
El mundo
esmeralda
De entre todos los mundos de una galaxia cercana hay uno que destaca por la belleza de sus paisajes, y de sus habitantes recibe el nombre de el Mundo Esmeralda.
En él, un intenso colorido te llega de dondequiera que mires: cuando sus azules cielos se van tornando en rosa, reina un precioso violeta que queda reflejado en el mar. Y en sus tierras, es un brillante verde esmeralda el que causa las delicias de los que lo contemplan.
Tiene abundancia de selvas, ríos, mares y todo lo necesario para que la vida se desarrolle con armonía y majestuosidad.
Los Seres que lo habitan lo aman y lo respetan, por lo que él, en agradecimiento, se va tornando cada día más bello y mágico.
El Mundo Esmeralda es un mundo de Amor y los niños comienzan a madurar en él ya desde muy temprana edad, pues madurar no es otra cosa que acercarse al Amor…
Al atardecer, unas burbujas rosas comienzan a emanar a través de los pequeños cráteres situados en las zonas de recreo para los más jóvenes.
Este es el sitio preferido de Puchi.
Ella es una encantadora niña de este planeta, cuya mayor afición es entrar en las burbujas rosas, elevarse y volar en su interior. Casi siempre está alegre, contagiando su alegría a los que la rodean. Además, le fascina conocer cosas nuevas, sobre todo si son divertidas, y de verdad que ya ha conocido muchas para su corta edad, pues aparte de su alegría, si hay algo que caracterice a la pequeña es su gran curiosidad, sus ganas de aprender.
Una tarde, mientras los demás niños guardaban pacientemente su turno para subirse en las burbujas, la pequeña de rubia melena llegó corriendo y se colocó la primera esperándolas con impaciencia. Todos sabían que era lo que más le gustaba, y lejos de molestarse, le cedieron amablemente su turno.
En ese día, Puchi y sus amigos habían planeado visitar unos jardines muy especiales…
Existen ciertos lugares en el Mundo Esmeralda en los que la labor del ser humano embelleciendo la naturaleza ha resultado tan espléndida, que en compensación, ésta permite a sus visitantes sobrevolarlos con su propio cuerpo para poder así contemplar las impresionantes vistas que han creado.
Los jardines que los niños se proponían visitar eran uno de estos mágicos lugares.
Situados en las laderas de una montaña, el plan que habían trazado era viajar hasta ellos dentro de las burbujas, para una vez ahí desprenderse de las mismas y volar con sus cuerpos descubriendo toda su belleza…
Puchi seguía colocada la primera, esperando frente a los pequeños cráteres. Justo en el momento en el que vio aparecer una burbuja rosa, corrió a su encuentro, situándose sobre ella, cerrando sus ojos…
La esfera continuó emergiendo, haciéndose más y más grande, hasta que acabó envolviéndola por completo.
Entonces, comenzó a elevarla lentamente…
Todos la observaban.
Sintiéndose ya en el aire abrió sus rasgados ojitos azules, y una emoción recorrió su cuerpo al ver cómo las cabezas de sus amigos se hacían cada vez más pequeñas. Y dejándose llevar por esa maravillosa sensación de flotar, empezó a dar divertidos saltos dentro de ella.
En tan solo unos momentos los demás niños se encontraban ya a su misma altura, pero entretenida como estaba, apenas se había dado cuenta…
—¿Vienes Puchi? —le gritó Rico, su mejor amigo.
La pequeña miró hacia el resto del grupo, viéndoles tan ilusionados por partir que sólo con su voluntad dirigió la burbuja hacia ellos para emprender juntos el viaje.
Sus alegres cantos embellecían cada lugar que sobrevolaban hasta que por fin, de lejos, divisaron la mágica montaña. Al hacerlo se llevaron una pequeña decepción, puesto que estaba lloviendo sobre ella y pensaron que no podrían disfrutar de su visita. No obstante, conforme se fueron acercando la rodeó un brillante arco iris para indicarles que esa lluvia, necesaria para alimentar los jardines, pronto cesaría y que el sol les daría la bienvenida con sus cálidos rayos.
La emoción crecía entre los niños según se aproximaban.
Al llegar a la montaña un intenso sentimiento les embargó ante la visión de unos jardines que se extendían casi sin fin. Desde su altura podían contemplar todo lo que tenían ante sí: bajo un cielo rosa, que comenzaba ya a teñirse de violeta, verdes praderas cubiertas de árboles, plantas y flores conformaban un paisaje de gran belleza multicolor, decorado con fuentes, estatuas y puentes de los más diversos estilos que unían las orillas de los ríos.
Los niños decidieron que ese era el momento de deshacerse de sus burbujas. Con sólo desearlo las hicieron desaparecer, quedándose flotando en el aire con los brazos abiertos. Y gozando de una maravillosa sensación de libertad sobrevolaron en grupo ese paradisíaco entorno.
Como una bandada de pájaros se deslizaron bajo el cielo.
Cuando alguno veía algo que especialmente le gustaba volaba hacia ese lugar y todos los demás le seguían, descendiendo y elevándose una y otra vez…
Así fue como llegaron hasta un alargado jardín en donde decidieron quedarse momentáneamente a jugar.
Un alto seto lo independizaba del lugar, con tan poca claridad que era apropiada para esconderse y buscarse los unos a los otros.
En su centro, una fuente vertía su agua sobre un estanque estrecho que descendía escalonadamente a lo largo del jardín, y desde lo alto de ella fue saltando sucesivamente cada niño, sobrevolando el estanque, tratando de encontrar a los demás escondidos tras las estatuas y los árboles que adornaban a sus lados.
Como en un sueño disfrutaron de ese fantástico lugar, hasta que juntos retomaron el vuelo.
En la parte más elevada de esa Montaña Mágica, y como centro geométrico de todos los jardines, se erigía una fabulosa construcción de estilo clásico. El majestuoso conjunto arquitectónico estaba formado por ocho inmensas columnas de mármol colocadas circularmente, constituyendo la base sobre la que descansaban cuatro grandes figuras angelicales. Esas estatuas, orientada cada una hacia un punto cardinal, eran a su vez fuentes de agua rosada que caía en cascada por las columnas, originando arroyos en todas direcciones simbolizando la extensión del Amor y la Paz hacia toda la Creación.
A pesar de estar tan alto los pequeños llegaron hasta ahí, aterrizando junto a las grandes fuentes.
Tras curiosear un poco alrededor, todos menos Puchi se tumbaron. Finísimas gotas de agua les salpicaban, produciéndoles un relajante frescor…
La niña dio unos pasos alrededor de las estatuas hasta situarse justo al borde del monumento.
Ahí permaneció en pie, admirando tanta belleza que se extendía hacia un horizonte coronado por un apoteósico cielo violeta. Ensimismada, no se lo pensó dos veces, y a pesar de que sus amigos todavía continuaban tumbados decidió seguir viviendo esa maravillosa aventura: en lo más alto de una formidable cascada rosa elevó sus brazos, dio un saltito y se quedó flotando en el aire como una pluma…
Y planeando suavemente, Puchi disfrutó una vez más del delicioso paisaje que seguía mostrándose bajo ella.
A lo largo de su apacible descenso llamaron su atención unos riachuelos que serpenteaban entre los árboles, que por su color rosa destacaban sobre el verde de la vegetación. Descendió aún más hasta acercarse a uno, y una vez sobre él comenzó a seguir su recorrido.
La pequeña se divirtió viéndose a sí misma reflejada en el agua con los brazos en cruz. Pero no estaba sola, varias aves se habían unido a ella en su misma dirección. Miró a ambos lados, y dándose cuenta de que estaba rodeada se dejó sentir como una más, sobrevolando juntas el curso del río.
Como todos los riachuelos iban a desembocar en el mismo lago, Puchi llegó finalmente hasta él, quedándose fascinada con lo que tenía ante sí: su calmada y brillante agua rosa era el lugar de reunión de cientos de aves de todas clases. Ahí nadaban, volaban y se refrescaban, formando un espectáculo de vida y color.
Sobrevolando cuidadosamente su superficie se fue a topar cara a cara con los pequeñuelos de una familia de cisnes que, lejos de asustarse por su presencia, prosiguieron nadando estilosos detrás de su mamá.
En esa tarde reinaba la paz…
Con un último planeo llegó hasta la frondosa hierba de la orilla, en donde se sentó y pudo contemplar con más detenimiento lo que había a su alrededor: en las ramas de los árboles, las parejas de aves se acariciaban con sus picos. Arrullándose con cariño, mezclaban y unían sus coloridos. Otras preferían bañarse mediante un gracioso baile en el que primero sumergían la cabeza, después el cuerpo, y por último la cola, para finalmente sacudirse toda el agua. Una y otra vez volvían a iniciar el rito, y cuando lo daban por finalizado se desplazaban hasta la orilla para pasearse orgullosas exhibiendo su silueta. Pero, sin duda, las que más ternura le hacían sentir a la niña eran los más pequeños que jugaban felices por todas partes bajo la mirada atenta de sus papás.
Puchi se deleitó con todas esas escenas, llenándose de la felicidad y la armonía de ese suave atardecer. Le hubiera gustado permanecer ahí por más tiempo, pero como en su visita a La Montaña Mágica quedaban cosas por descubrir, con cierta tristeza se puso en pie, elevándose para proseguir su aventura.
Y volando cada vez con mayor maestría se alejó de aquel inolvidable lugar, volviendo su mirada para despedirse de él.
El cielo violeta comenzaba ya a enrojecer.
Poco a poco había ido oscureciendo y hacía rato que sus amigos la estaban buscando. Pero ajena a ello, Puchi proseguía con su vuelo a considerable altura.
Los jardines aparecían ahora iluminados por una intensa luz rojiza, contemplándose a vista de pájaro auténticos mares de flores que la persuadieron para descender sobre ellos.
Con un vuelo en picado, la pequeña se dirigió hacia las flores.
Sus perfumes eran tan intensos que podían olerse desde lo alto, y al percibirlos, cerró sus ojitos, quedando suspendida en el aire llenándose de su fragancia. Transcurrieron unos gratos momentos en los que, flotando con los ojos cerrados, se desplazó de un lugar a otro dejándose llevar tan solo por los distintos aromas de las flores hasta que un dulce olor le agradó tanto que quiso saber de dónde provenía. Guiándose por él descendió hasta poner sus pies en el suelo, y al abrir los ojos comprobó que se encontraba rodeada de altas campanillas blancas con estambres amarillos. Tan grata fue la impresión que tuvo el impulso de arrancarlas para llevárselas a su casa, pero cuando se disponía a hacerlo se oyó una potente voz:
—¿Crees que esto es lo que le gustaría a tus papás?
La pequeña alejó sus manos de las campanillas, mirando a su alrededor, sin ver a nadie…
Y aquella voz habló de nuevo:
—¡Eh aquí el entorno donde más bellas estas flores se pueden contemplar, y donde su olor más armoniza con el resto de los olores! Si las dejas, seguirán haciendo felices a los que como tú, se sientan atraídos por ellas. Pero si las arrancas y te las llevas sólo tú y los tuyos podréis tenerlas, aunque nunca las llegarías a disfrutar como en este maravilloso lugar.
Arráncalas si te gustan, pero si las amas, déjalas seguir aquí…
La niña se quedó perpleja. No sabía quién le hablaba, pero ante todo, esa voz tenía razón.
—Está bien, no las cortaré… ¿Quién eres? —preguntó— Te oigo, pero no te veo…
—¡Yo Soy «el Espíritu del Jardín»! —respondió firme la voz—, y si miras a tu alrededor podrás verme, porque mi cuerpo son todos estos jardines. ¡Soy la Poderosa Energía de la que emana tanta belleza y alegría!
—¿Cómo es que puedes hablar? —preguntó Puchi con curiosidad.
—La voz que escuchas no es sino el sonido de este mágico lugar…
En ese preciso instante los gritos de los otros niños (que desde el cielo buscaban a la pequeña) interrumpieron la conversación.
—¡Puchi! ¿Estás ahí?
—¡Sí, sí! ¡Aquí abajo! —respondió la niña alegremente, haciéndoles señales con sus brazos.
Los chiquillos descendieron en grupo hasta las flores blancas.
—Te hemos buscado por todas partes… ¡Está anocheciendo y tenemos que regresar a casa! Ya no disponemos más de las burbujas rosas… —le dijo Rico, adelantándose a los demás.
—¡Esto no ha de preocuparos! —se oyó de nuevo la majestuosa voz del Espíritu del Jardín.
Todos se asombraron al oírla, excepto Puchi.
—Vuestra amiga —prosiguió— ha realizado un acto de Amor. Libremente decidió no arrancar estas bellas flores para que así todos pudiesen disfrutarlas. Y cuando se opta por el Amor, las consecuencias son siempre buenas…
Según pronunciaba estas palabras aparecieron volando unos magníficos pavos reales de brillantes colores verdes y azules.
—Estas aves os llevarán hasta vuestros hogares. Si en alguna ocasión volvéis a necesitarlas no tendréis más que llamarme. Habéis amado y disfrutado este mágico lugar, y su Espíritu también os ama…
Los niños se subieron sobre los pavos reales, despidiéndose de aquellos fantásticos jardines.
Sus siluetas se iban haciendo cada vez más pequeñas en el horizonte rojo cuando Rico le preguntó a Puchi sobre el origen de aquella misteriosa voz, a lo que ella respondió orgullosa:
—Era mi nuevo amigo, ¡el Espíritu del Jardín!