
Los enamorados
A la mañana siguiente la niña se despertó radiante de energía, consecuencia, sin duda, de las enseñanzas recibidas durante la noche anterior.
Nada más abrir los ojos saltó de la cama hacia la ventana, deseosa de contemplar la luminosidad y el colorido del nuevo día.
Éste se presentaba espléndido, con una brillante luz que resaltaba aún más la belleza del lago y de la jungla que la rodeaban.
Inspirando profundamente el aire fresco de la mañana permaneció, como de costumbre, disfrutando desde su ventana la maravillosa visión que tenía ante sí.
Al cabo de un rato vio aparecer a Rico, que tranquilamente andando venía hacia su casa.
Puchi se alegró mucho de verle. Habían quedado en pasar el día juntos, así que se apresuró a salir.
Recorriendo a grandes zancadas el pontón de madera hacia la orilla, al llegar hasta su amigo los dos se fundieron en un fuerte abrazo.
A la niña le habían enseñado a apreciar y disfrutar de ese placentero sentimiento que se produce cuando se unen las energías, y esta vez aprovechó bien la ocasión, ya que sin duda, era con Rico con quien el abrazo resultaba siempre más maravilloso.
Permanecieron unidos durante unos interminables segundos, con sus ojos cerrados, disfrutando del bonito sentimiento que les recorría el cuerpo. Y cuando se separaron rompieron los dos a reír: de esta forma siempre manifestaban su alegría.
Hacía tiempo que Puchi tenía un deseo muy especial y ese día quería verlo cumplido. Desde muy pequeña había oído hablar a sus papás sobre los enamorados, una especial pareja que compartía su Amor. Se decía que en ellos había algo misterioso, pues parecía ser que provenían de otro mundo y que todo a su alrededor se transformaba en una felicidad y armonía incomparables.
Este enigmático lugar no se encontraba muy lejos, así que se prepararon los dos para el viaje, poniendo en una barca todo lo que podrían necesitar.
Cada cual se hizo cargo de un remo, y soltando la cuerda que les unía con el embarcadero, se fueron alejando poco a poco…
Desde el pequeño lago de Puchi pusieron rumbo hacia otro mucho mayor, en el que en sus aguas azules, casi transparentes, los niños eran como un punto en la inmensidad.
Siguiendo con su ritmo se dirigieron hacia uno de los ríos que desembocaban en el lago, comenzando a navegarlo, adentrándose lentamente en la jungla.
La niña suspiraba de emoción pensando que por fin iba a ver a los enamorados. ¡Lo que tantas veces había imaginado iba a convertirse en realidad!
Navegando río arriba los pequeños disfrutaban con todos sus sentidos de la exuberante naturaleza que les rodeaba. El paisaje se iba convirtiendo en una profusión de sonidos y colorido, en el que el verde lo bañaba todo.
Cuando la selva cobraba ya su máximo esplendor se percataron de que estaban siendo observados desde la orilla. A través de los arbustos, unos ojos que parecían ser humanos, y otros de animales, estaban siguiendo su recorrido…
—¿Quiénes serán? —le susurró Rico a Puchi con cierta inquietud.
Ésta se fijó con atención, sin saber qué contestarle. Su cara era de intriga.
—¿Bajamos y lo comprobamos? —se dijeron el uno al otro.
Arrimaron el bote a la orilla y descendieron con cautela. No tenían miedo —pues vivían en un mundo de Amor— pero ignoraban lo que estaba sucediendo…
Se adentraron unos pasos por la jungla, y para su sorpresa, de entre los arbustos salieron varios jóvenes ataviados con ropas y adornos propios de la vida en la selva. Acompañados de algunos animales, se mostraban sonrientes, lo que aumentó la confianza de los niños.
—¿Quiénes sois? —preguntó rápidamente Puchi con su curiosidad habitual.
Un apuesto joven de melena negra se adelantó al resto:
—Mi nombre es Ram, y a los que aquí vivimos nos llaman «los amigos de los animales».
—¿Los amigos de los animales? ¡Nunca había oído hablar de vosotros! —dijo Rico.
—¡Con este nombre se nos conoce! —respondió alegremente el joven, jugueteando con un monito que tenía sobre su hombro.
—¿Y qué hacéis aquí? —preguntó la niña.
Ram se acarició la barbilla, pensando en cómo dar la mejor explicación:
—Nos encontramos viviendo en la selva como parte de nuestra preparación para la vida. Hemos elegido venir a la naturaleza más profunda para aprender a convivir con los animales que la habitan, ayudándolos en todo lo que necesitan, y a su vez, ellos nos regalan su compañía y cariño.
—¡Mi familia también ayuda a los animales que vienen por casa! —intervino Rico.
—Nosotros no sólo los ayudamos, sino que convivimos plenamente con ellos, lo que nos enseña mucho sobre nuestros «pequeños hermanos» y sobre la naturaleza en general, puesto que la experiencia es un formidable aprendizaje. Todos aprendemos de todos en este bello lugar…
»¿Os gustaría visitar nuestro poblado? —se ofreció amablemente el joven.
—Ahora no es el momento —contestó la niña—, estamos de camino a ver a los enamorados. ¿Sabéis si nos falta mucho para llegar?
—Cuando observéis que la selva se va transformando en un paisaje, fruto de un amor muy especial, es que estáis cerca de su hogar.
—¡Oh! —exclamó Puchi.
—¡Volved cuando lo deseéis! —les dijo Ram, despidiéndose—. Quién sabe si cuando seáis un poco más mayores elegiréis pasar aquí una temporada como parte de vuestro aprendizaje de la naturaleza. Unos nos iremos, y otros vendrán en nuestro lugar.
De nuevo en la embarcación, los niños prosiguieron río arriba.
Conforme avanzaban, se fijaban atentamente por si veían algún cambio en el paisaje.
Al cabo de un buen rato, y como el hambre comenzó a hacer acto de presencia, decidieron volver a parar para dar buena cuenta de los manjares que les había preparado la madre de Puchi. Algunos pájaros, que descendieron hasta la barca tuvieron también la suerte de probar tan deliciosa comida.
Con las fuerzas ya recuperadas retomaron el viaje, y cuando creían que la selva era interminable, la naturaleza que les acompañaba verdaderamente empezó a variar. Paulatinamente, la frondosa vegetación de la jungla comenzó a dar paso a una agradable campiña de prados y flores. Era un lugar de verdes praderas, en el que se respiraba un intenso aroma a heno.
Los pequeños exploradores fueron entrando en un nuevo entorno rural, en el que incluso los sonidos eran distintos: antes los aullidos de la selva, ahora reinaban la calma y el canto de los alegres pajarillos.
Los niños se relajaron con la paz de la campiña.
Navegando a través de ella, alguna que otra vaca les miraba con indiferencia sin dejar de masticar.
Disfrutando de tan bucólico paisaje, a su paso, la hierba verde comenzó a tornarse en rosa.
Para su sorpresa, el entorno natural se fue nuevamente transformando, esta vez en un campo rosado, del cual crecían árboles con frutas de los más diversos colores. Su brillante colorido contrastaba con el azul del río, creando una visión todavía mucho más mágica…
Acompañados de mariposas violetas que revoloteaban a su alrededor, un asombroso silencio envolvía el momento.
Desde la embarcación, los pequeños se deleitaban contemplándolo todo, pero lo que más llamó la atención de Puchi fue el poderoso sentimiento de Amor y Paz que había comenzado a experimentar.
—¿Sientes lo mismo que yo? —le preguntó a Rico.
—¡Guau! ¡Es una sensación maravillosa!
Sin dejar de remar divisaron a lo lejos una hermosa casita en la campiña rosa. La imagen era tan bella que provocó en la niña una explosión de Amor como nunca antes había tenido.
—¡Qué bonito es ahora todo! —suspiró— ¡Seguro que ahí viven los enamorados!
Avanzaron con ganas hasta llegar a la orilla, y abandonando el bote se encaminaron hacia la casa.
Junto a la puerta, una mujer con un gran sombrero de paja se mecía en una hamaca. Al ver llegar a los chiquillos alzó un poco la mirada, lo que les permitió ver una sonrisa bajo el sombrero:
—¡Os estaba esperando! ¡Y no os habéis retrasado mucho!
Puchi y Rico se miraron entre ellos para luego fijar sus sorprendidos ojos en los de la mujer.
—¿Acaso sabía usted que íbamos a venir?
—¡Claro! —respondió, levantando aún más la cara, dejando al descubierto unos bellos ojos verdes— Cuando alguien quiere venir a visitarnos, yo soy siempre la primera que lo sabe…
—¡Mirad, por ahí viene mi amor! —expresó con gran alegría.
—¡Ya habéis llegado, pequeños! —les saludó un apuesto caballero que, caminando hacia ellos, irradiaba gran felicidad.
—¡Parece que por aquí todos sabían que íbamos a llegar! —dijo Rico en voz alta, sonriendo.
—Me lo había dicho mi amor —les hizo saber el hombre, apretando tiernamente a su amada entre los brazos—, ella tiene más desarrollada que yo la capacidad de percibir las ondas cerebrales emitidas por quienes vienen a visitarnos.
—Sí, pero tú eres tan dulce… —le susurró la mujer, fundiéndose los dos en un abrazo.
«¡Ahora comprendo porqué les llaman los enamorados!», pensó Puchi para sí.
—Así es —dijo la mujer, leyendo sus pensamientos—, y como puedes comprobar, todo lo que nos rodea es de una gran belleza, puesto que brota impregnado del Amor que desprendemos.
—¡Oh! —exclamaron los niños, volviendo a contemplar aquel bello paisaje.
—Nosotros… —habló tímidamente Puchi—, habíamos venido a conoceros…
—Lo sabemos. Pero si de verdad queréis conocernos, ¡conoced primero este lugar!, ¡disfrutad de lo que crea el Amor! —les dijo apasionadamente la mujer, señalándolo con sus brazos.
Siguiendo su aconsejo, los pequeños corrieron con ilusión a descubrir aquél maravilloso entorno.
Había frutas deliciosas por todas partes, cada una más deliciosa que la anterior. Era como si todo el Amor del Universo se hubiese concentrado en ese lugar.
De acá para allá se les paró el tiempo disfrutando su belleza.
Hallándose sobre un campo de espigas rosadas, probando su apetecible sabor, se les acercó el hombre, el cual poniendo sus manos en el hombro de cada uno, les habló con la mirada feliz en el horizonte:
—¡El Amor es creador, ya que El Creador es Amor!
Lo que ahora veis y sentís tiene su origen en Él, al igual que todos los bellos espacios en donde reina.
»Sin embargo —dijo con cierta tristeza—, no muy lejos de aquí hay una gruta en la que todavía se necesita para embellecerla. Sé de lo felices que estáis en nuestro hogar, pero sería mi deseo que fuerais ahí, puesto que ahí es, precisamente, donde vuestra presencia y alegría hacen más falta.
Los niños se miraron el uno al otro y asistieron con la cabeza.
Tras despedirse de los enamorados, y siguiendo sus indicaciones, caminaron hasta donde el terreno comenzó a ser más árido y pedregoso, subiendo por una montaña, comprobando que en su cima había el cráter de un volcán.
Ésta era la entrada a la gruta.
Sin pensárselo, Puchi se sentó sobre la pequeña abertura y se lanzó valientemente, deslizándose como en un tobogán. Rico tenía sus dudas, pero finalmente fue tras su amiga.
Los dos bajaron a una gran velocidad hasta que una superficie blanda amortiguó sus caídas.
Se encontraban perfectamente, aunque sin saber dónde.
Todo estaba oscuro.
De pronto, lo que había bajo ellos comenzó a moverse.
¡Algo se los estaba llevando hacia otro lugar!
Con un poco más de claridad pudieron comprobar que estaban sobre las espaldas de un animal enorme, el cual tornó su cara a ellos, quedando iluminada por un rayo de luz.
Era como un dragón, pero dulce y amigable…
—¡Hola chicos! —les dijo con una voz ronca y peculiar.
—¡Hola! —respondieron los dos tímidamente.
—¡No temáis!, yo soy el encargado de mostraros lo que habéis venido a conocer.
Tras hablarles de esta manera volvió a mirar hacia delante, y caminando lentamente les fue llevando a través de un recorrido totalmente nuevo para ellos. Era la primera vez que los niños veían un paisaje tan sombrío, de oscuros grises y rojos.
—A este lugar —les explicó— es a donde han venido a parar las energías de las malas acciones de los habitantes de este mundo desde sus tiempos más remotos, incluso mucho antes de la Gran Reunión. Aquí se han solidificado, formando parte de este triste entorno.
Sentados sobre el «dragón», los pequeños miraban a su alrededor contemplando rocas de las más extrañas formas, cavernas y ríos de lava.
—Tanto los pensamientos, como las acciones, generan unas energías —les dijo su nuevo guía—, y las negativas son traídas hasta aquí para que quienes las originaron puedan verlas y sean conscientes de lo que hicieron, con el fin de que no se vuelva a repetir.
»Algunos seres actuaron tan desafortunadamente en el pasado que acabaron solidificándose por sus propias acciones.
El amable dragón les señaló un lago de color rojizo:
—¡Bañaos ahí! ¡Disfrutad del baño rebosando alegría y felicidad!
Los pequeños se zambulleron en el agua, y en el preciso instante en que más felices jugaban, de su centro se elevaron dos aves que comenzaron a volar.
—¿Habéis visto? —les comentó el dragón de la gruta—, ¡vuestro Amor ha ayudado a estos dos seres a recuperar su libertad! Es como lo que sucede dentro de cada uno de nosotros: solo el Amor es capaz de liberarnos.
»Como cada vez se actúa mejor en este mundo y son muchos los que como vosotros vienen a traer su alegría y felicidad, llegará el día en que ya no quedará aquí nadie más que yo. Ese día, yo también recobraré mi aspecto original y me iré.
»Antes era aparentemente bello, presumía mucho de mi imagen, sin darle apenas importancia a mi Verdadero Yo. Por esto estoy aquí, aprendiendo la lección donde precisamente más sólida es la materia: «La imagen física ha de estar al servicio del Ser, y no al contario. Porque la imagen es algo cambiante, y por muy bella que sea, no es sino un reflejo de la belleza de nuestro verdadero Dios interno».
»Es todo lo que tenía que mostraros —se despidió, dejándoles en la salida—. Recordad pensar siempre en positivo: los buenos pensamientos generan felicidad, mientras que los negativos… ¡Ya lo habéis comprobado!
Los niños se despidieron también de su simpático amigo, y una vez en la superficie agradecieron la luz y el colorido del día.
Bajaron por la ladera del volcán, retomando el camino de vuelta, regocijándose cuando por fin volvieron a encontrarse con el bonito paisaje que les daba la bienvenida a la casa de los enamorados, que les estaban esperando con un cálido sentimiento de Amor.
Los cuatro se abrazaron.
Disfrutando de una suculenta comida a base de alimentos naturales, los niños les relataron con ganas todo lo que habían encontrado en la gruta.
—Come sin apresurarte —le dijo la mujer a Puchi—, con tu atención en lo que masticas, disfrutando de los sabores. ¿Sabes para qué están hechos los sabores? Para disfrutar de ellos, con calma…
—Me estoy dando cuenta —les habló la niña— que tanto las personas, como el resto de los seres, cuanto más Amor tienen más felices son. No entiendo todavía lo que es el Amor, pero creo que la Vida tiene mucho que ver con Él…
—Algún día lo sabrás. Estás buscando en el camino correcto —le dijeron sus anfitriones.
Puchi aprovechó el resto de la tarde para pasear junto a ellos por esos idílicos paisajes, recibiendo lo mejor de sus enseñanzas.
Cuando el sol comenzaba a esconderse, siendo ya la hora de regresar a sus casas, se puso en contacto interno con el Espíritu del Jardín, el cual envió un ave gigante sobre la que se subieron los niños.
—Seguid buscando en el camino del Amor —les dijeron los enamorados— ¡Y lo encontraréis todo!