Segunda parte

«Nunca miramos sólo una cosa; siempre miramos la relación entre las cosas y nosotros».

John Berger

«Incluso el viaje más largo empieza dando un paso.

No tengas miedo de avanzar lentamente.

No tengas miedo de quedarte a la espera».

Anónimo chino

Son los jóvenes los viajeros por excelencia? Un sabio dijo que sólo ellos saben enfrentarse al camino y descubrir nuevas rendijas de futuro a cada paso. Su fuerza está llena de frescura y esperanza, el ímpetu de sus resoluciones puede doblegar a sus enemigos. Pero el mismo sabio expresó también serias dudas sobre la conveniencia de confiar el rumbo de nuestras vidas a un impulso falto de reflexión, a una imagen del mundo que no ha encontrado todavía los obstáculos suficientes para entender que, si vas de casa en casa, de ciudad en ciudad, puede que coincidas con esperanzas y valores que cambiarán tu visión de las cosas.

El emperador hace tiempo que tomó su decisión. Realmente nunca le interesaron demasiado los asuntos de este mundo. Se aferraba a ellos por costumbre, consciente de que únicamente el poder le otorgaría la seguridad necesaria para sus estudios, mientras buscaba una vida relajada que le acercara a Dios. El espíritu rebelde de Teodora le procuró algunos disgustos, pero sabía que, al mismo tiempo, perpetuaba el carácter inmutable de su persona. La pasión de la emperatriz atraía la fuerza que el imperio anhelaba. En algún lugar quedó escrito que sólo los valientes se perpetúan, no siempre persiguiendo el bien, en el corazón de las personas.

Justiniano ha fingido un interés desmesurado por la misión que llevarán a cabo los viajeros. A pesar de todo, está lejos de sentir esperanza. Tras su partida, se encierra en palacio y sueña cosas relacionadas con la fe, redacta leyes que no sabe si alguien adoptará, se esfuerza en rechazar la muerte. Es posible que nunca llegue a saber los resultados de la misión. Los caminos son duros, las distancias largas, inciertas las posibilidades de éxito.

El único que recuerda cada día a los valientes es Belisario. Falto de otras ocupaciones que sacien su ansia de aventura, se instala en las terrazas de palacio y espera con la mirada fija en el horizonte. Una semana después de la partida ve llegar a dos de los viajeros. Son soldados que han caído enfermos y, sin duda, Lysippos les ha obligado a regresar. Las noticias que traen son buenas. La caravana avanza en dirección a Capadocia, los ánimos se mantienen, las esperanzas aumentan.

Después de este suceso, el silencio. El general Belisario se consuela pensando que ya están demasiado lejos, que no pueden prescindir de ningún componente de la expedición, que quizás cuando pasen unos meses algún comerciante les traerá noticias. El emperador y el general envejecen. La ciudad continúa inmersa en luchas religiosas que hacen menguar su capacidad para la guerra.

Pero ninguna memoria es más frágil que la nacida del corazón de aquellos que esperan.

La expedición sólo puede avanzar, enfrentarse a las inclemencias del camino como una metáfora de la distancia convertida en polvo que el viento dispersa.