misma fotografía, pero ampliada por computadora y mostrando cráteres.

Nuestra fotografía mejorada se construyó en el vídeo-monitor de la computadora, línea por línea y de arriba abajo. A medida que emergió gradualmente lo que parecía ser el mayor cráter, vimos un punto brillante en su centro; sólo por un momento tuve la sensación de que estábamos viendo una estrella a través de un enorme orificio en Fobos, o, aún más emocionante, que estábamos viendo una luz artificial. Pero cuando pedimos a la computadora que suprimiera todos los pequeños errores, el punto brillante desapareció.

En la revolución 34, el Mariner 9 y Fobos se aproximaron mutuamente a menos de 8.000 km, uno de los mayores acercamientos en toda la misión. Por la noche, tarde, al recibir la fotografía, Veverka y yo nos pusimos a trabajar de nuevo con la computadora. Nuestros resultados fueron los que se muestran en la siguiente figura. No estoy seguro de cuál es el aspecto que presenta un satélite artificial de 20 km de diámetro, pero no parece, ser esto. Fobos más bien se parece a una patata podrida. De hecho, está lleno de cráteres. Para que se hayan acumulado tantos cráteres en esa parte del sistema solar debe de ser muy viejo, probablemente de miles de millones de años. En su conjunto Fobos parece ser un fragmento natural de una roca mayor, terriblemente vapuleada por repetidas colisiones; allí se han abierto o excavado orificios y se le han arrancado trozos, como a golpes de hacha. En Fobos no hay señal alguna de tecnología. Fobos no es un satélite artificial. Cuando, mediante la misma labor realizada en la computadora, se ampliaron las fotos de Deimos ocurrió lo mismo, y así llegamos a la misma conclusión.

Una imagen posterior, aunque mucho más detallada, de Fobos que muestra su verdadera Naturaleza.

Fobos y Deimos son los primeros satélites de otro planeta que han sido fotografiados en primer plano. También se observaron mediante el espectrómetro ultravioleta y el radiómetro infrarrojo a bordo del Mariner 9. Pudimos determinar sus tamaños y formas y algo de su color. Son objetos extremadamente obscuros, más obscuros que el material más negro que haya en la habitación donde ahora mismo esté sentado el lector. Por supuesto, figuran ya entre los objetos más obscuros del Sistema Solar. Como hay tan pocos objetos con esta obscuridad en cualquier otra parte, esperamos poder llegar a saber algo sobre su composición. Ambos están cubiertos al menos por finas capas de material muy pulverizado. Proporcionan importantes indicios en cuanto se refiere a procesos de colisión en el Sistema Solar inicial. Creo que estamos contemplando al producto final de una especie de selección de colisión natural, en la cual se han separado fragmentos de un cuerpo principal mayor y estamos viendo únicamente esos dos trozos que ahí quedan y que son Fobos y Deimos. Las lunas de Marte también son importantes calibradores de colisión para Marte. Probablemente, Fobos, Deimos y Marte estuvieron juntos en la misma parte del Sistema Solar durante un largo período de tiempo. El número de cráteres, de un tamaño dado, que hay en Marte, es mucho menor, en general, que en Fobos o en Deimos, proporcionando así importante información acerca de procesos de erosión marciana, cosa que no existe en Fobos y Deimos, sin aire y sin agua.

Como ahora poseemos una buena información acerca del tamaño y forma de estos objetos, y como también contamos con buenas razones para pensar que ambos tienen densidades típicas de roca ordinaria, podemos calcular algo sobre lo que significaría encontrarnos, por ejemplo, en Fobos. En primer lugar, Marte a menos de 12.000 km de distancia llenaría aproximadamente la mitad del cielo de Fobos. La salida o alzamiento de Marte sería un acontecimiento espectacular. No sería mala idea la eventual construcción de un observatorio en Fobos para examinar Marte. Sabemos, por el Mariner 9, que Fobos y Deimos giran de la misma manera que lo hace nuestra Luna, siempre mostrando la misma cara a su planeta. Cuando Fobos está por encima del hemisferio diurno de Marte, la luz rojiza de este último sería suficiente para leer por la noche en Fobos.

Debido a su pequeño tamaño, Fobos y Deimos poseen aceleraciones de gravitación muy bajas. Sus gravedades no atraen con mucha fuerza. La de Fobos equivale tan sólo a una milésima parte de la de la Tierra. Si en la Tierra se da un salto de digamos 1 metro aproximadamente, ese mismo salto en Fobos alcanzaría una altura de alrededor de 800 metros. No se precisarían muchos saltos para circumnavegar Fobos. Podrían ser saltos en arco graciosos y lentos, que tardarían varios minutos en alcanzar el punto más elevado de la trayectoria de autopropulsión, para luego regresar delicadamente a la Tierra.

Aún más interesante sería, por ejemplo, jugar un partido de béisbol en Fobos. La velocidad necesaria para lanzar un objeto en órbita alrededor de Fobos es solamente de unos 40 km por hora. Un lanzador aficionado de béisbol podría fácilmente lanzar una pelota en órbita alrededor de Fobos. La velocidad de escape de Fobos es sólo de cerca de 60 km por hora, velocidad alcanzada fácilmente por los lanzadores profesionales de béisbol. Una pelota de béisbol que escapara de Fobos orbitaria alrededor de Marte, diminuta luna lanzada por el hombre. Si Fobos fuese perfectamente esférico, un astronauta solitario, aficionado al béisbol, podría inventar una curiosa versión, aunque algo perezosa, de este juego, ya de por sí un tanto perezoso. Primero, como pitcher o lanzador podría arrojar la pelota de lado, hacia el horizonte, a unos 50 km por hora. Entonces podría irse a casa a almorzar, porque la pelota tardaría un par de horas en dar la vuelta a Fobos. Después de almorzar, tomaría el bate, caminaría en dirección opuesta a la del lanzamiento, y esperaría a la pelota lanzada dos horas antes. Aparte del hecho de que los buenos lanzadores rara vez son buenos con el bate, pegar a este lanzamiento sería cosa muy fácil. Como la luz del día en Fobos sólo dura cuatro horas, todo el juego tendría que modificarse para poder jugar durante ese corto período de luz.

Probablemente, estas posibilidades deportivas dentro de uno o dos siglos, sean industria turística para Fobos y Deimos. Pero el béisbol, en Fobos, sería un curioso entretenimiento, que asimismo podría disfrutarse casi en idénticas circunstancias en la Luna. Sin embargo el interés científico por las lunas de Marte —ya sean asteroides capturados o restos de la formación del planeta— es inmenso. Más pronto o más tarde, por supuesto en una escala de siglos, habrá instrumentos que permitan al hombre sobre la superficie de Fobos contemplar con asombro al inmenso planeta rojo que llena el horizonte casi por completo.

¿Y qué decir del panorama opuesto? ¿Qué aspecto pueden tener las lunas de Barsoom vistas desde la superficie de Marte? Como Fobos está tan cerca de Marte, se vería como un disco clarísimo, aunque es un objeto diminuto. De hecho, Fobos aparecería en el espacio con el tamaño aproximado de la mitad de nuestra Luna contemplada desde la Tierra. Sabemos, por el Mariner 9, que tan sólo un lado de Fobos es visible desde Marte, al igual que nos ocurre en la Tierra con la Luna. Esa cara de Fobos es, aproximadamente, la que se muestra en la segunda imagen de dicho satélite. Hasta que se llevó a cabo el viaje del Mariner 9, nadie —excepto los marcianos, si los hay— ha visto jamás esa cara.

Por otra parte, como Fobos está tan cerca de Marte, las leyes de Kepler le impulsan a moverse con rapidez comparativa alrededor del planeta. Efectúa aproximadamente dos órbitas y media alrededor de Marte en 24 horas. Por otra parte Deimos tarda treinta horas y dieciocho minutos en terminar su órbita alrededor de Marte. Ambas lunas giran en sus órbitas en la misma dirección o sentido que Marte efectúa la rotación sobre su eje. Así, Deimos sale por el Este y se pone en el Oeste, como debe hacerlo todo buen satélite que se juzgue a sí mismo como tal. Pero Fobos lo hace una vez alrededor de su órbita en menos tiempo de lo que tarda Marte en su giro. En consecuencia, Fobos sale por el Oeste y se pone por el Este, tardando cinco horas y media en pasar de un horizonte a otro. Éste no es, exactamente, un movimiento violento —el movimiento no sería fácilmente perceptible contra el campo de estrellas durante un minuto de contemplación—, pero tampoco es lento. Habrá algunas noches en el ecuador de Marte, cuando Fobos se ponga por el Este durante la puesta de Sol y luego salga por el Oeste mucho antes del amanecer.

Fobos está tan cerca del plano ecuatorial de Marte que resulta completamente invisible desde las regiones polares del planeta. Si fuésemos a imaginar la presencia de seres inteligentes en Marte, la astronomía sería competencia de las sociedades ecuatoriales y no de las de las altas latitudes. No estoy seguro de si Helium era un reino ecuatorial.

Freud dice, en alguna parte, que los únicos hombres felices son aquellos que han hecho realidad los sueños de su juventud. Yo no puedo decir que sea éste mi caso del todo, pero jamás olvidaré aquellas tempranas horas, en un frío noviembre californiano, cuando Joe Veverka, técnico de la JPL y yo, fuimos los primeros seres humanos que vimos la cara de Fobos.

El Estado de California fue lo suficientemente amable como para concederme una matrícula automovilística rotulada con el nombre de «PHOBOS». Mi coche no es demasiado perezoso o lento, pero tampoco es capaz de girar alrededor de nuestro planeta dos veces al día. La matrícula me agrada. Hubiese preferido «BARSOOM», pero en California existe un límite de seis letras para las matrículas de los automóviles.